Su participación en la gesta revolucionaria de México ha sido tocada de una forma muy breve por la historia oficial, sin embargo cientos de japoneses tuvieron un papel protagónico en la guerra civil mexicana que inició en 1910. A más de 100 años de esta lucha, algunos de sus sobrevivientes quienes viven en Monterrey recuerdan el sacrificio y valor de sus antepasados.
Viajaron miles de kilómetros en busca de empleo y terminaron convirtiéndose en héroes de un país ajeno.
Son los inmigrantes japoneses que intervinieron en la Revolución Mexicana y que jugaron papeles trascendentales en la promulgación de las Leyes de Reforma.
Sus nombres no aparecen en los libros de historia, pero su colaboración fue vital para la lucha que emprendieron Venustiano Carranza, Francisco I. Madero y Pancho Villa.
“Kakumei Kinen-Bi” es el equivalente japonés a decir “Día de la Revolución Mexicana” y en Monterrey existen familias descendientes de los héroes asiáticos que celebran el 20 de noviembre por partida doble.
María Yamane Castañeda y Ricardo Pérez Otakara son ejemplos de ello.
También conocidos como “nikkei”, nombre que se les da a los migrantes de origen japonés y sus descendientes, pertenecen a la segunda y tercera generación de nipones que llegaron a México a inicios de 1900 para trabajar en las minas de carbón de Coahuila, en los plantíos de azucares de Veracruz o la construcción de vías de ferrocarril en el centro y sur de país.
Provenientes en su mayoría de zonas rurales, los campesinos de entre 15 y 38 años llegaron al país azteca bajo la promesa de trabajos bien remunerados.
De acuerdo al especialista en antropología social, Shinji Hirai, entre 1900 y 1907 cerca de 10 mil 957 nipones ingresaron a territorio nacional, colocados por agencias internacionales, pero muchos escaparon ante las precarias condiciones que ofrecían los trabajos en México.
Los bajos salarios, el maltrato, el peligro en los empleos, enfermedades y mala alimentación fueron factores que ahuyentaron a los oriundos del país del sol naciente, aunado a que la mayoría tenía como principal intención llegar a Estados Unidos.
Fue así que previo a 1910 más de 9 mil braceros cruzaron de forma clandestina al vecino de norte, quedando apenas en territorio azteca alrededor de 2 mil 216 nipones.
Ajenos a la vida nacional de México, en el centro del país la situación política y social ya comenzaba a agitarse, tras el anuncio de Porfirio Díaz de dejar el gobierno mexicano luego de 31 años en el poder.
La intención de Francisco I. Madero de competir por la presidencia provocó la ira de los conservadores y fue arrestado en San Luis Potosí.
Al escapar de prisión huyó a San Antonio, Texas, donde convocó a tomar las armas contra la dictadura porfirista el 20 de noviembre de 1910.
Al estallar la revolución, los japoneses en territorio nacional corrieron con la misma suerte que los mexicanos: fueron saqueados, víctimas de asaltos por las tropas revolucionarias o reclutados contra su voluntad para combatir.
Otros, vieron en el enfrentamiento armado una oportunidad laboral y decidieron unirse a la revolución, sin importar el bando.
En total, 130 nipones se unieron a las revueltas, en donde eran catalogados como guerreros preciados.
Y es que, apenas años atrás, Japón había ganado la guerra contra Rusia en 1905 y sus ciudadanos eran vistos como “soldados valientes con mucha lealtad y disciplina”.
Acorde a Shinji Hirai tener a japoneses en la batalla era sinónimo de prestigio y ventaja.
Incluso, algunas tropas ondeaban la bandera del sol naciente para imponer miedo a sus adversarios.
Combatientes, cocineros, enfermeros, choferes o mensajeros, fueron algunos de los oficios que ejercieron los asiáticos durante la Revolución y que dejaron atrás para ascender a capitanes de batalla.
REGIOS NIPONES
Kisaburo Yamane fue uno de los adolescentes que emigró a México a inicios de 1900 para laborar en los cañaverales de la empresa “La Oaxaqueña”.
Ingresó al país en 1907 a la edad de 18 años, pero tan sólo tres meses después, al percatarse de las malas condiciones del empleo, escapó del lugar para dirigirse a la capital del país.
En la Ciudad de México, motivado por un amigo, decidió mudarse nuevamente, ahora con dirección al norte para laborar en los yacimientos de carbón de Coahuila, específicamente en las minas de Palaú y La Esperanza.
Mientras se desempeñaba como minero estalló la Revolución y el país entró en una crisis social, política y laboral.
Ante la falta de trabajo se dirigió al municipio de Múzquiz, en donde conoció a un telegrafista de apellido Jardín, quien le enseñó el oficio.
En 1911 lo enrolaron al Ejército para pelar con Victoriano Huerta, pero poco tiempo después cambió de bando para luchar con Venustiano Carranza.
Con el coahuilense laboró como telegrafista militar y en menos de un año fue ascendido a Cabo.
Yamane fue uno de los encargados de reparar las líneas telegráficas que fueron destruidas durante el enfrentamiento entre Francisco I. Madero y Victoriano Huerta.
Ese mismo año, acorde a las declaraciones dadas por el propio japonés a un medio nipón en 1932, ante la presencia de Madero “todos los telegrafistas tuvimos que tomar las armas para participar en la revolución”.
Entre sus peleas destaca su participación audaz en la llamada “traición huertista”, en donde apoyó a las fuerzas maderistas y fue ascendido a subteniente.
Tiempo después Madero fue derrotado y Huerta asumió el poder mientras que Francisco Villa y Venustiano Carranza se unían para luchar en su contra.
Al derrocar a Huerta la mayoría de los combatientes fueron retornados a sus lugares de origen, pero Yamane fue trasladados a Morelos “para aplacar los movimientos agrarias que surgían liderados por Emiliano Zapata”.
Justo cuando Carranza solicitó reunirse en Querétaro para formular las Leyes de Reforma, el japonés cayó enfermo de malaria y presentó su renuncia, pero fue rechazada bajo el argumento de que “la guerra aún no había terminado”.
En 1920 el poder de un nuevo líder político -Álvaro Obregón- se incrementó y empezaron los entrenamientos con Carranza.
El coahuilense al ver el peligro que se avecinaba se dirigió a Veracruz, pero en el camino, en Puebla, fueron atrapados por las fuerzas de Obregón que querían aniquilarlo.
Aún con fuerzas para pelear, Yamane formó parte del equipo que escoltó a Carranza en la sierra poblana para salvarle la vida.
Y aunque la mayoría del batallón que lideraba murió, él fue capaz de sobrevivir y ser ascendido al grado Mayor.
El 15 de mayo de 1920 el tren en el que se trasladaba Carranza a Veracruz fue atacado nuevamente y fueron atrapados.
Carranza fue fusilado y el japonés correría con la misma suerte, pero salvó su vida con la condición de colaborar con Álvaro Obregón, quien ya dominaba la vida política y militar del país.
En esa época se fundó el Colegio Militar y le tocó ser instructor de artes marciales y matemáticas.
Tan sólo cuatro años más tarde, en 1924 renunció a la milicia y se trasladó a Nuevo León en dónde ya había echado raíces.
Se trasladó a Monterrey, en donde se dedicó a la telegrafía y 4 años después al comercio de flores.
Su negocio -La Quinta Japonesa- fue tan exitosa que abrió sucursales incluso en Coahuila.
Sin embargo, en la actualidad el negocio dejó de existir pues sus descendientes tomaron otros caminos.
El capitán Kisaburo Yamane falleció a los 92 años de edad por causas naturales dejando un legado heroico para México.
Hoy, la única hija que le sobrevive, María Yamane Castañeda, recuerda con orgullo las acciones de su padre, a pesar de que poco escuchó de su propia voz.
La vecina del centro de Monterrey señala que su padre no hablaba mucho del tema.
“Hay muchas cosas que no sé porque yo soy la más chica de mi familia, entonces, no las viví. Yo nací mucho tiempo después.
“Mi papá no hablaba de eso y éramos gente de antes que no nos atrevíamos a preguntar porque nos decían que después nos platicaban y nunca nos daban razón”, expresó la regiomontana de 83 años.
El 20 de noviembre es un festejo doble para la familia Yamane Castañeda pues además de celebrar la Revolución Mexicana, festejan con respeto la intervención de su padre extranjero en el movimiento heroico.
Yamane Castañeda se identifica con su padre al ser una persona seria: pocas veces habla de la presencia del capitán, también llamado Antonio Yamane, en la revuelta revolucionaria, pero resguarda con recelo algunos de los objetos que utilizó como una pistola 45.
REVOLUCIONARIO E INTRODUCTOR DEL “YUKI”
Fusaichi Otakara fue otro de los japoneses que arribaron a México como jornaleros y terminaron convirtiéndose en pilares de la Revolución Mexicana.
Descendiente de una familia de samurai, cuyo apellido significa “gran tesoro”, llegó a tierra azteca en 1907 a la edad de 17 años.
Inició trabajando en la mina La Esperanza de Coahuila, pero al no ser el trabajo prometido tomó las vías del ferrocarril y se trasladó hasta Parras de la Fuente, en la región sur del estado.
Ahí, comenzó a laborar como cocinero en la hacienda de la familia Madero, pero al conocer sobre la revuelta y al haber sido entrenado como samurai decide unirse a la guerra.
Colaboró con Madero y con Villa y llegó a ser capitán de Caballería.
Pero en su paso por el norte, ya había iniciado una familia con Dolores Juárez, originaria de Linares, quien fue también la causante de que renunciara a la milicia.
Y es que, su esposa, preocupada por quedar viuda, le pidió que se saliera de la revolución y se dedicara a su familia.
Fue así que el nipón presentó su renuncia y se trasladó hasta Monterrey, en donde otro connacional le enseñó a hacer dulces de leche.
El comercio se convirtió en su nuevo estilo de vida, pero la abundancia llegó cuando encontró el negocio ideal para una zona tan cálida como Nuevo León: los “yukis”, como se le conoce al hielo raspado endulzado con jarabe de sabores.
De acuerdo a Ricardo Pérez Otakara, nieto del capitán y fundador de la Asociación México-Japonesa del Noreste, se cree que Fusaichi Otakara trajo por primera vez las yukeras al norte del país.
“El único lugar en donde se dice Yuki es en el norte, en el centro y sur del país se dice raspados”, enuncia con orgullo Pérez Otakara.
Como descendiente de uno de los héroes anónimos de la revolución, Ricardo explica por qué nunca se han esforzada por exigir el reconocimiento de sus ancestros en tan heroica revuelta.
En sus palabras, el perfil del japonés siempre es bajo y nunca busca reconocimiento.
“El japonés no es presuntuoso, no presume y no exagera. En general el apoyar es como mejor podemos agradecer. Nosotros nunca mencionamos nada, eso es muy japonés”, aseveró Pérez Otakara.
Para él y su familia, los festejos del 20 de noviembre pasan entre los recuerdos y las anécdotas de aquel guerrero que pasó de samurai a revolucionario.
En 1932, un medio japonés retrató sobre la revolución: “Fueron más de 100 inmigrantes que desconociendo el idioma, costumbres, leyes y la idiosincrasia mexicana, intervinieron en la batalla revolucionaria como cocineros, instructores, militares, asistentes de generales, telegrafistas”.
Y es que, por más mexicana que fue la revolución, los japoneses aderezaron las revueltas con su valentía y heroísmo en el anonimato.