Sorteando peligros en la calle y bajo las inclemencias del clima, es la forma como se ganan la vida algunos motociclistas. Ya sea repartiendo comida, dejando documentos o cobrando deudas, siempre salen con la incertidumbre de saber si regresarán con bien a casa.
Por el riesgo al que diariamente se exponen y la destreza que algunos desarrollan en su experiencia por las calles de la ciudad, hay quienes los denominan “los reyes del asfalto”.
Diariamente forman parte de historias trágicas y de supervivencia que parecen de película, pues al escucharlas pudiese pensarse que se trata de una cinta de acción.
Rafael Hernández adquirió el gusto por la motocicleta desde que era un niño, cuando veía a su hermano mayor llegar montado en el caballo de acero.
Recuerda que cuando tenía 12 años, a uno de sus amigos le compraron una minimoto, quien con tal de librarse de los golpes de otros niños fanfarrones, lo dejaba montarse en ella para que lo defendiera.
La práctica la reforzó cuando su hermano trabajaba en la refaccionaria Moderna, pues cuando acudía a echarse un baño a la casa, Rafael aprovechaba para subirse a escondidas a la moto y dar algunas vueltas en la cuadra.
Entre caídas le agarró sabor a ir montado sobre dos ruedas y sentir el viento en su cara, por eso 48 años después, aún sigue ganándose la vida a bordo de una motocicleta, con lo que ha sacado adelante a su familia.
“Formalmente empecé a los 18 años y trabajaba para una empresa que se llamaba Papelera Regiomontana.
“Desde ahí nunca trabajé en fábricas u otros empleos formales, siempre anduve en la moto, ya sea como mensajero, repartiendo tacos, hamburguesas, como cobrador de muebles, pero siempre en la moto”, recordó.
La primera motocicleta que utilizó en esa empresa fue una Islo modelo 1974, con la que -sin conocer la ciudad- se aventuró a recorrer el centro de Monterrey y su área metropolitana, allá por el año de 1985.
“Me acuerdo que me daban la ruta y como no conocía nada, me paraba con los taxistas para pedirles que me ordenaran las remisiones, así me fui aprendiendo las calles poco a poco”, rememoró.
Se dio cuenta que era un trabajo peligroso y no había nada que lo protegiera del sol, el frío o la lluvia; sin embargo, con la experiencia fue conociendo tips que lo ayudaban a mitigar las inclemencias del tiempo.
Una de las anécdotas que recuerda es que cuando trabajaba en la pizzería Cesar’s, sus jefes lo utilizaban para reemplazar a sus compañeros que chocaban, haciéndose pasar por el accidentado o el responsable.
“En César’s Pizza primero era auxiliar, como era el único con licencia, cuando ocurría un accidente me decían: ‘déjate venir de volada porque chocó un compañero en tal lugar’, llegaba al sitio del percance, escondía mi moto y me tiraba a suelo”, recordó entre risas.
A pesar de haber colaborado en los accidentes de sus compañeros, uno de los encargados trató de darle la espalda cuando sufrió su primer choque en la calle Matamoros y Emilio Carranza.
“Venía un carro saliendo de una cochera por Matamoros, me pegó con la parte trasera y fui a caer a la banqueta, como el casco salió volando me pegué en el filo del cordón.
“Fue la ambulancia, me llevó al hospital y cuando salí el gerente me dijo que la empresa no se hacía responsable de nada, no me querían pagar curaciones ni nada de eso”, platicó.
Como no obtenían respuesta, junto a su hermano decidió quitarles las llaves de las motocicletas a sus compañeros y parar la entrega de pedidos. Inmediatamente llegó el dueño del negocio y le aseguró que no sabía nada del asunto, pero que se haría cargo de todo.
Hasta hoy es fecha que Rafael se siente orgulloso de haber hecho ese paro, ya que con eso consiguieron el pago de sus curaciones, y seguro para todos los repartidores.
Rafael tuvo alrededor de cinco caídas aparatosas que afortunadamente no le causaron fracturas o lesiones que pusieran en peligro su vida; sin embargo, dos accidentes con perros de la calle, lo dejaron fuera de circulación por varios días.
“Nunca me imaginé que un perro pequeño haría que me lastimara mis rodillas. Siempre que se me acercaban aceleraba y con el ruido del motor se espantaban, pero una de esas veces no fue así.
“Se me acercó un perrito y comenzó a ladrar, aceleré como de costumbre, pero no se fue, se ensañó más; de pronto -no sé cómo- su cabeza quedó atrapada en la llanta y fui a dar al suelo, debido a eso se me reventaron los ligamentos de la rodilla”, recordó.
Tiempo después tuvo un accidente similar, en donde lamentablemente sufrió daños en la otra pierna, pero eso no lo desalentó para dejar su caballo de acero.
Inclusive el ver como un amigo rodó varios metros junto a su esposa y su hijo -quedando con severas lesiones-, tampoco le quitaron las ganas de seguir dedicándose al reparto de comida a bordo de la motocicleta.
Con los años fue adquiriendo responsabilidad, pues no niega que en principio se sentía el dueño de calles y avenidas manejando a velocidades excesivas; Ahora es diferente, pues sabe que en caso de un accidente, su familia tendría que responder.
“Este es un buen trabajo como cualquier otro, y si mezclas dos o tres ‘chambas’ te puede ir bien. Aquí se gana bien, pero aun así no dejas de vivir al día y con la incertidumbre de saber si volverás a casa”, apuntó.
La experiencia también fue creciendo y con ello las técnicas para manejar en todo tipo de terreno, o estar preparado para cuando se pierde el equilibrio y la caída es inevitable.
“Cuando está lloviendo uno no puede andar a gran velocidad, pues la lluvia mezclada con el aceite o el diesel que sueltan los camiones, es muy peligroso, al igual que un terreno polvoroso.
“En las pendientes hay que bajar de forma horizontal en medida de lo posible, y cuando uno ve que una caída es inevitable hay que soltar los manubrios, después patear la motocicleta para quedar fuera de la zona de impacto”, detalló.
Según Rafael, el título o la licencia de manejo para un motociclista es una caída y saber salir ileso de la misma, pues de lo contrario un simple derrape puede terminar en tragedia, eso es lo que le ha transmitido a más de 30 personas que ha enseñado a andar en moto.
30 minutos o gratis
Manejar una moto nunca fue tan riesgoso y divertido para Erik Leonardo Alvarado Quiroz, quien desde los 9 años aprendió a equilibrase en ese vehículo.
Fue hasta que hace ocho meses decidió ingresar a las filas de una pizzería ubicada sobre la calle Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo, en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey.
“Según recuerdo, desde los 9 años comencé a agarrar una moto que tenía mi papá. Él trabajaba de repartidor en la colonia y cuando llevaba la moto a la casa, me subía en ella.
“Primero me explicaba cómo es que funcionaba, y después me la fue soltando poco a poco”, expresó.
Al igual que Rafael, Erik coincidió en que hay que salir con mucho cuidado cuando arrecia la lluvia.
“Cuando hay lluvia usamos el impermeable y conducimos a menos de 30 kilómetros por hora en las zonas riesgosas, por lo mismo que es más resbaloso el pavimento”, aseveró.
Dijo que cuando está comenzando a caer, el agua es más peligrosa, porque se mezcla con el aceite y el pavimento se vuelve resbaladizo; en cambio cuando llueve fuerte, el pavimento se lava y la llanta tiene más agarre.
El peligro se intensifica cuando el diluvio cae en la zona centro de Monterrey y Erik tiene que entregar decenas de pizzas en los negocios y hogares circundantes a su tienda.
“Hago alrededor de 50 pedidos al día, en promedio salgo unas 10 veces por turno y en ocasiones tengo que entregar hasta siete pizzas en una salida.
“Tengo que andar con prisa y cuando llueve, eso se complica, porque el cliente no entiende razones y muchos pelean por que el producto sea gratis cuando tenemos algún retraso”, platicó.
Lo que la mayoría de las personas no saben es que los empleados tienen que pagar por los productos que dejan sin recibir dinero a cambio.
En cuestión de accidentes, hasta el momento Erik no ha tenido alguno que le ocasionara daños a la salud, pero sí grandes sustos al caer en avenidas con mucho tráfico vehicular.
“He tenido dos percances en donde se me fue de lado la moto; sin embargo, no pasó a mayores, sólo fue el resbalón y el susto.
“Lamentablemente mucha gente no valora nuestro trabajo, no saben los riesgos a los que nos exponemos con tal de llevar su pizza rápido y caliente, en ocasiones sólo quieren su pizza gratis y no saben si antes de eso nos caímos o por qué fue el retraso”, dijo.
Entre sus experiencias amargas está cuando un conductor se aferró a quererlo culpar de un golpe o raspón que no cometió.
“Hace poco llegué a un crucero, en Tapia y Cuauhtémoc, y estaba en rojo. Me puse delante de un carro y cuando cambió a verde arranqué de manera normal.
“El señor me alcanzó y me echó el carro encima porque decía que le había pegado, le habló al tránsito, al seguro y al final el oficial lo juzgó como un loco porque en ningún momento lo toqué”, recordó.
El repartidor considera que lo más peligroso para un motociclista es el pavimento mojado y los metales en el suelo, como las tapas de registros o las láminas de acero que en ocasiones colocan para tapar zanjas.
“Hace unos meses estaba lloviendo bastante por el área de Escobedo y pasé por unas vías, en eso la moto se me fue de lado, (pues) aunque pasé de lado, la llanta se resbaló”, dijo.
A Erik le ha tocado ver múltiples accidentes andando en la calle; gente volando al salir proyectados de sus autos o incluso atropellamientos en plenos cruceros.
“También me ha tocado ver cuando atropellan a otros motociclistas y la gente se va, tal vez piensan que no valemos nada y nos dejan a la suerte”, acentuó.
Sabe que en cualquier momento podría ser él quien esté tirado en el suelo esperando recibir atención médica, por eso no dudó en exhortar a los automovilistas a que sean cordiales con todos los motociclistas, sin importar si son repartidores o conductores de una gran moto deportiva.