Por Arturo Ortega Morán
“Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal”.
Porfirio Barba Jacob
Fragmento de Canción de la vida profunda
En 1918, Monterrey, como el resto del país, aún se estremecía por los estertores de la Revolución Mexicana. La efervescencia política en el Estado llegaba a su punto álgido por la proximidad de la elección de un nuevo gobernador. Nicéforo Zambrano, gobernador en turno, sostenía una aguerrida pugna contra Juan M. García, en ese entonces presidente municipal de Monterrey. García controlaba el diario El Progreso que, sin piedad, lanzaba fuertes ataques contra don Nicéforo y su grupo.
¿Casualidad? Quién sabe, el caso es que justo en ese año volvió a Monterrey Ricardo Arenales, poeta colombiano a quien algunos llamaron el poeta de los tres nombres, porque en realidad se llamaba Miguel Ángel Osorio y en sus últimos años decidió llamarse Porfirio Barba Jacob. Aunque se sabe que también firmó algunos poemas como Main Ximénez, pero la aritmética nunca ha condicionado a la literatura.
Años atrás, entre 1908 y 1910, Arenales ya había tenido estancia en tierras regias, en ese entonces escribió en El Espectador y dirigió la exitosa Revista Contemporánea, en la que tuvo la colaboración de plumas de gran prestigio como Alfonso Reyes y Celedonio Junco de la Vega. Aquella aventura terminó cuando, al escribir artículos contra políticos porfiristas, fue encarcelado por seis meses y, al ser liberado, optó por abandonar la ciudad.
A principios de diciembre de 1918, el grupo que apoyaba al gobernador Nicéforo Zambrano, encabezado por don Juan Treviño, aprovechó el regreso de Arenales y le propuso la creación de un periódico que lo apoyara en la lucha política que enfrentaba. Se hizo “la cooperacha”, en la que la participación mayor fue del mismo gobernador, y con un anticipo de $1,500.00 a Arenales y un capital de $12,000.00, se arrancó el proyecto.
Muy a su estilo, Arenales inició con calma las actividades. Encontró en la imprenta de don Jesús Cantú el lugar adecuado para que se imprimiera el nuevo diario, acuñó el lema “Verdad, justicia y belleza” e invitó como editorialista a su antiguo compañero de aventuras literarias don Celedonio Junco de la Vega, que aceptó con la condición de no meterse en “pleitos políticos”, porque estaba convencido de tener “mala mano” para esas cosas y ya eran muchas las frustraciones experimentadas en ese terreno.
Desde luego, Arenales escogió el nombre para el naciente periódico: El Porvenir que, hay que decirlo, no era nada original. Desde el siglo XIX en toda América y España, abundan diarios que han llevado este nombre. No obstante, es de anotar que en una de las biografías consultadas se menciona que antes Arenales había colaborado en un efímero periódico capitalino que apoyaba a Bernardo Reyes en su intención de tomar la presidencia del país, y que se llamó justo así: El Porvenir. Muy conocido es que, en su momento, el poeta recibió gran apoyo del General Bernardo Reyes y contó con la amistad y admiración de su hijo Alfonso. ¿Influiría este hecho en la elección del nombre?… es muy probable que sí.
El plan era publicar el primer ejemplar de El Porvenir a mediados de febrero de 1919, pero los accionistas, impacientes, contaban los días para ver el fruto de su inversión, así que presionaron para que el periódico adelantara su nacimiento, y fue el viernes 31 de enero de 1919 cuando El Porvenir circuló por primera vez en las calles de Monterrey.
No pasó mucho tiempo para que se manifestara el propósito para el que había nacido el periódico y, aunque Arenales nunca lo reconoció, en pocos días se enfrascó en una lucha periodística que apuntaba baterías hacia el alcalde don Juan M. García.
No obstante el ímpetu con el que nació, en sus primeros días apenas y se distribuían de 600 a 800 ejemplares de El Porvenir, muy por debajo de las expectativas de Arenales que, desesperado e incongruente con su lema “verdad, justicia y belleza”, usó sus dotes de escritor y se inventó algunas historias, buscando despertar el interés de los lectores.
LOS HERMANOS DE CAÍN
En la edición del 7 de febrero de 1919, en primera plana apareció el titular: “Respetables personas de Monterrey están amenazadas por una siniestra y misteriosa cuadrilla de facinerosos”. Se hablaba de anónimos que recibieron algunos ciudadanos, entre ellos mencionaba a Diódoro de los Santos. Las amenazas las firmaba un enigmático grupo que se autodenominaba “Los hermanos de Caín” y, junto a este nombre, aparecían dibujos de una bomba de dinamita y de un puñal antiguo. Sin duda, un toque de misterio muy inquietante que despertó la curiosidad de la población.
En números posteriores, se publicó un facsímil de uno de los anónimos y se habló de un tiroteo entre policías y la siniestra banda, asegurándose que ya no había nada que temer porque todo estaba bajo control. Hubiera sido imposible saber de la falsedad de la historia, a no ser porque don Federico Gómez, que en ese entonces era el jefe de redacción de El Porvenir, veinticinco años después contaría los pormenores de este episodio.
UNA SORPRESA DE NOVELA
El 6 de marzo apareció en primera plana: “Busque usted nuestro número del próximo sábado, le daremos la más grata sorpresa que periódico alguno de Monterrey haya dado jamás a sus lectores”. Contaría después don Federico Gómez que el plan era rifar regalos entre los suscriptores, pero El Progreso, feroz competidor, les comió el mandado y al día siguiente anunció una promoción similar. De modo que, cuando llegó el 9 de marzo, Arenales cambió la jugada y anunció algo en lo que nadie le podría competir: la publicación de una novela exclusiva para los lectores del diario. La llamó La guerra de las razas en el año 1977, trataba de una gran guerra entre la raza amarilla (China y Japón) contra los pueblos de raza blanca, entre los que incluía a México. Es de anotar este encabezado: “Como pulverizadas por la mano de Dios, las montañas se derrumbarán por una simple combinación de la química…”. En la presentación de la novela, Arenales hablaba de las armas que se usarían en esa guerra y de la gran destrucción que se lograría si tan sólo se pudiera desintegrar un granito de materia. Hecho notable, ya que lo escribió en 1919, veintiséis años antes de que explotara la primera bomba atómica.
El domingo 16 de marzo apareció el primer capítulo de la novela, y el 4 de abril se publicó el capítulo XV, que terminó con un “Continuará…” que nunca llegó. Los lectores tuvieron que tragarse su curiosidad por saber el desenlace de la historia… esa fue la verdadera sorpresa.
LA OFRENDA DE IXAERE
Los primeros días de El Porvenir fueron de Arenales. Aunque cumplía con su compromiso de contraatacar al alcalde Juan M. García y a su diario, nunca reconoció que defendía los intereses de un grupo político. Es más, desde el segundo número del diario plasmó su idea de lo que debería ser el periodismo al servicio de los poderosos, mediante una parábola a la que tituló La ofrenda de Ixaere. A grandes rasgos, hablaba de Uxam, un anciano rey persa que no quería morir sin conocer la verdad suprema. Mandó a los sabios del reino en busca de ella so pena de morir degollados si fallaban. Al final, sólo dos de ellos regresaron asegurando haberla encontrado. Uno de ellos, Sogdo, se presentó temeroso y se acercó de rodillas ante el monarca. Al mismo tiempo, Ixaere, entró de pie al palacio viendo al rey de frente. Uxam tuvo que decidir a quién escucharía y dirigiéndose a Ixaere le dijo “¡Habla!”. La reina le preguntó el porqué de la decisión, a lo que el monarca respondió: “Es que éste viene de pie”.
Remató la parábola escribiendo: “Sirva la vieja leyenda persa para explicar de qué modo deben los escritores y periodistas servir al gobierno. Ellos poseen una partícula del gran tesoro espiritual, porque poseen una partícula de amor; más no deben de ofrecerla con alma cobarde, sino con la dignidad de quien sabe que los mandatarios son efímeros, en tanto que la verdad es inmutable y perenne”.
ARENALES DICE: “¡ME VOY!”
El poeta no la tenía fácil. Aparte de tener que preparar la edición diaria, escribía la novela que ofreció a sus lectores y, por supuesto, enfrentaba la lucha política a la que se había comprometido, sólo que la quería hacer a su modo. Los opositores lanzaban ataques directos contra él acusándolo de ser un títere. Del otro lado, los que le pagaban exigían un contraataque más agresivo. En la publicación del 4 de marzo, reiteró que la postura del periódico era la suya propia y si esto dejara de ser así, entonces no tendría motivo para continuar. Así lo escribió: “Sacudiré las alas como el pájaro libre y acordándome de quién soy, y de cuán amplio y fácil es para mí el mundo, acudiré a las dos palabras mágicas en que residen mi independencia y mi poder: ¡me voy!”.
¡Y se fue! No pasó mucho tiempo para que esto sucediera. En los primeros días de abril, el grupo del gobernador Nicéforo Zambrano lo presionó para que publicara un agresivo y burdo ataque contra Juan M. García. Arenales los desafió diciéndoles: “En el Porvenir no se publican esas cosas. Si quieren impriman en hojas sueltas, pero en el periódico no”. ¡Ardió Troya! Los inversionistas hicieron su rabieta y Arenales, consciente de que ya no había nada que hacer, desplegó sus alas y voló escoltado por un trío de trovadores colombianos que casualmente en esos días se presentaron en Monterrey.
Fue hasta la edición del 28 de abril de 1919 cuando se anunció en El Porvenir el retiro de Arenales como director y propietario de este periódico, aduciendo razones de salud. El periódico que por estas circunstancias parecía condenado a temprana muerte, fue dado en pago por adeudos pendientes al entonces impresor don Jesús Cantú, que tuvo el gran mérito de darle una larga y relevante historia que aún hoy, aunque venida a menos, se sigue escribiendo.
Así fueron los primeros días de El Porvenir, poco más de dos meses en que su historia y la del poeta de los tres nombres… fue la misma.