Las principales avenidas de la zona metropolitana están llenas de vendedores de crucero que ofrecen flores, juguetes o chicles, pero a diferencia de ellos existen otros con un sello muy especial: son los menonitas.
Ellos provienen de la comunidad de la Honda Mielosa, perteneciente al municipio de Miguel Auza, Zacatecas. Actualmente hay cinco que tienen en promedio seis años de venir a realizar sus ventas.
Originalmente la llegada de los menonitas al país fue en 1922; venían huyendo de Alemania que buscaba incorporarlos a sus filas castrenses durante la Primera Guerra Mundial.
Primero llegaron a Canadá, pero al poco tiempo el gobierno quería que se enlistaran en el ejército; posteriormente se refugiaron en Cuauhtémoc, Chihuahua, y finalmente encontraron un espacio en Zacatecas.
Susana Woelke Peters es una mujer menonita que se ubica de martes a sábado a partir de las ocho de la mañana sobre la avenida Simón Bolívar y Madero, con vestido largo, huaraches, calcetas y un sombrero que la protege de los rayos solares; su especialidad es la venta de galletas de miel.
“Les digo a los de los carros que son galletas de miel, para que las prueggben (sic) y disfruten su sabor porque están muy ricas y sí, sí nos ha ido muy bien, nos han comprado mucho”, dice con su acento europeo.
“Las galletas están hechas de avena de trigo y miel, son hechas en horno. Donde vivimos en cada casa saben hacer galletas, panes y salen a vender fuera, nosotros hemos vendido en muchas partes, Sonora, Durango, Torreón, Matamoros, Veracruz, en varios estados”, dijo la mujer de piel blanca y ojos claros.
Durante una jornada de 12 horas, la memonita recorre una y otra vez un tramo aproximado a los 11 metros sobre la avenida Simón Bolivar, ofreciendo sus productos mientras el semáforo de la otra arteria está en verde; cuando éste cambia, simplemente se queda parada enmedio de ambas avenidas, hasta esperar el cambio y nuevamente inicia el recorrido.
“El tiempo ya está contado; el sol pues está fuerte, pero se acostumbra uno, ya estoy acostumbrada y ahí andamos”, dijo.
A su paso se encuentra de todo, hay personas que le hacen gesto y no le compran; sin embargo, la suerte cambia cuando otro automovilista le compra no sólo una bolsa de galletas, sino hasta cuatro.
“Son amables, otras veces no tanto, pero cuando me compran siempre son más de una bolsita, las ventas son distintas, vendo al día de 80, 70, 100 bolsitas ¡he vendido hasta 200!”, dijo sorprendida.
Caso contrario a Pedro Giesbrecht, quien tiene 18 años de edad y vende poco más de 25 paquetes al día, ya que tiene un mes y medio de haber llegado a Monterrey y habla muy poco español.
Mientras limpia el sudor de su frente, Susana comenta que cada paquete tiene un costo de 20 pesos y por cada bolsita que vende sus patrones le dan cinco pesos, y la comida es gratis.
“Nos pagan la comida, no tenemos un lugar en especial dónde comer, a veces compramos una torta y en la parada del camión comemos”, dijo.
La menonita estudió hasta los 12 años, pues es costumbre de su raza; cuando dejó de hacerlo se dedicó a vender galletas en el Estado de Chihuahua y en “vacaciones” se dedicaba a ayudarle a su padre a construir casas o trabajar las tierras donde sembraban maíz, trigo, avena y frijol.
“Como es una costumbre de allá, estudiar hasta los 12 años, para que sepas leer y escribir y de ahí lo que digan los papás, que les ayudes a trabajar.
“De los 12 a los 15 vamos a la siembra de las tierras, y luego hasta los 17 años le ayudaba a mi papá a construir casas, pintarlas y así nos ganábamos la vida”, dijo.
Actualmente tiene 20 años y hace tres que contrajo matrimonio y nuevamente se dedicó a la venta de galletas.
Sus patrones, explica, son los hermanos de su esposo, Enrique Neufeld, quienes le pagan cinco pesos por cada paquete que venda, cada uno con seis galletas.
Con su vestido color púrpura que termina abajo de la rodilla, la menonita comenta que en ocasiones los automovilistas se quieren pasar de listos, ya que le proponen matrimonio, pero ella les dice que no se puede, porque ya tiene dueño.
“Tengo dos años en Monterrey y he estado en diferentes cruceros como Gonzalitos, Garza Sada; mi crucero favorito es Bolívar, si hay quienes preguntan si quiere casarse uno con ellos o me invitan a salir, que si quiero ser su novia, pero siempre les digo que no, que ya tengo mi marido (risas), hacen propuestas, pero también ya tenemos muchos amigos”, mencionó Sandra quien es de complexión delgada.
Los menonitas no acostumbran celebrar cumpleaños, no hay pastel ni regalos.
“Así son allá, es como la gente de antes que no hacía nada, somos muy tradicionalistas”, dijo.
Además asegura que trabajar en Monterrey vale la pena, porque en Zacatecas el trabajo es mal pagado.
“Por ejemplo allá a las mujeres les pagan muy poquito y aquí le ayudo a mi marido para ganar más; mira cuando nos casamos no teníamos nada y luego, luego nos salimos a vender y así tenemos para construir una casa”, explicó.
Por lo pronto Susana se encuentra feliz en la ciudad aunque haga calor o frío dice que es fuerte y lo mejor es que trabaja con su esposo, tiene para vivir y va conociendo otras ciudades.
CON VENTA DE QUESO
CONSTRUYEN SU VIVIENDA
Enrique tiene 23 años de edad y labora en el mismo crucero, pero su especialidad es la venta del queso menonita, producto que le ayudará a terminar su vivienda en Zacatecas.
“Ahorita estamos viviendo con mis papás, pero ya estamos empezando ha hacer nuestra casita y cada semana lo que ganamos lo dejamos ahí, para construirla; hijos todavía no tenemos porque hay que construir el hogar primero”, comentó.
Al cuestionarles si sus hijos tendrían que estudiar sólo hasta los 12 años como es la costumbre, señalaron que sí, pues de lo contrario tendrían que salirse de la comunidad.
“Así tiene que ser, si rompes con la costumbre tendrías que salirte, es algo que debemos de hacer, respetar lo que hacen en la comunidad, aquí no hay divorcios, están terminantemente prohibidos, no podemos ir a bailes, sólo cantamos en la iglesia”, mencionó Enrique.
Comentó que su meta es vender mucho, por lo cual diariamente pone empeño en vender hasta 60 quesos.
Mientras sacaba una barra de queso de la hielera, Enrique comentó que cada crucero es elegido por ellos mismos, según las ventas y si “jala” bien se quedan.
“La gente sí compra mucho, si nos gusta otro crucero nos podemos mover, pero estamos más seguros si estamos juntos, tenemos que trabajar todo el día ´pa que convenga”, dijo el menonita de piel blanca y ojos azules.
El queso menonita también es conocido como queso Chihuahua y es de color amari-llo. Los menonitas tienen como hogar un hotel cerca de la central de autobuses, ahí refrigeran sus quesos y posteriormente los introducen en hilereras para venderlos en los cruceros a donde se trasladan en una camioneta -de modelo anitiguo-, siendo ésta la misma que usan cuando vienen de Zacatecas y en ella cargan mil paquetes de galletas y en ocasiones hasta 600 barras de queso.
Durante los ratos libres salen a pasear al centro de Monterrey.
“Como venimos de lejos trabajamos todo el día ´pa que convenga, si nos quedan ratos libres hay que ir a dar la vuelta.
“Por un tiempo más nos vamos a quedar aquí y después quizá nos vayamos a Obregón, Sonora. En total somos alrededor de 10 grupos de cinco personas los que salen a vender, los quesos están hechos de la leche de las vacas que andan en los campos, todos tienen estos animales, siembran y hay fábricas grandes de quesos”, dijo.
El queso que vende es de barra y tiene un costo de 150 pesos y la mitad a 80.
“Este lo fabricamos nosotros, no le damos a los patrones, con las galletas sí”, dijo.
Con su overol bien puesto y una camisa roja a cuadros, el menonita explicó que en su comunidad hay un promedio de 6 mil habitantes y se les permite casarse a partir de los 17 años, además la mayoría de las personas hablan alemán, y los hombres hablan más el español.
Desde muy pequeños se les enseña a no dar manifestaciones de lucimiento de bienes materiales, sino que se les educa para imitar a los pobres, siguen siendo conservadores en algunos aspectos y en otros no tanto, por ejemplo, Enrique usa celular para comunicarse con los otros compañeros y dice que con el tiempo tienen que irse adaptando a algunos cambios que los beneficien.
En cuanto a su religión, es parecida a la cristiana, ya que no creen en los santos, pero durante Semana Santa no acostumbran a comer carne roja, y en los hogares predo-minan los colores rojos y amarillos, además los matrimonios siempre tienen un promedio de 10 hijos.
Enrique aseguró que una costumbre que tienen es que comen animales que tengan las pesuñas abiertas, tal como el cerdo y cabritos; asimismo comentó que un platillo tradicional en su tierra es la sopa de masa, la cual es un caldo de masa con trozos de pollo.
Los menonitas regresan a Zacatecas los sábados en la noche y el martes están de nuevo en la ciudad, dicen que el domingo para ellos es sagrado por lo cual no trabajan, sino que acuden a misa y a visitar familiares.
Con los rayos solares aún se refleja más el vivo color de cabello dorado y los ojos azules de Enrique, mientras que los automovilistas pasan asombrados de verlos, ya que son poco comunes por estas tierras.
Para Enrique el pertenecer a la comunidad menonita no es ningún obstáculo para ejercer su trabajo, por el contrario, esto lo motiva para que en un futuro más generaciones salgan de su pueblo a vender los productos que tanto los caracterizan.
COMPARTEN EL CRUCERO
CON LOS MENONITAS
En el mismo crucero se encuentra don Andrés Bocardo, quien tiene 82 años de edad y lleva más de tres meses trabajando en la venta de mandarinas, nuez y chicles.
El habitante de la colonia Fomerrey 24, en Monterrey, asegura que la convivencia es pacífica y así ha podido conocer más de las costumbres de los menonitas, a quien señala que viven como en tiempos de antaño por la vestimenta que usan y su forma de pensar.
“Son buenas gentes, andan haciendo su luchita, yo casi no vendo”, mencionó.
A diferencia de los menonitas, don Andrés tiene poca venta y se encuentra en el crucero de la avenida Madero de 10 de la mañana a 3 de la tarde, pues dice que sus años ya le pesan en la espalda, pero tiene que buscar el sustento diario, no tiene seguro porque en sus años de juventud se dedicó a trabajar en la obra.
“Tuve cinco hijos, ahora ya casados y yo ya no aguanto más, todos los que estamos aquí es porque de verdad necesitamos trabajar”, dijo.
Por su parte Jaime Valdivia, otro vendedor de crucero, originario del Estado de Puebla, tiene dos años trabajando en el mismo sitio vendiendo juguetes a 60 pesos cada uno; él comenta que los menonitas sólo se enfocan a sus ventas.
“Se batalla para vender, pero ellos andan haciendo su lucha, platicamos poco, tienen sus propias costumbres y son muy serios, en ocasiones nos sentamos a comer algunos tacos o preguntamos si traen cambio, pero es poca la relación, uno de ellos no entiende muy bien el español”, dijo.
A diferencia de los menonitas, el tono de piel del señor Jaime no es blanco ni aperlado, sino moreno, por los fuertes rayos del sol que tiene que soportar.
Y así como don Andrés, las ventas para el señor Jaime también son pocas, ya que sólo vende al día dos o tres juguetes.
“Mis respetos para los compañeros, ellos venden más, los quesos y galletas; todos merecemos respeto, sin importar de qué estado vengan”, concluyó.
Las costumbres y tradiciones son muchas, pero es aún más la necesidad para salir adelante y por eso los menonitas dejan su tierra para conseguir en otras, el sustento para mantener a sus familias.