Después de que en Chiapas le negaron los documentos para estar legalmente en México, Héctor Milla tenía un día para abandonar el país; sin embargo, decidió buscar mejor suerte trasladándose al norte de la República, donde inició un nuevo trámite para que le den refugio.
Hace casi un año salió del departamento de Yoro en Honduras en busca de una mejor calidad de vida. Héctor Milla, de 24 años, dejó a su hija, familia y amigos con tal de hacer su sueño realidad. El destino, una ciudad próspera, lo encontró en Monterrey.
Entre caminos accidentados, los oxidados vagones de La Bestia (como llaman al tren) y -en algunas ocasiones- autobuses, fue como Héctor llegó hasta la Sultana del Norte para encontrar un futuro más prometedor que el que le ofrecía su tierra natal.
La delincuencia que impera en su país, la apatía de sus gobernantes, la falta de apoyo a las comunidades, así como la falta de oportunidades para tener una vida digna, hizo que Héctor decidiera dejar la región que lo vio nacer y crecer.
Como muchos otros hondureños, Héctor sólo terminó la primaria para después comenzar a trabajar y así poder llevar unos cuantos pesos para el alimento en su hogar.
La situación se volvió cada vez más crítica y atrás quedaron los buenos tiempos, ahora hasta un corte de pelo hace la diferencia entre la vida y la muerte, aseguró Héctor, el refugiado.
A pesar de la violencia que se vive actualmente en Monterrey y el área metropolitana, Héctor considera que esta región de México es más sana que su natal Yoro, en donde no pueden ni vestir un tipo de ropa, porque eso los puede identificar con algún grupo criminal o bien, hacerlos blanco de la delincuencia.
“Monterrey es más sano que mi país, allá no puedes usar modas que no estén permitidas, para todo se tiene que tener un gran cuidado porque hasta un corte de pelo te puede identificar con una pandilla, está bien cabrón”, expresó.
Lo más difícil no es adaptarse a costumbres nuevas o tolerar el racismo de algunos mexicanos, sino acostumbrarse a la soledad, alejado de su hija Nataly, padres, hermanos y amigos.
“Salir de tu país, abandonar todo lo que tienes es muy duro, pero lo más difícil es estar lejos de la familia. Lo de las costumbres casi no me pega, me estoy adaptando rápido”, contó.
Hace ya casi un año que Héctor salió en busca de un sueño que primero buscó en el estado de Chiapas, donde permaneció por casi seis meses trabajando en lo que podía.
Durante su estadía en esa región comenzó los trámites para adquirir los documentos que le permitieran estar en el país, pero después de su diario peregrinar, se los negaron.
“Me dijeron que tenía un día para abandonar el país, pero como la vida en Honduras es muy dura, no me quise regresar, preferí irme a la Ciudad de México, en donde estuve sólo unos días”, platicó.
Ya en la capital del territorio mexicano Héctor vivió lo que es el racismo y la discriminación en todo su esplendor, es por eso que decidió ponerse en contacto con algunos familiares que radican en Monterrey y probar suerte en la Sultana del Norte.
“En la ciudad de México sufrí muchas humillaciones y se aprovechaban de mi condición de indocumentado para hacerme trabajar sólo por comida, por eso nada más aguanté dos meses”, recordó.
Fue así como llegó a la ciudad de Monterrey, que con todo y la situación de violencia que se vive actualmente, Héctor ve como una región mucho más sana que cualquiera de Honduras.
“A la mayoría de las personas les gustaría salir del país, pero no creas que es fácil, uno tiene que pasar por muchas situaciones y no todos se atreven a correr esos riesgos”, expresó.
Sin embargo, por la juventud y la fuerza que posee, Héctor decidió abandonar su cultura y exponerse a los mayores peligros del -en ocasiones- mortífero viaje por el territorio mexicano.
“Nosotros estamos jóvenes, fuertes para trabajar y pienso que aquí voy a tener un buen futuro.
“Espero que próximamente me den los papeles y así poder traerme a mi niña. Mientras tanto, tengo que seguir echándole ganas y trabajar muy duro”, dijo.
Cuando siente que el día no va bien, una llamada breve a sus padres para saber cómo está su pequeña Nataly, es lo que le da las fuerzas para seguir adelante y aguantar lo que sea.
“Cuando hablo con ellos les cuento de mi vida y ellos por su parte me dan recomendaciones.
“No se preocupan tanto porque saben que soy un hombre de bien al que le gusta trabajar, creo que con eso ya la llevo de ganar en una ciudad donde no conozco a nadie”, platicó.
Para Héctor, el haber terminado solamente la primaria no es sinónimo de pobreza, pues aseguró que el éxito de las personas se basa en las cualidades y las ganas de trabajar que cada uno pueda poseer.
“No sólo con estudios puedes triunfar, puedes hacerlo trabajando duro, puedes aprender un oficio, emprender un negocio, hay muchas formas y creo que aquí en Monterrey me tiene que ir bien”, precisó.
Cuando puede, les manda unos cuantos pesos a sus padres, Ismael y Miriam, para que puedan pasarla un poco mejor ante la crisis que viven en su tierra, en donde la canasta básica para la alimentación se encuentra por los cielos.
“Es muy duro vivir en Honduras, ahí las leyes no te ayudan, no hay empleo, y los que tienen no completan porque la canasta básica está por las nubes y el sueldo es muy poco. Por eso uno decide migrar a otros países y buscar una mejor vida”, dijo.
En Monterrey labora en una fonda de comida centroamericana de 8:00 a 19:00 horas, ahí pasa la mayor parte de su día atendiendo llamadas y administrando el negocio.
El estar en ese lugar le permite no extrañar tanto la gastronomía de su país, pues aunque se encuentra a cientos de kilómetros, ahí puede disfrutar de un delicioso pollo con tajada.
“Cuando llegué a Monterrey contacté al señor que ahora es mi jefe y me dijo que si queríamos poner un negocio y nosotros le ayudábamos.
“Le dije que sí me gustaría y así empezamos, pusimos el negocio y me quedé a vivir aquí”, recordó.
Héctor trabaja duramente durante los siete días de la semana, y solamente los miércoles puede acudir al Instituto Nacional de Migración para dar seguimiento a su solicitud de refugiado.
Aunque se encuentra lejos de su familia, no le gustaría regresar a Yoro, pues prefiere vivir en la soledad que en la miseria.
“Está bien cabrón allá y la verdad no quiero regresar al Honduras, lo haría sólo para visitar a mi familia y después regresar aquí, pero cuando mi situación esté en regla”, expresó.
Su anhelo es permanecer en México y poder traer consigo a su hija, después no descartaría casarse y formar una familia.
“Monterrey es muy bonito, ya me estoy adaptando. Sólo vengo a trabajar, no vengo a buscar problemas y mucho menos vengo a delinquir, siempre me la paso de la casa al trabajo”, apuntó.
Aunque reconoció que hay quienes vienen a delinquir a territorio mexicano, dijo que la mayoría quiere buscar una vida mejor lejos de las penurias y la violencia.
“Me gustaría decirle a mis paisanos que vienen a hacer desmadre, que piensen en su futuro y su familia y no sólo eso, sino también en ellos mismos, porque la vida de calle no es buena.
“Lo mejor es trabajar, echarle ganas, tener un empleo digno en donde sepas que nadie te va a discriminar o nadie va a hablar mal de ti”, externó.
Bajo la protección de un médico (dueño de la fonda) y la voluntad de Dios, es como Héctor pasa sus días en la Sultana del Norte a la espera de que el INM le otorgue una visa y así poder reunirse con su hija.