En Brasil las favelas son asentamientos irregulares reconocidos por ser barrios bravos, donde regularmente impera la delincuencia. En Monterrey y el área metropolitana también hay ese tipo de asentamientos, donde la gente lucha… pero por sobrevivir.
Son barrios humildes pero bravos, donde no cualquiera se atreve a recorrer sus callejones; son colonias populares que albergan cientos de casas, que con el paso de los años y el esfuerzo de sus habitantes, fueron tomando forma en medio de cañones y terrenos pedregosos y, sin embargo, no existen casas en todo Nuevo León que hayan sido construidas con tanto amor.
Se trata de colonias como La Campana, San Ángel Sur, Sierra Ventana, La Risca, Fomerrey 45, Revolución Proletaria y Tanques de Guadalupe, entre otras, donde los gobernantes sólo llegan cada tres o seis años a pedir el voto de la gente que tiene olvidada.
Para llegar a la cima de La Campana Sector 3, uno tiene que subir 478 escalones de una pendiente muy pronunciada, misma que se aligera con algunos descansos.
Sin embargo, para llegar hasta la Santa Cruz de ese sector, las personas tienen que serpentear por veredas que rodean cañones y barrancos, con la inevitable incertidumbre -si es que no son de esa zona- de saber si saldrán ilesos.
Leopoldo Leal Ávalos, mejor conocido como Don Polo, es un guía social -nombrado así por el municipio de Monterrey- que lleva viviendo en La Campana más de 50 años.
Recuerda que cuando llegó a esa colonia, llamada así por estar en las faldas del Cerro de La Campana, los callejones apenas tomaban forma entre los tejabanes, y las escalinatas eran hechas con la piedra laja que los colonos iban desechando al emparejar sus terrenos.
La construcción de todo lo que ahora pueden apreciar las personas desde Lázaro Cárdenas, Río Nazas o Garza Sada, se realizó con mucho esfuerzo físico, pues la arena, cemento y varillas para edificar las viviendas tenían que ser acarreadas en botes sobre el hombro y, en el mejor de los casos, sobre un burro.
“Aquí no teníamos nada, no había luz, agua y mucho menos drenaje, los primeros sanitarios los construíamos sobre un pozo, luego le echábamos una placa y ahí dejábamos un agujero con un redondel.
“Todo lo que se construyera en esta parte tenía que ser a base de mucho sacrificio, los materiales los acarreábamos nosotros y en veces les pagábamos una caguama a los chavos para que nos ayudaran o al menos no rompieran los bloques”, recordó.
Don Polo colocaba dos botes en los extremos de un palo y los llenaba con arena para fatigarse menos; sus hijos lo ayudaban con pequeñas tinas, pero a lo largo del camino iban dejando puños cada vez que se caían.
“Te puedo asegurar que estas casas están hechas con más amor que ninguna otra, nomás de recordar que mis hijos se rasparon las rodillas ayudándome en el acarreo, me resulta imposible pensar algún día dejar este terruño”, aseguró.
Debido a que esos barrios fueron levantados sin planificación, es común que carezcan de plazas o lugares públicos en donde los niños puedan tener un momento de recreo.
“No había placitas, escuelas o lugares donde nuestros hijos pudieran pasar el rato, ellos se tenían que trasladar a otros rincones -en la parte baja- para ir a estudiar”, dijo.
Con el paso de los años y con la presión de los padres de familia, lograron que en la calle Mina, a unos metros de la Novena, se construyera -al menos- un jardín de niños que ahora disfrutan sus nietos.
Recordó que hace 40 años, los juguetes de los niños de “la campa” –como sus habitantes llaman al sector- consistían en botes de cloro y un globo, que con ingenio se convertían en “tirabolitas”; también construían huilas (o papalotes) con palos y bolsas de plástico.
“Nosotros la sufrimos mucho y todavía…este es un barrio bravo donde crecimos entre peleas callejeras y pandillas, hubo quienes salieron adelante de una u otra manera, pero nunca faltaron los viciosos y esquineros”, platicó.
Y es que al ser una colonia irregular y con difícil acceso, las autoridades la mantuvieron en total olvido por muchos años. Inclusive en la actualidad, en la parte más alta de La Campana no ingresa la Policía.
Don Polo rememoró que durante la crisis de inseguridad que se vivió entre el 2007 y 2013, La Campana fue un terreno disputado por los carteles de la droga, los que contrataban a decenas de vigilantes, quienes se ubicaban en cada esquina, dispuestos a matar a quienes se interpusiera en su camino.
“Aquí venían por los muchachos que se juntaban en las esquinas y los obligaban a trabajar para ellos; los que se negaban terminaban muertos y en caso de correr con mucha suerte los ‘tableaban’ y los dejaban en el campo.
“Mi hermano, que no vive aquí, me insistía que me saliera de la casa, pero yo le preguntaba que a dónde me iba a ir y ya no me decía nada”, contó.
Sin tener más opciones de vivienda, Don Polo, como el resto de los habitantes de La Campana, tuvieron que sobrevivir a la guerra contra el narcotráfico que el entonces presidente Felipe Calderón emprendió durante su sexenio y que ha continuado.
Primero tuvo que soportar ver a sus hijos crecer entre conflictos de pandillas y, después, a sus nietos entre la guerra del narco que se llevó a muchos inocentes, por lo que ahora agradece a Dios haber cuidado a su familia.
“Si uno trabaja bien no debe tener temor de que le vayan a hacer algo, gracias a Dios siempre he trabajado honestamente y no me meto con ningún vecino”, precisó.
Aunque recientemente el municipio de Monterrey otorgó más de ocho millones de pesos para la construcción de unas escalinatas, en un recorrido por las veredas del cerro Don Polo mostró lo que aún falta en el barrio para ver si las autoridades hacen algo al respecto.
Durante el recorrido por esos caminos, Hora Cero pudo constatar la gran necesidad y las malas condiciones en que aún viven algunas personas.
En unos departamentos abandonados, que según Don Polo construyó el exgobernador Sócrates Rizzo por solicitud de las lideresas Carlota Vargas y Martha Caballero, hay toneladas de basura que son un foco de infección para los habitantes.
Sin embargo, el guía social asegura que eso es porque no todas las personas quieren aportar al mejoramiento de la colonia.
“Lamentablemente somos muy cochinos, es cierto que los camiones de basura no llegan hasta arriba, pero no nos cuesta nada bajar en las mañanas con las bolsas de basura y dejarlas en el campo”, recriminó.
Ahora Don Polo y algunos otros vecinos tienen la esperanza de que el gobierno les ayude con la pavimentación de los callejones Santa Isabel y Los Reyes, para así tener un mejor acceso a sus viviendas y terminar con el problema de la basura.
“La calle San Salvador nos la pavimentó ‘Maderito’, y eso nos ayudó en gran medida porque pudimos subir los carros y ya no nos pesa tanto ir al mandado, pero queremos que nos ayuden a arreglar otros callejones”, comentó.
Casi llegando a la cima, las condiciones de los habitantes aún son muy precarias, pues el servicio eléctrico todavía se proporciona a través de medidores colectivos, lo mismo que la repartición del agua.
De hecho, cualquier visitante quedaría sorprendido por las telarañas de cables y mangueras que se distribuyen por los caminos hasta llegar a los tejabanes y que ponen en riesgo a quienes habitan en ellos.
Lo envidiable de vivir en esas zonas es la esplendorosa panorámica hacia todos los puntos del área metropolitana de Monterrey. Desde La Campana se aprecia lo majestuoso de San Pedro hasta casi el último rincón de Guadalupe.
En verano, cuando la temperatura sobrepasa los 40 centígrados, en esos barrios altos de la metrópoli el calor no es tan sofocante, pues la vegetación y la altura ayudan a mitigar el asfixiante calor.
Pero…
Si de frío se trata, quienes más sufren por las bajas temperaturas son las familias que habitan en este lugar, sobre todo quienes viven en condiciones precarias.
Don Polo aseguró que así como en verano es más fresco por estar en la cima de La Campana, cuando el termómetro marca los cero grados centígrados en el centro de la ciudad, su barrio casi llega a los menos cinco grados centígrados, haciendo que sientan el invierno más intenso que el del resto de la población.
La situación se agrava cuando las viviendas están construidas de lámina o cartón, pues con lo fríos que son esos materiales y la gran cantidad de agujeros que pueden tener, el gélido aire se cuela sin compasión.
“Es muy raro que alguien tenga un ministplit en esta parte, aquí el frío nos lo quitamos con brasas, con la estufa y unas cuantas y muy buenas cobijas”, detalló.
Durante las noches cierran bien las puertas y ventanas o tapan los hoyos con lo que pueden para después meterse bajo tres o cuatro cobertores y no sentir el frío en los huesos.
En esas zonas hasta los animales se acuestan unos sobre otros para no sentir el viento, las plantas -si no las cubren- terminan con sus ramas y hojas cocidas por las bajas temperaturas.
Así es la vida en las favelas regias, donde no cualquiera entra y si lo hace, nada le garantiza que saldrá sin un rasguño, ya sea provocado por la falta de experiencia en el terreno o por la desconocida que le pudieran dar sus habitantes.
Como Don Polo en La Campana, hay una María en San Ángel, un José en la Risca, un Mario en Sierra Ventana o un Jesús en la Fomerrey 45 que pueden contar su historia en los barrios bravos y poco accesibles de Monterrey.