
Aunque no paga publicidad en los medios de comunicación y tampoco tiene planes de previsión a largo plazo, don Aurelio Martínez sigue en el negocio de los funerales debido a una tradición de 60 años que forjaron sus ancestros.
En pocas palabras, Funerales Victoria aún ofrece sus servicios a la antigüita.
“Aun en la actualidad estamos a expensas de que vengan y nos toquen la puerta, vienen clientes a quienes hemos servido y conocen de nosotros. Ha disminuido en gran medida, pero tratamos de mantenernos”, dijo Martínez.
Funerales Victoria está sobre la calle 16 de septiembre 209 oriente, en la colonia Independencia, en Monterrey.
Actualmente las compañías funerarias ofrecen paquetes y servicios de previsiones que han ido desplazando poco a poco a las funerarias de barrio, que se caracterizaban por atender a sus parroquianos personalmente.
“Estábamos acostumbrados a eso (que tocaran la puerta), ahora la mercadotecnia de las compañías utilizan agentes de ventas que van de casa en casa ofreciendo sus servicios de previsión”, explicó el propietario.
Don Aurelio comenta, mientras sus manos mueven varios cartones pesados para buscar una de las actas de defunción más viejas en sus archivos, que no se compara el trabajo de tenían hace años con lo poco que tienen ahora.
“En los tiempos de mi papá hacíamos hasta 30 funerales por mes, de esos, la gran mayoría eran niños, entre cuatro y seis años, pues no había mucha atención medica.
“Por eso mi papá tenía ataúdes desde los 50 centímetros hasta 1.60 metros, únicamente para personas chicas. Ahora sólo tenemos dos o tres velorios por mes”, comentó el sexagenario.
Después de que haber crecido en este ambiente y dedicar su vida a trabajar con difuntos, dice que nunca ha sentido miedo o asco, ya que ante todo siempre se debe de tratar a un muerto como a una persona cercana, pues sostiene que la vida nadie la tiene comprada.
“Tratamos de atender al difunto como si fuera nuestro familiar. Algún día moriremos y nos tratarán como alguna vez tratamos. Hay que tratar con respeto y dignidad a los difuntos que atendemos. Estamos en el mismo barco y algún día nos hundiremos”, comentó pensativo.
LOS BUENOS TIEMPOS
La nostalgia llega cada vez que recuerda su barrio, pues ahora la parte baja de la colonia, donde también habita, está llena de co-mercios.
La muerte como negocio dio muchas facilidades a este hombre y su familia, pero actualmente como la mayoría de los prestadores de servicios, también están pasando por momentos complicados.
“Desde luego que la muerte es un negocio rentable, la actividad representa un buen ingreso económico a través de los años y cuando se tiene un alto volumen de servicios funerarios es aún más. Aunque ahora la situación es diferente, no me quejo de lo bien que nos fue”, manifestó Don Aurelio.
El dolor de las personas a causa da la pérdida de su ser querido es también dolor que comparte este hombre, sin embargo expresó que es necesario ser duros cuando en ocasiones hasta los mismos familiares pelean en el velorio.
“Muchas veces riñen los familiares encima del ataúd, la situación que viven ellos es difícil, pero más duro tiene que poner uno el corazón, para poder atenderlos lo mejor posible”, comentó.
Aseguró que en este trabajo se tiene que ser humano y realista al mismo tiempo, pues a fin de cuentas es un evento social de ultimo adiós.
“Es un homenaje a la persona que falleció, pero a la gente nunca le van a dar gusto, si al difunto se le lleva lo lujoso, van a decir: ´mira, se está luciendo, ¿por qué no le dieron eso en vida, ya para qué quiere lujos después de muerto´.
“Y si se le da lo más económico, modesto y sencillo van a decir: ´mira, no les mereció más, no le pudieron dar más´. A fin y al cabo no le va dar gusto a nadie más. Sólo que se lleven lo que sus posibilidades económicas le permita, no quieran aparentar algo que no es”, agregó don Aurelio.
VELORIO A DOMICILIO
Por meses enteros, como símbolo del dolor y respeto a la persona que se ha marchado, el luto era una de las prácticas de antaño y el servicio funerario en el domicilio, mismos que se quedaron guardados en la memoria de este hombre.
“Unas de nuestras prácticas era llevar el ataúd, el equipo de velación y se preparaba el cuerpo en su misma casa. Debido a que el 80 por ciento de las personas que fallecían era en el domicilio y no en el hospital como ahora, no había mucho acceso medico”, indicó.
Su oficina, un lugar sencillo desde donde atiende el negocio, tiene una pequeña pizarra que señala los precios, y más hacia el fondo un ataúd grande y otro pequeño, muestras que guarda celosamente en uno de los cuartos de su casa.
“Antes la gente era más conservadora, cuando fallecía algún familiar, en la casa se tapaban las luna de los espejos. En ese entonces sólo había radio y no se prendían por seis meses, y en el caso de las señoras era luto riguroso. Después de los seis meses se ponían medio luto, y gradualmente se lo iban quitando.
“Ahora la práctica es muy diferente, fallece un familiar y los niños prenden la televisión o las señoras se ponen a ver la novela. Nos hemos hecho mas fríos, materialistas, menos sentimentales. Aunque muchos digan que el luto se lleva por dentro”, agregó el dueño.
Con una formación dura, su padre imprimió la filosofía de la responsabilidad y la humildad para servir a quien se lo solicite. Así es como recuerda a Don Chemita, como los conocidos le llamaban, y es que fue él quién le enseñó este oficio.
“Mucha gente viene y me solicita servicios de previsión, pero les digo que no, mejor junten su dinero y cuando lo necesiten vengan conmigo, porque servicios de previsión no vendo”, continuó.
“Puedo aceptar el contrato, pero ¿y si yo me muero antes que ellos?. Yo puedo hacer valer el contrato que firmamos, pero si me gasto el dinero antes de morir, mis hijos no van a responder ante esa situación, entonces prefiero que me sigan tocando a la puerta cuando lo necesiten”, dijo con una sonrisa disimulada.
De esta manera el propietario de una de las pocas funerarias de barrio que aún existen en el área metropolitana, espera ver a alguien de sus nietos realizarse en este negocio con el afán dar un trato digno en el último adiós de quienes se han adelantado.