Ya sea por cuestiones políticas, falta de reglamentación o por simple desapego a la historia, en Monterrey, como en el resto de Nuevo León, los bustos, estatuas y monumentos dedicados a héroes o personajes destacados son removidos de sus sitios originales.
“Las estatuas en Monterrey caminan”, refiere Héctor Jaime Treviño Villarreal, historiador, cronista y promotor cultural, “Y van dando tumbos sin que nadie o casi nadie se acuerde de ellas”.
El actual director del Archivo General del Estado de Nuevo León conversa con Hora Cero sobre “la tradición de todos los pueblos de México y de todas las ciudades del mundo: el crear estatuas y monumentos para honrar a personajes ilustres que se han destacado en diversos campos, con sobrado predominio de quien han sobresalido en hechos militares”.
El también exdelegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) añadió que aún se tiene una gran deuda social con personajes de la vida civil que han contribuido al desarrollo de las ciudades, el estado y el país.
Comenta que en Nuevo León es amplísimo el número de estatuas y monumentos que ya fueron documentados por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, y aunque no están la totalidad de ellos, sí se incluye a la mayoría, por lo que habrá de hacerse una nueva revisión.
“¿Qué es lo que pasa con las estatuas y bustos en la actualidad? Primero, se hacen al gusto del gobernante e incluso se escoge a los personajes en base al interés de quien está actualmente en el poder, pero esto generó un desequilibrio”, comenta.
Hasta hace unos 50 o 60 años Monterrey comenzó a dedicar estatuas a diversos personajes para honrarlos y recordarlos, con lo que la ciudad poco a poco empezó a pagar viejas deudas con el “santoral cívico”, por llamarlo de esa manera, dice Treviño.
Otra desventaja que se tiene es la carencia de una planeación y un orden preciso, el cual permitiría especificar el origen del busto o estatua, determinar su relevancia y garantizar su permanencia en el lugar para el cual fue destinado.
“En Monterrey las estatuas caminan: las ponen en un lugar primero, después las cambian porque ampliarán la calle o avenida, o construirán un puente peatonal o simplemente por una decisión caprichosa dejan de estar en su sitio original”, indicó.
Entre estas estatuas itinerantes enumera la correspondiente al presidente Francisco I. Madero: el monumento al llamado “Mártir de la Democracia” estuvo primero en el cruce de las avenidas Venustiano Carranza y Madero (de ahí su nomenclatura), y ahora se encuentra en la Macroplaza.
Otra pieza es la del busto a Fray Servando Teresa de Mier, “magníficamente elaborada en mármol. Estuvo en la plazuela de El Roble (Guerrero y 15 de mayo), para después ser desplazada a otra plazuela llamada Simón Bolívar, en avenida Cuauhtémoc cruz con la calle Padre Mier, pero por la construcción de un edificio que por años ha estado inconcluso, volvió a sufrir el cambio de lugar”, apunta.
Ahora, explica, Fray Servando está en la Gran Plaza en el frontispicio de la biblioteca central que lleva su nombre, junto al Teatro de la Ciudad, donde miles y miles de personas se pasean cada día y muchos más los fines de semana y periodos vacacionales.
Padre Mier, uno de los prohombres de México por sus aportaciones a las leyes de reforma y la democracia, la libertad de expresión y pensamiento, además de ser uno de los liberales más significativos, siguió sufriendo (o cuando menos su estatua), los embates del conservadurismo:
“Las autoridades de la época, que era panistas, ordenaron que la placa donde está el símbolo masónico esté escondida, de espaldas a donde pasa la mayoría de las personas, para evitar que sea vea claramente. Eso lo hicieron pues porque fueron ellos, los panistas, quienes ejecutaron y donaron la obra”, explicó Treviño Villarreal.
Otra deuda pendiente es con los fundadores de la ciudad de Monterrey, la cual se saldó a medias o más bien al 75 por ciento, en el periodo del alcalde Pedro F. Quintanilla Coffin, fungiendo como gobernador Alfonso Martínez Domínguez.
Se elaboraron dos estatuas, una para Diego de Montemayor y otra para Luis Carvajal y de la Cueva, quedando pendiente la de Alberto del Canto, debido a que más allá de sus logros militares y de colonizador, sus amoríos y problemas familiares fueron el lado oscuro de la fundación de Monterrey.
Veinte años después, al cumplirse los 400 años de la fundación de la Sultana del Norte, que Del Canto recibe en su honor su estatua, según relataTreviño, quien además recuerda la deuda pendiente con las tribus de aborígenes que estaban en la región antes de la llegada de los conquistadores españoles, y a quienes no se les ha rendido el homenaje que merecen.
“Nuestras etnias estaban ocho o 10 mil años antes que los españoles y nos han dejado prueba de su cultura y desarrollo, con más de 10 mil pictograbados en Boca de Potrerillos y otras zonas”, apunta.
MALA PLANEACION
Y PEOR ESTÉTICA
Reitera su crítica hacia la nula planificación en torno a los homenajes que se hacen.
“Hay estatuas y bustos de todo tipo: de muy buena calidad, de mediana, de pésima y sobre todo, horrible calidad y estética. Hay por decir de buen gusto y malísimo”, apuntó.
Y no sólo hay desorden, anarquía, no sólo en tanto a quién se merece o no una efigie en su honor, sino incluso en relación a la cantidad que reciben, y si están muertos o vivos para ser homenajeados. Pone por ejemplo al médico José Eleuterio González “Gonzalitos”, quien tiene una estatua en la avenida que lleva su nombre y dos más, una en el Hospital Universitario y otra más en la Facultad de Medicina de la UANL.
Otro que tiene récord de estatuas y sigue vivo es el extorero Eloy Cavazos, quien tiene tres en su haber y siguen contando. Una está en el centro de Monterrey en la calle Zaragoza y Washington, otra en la estación del Metro que lleva su nombre, en el municipio de Guadalupe; y otra más en la avenida Eloy Cavazos, también en esa comunidad.
“Hay casos de robos de estatuas. La más robada es la de Antonio Tanguma, músico que popularizó las polkas y la redova y es el llamado Rey del Acordeón. Su busto, en la calle de Zuazua y Aramberri es frecuentemente robado”, añade.
Se carece de amor por la ciudad por parte de las autoridades y los ciudadanos, pues ni a unos ni a otros interesan las estatuas.
“Debería de haber un catálogo completo de las estatuas que nos explique a los ciudadanos su historia, su origen, cuándo fue colocada y porqué; de esta manera poco a poco se formaría conciencia cívica entre las nuevas generaciones.
“Cada una de las estatuas tiene su historia, como la de Mariano Escobedo, que inició primero aquí en el centro de Monterrey, pero después fue llevada al municipio de Escobedo. Su creador fue el historiador Juan Ramón Garza Guajardo”, asegura.
Otra historia pendiente de contar es la de la estatua de Miguel Hidalgo, Padre de la Patria, una de las más antiguas de la ciudad. Un alcalde en la década de los 20 del siglo pasado la mandó remodelar: le pintaron los labios rosas y el rostro rojo, lo que provocó un escándalo social.
Ese monumento de Hidalgo se ubica en la plaza que lleva su nombre, en lo que se conoce como la Zona Rosa o zona hotelera, atrás del antiguo Palacio Municipal convertido en el Museo Metropolitano de Monterrey. Aunque céntrica, parece abandonada y es refugio de indigentes, aunque de cuando en cuando es sede de actividades cívicas y culturales.
“En la época del alcalde Fernando Larrazabal se remodeló, se le dio mantenimiento y hasta se le puso una fuente, pero ya le faltan piezas de las originales, que quién sabe dónde fueron a parar”, añade.
Si no hay criterios precisos sobre cómo y a quién hacerle un homenaje con un monumento o busto, mucho menos lo hay para las restauraciones, su mantenimiento y sobre todo, el proceso de conservación y, en su caso, de reubicación. Todo es un caos, apunta Treviño.
“La estatua de Fidel Velázquez (ex dirigente nacional de la CTM) está pintada de dorado, pese a ser de bronce; la de Cristobal Colón ahora luce de color verde”, comenta.
En la historia de Monterrey el caso más sonado de estatuas “fantasmas”, esas que un día están y al otro no, se ejemplifica con cuatro ninfas o musas que representaban a cada una de las estaciones del año, y que adornaban cada una de las esquinas del quiosco del Lucila Sabella en la plaza Zaragoza, frente al Palacio Municipal de Monterrey. Un día, luego de una remodelación, nadie más supo de ellas.
Relata que se hizo una investigación con policías y detectives privados, quienes llegaron hasta la ciudad de México con un restaurador, el cual poseía cuatro imágenes semejantes, pero no las que fueron sustraídas de Monterrey. Presionado y temeroso, el restaurador las entregó sin más ni más y se acabó el escándalo.
“Siempre se dijo que un político se las había llevado. El quiosco era redondo y representativo del arte decó, y muy hermoso. El anticuario entregó las copias, pero no son las originales. También está lo del busto de Alfonso Reyes allá en la colonia Contry, que se lo robaron. Hicimos mucho escándalo y se rescató, ya que estaba tirado en un arroyo, y después se restauró”, recuerda.
Otro hecho inédito y extraño fue la decapitación de las estatuas de los Niños Héroes en el monumento que se alza en su honor en avenida Alfonso Reyes-Universidad, las piezas también fueron restauradas tras el acto vandálico.
“Existe el problema del robo de placas, ya que la gente busca el bronce por su valor y lo cambia por un par de caguamas, una situación muy recurrente”, afirma.
LAS VENGANZAS POLITICAS
Pero existe la fobia partidista, esa que no deja títere sin cabeza. O más bien, estatua de pie. José López Portillo, aquel presidente que dijo defendería el peso como un perro, es la víctima más ejemplificante de los recortes populares y sociales, aunque otros, como Juárez, también se llevan su parte.
La historia refiere que el exgobernador Alfonso Martínez Dominguez mandó erigir la estatua de Portillo a caballo y que se ubicaba en avenida Universidad y Sendero, como agradecimiento por los múltiples beneficios que Nuevo León recibió de parte del defenestrado mandatario.
“Don Alfonso tenía la razón de agradecerle a Portillo, porque con su apoyo se construyó la presa Cerro Prieto y otras grandes obras. Pero llegaron los alcaldes panistas y decidieron removerla, y arrumbarla en una bodega de fierro viejo. En la última foto que vi, el caballo ya no tenía dos piernas y estaba tirado y enmohecido”, relata.
También por la fobia, venganza a destiempo de los conservadores contra los liberales, Benito Juárez, o más bien su busto colocado hace décadas en la plaza principal del municipio de Bustamante, fue removida por un alcalde panista para en su lugar colocar una estatua del arcángel San Miguel.
Pese a las protestas y reclamos de historiadores, cronistas y un sector de la sociedad, Juárez no fue restituido de lugar al que pertenecía, aunque al lado permanece la imagen de San Miguel.
Otra más de exalcaldes panistas: durante el gobierno de Pedro Salgado en San Nicolás, la estatua de Juárez de color bronce fue pintada de verde limón.
“Las estatuas tienen un sentido de cómo restaurarlas y no es sólo pintarlas al ahí se va. Debe de haber todo un código de mantenimiento y conservación que debería seguirse, pero no parece importar a las autoridades”, acota.
Por ejemplo, en la plaza de Cadereyeta Jiménez hay un Miguel Hidalgo pintado de blanco. En Hidalgo, la del general Lázaro Cárdenas está pintada de dorado. Ambas son de bronce y ese debe ser su color, según recordó Treviño.
Relata que en 1972, el alcalde Luis M. Farías mandó hacer copias de un busto de Juárez que se entregó a casi todos los municipios, uno de ellos está en palacio de Gobierno. Otro más quedo pendiente de instalarse en la colonia Independencia, donde un juez auxiliar se lo quedó. A su muerte, sus nietos se lo cedieron a la asociación de historiadores, que lo restauró y colocó en El Obispado.
Otra estatua itinerante es la del general Lázaro Cardenas, presidente de México, ubicada en la avenida conocida como Las Torres. Por las remodelaciones de la avenida con la construcción de pasos a desnivel o deprimidos, ha tenido que sufrir varias mudanzas. Ahora aquí, mañana allá, pasado mañana quién sabe dónde.
Precisa que se debe de contar con un reglamento de bustos y placas, el cual regule su uso, mantenimiento y conservación.
“Ya no se puede colocar una estatua más en la Macroplaza o Gran Plaza. Ya no caben porque se saturó de ellas, lo cual no permite al público conocer su origen y la razón por la que están ahí”, señala.
Se debe también saber a quién le corresponde su conservación, si es de los municipios o como las de la Gran Plaza, que pertenecen al Gobierno. Así se sabrá a quién responsabilizar de su daño o abandono.
TODOS CAEN EN EL ERROR
Treviño es muy puntilloso al señalar un grave error histórico dentro de la Universidad Autónoma de Nuevo León por la falta de criterio histórico y cultura para la instalación de sus estatuas.
“En todas las escuelas y facultades hay estatuas de grandes dimensiones de animales, y no de sus prohombres universitarios.
“Don Víctor Gómez tiene un busto, don Ramón Cárdenas Coronado, un busto; pero hay un oso, un perico, y un búho gigantes. Es desproporcional”, lamenta.
Refiere el caso de la banca que cuenta con las imágenes de José Alvarado Santos, Raúl Rangel Frías y Juan Manuel Elizondo Cadena colocados en una banca, en la que les faltó espacio para que los visitantes se sentaran y pudieran tomarse una fotografía, como es la tradición en este tipo de esculturas interactivas.
Para Raúl Rangel Frías, otro gran exrector y exgobernador apenas y han colocado un pequeño busto, mientras que el Oso de la Facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica tiene 10 veces más volumen.
La Universidad debe de reconsiderar esta situación para darle a sus ilustres académicos el lugar y honor que se merecen.
“El problema en general no tan sólo en Nuevo León sino en todo México es cómo nos enseñaron historia, tratando de que se memorizaran fechas y personajes, y no los hechos y sus consecuencias para nuestra actualidad. Ese desapego hizo que viéramos a nuestra historia como algo aburrido”, asegura.
El problema no termina ahí, afirma Treviño, ya que se está llegando al grado de que, si bien la historia de México se enseña poco y mal en las aulas, la regional y la que atañe a Nuevo León prácticamente tiende a desaparecer de los libros de texto de primaria y secundaria.
Asegura que en la actualidad más jóvenes y niños están deseosos de conocer nuestra historia, el problema es que no se tienen planes que permitan llevarla a las aulas de una forma más moderna, didáctica y amena.
“Se debe aprovechar el uso de las nuevas tecnologías para llevarles nuestra historia a las nuevas generaciones, y así rescatar nuestra esencia como nación y como pueblo. Por algún lugar debemos empezar y aún estamos a tiempo de lograrlo”, concluye Treviño.