Ofrecer masajes terapéuticos a las personas que pasean por la Plaza Zaragoza de Monterrey no solo brinda alivio a quienes los reciben, sino también a los débiles visuales que los aplican. Un ejemplo es Aurelio Sandoval, quien gracias a esta actividad no sólo ha logrado sacar adelante a su familia, sino también salir de la depresión.
Hace 18 años la vida de Aurelio Sandoval Cena transitaba con normalidad hasta que un accidente laboral y la posterior negligencia médica le arrebataron la vista, distorsionando su mundo en pasajes de siluetas borrosas.
Desde entonces, el hombre de 61 años de edad sólo cuenta con el 18 por ciento de la visibilidad de su ojo derecho, con lo que tenido que sortear los obstáculos para seguir ganándosela la vida.
Si ha caminado por la Plaza Zaragoza de Monterrey seguramente lo ha visto. El vecino del norponiente del municipio es unos de los masajistas terapéuticos –en su mayoría débiles visuales- que ofrecen sus servicios a cambio de una remuneración económica.
Aunque una serie de eventos desafortunados le robaron la vista, lo que no pudieron quitarle fueron sus ganas de salir adelante.
Originario del municipio de Galeana, el sexagenario llegó a Monterrey a la edad de 16 años, pero desde muy pequeño trabajó para ganarse unas cuantas monedas.
“Trabajo desde muy chico. A los tres años empecé a cuidar chivas. A los cinco ya sembraba hortalizas y frutos. A los siete años ya trabajaba con el arado. A los nueve años tiraba de las mulas.
“En la helada de 1967 me mudé a Linares, ahí trabajé como sembrador y también aprendí a manejar tractor y la mecánica.
“Ya después a los 16 años me vine para Monterrey y aquí trabajé en muchos lugares como ayudante de plomero, de albañil y de mecánico”, mencionó.
Ya instalado en la capital regiomontana, el sexagenario desarrolló los oficios aprendidos durante la niñez los que le permitieron sacar adelante a su esposa e hijos.
Cerca del año 2000, Aurelio tenía un trabajo soñado: laboraba como mecánico para una compañía de tracto camiones, que le daba la posibilidad de viajar a diversas ciudades de México y Estados Unidos.
Sin estudios de formación, pero con una gran capacidad de aprendizaje, el neolonés se encontraba en la mejor etapa de su vida, sin imaginar que un accidente laboral daría un cambio radical en su rutina.
Y es que, mientras Aurelio cumplía con sus funciones, un esfuerzo mayúsculo le provocó un esguince en la cadera, que sería el inicio de la etapa de declive.
Con apenas 43 años a cuestas la salud del ahora masajista terapéutico comenzó a deteriorarse sin que los médicos encontraran explicación alguna.
Para averiguar el motivo de su pérdida de salud, los médicos la clínica 21 de IMSS le aplicaron una inyección de contraste, pero una negligencia en el procedimiento provocó que el líquido llegara a su cerebro causando daños irreversibles en sus ojos.
“Me aplicaron una inyección de contraste que es la melografía para hacerle un estudio de cadera, pero el líquido se le fue al cerebro. Estuve 12 días con vómito, se me despegaron las retinas: la izquierda se echó a perder y la derecha quedó bien, pero sólo tiene 18 por ciento de visión porque el nervio óptico también fue dañado por el líquido”, dijo.
Aurelio fue perdiendo la vista de manera paulatina y en alrededor de un año apenas lograba mirar con su ojo derecho.
“Pasaron muchas cosas por mi cabeza cuando perdí la vista”, señaló el neolonés, quien incluso estuvo a punto de caer en depresión.
Los médicos tampoco pudieron ayudarle a detener el proceso degenerativo en sus retinas y una vez más era castigado por quienes se suponía deberían de velar por su salud.
El mundo de Aurelio se tornó gris. La pérdida casi total de uno de sus sentidos lo sumió en una tristeza en la cual permaneció por seis largos años.
En ese lapso, poco o nada hizo el masajista, pues su estado anímico era deplorable, además de que por su condición fue despedido de la empresa para la que colaboraba.
Para subsistir sus hijos tuvieron que apoyarlos, ya que sus fuerzas para trabajar y ganarse el pan de cada día eran casi nulas.
La vida de Aurelio parecía que estaba estancada, pero justo en el punto más obscuro, decidió sacar nuevamente fuerzas y volver a dar la cara.
Con la mirada en alto y con la intención de seguir adelante, el neolonés decidió buscar nuevas oportunidades laborales.
En ese momento, el sexagenario se percató de las pocas posibilidades de trabajo que el mercado ofrece para las personas con alguna discapacidad; sin embargo, no se rindió.
El primer trabajo, luego del accidente, fue como lavavajillas en un restaurante y continuó buscando.
“Me puse a pensar en que podía hacer algo y me puse a trabajar en una empresa que da servicio de comedores industriales y ahí estuve trabajando como lavavajillas y limpiador de meses, pero cuando la empresa cambió de domicilio ya no era redituable seguir trabajando porque tenía que entrar muy temprano y pagar taxi y ya no me convenía trabajar nada más para pagar el taxi”, expresó.
No fue hasta 2007 cuando el ayuntamiento de Monterrey ofreció capacitar a los débiles visuales para crear una estación de masajes terapéuticos permanente en la capital regiomontana.
Don Aurelio fue uno de los ciudadanos que se capacito por 240 horas para aprender el arte de relajar con las manos.
Al perder la vista, el vecino del norponiente agudizó el sentido del tacto y convirtió a sus manos en su herramienta de trabajo… y en la terapia personal para salir adelante.
Y es que durante sus años de crisis el sexagenario se sintió una persona inútil, prácticamente como un estorbo para su familia y la idea de volverse a capacitar regresaban sus ánimos de volver a salir al campo laboral.
“Aparte de que es un trabajo para mí es una distracción porque el perder la vista me provocó muchos problemas. Por ejemplo, cuando me pasó fue un cambio de 180 grados hasta llegar a la depresión. Son muchas cosas”, mencionó.
Y es así que desde hace 11 años, cada día, sin importar las condiciones del clima, Aurelio se postra sobre la Plaza Zaragoza a la espera de clientes para crear una simbiosis en el que ambos ganarán.
“Este proyecto es para una ayuda mutua entre los cliente y nosotros. Ellos nos ayudan con su aportación y nosotros los ayudamos con su bienestar”, comentó.
Con la experiencia que ya le dieron los años, todas las mañanas, sin tener día de descanso, Aurelio toma el metro en la zona de Talleres para dirigirse al centro de Monterrey.
Con un poco de esfuerzo y la ayuda de su bastón, el invidente llega a su lugar de trabajo cerca de las 9 de la mañana, en donde permanece hasta las casi 8 de la noche.
El servicio que ofrece es un masaje anti estrés de 15 minutos por una módica cantidad que no quiso revelar, pero que asegura, le ayuda para pagar las cuentas y comprar alimento para él y su esposa.
Con una sonrisa en el rostro, Aurelio agradece a la vida que nunca se ha ido “en blanco”. En sus palabras, siempre ha habido clientes cautivos que lo buscan.
En un mal día puede hacer tres sesiones de masaje, pero en uno bueno –especialmente fines de semana- los clientes se cuentan por más de una docena.
Actualmente, el sexagenario señaló que el trago amargo de su vida ya está superado en cerca de un 70 por ciento, gracias a su trabajo como masajista terapéutico.
Por tal razón, su única petición a la ciudadanía es que lo sigan apoyando con su rehabilitación, que significa: seguir confiando en su trabajo como experto en el arte de relajar con las manos.
“A la sociedad solo les pide que valoren su esfuerzo, que si pasan por el centro se animen a recibir un masaje calificado.