por Moisés Gómez
Octavio Mendoza Moreno tiene 15 años y vive en San Pablo de Mitras, en el municipio de Galeana, Nuevo León.
Este adolescente, que está por comenzar la preparatoria técnica en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos (Cecyt), tiene una historia que contar.
Y es que en el 2008 formó parte del grupo de 38 pequeños más inteligentes del estado de Nuevo León demostrándole a todo México que, a pesar de las carencias que el sur del estado le otorga a sus estudiantes, se pueden obtener buenas calificaciones y superar a quienes están en mejores condiciones en las zonas urbanas.
Hoy, a tres años de su proeza que movió a todo un pueblo y a un sinfín de medios de comunicación, Octavio platicó con Hora Cero para recordar aquel histórico julio cuando fue el pequeño galardonado en saludar y dar las palabras de agradecimiento, en representación de los 38 alumnos del estado y los miles de todo el país, al presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa.
BORRADOS DEL MAPA
San Pablo de Mitras es un ejido conformado por 20 viviendas y 68 habitantes, de los cuales 17 son ancianos y 16 adolescentes y niños.
En este pueblo enclavado en el sur de Nuevo León y que pertenece al municpio de Galeana, las condiciones de vida están muy lejos de ser a las de la zona urbana.
Las casas, en su mayoría de adobe, aún cuentan con piso de tierra y muchas de ellas sólo se componen de una habitación.
Las mujeres aún lavan a mano y los pequeños siguen divirtiéndose en la tierra, jugando con los perros que abundan en la zona.
Y aunque ya cuentan con instalación eléctrica, están muy lejos de tener los lujos que en la metrópoli se tienen.
Su ubicación geográfica no les permite enfermarse y sólo se conforman con la visita esporádica del médico rural que debiera de acudir cada mes.
Su condición social es tan incierta, como la lluvia que a veces los castiga por años sin caer.
Tienen que conformarse con las ayudas por parte del DIF, Sedesol y Oportunidades y esperar a que la siembra y el ganado no sucumban ante la sequía.
El analfabetismo reina en esta región, a tal grado que la escuela primaria cerró y sólo reciben instrucción académica por parte del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe).
Ante este panorama de abandono y marginación en la que viven estos neoloneses, se desarrolla la vida de Octavio, un pequeño que le tocó ver cerrar su escuela primaria, Francisco I. Madero, que también era kinder y recibir por parte de un maestro de la Conafe, los dos años que le faltaban para terminar la primaria.
Sin más ayuda que los libros y sin saber que existía internet, este pequeño de piel morena y sonrisa cautivadora se dedicó a estudiar sin importar las vicisitudes que el destino le ponía enfrente.
UNA MENTE BRILLANTE
“Yo estudié hasta cuarto año con un maestro de la SEP aquí en la escuela del pueblo”, dice Octavio mientras apila un montón de leña que le ordenó su padre.
“El maestro dejó de venir y entonces Conafe mandó un maestro de 17 años para darnos clases”, agrega.
Siempre apegado a sus padres, Isaías y María Lourdes y a su hermana Guadalupe, Octavio comenzó a mostrar aptitudes en la escuela.
Pronto se supo de su inteligencia que se pusieron a prueba en la Olimpiada del Conocimiento Infantil 2008 del Estado.
“Tenía buen promedio y el profesor nos llevó a Monterrey para concursar a nivel estatal”, recuerda Octavio.
A sus 11 años (en el 2008) “Tavo”, como le dicen de cariño en su casa, nunca había salido de su comunidad. Ni siquiera conocía la cabecera municipal. Mucho menos Monterrey.
“Yo estaba muy nerviosa”, dice María Lourdes. “Nunca había salido del rancho e iba a conocer la capital del estado”, agrega.
“Para mí fue muy bonito conocer Monterrey porque nunca había salido de mi pueblo y ni veía tele porque no se ven los canales”, dice Octavio.
Con la felicidad que albergaba el pecho de “Tavo”, tuvo que ponerse a estudiar para presentar los exámenes.
“Tuve que estudiar matemáticas, historia, geografía, civismo y ciencias”, dice.
A pesar de ser una generación de cerca de 80 mil alumnos, Octavio no se amilanó ante el examen.
“Sí fue muy difícil el examen porque sólo tuve un mes y medio para estudiar y eran muchas materias”, comenta Octavio.
Con la incertidumbre por el resultado, Gustavo regresó a San Pablo de Mitras, a seguir ayudandole a su padre con las labores del campo.
“Él siempre ha sido muy obediente en todo. Siempre que le ordeno algo lo hace con mucho gusto”, dice Isaías.
Tuvieron que pasar varias semanas sin saber nada. Hasta que una tarde sonó el teléfono del pueblo: estaba seleccionado.
SU VIAJE AL DF
“Fue muy emocionante cuando recibimos la llamada”, dice María de Lourdes, mamá de Octavio.
“Nos habló la dirigente del Conafe, Ariadna García, para decirnos que nuestro hijo había pasado los exámenes y se iba al Distrito Federal a visitar al presidente de la República”, agrega.
Octavio nunca se imaginó visitar la capital mexicana a su corta edad.
“Fue emocionante viajar en avión al Distrito Federal”, dice.
“Nunca me había subido a un avión y menos saludado a un presidente”, agrega.
Por la falta de recursos económicos, sus padres no pudieron realizar el viaje de siete horas a Monterrey para acompañarlo en el evento en el que, al igual que a sus compañeros, le fue entregado un uniforme y el boleto de avión.
Para ese momento, Octavio se había convertido en uno de los seis alumnos del área rural que se incorporaban a los otros 32 del área metropolitana que conformaría la delegación de Nuevo León.
Sólo cuatro de los 38 eran de colegios particulares.
“Sin internet y todas las comodidades que los niños de la ciudad tienen, les demostré que con ganas todo se puede lograr”, dice Octavio mientras muestra sus libros percudidos que han sido sus compañeros en su andar académico.
Con la bendición de sus padres y la autorización de un albacea, “Tavo” partió de su comunidad con un nudo en la garganta pero con la felicidad de un logro obtenido por su perseverancia e inteligencia.
“Imagínate”, recuerda Octavio. “El Distrito Federal es muy bonito”.
“Nos llevaron a Chapultepec, a Six Flags, al Museo de Antropología, donde vimos al presidente y a muchos lugares que ya no recuerdo”, agrega.
Las sorpresas para Octavio no terminarían ahí. Su capacidad cognitiva lo había catapultado a convertirse en el portavoz de la delegación y de los más de mil niños del país que fueron al Distrito Federal para darle las gracias al presidente Calderón.
“Fue impresionante cuando me dijeron que yo diría las palabras”, dice Octavio.
“Yo, un estudiante de un ejido, le estaba dando la mano al Presidente de la República”, agrega.
Recuerda que les regaló una computadora y les dijo que siguieran adelante
Y así, el chico que por 11 años había vivido en el anonimato, se convertía en una figura pública y un ejemplo para la niñez de Nuevo León.
LA SECUNDARIA, OTRO RETO
Después de un emotivo reconocimiento en la feria de la papa y la manzana en la cabecera del municipio de Galeana, obtuvo una beca por parte del entonces alcalde Mario García.
“Me subió a una plataforma y me presentó ante todo el pueblo”, recuerda Octavio. “Fue muy bonito”, agrega.
Como todo un héroe llegaba a San Pablo de Mitras, escoltado por la patrulla de la delegación de San Rafael, comandada por el oficial Manuel Tienda Oviedo.
“Me sentí muy halagado que el alcalde de Galeana nos escogiera como la comitiva para entregar a ‘Tavo’ en su comunidad”, dice el oficial.
“Llegamos ya de noche al ejido”, agrega.
Para ese entonces, Octavio ya era el héroe del pueblo y un orgullo en su casa.
“Me siento muy orgulloso de mi hijo”, comenta su padre, Isaías Mendoza. “Todos aquí en el pueblo lo quieren mucho”, agrega.
Pero las cosas pronto volverían a la normalidad y con ello un nuevo obstáculo, habría que emigrar para seguir estudiando.
“Yo sufrí mucho”, dice María de Lourdes, mamá de Octavio. “Porque ahora mi hijo también tendría que salir de casa para seguir estudiando.
Y es que su hija Guadalupe, de 19 años, había salido desde los 11 a Monterrey para estudiar y superarse en la capital neolonesa.
Sin embargo, aun y con la ausencia de la hija, los padres de Octavio buscaron la mejor forma para que su hijo siguiera estudiando.
“Tuvo que ir al Barrosito”, dice su padre, refiriéndose a un pueblo a 17 kilómetros de San Pablo de Mitras.
“Y allá le conseguimos una casa para que viviera de lunes a viernes”, agrega.
Tanto era su deseo de seguir estudiando, que a ‘Tavo’ no le importó tener que caminar cada domingo para quedarse toda la semana allá (en el Barrosito) y regresar cada viernes para pasar unos días con sus papás.
“Ha sido dificil separarme de mis papás”, dice Octavio. “Pero cada fin de semana regresaba para estar con ellos”, agrega.
Muy pronto, el espíritu inquebrantable del ya adolescente tocaría las fibras de una reportera de Monterrey, quien hizo unas llamadas y le consiguió una moto.
“La reportera Adriana Flores le habló a un luchador y este le dio una cuatrimoto a mi hijo”, recuerda María de Lourdes.
“Fue el ‘5X’ (luchador) quien me regaló la cuatrimoto para que en lugar de ir a pie a la secundaria lo hiciera en ella”, dice Octavio mientras en su rostro se dibuja una sonrisa.
Tanto fue el provecho que le sacó a la motocicleta que en su último año de la secundaria tuvieron que comprar otra para que Octavio no dejara de estudiar.
“Fue un gran esfuerzo pero mi hijo se la merecía”, dice su padre. “Además ya le habían regalado una y no íbamos a pedir otra”, agrega.
Entre semana en la escuela y los fines en la labor, la vida de Octavio seguía preguntándose qué sería de él en el momento que terminara la secundaria.
Pero siempre el deseo de los padres por el bienestar de los hijos pudo más que las carencias.
Isaías y Lourdes estaban claros de que el futuro de Octavio no se reducía a San Pablo de Mitras, sino que unas alas tan grandes como las de su hijo no podían ser cortadas. Había que dejarlo ir.
‘QUIERO SEGUIR ESTUDIANDO’
“Acabo de terminar la secundaria y quiero seguir estudiando”, dice Octavio quien se muestra optimista con su futuro educativo.
“Mis papás quieren seguir apoyándome”, agrega.
Hoy ya tiene 15 años, acaba de terminar la secundaria y se está preparando para seguir estudiando en el CECyT.
Sólo que ahora la preparatoria está en Raíces.
“Voy a tener que ir a un ejido que está a una hora y media del ejido (San Pablo)”, dice Octavio.
“Ahora vendré cada 15 días”, agrega.
Para su mamá, la partida de su hijo será dolorosa.
“Cada vez más se aleja de nosotros”, dice Lourdes. “Hemos sacrificado mucho por mis dos hijos, pero vale la pena”, agrega.
Y mientras Octavio y su hermana Lupita estudian lejos de su ejido, sus padres tendrán que seguir trabajando para sacarlos adelante.
“No importa si nosotros tenemos que sufrir para que ellos se superen”, comenta Isaías,
“Octavio y Lupita merecen estudiar pa’ que no se queden de ‘burro’ como uno”, agrega.
“Tavo” tiene un gran reto por delante, continuar en la búsqueda de sus sueños sin importar las dificultades.
“Sueño con algún día ser maestro o ingeniero, estar casado y a mis hijos inculcarles el estudio, como mis papás lo hicieron conmigo”, dice.
“Estoy orgulloso de ellos (sus padres), porque han sabido apoyarme en todo lo que he querido”, agrega.
Ahora, sólo espera que llegue la ayuda prometida.
“Quisiera una beca para seguir estudiando porque a lo mejor mis papás no tienen para mantenerme en otro pueblo y la gasolina para la moto”, comenta Octavio.
“Yo no quisiera dejar de estudiar por falta de dinero, sería muy vergonzoso para mí”, agrega.
Y mientras la ayuda llega y los recuerdos se le agolpan en la mente, la vida de Octavio sigue caminando en San Pablo de Mitras, esperando que una mente brillante estancada en el sur del estado vuele para convertirse en un hombre de bien y luchador por las clases marginadas. v