José Luis González o “Relámpago Azul” no se ha bajado del ring desde hace 20 años: fue luchador profesional, confecciona máscaras para gladiadores y por otro lado, también se mantiene en la lucha de la vida diaria.
Aunque González ya no lucha máscara contra cabellera u otra modalidad de ese deporte, para mantenerse en el round de la vida y salir adelante, desde hace 15 años se dedica a diseñar y manufacturar capuchas.
Un pequeño taller en el centro de Guadalupe llama la atención. Las banderas de México y Estado Unidos enmarcan el local que anuncia la manufactura de caretas para los gladiadores profesionales y amateurs.
Las puertas se abren, una exhibición de cuadriláteros hechos a mano e infinidad de caretas de conocidos luchadores dan la bienvenida. Al fondo, sentado frente a su máquina de coser, se encuentra José Luis.
“Hacer máscaras es un arte que pocos han podido copiar, es complicado y para lograr la creación de las mismas hay que tener pasión, entrega, conocer sobre los cortes y calidad de telas para entregar un producto de calidad”, expresó.
Lo hecho en México es bueno, reiteró, sólo que no se le da el valor y poca gente conoce el trabajo que realmente se hace por artesanos locales y nacionales a los que la experiencia y la trayectoria les avala.
“Para hacer una máscara, primero hay que tener un dibujo y en base a eso se toman las medidas para hacer la bolsa -la forma de la cabeza-, se hace o se toma del cliente el diseño, se corta la estructura sobre la tela seleccionada y se hacen las costuras “, explicó.
Son procesos sencillos pero que se deben hacer a la perfección, aseguró el fabricante, con el fin de que el producto final quede bien y se adapte al rostro del luchador o cliente. La dedicación y conocimiento del oficio hacen la diferencia.
“Entre los luchadores uno se va haciendo fama, por fortuna vienen algunos de Estados Unidos y de otras partes de México a pedirme les haga réplicas o nuevos diseños y los hago, aunque no hago producciones al mayoreo”, recalcó el ex gladiador.
Para los profesionales o no, el fabricante trabaja máscaras sobre diseño, hace imitaciones en variedad de materiales textiles y costos para que cada cliente, según sus necesidades, tenga una careta con la cual ocultar su identidad en el ring o en la vida cotidiana.
“Pueden ser de cualquier tela, pero los luchadores prefieren un textil cómodo como la licra o el algodón, aunque hay rudimentarias y para otros usos; aquí le damos el gusto al cliente y uno como realizador tiene que saber recomendar la más adecuada”, manifestó.
Lo primordial, destacó el realizador, es que permita a la persona tener transpiración continua debido al uso que se le da al hacer los movimientos clásicos a la hora de enfrentarse a otro luchador o colega en el cuadrilátero.
“El luchador o quien vaya a usar una máscara tiene que adaptarse a ella, no es sencillo usarla. Por ejemplo, hay unas que están abiertas de la boca y las que no, complican la respiración y facilidad del habla”, detalló.
Para conseguir un antifaz de cobertura total a la cabeza y rostro, se necesita tiempo, aunque este dependerá del diseño o réplica a elaborar para dar el acabado que se haya ordenado por parte del soliciatante.
“Aunque sea una máscara no se hace de la noche a la mañana”, dijo González.
El creador manifestó que no hay prisa, se hace con calma y se puede tomar de 3 a 10 días para terminar la máscara. El diseño marcará el tiempo porque hay unos muy elaborados, con muchos detalles que son los que pueden hacer un poco lento el proceso.
La remuneración por el trabajo artesanal, insitió, se dará en base al diseño, el textil y detalles del producto que solicite el enmascarado, aficionado de la lucha o quien requiera el servicio.
“No existen precios estándar porque cada pieza tiene su valor, pero existe un rango de 500 hasta los 2 mil pesos o más en lo que son máscaras profesionales; las comerciales, como para niños y adultos, van de 100 a 200 pesos, pero varía”, especificó.
A lo largo de su experiencia en el oficio, José Luis ha realizado productos para íconos de la lucha como al Hijo del Santo y el Dr. Waner Jr. entre otros, por lo que se desataca entre los mejores en el rubro al realizarlo de manera artesanal y 100 por ciento mexicano.
HECHO EN MÉXICO
El uso de las máscaras para ocultar la identidad verdadera y crear una imagen que les dé a los gladiadores una personalidad especial en cuanto se suben al ring, es un elemento clave en la indumentaria del luchador, por lo que la existencia de realizadores de las mismas en el país han hecho de ese oficio un negocio.
“Somos el único país que las fabrica y habemos creadores artesanales que sabemos hacerlas bien, como en su momento lo hicieron los aztecas, creo que este arte y el causar misterio en cuanto a una persona viene de nuestros ancestros”, dijo
Explicó que los aztecas cazaban sus animales y se colocaban la cabeza como máscara, cosa que se volvió parte de la cultura que los luchadores actuales se apoderan del personaje, según la careta que portan.
“Ellos utilizaban el espíritu del animal para poseer ese carácter de poder y seguir la lucha con tal de tener una mejor vida, buscar comida o tener su territorio; los luchadores toman la personalidad de la máscara y ahí está la magia en la lucha libre, en el misterio del luchador o personaje que adquiere”, detalló.
En aquellos tiempos, a su manera, los aztecas hicieron sus caretas, pero con el tiempo y una vez que la lucha libre se solidificó como deporte y parte de la cultura mexicana, la necesidad de utilizar un antifaz llevó a que personas desarrollaran ese arte.
“Cuando yo empecé a luchar me hice una máscara, pero no me quedó así que se la enseñé a un mascarero en México y me hizo una nueva, ahí aprendí y desde joven traje en mente la imagen de cómo cortó la tela e hizo las costuras: pasó el tiempo y descubrí en mí esa facilidad”, recordó.
Hace 15 años, cuando una de sus hijas compró una máquina de coser, José retomó esa técnica que le enseñó el realizador de máscaras y puso manos a la obra a manera de prueba, poco a poco se introdujo al mercado local.
“Al principio fue difícil, sólo tenía un molde y batallé, pero fui creciendo. Hacía una, la vendía en la arena y con lo que sacaba compraba material para hacer otra, así me la llevé, también mejoré mucho y agarré experiencia y reconocimiento”, comentó.
Pasaron los años y se fue haciendo “famoso” entre los deportistas; le hacían pedidos, su creatividad aumentó tanto que implementó nuevos diseños y hasta un local abrió en el centro de Guadalupe, donde permanece vigente.
AFICIÓN A LA LUCHA:
UN SUEÑO DE NIÑO
Haber sido luchador y ahora ser un fabricante de máscaras no es un don; cuando era un infante José Luis jugaba a ello, en el interior o exterior de su casa formaba un cuadrilátero e invitaba a los niños a jugar.
“Era un juego constante para mí, aunque a muchos de mis vecinos no les gustara porque era de golpes, eso de las canicas o el futbol no me gustaba mucho; yo creo que desde ahí empecé a forjarme la idea de hacer carrera en el ring”, contó.
La infancia la vivió en Nuevo Laredo, Tamaulipas de donde es oriundo y ahí, entre el porche y la calle empedrada, comenzó su gusto por las peleas. Pasó el tiempo y se fue con sus padres adoptivos a México.
“Ahí, siendo un adolescente, entré a la escuela de lucha olímpica y me preparé tanto que a los 17 años debuté como luchador en ese nivel y me fue bien, porque viajé por algunos Estados de la República e hice una carrera en el medio; fue una época bonita”, destacó.
El amor le llegó y conoció a su esposa regia con la que decidió formar una familia y desde hace 15 años fijaron su residencia en Guadalupe, Nuevo León; procrearon tres hijos, un contador y dos enfermeras; ninguno tomó el camino de los cuadriláteros.
González sigue en el ring al crear máscaras y ser promotor, pero también se mantienen firme en el ring de la vida como hombre, esposo y padre.