Cuando recibí la llamada de mi papá para saber cómo estaba, me comentó que se incendiaba un casino, pero debido a la confusión no se sabía cuál era, hasta que por la radio escuché al comandante que dijo que era por Fleteros o por San Jerónimo.
La tragedia que se asomaba por la ventana, de la cual no teníamos conocimiento en ese momento, fue cuando escuché también por la radiofrecuencia a la primera máquina que llegó al lugar del incendio y dio la voz de alarma: “central –con una voz más alterada que de costumbre, aun para una persona que está acostumbrada a ver el fuego casi como compañeros de vida-, manda la escalera (máquina con escalera telescópica) en clave 3 porque hay gente que se está tirando de la azotea, central manda la escalera en 3 porque la gente se está tirando de la azotea”.
La estación central del departamento de Bomberos de Nuevo León está ubicada en Constitución casi esquina con Rayón, en el centro de la ciudad, ahí donde la tranquilidad de un día se rompe con el timbrar de un teléfono, ahí donde estaba la ansiada máquina escalera, pero no había quién la manejara hasta el lugar del incendio.
Decidimos ir mi papá y yo a la estación para ayudar al guardia de turno, arribamos al lugar casi a las cinco de la tarde, ahí se encontraba él solo y tenía que realizar trabajos que repercutirían en los trabajos realizados por sus compañeros en el lugar de la tragedia. Llegamos y nos presentamos con el bombero y este accedió a que le brindáramos ayuda, al mismo tiempo que salían de sus oficinas la gente del Patronato de Bomberos de Nuevo León, entre ellos el director, al cual saludamos mientras esperábamos instrucciones.
Un lugar donde en un día y bajo condiciones normales estaría lleno de camiones, ahora sólo se veían zapatos y algunos uniformes de bomberos que luchaban contra las llamas, mientras tanto los teléfonos no dejaban de sonar.
Entre ruidos de teléfonos escuché la radio y con ella la primera tarea que se nos encomendaría: los elementos no tienen equipo de respiración para entrar entre el humo del incendio y la compresora para llenarlos estaba a nuestra vista.
Buscamos los tanques de aire para llenarlos, pero nuestra búsqueda se vio empañada con la mala noticia de que ya no los pidieron en el lugar del siniestro.
Los minutos fueron pasando y la relativa calma se rompió cuando el familiar de un bombero llamó pidiendo información porque creyó ver a su hijo acostado en una camilla y con una máscara de oxígeno, las mismas imágenes que veía por la televisión.
Inmediatamente vi que el guardia trató de comunicarse con sus compañeros en el lugar de los hecho para pedir ayuda e información para saber la situación del bombero herido; la tensión aumentaba debido que se escuchaba que la cifra de muertos aumentaba y nadie le podía proporcionar la información al guardia respecto a la salud del compañero.
Los nervios del bombero que estaba en la guardia parecían de hierro, pero ante la noticia de un compañero lastimado eran tan blandos que se podrían quebrar con una mirada. La llamada del director de patronato fue la clave para saber en realidad lo que pasaba.
Después de varios intentos de localizar al comandante por radiofrecuencia, lo logré y fue éste quien dijo que no eran lesiones de gravedad.
El número de víctimas aumentaba a 8, después a 12, después a 22 y así subía y nadie podía pararla. El riesgo estaba presente, pero no podían darse por vencidos esas personas que al final triunfan pero a qué costo, muchas veces se pierden vidas y en otras se pierden ellos en la infinita memoria de sus seres queridos.
Así, casi después de tres horas que estuvimos a la expectativa mi padre y yo decidimos regresar a la casa donde mi madre estaba nerviosa por saber cómo nos encontrábamos.
Nuestro regreso fue placentero después de recibir las gracias por parte del elemento que estaba en la guardia, quien nos confesó que si en determinado momento pedían apoyo sus compañeros del campo de batalla, sin nuestra ayuda él, con sus labores de estar atendiendo la radiofrecuencia y los teléfonos, no hubiera podido realizar con efectividad. v