
El cadáver desnudo de un hombre de edad avanzada se encuentra tendido en la sala de autopsias del Semefo Nuevo León.
Es una mañana de otoño, octubre para ser exactos, el médico forense, Isidro Manuel Juárez Loera, observa el cuerpo y estudia las causas de la muerte.
El galeno, de unos 40 años, moreno claro y de regular estatura, esboza una sonrisa y dice:
“El cuerpo de una persona es como un libro. Lo que le haya pasado quedó inscrito en el cuerpo. Lo importante es saber leerlo con precisión. Para eso estamos aquí”.
Juárez Loera tiene 12 años trabajando en este lugar y relata las experiencias que ha vivido en esta rama de la medicina.
“Fue hace 12 años cuando recibí mi entrenamiento en la medicina forense. Comencé a asistir al anfiteatro junto con varios compañeros que recibimos la capacitación”, explica.
“Recuerdo que me tenían de escribiente. A mí me llamó mucho la atención la investigación que le hacían al cadáver y fue como decidí dedicarme a esto”.
Poco a poco, su idea de este trabajo comenzó a cambiar.
“Mi concepto de medicina forense en tercer semestre de mi carrera era de carnicería, puesto que en las autopsias que presencié se utilizaba sólo una bata y una segueta para romper el cráneo. La sangre y órganos se veían esparcidos por toda la sala. Era impresionante.
“Al paso del tiempo y cuando me metí de lleno, pude encontrar mi motivación a través de la investigación que se le realiza al cuerpo y mi perspectiva cambió”, agrega.
En la investigación judicial la actuación del médico forense es esencial. Acude cuando se procede al levantamiento del cadáver después de una muerte sospechosa o violenta, examina y recoge signos externos del lugar de los hechos, determina la hora probable de la muerte y realiza la necropsia al cadáver.
Para él, el cuerpo dice todo.
MEDICINA FORENSE POR ACCIDENTE
Juárez Loera recuerda que su encuentro con esta especialidad fue accidental.
“Yo llegué a la medicina forense por accidente. Originalmente trabajaba en lo que era el Sindicato de Trabajadores del Estado. De ahí pasé al Cereso de Apodaca como jefe del departamento médico.
Posteriormente el entonces subprocurador lo invitó para integrarse a su grupo de trabajo.
“Cuando llegué y vi que era en Semefo me dije: ´Chispas, forense no, a mí me gustan los vivos; aquí no voy a durar´, y mira, ya cumplí 12 años trabajando con la procuraduría”, menciona.
EN AYUNAS O RECIEN COMIDO
A un lado del cadáver del sexagenario, por los guantes del doctor Juárez Loera escurre la sangre que emana del cráneo quebrado por la sierra. Olores a sustancias químicas y cuerpos en estado de putrefacción impregnan el lugar.
El tiene un estómago fuerte y curtido por los años.
“Para uno, que ya está acostumbrado a ver diariamente cuerpos inertes, ya da lo mismo si vienes en ayunas o acabas de comer.
“Claro que no es como se ve en el cine, que uno entra con el emparedado y lo come mientras se aplica la autopsia, dado que es antihigiénico. Cuentan que en el pasado un técnico ponía su lonchera sobre el cuerpo y desayunaba mientras realizaba la exploración…”, comenta con gracia el galeno.
de satisfacciones y golpes bajos
“Este trabajo es de satisfacciones, puesto que uno es capaz de descifrar todo lo que a simple vista no se palpa. La información que llega del peritaje es muy escueta, así es que uno debe ser minucioso para completar la información y reducir el margen de error”, dice el doctor mientras recurre al pasado.
“Recuerdo un fin de semana cuando llegó el cuerpo de un hombre de 50 años de edad, que supuestamente había muerto por causas naturales.
“Resultó que no”, dice el galeno.
“Al explorar el cuerpo resultó que traía un impacto de bala en la sien. Sin embargo, el cuerpo lucía limpio, sin manchas de sangre ni ropa sucia.
“Fue entonces cuando al preguntarle a los familiares confesaron que él se había suicidado y para encubrir el hecho ellos se habían dado a la tarea de lavarlo y cambiarlo para enviarlo con nosotros y poder cambiar la versión. A los familiares se les acusó por encubrimiento”, agrega.
Pero no todo ha sido tan fácil.
El médico forense recuerda el famoso caso del camión de la ruta 120, donde el chofer del mismo fue identificado entre los cadáveres, siendo que no murió allí. Esa vez fallecieron16 pasajeros y 17 más resultan lesionados.
“Sí, nos equivocamos”, dice.
En ese entonces no se contaba con el departamento de DNA (ADN en español) para comprobar la identidad de los cadáveres.
“Los cuerpos nos llegaron como rompecabezas, tratamos de armarlos. Los familiares identificaron un cadáver como el del chofer y así pasamos el reporte”, comenta.
Resultó que no era.
“Todo el peso cayó sobre nosotros, nos equivocamos, nuestras herramientas eran rudimentarias”, menciona el galeno.
voz de ultratumba
El anfiteatro del Hospital Universitario era un lugar lúgubre, con intenso olor a muerte y un calor agobiante que descomponía los cadáveres inmediatamente.
En ese escenario fue donde por única vez, la voz del más allá se escuchó.
“Aquí se ha vivido de todo. Uno de ellos fue cuando a un compañero le tocó recibir el cuerpo de una niña de 6 u 8 años, se encontraba solo. Al entrar a la sala de autopsias comenzó a oír la voz de la niña diciendo ‘mami, me duele…’. Desde entonces él sueña con esa niña”, dice el doctor.
mito o realidad
El doctor Isidro cubre el cadáver con una sábana azul y mientras lo guarda en el congelador habla sobre cómo es su vida fuera de su trabajo.
“Llevo una vida normal. Mi familia acepta mi profesión y la respetan, han visto mi crecimiento y ejemplo en el trabajo”, menciona. Para él, la idea de que el médico forense es un carnicero es mito.
“No somos carniceros, somos gente normal. Es cierto, trabajamos con cadáveres, pero lo más importante que la gente debe saber es que nos dedicamos a la investigación”, dice.
Dentro de sus ocupaciones cotidianas, Júarez Loera tiene un consultorio médico.
“Aparte de trabajar en el Semefo tengo mi consultorio donde atiendo a los ‘vivos’”, dice sonriendo.
El médico forense se quita los guantes, se lava las manos y con una sonrisa concluye diciendo: “¿Almorzamos?”.