En el verano de 1994, Gerardo Garza Sada, coordinador de campaña de Jesús Hinojosa Tijerina, se acercó a los periódicos El Norte y El Porvenir en busca del apoyo a la demanda del PAN de revertir por la vía legal y política el resultado de la elección de la alcaldía de Monterrey, ganada por el priista Jorge Manjarrez Rivera.
Al no obtener respuesta favorable, Garza Sada se acercó Federico Arreola, en aquel entonces asesor editorial y posterior director general de El Diario de Monterrey, hoy Milenio, para presentarle las copias de las más de 780 actas de escrutinio de las casillas de votación en las que, en su mayoría, presentaban irregularidades, inconsistencias y hasta errores maliciosos y trampas para validar el triunfo del PRI frente al abanderado panista. Ante la documentación, este reportero junto con otros compañeros, procedimos a analizar la información “dura” sobre este fraude electoral, no reconocido por la Comisión Estatal Electoral, aun controlada desde el Palacio de Gobierno, y que le concedió al aspirante priista el acta de mayoría que lo acreditaba como alcalde electo.
Durante un mes, Jesús “Uyuyuy” Hinojosa Tijerina se plantó con sus seguidores en la parte baja del Palacio Municipal, en una protesta que más bien parecía día de campo permanente, mientras en la Ciudad de México, se cocinaba la concertacesión para que el PAN aceptará el triunfo de Ernesto Zedillo Ponce de León como presidente electo, derrotado el “Jefe” Diego Fernández de Cevallos.
Un tribunal estatal electoral rechazó las impugnaciones y petición de nulidad de la elección propuesta por el PAN, por lo que los abogados de Hinojosa Tijerina promovían un nuevo recurso legal, que se tradujo en la anulación de decenas de casillas de votación con las cuales se revertía el triunfo del PRI y se le acreditaba al dos veces ex alcalde de San Nicolás (quien por cierto, fue el primer chapulín político que dejó una administración inconclusa, para buscar otro hueso), ser el primer panista en gobernar la ciudad de Monterrey, un alcalde de Segunda Instancia, como se le llamó al ahora fallecido político.
La historia de esta concertacesión en la llamada Batalla por Monterrey se fraguó en el despacho del entonces secretario de Gobernación, Jorge Carpizo McGregor, quien atendió al entonces presidente nacional del albiazul, Carlos Castillo Peraza, su secretario general Felipe Calderón Hinojosa, y al líder estatal panista de Nuevo León, Raúl Monter Ortega.
El ex procurador General de la República y ex rector de la UNAM le pidió a sus interlocutores los argumentos legales para reconocer la victoria del PAN en la alcaldía regiomontana, datos duros sobre el fraude electoral, la compra de votos, la alteración de resultados y demás linduras que los jueces no acreditaron en primera instancia, y los cuales le fueron entregados de manera puntual por los líderes de Acción Nacional.
“¿Y cuáles son los argumentos políticos para reconocerles Monterrey?”, les espetó el ahora ya desaparecido Carpizo.
De las manos de Monter Ortega, quien sería perseguido y nunca encontrado durante más de siete años por fraude genérico en contra de inversiones de Abaco Grupo Confía, curiosamente, demandando durante el primer y único gobierno panista de Nuevo León encabezado por Fernando Canales Clariond, socio millonario de esa de casa de bolsa, salió un sobre de color amarillo, tamaño oficio.
De él, surgieron decenas de fotografías en las que aparecían integrantes de la clase política priista de ese entonces en situaciones comprometedoras, íntimas y algunas sucias, como relataría en breve plática Hinojosa Tijerina a este reportero hace ya casi 19 años, con la promesa de no decir nada hasta tiempo después.
Ante la evidencia, el secretario de Gobernación sólo atinó a decirle a sus interlocutores: “Monterrey es suyo….”, dando por terminada la reunión privada.
Horas después, ya en Monterrey, Carlos Castillo Pedraza afirmaba eufórico ante una plaza Zaragoza llena de panistas: “Ganó la democracia y la verdad, ganó la legalidad…”, siendo aplaudido por los enloquecidos seguidores.
Mientras, en otro punto de la ciudad, el alcalde electo y defenestrado Manjarrez Rivera declaraba “ganó el chantaje y la extorsión…”.
Obligado a salir a reconocer el triunfo panista y la derrotada de su delfín y amigo personal, un demacrado Sócrates Rizzo aceptaba la decisión y afirmaba: “Trabajaré con las autoridades de Monterrey aunque no sean de mi partido”.
Sus días como mandatario estaban contados….