Por Kevin Recio y Edwin Vega
Son las 14:37 horas y el calor y el sol son insoportables. Una mirada hacia el horizonte y unas ganas inmensas de pasar algo por la garganta que no sea saliva es lo que siente Ángel Pérez Hernández.
Es originario de Tegucigalpa, Honduras. Viste jeans desgastados, unos tenis rotos por detrás, sudadera verde, una mochila usada y sostiene un cobertor amarrado con un mecate blanco.
En su cabeza tiene dos gorros: uno para cubrirse del viento y otro del sol que pica a la intemperie; Ángel acude a cada conductor sobre el crucero de Fleteros y Gonzalitos con el fin de comer algo o juntar “unos pesitos”.
Es la segunda vez que llega a Nuevo León sobre “la bestia” con el objetivo de llegar a Estados Unidos y vivir el llamado “sueño americano”, sin embargo las problemáticas que ha vivido son despiadadas.
Pasada la tarde una señora llegó en su carro, se paró y le ofreció trabajo para ayudarlo a juntar esos “pesitos” que bien le caen en el bolsillo. No obstante, ella misma se comprometió a pasar al siguiente día a primera hora por él, al mismo lugar, para llevarlo a su casa, donde comenzará a trabajar.
Su hogar es debajo del Puente Atirantado con su esposa y dos hijas; una de un año y medio y la otra de cuatro.
“Nos vinimos aquí para pasar los días padre. Queremos llegar p’al otro lado porque allá se gana en dólares”, dijo con la sonrisa de oreja a oreja, y sus ojos cafés puestos en el cielo con seguridad de que llegarán.
Aunque las oportunidades se logran sin pedirlas, a Ángel le llegaron dos: la primera hace un par de meses cuando solo echó lo esencial y se trepó a “la bestia’ (el tren que sale de Tapacuha, Chiapas, rumbo al norte de México). Sin embargo en Guatemala unos “maras salvatrucha” lo despojaron violentamente de sus pertenencias.
“Llévense todo y no me hagan daño, no por favor, no”, recordó el hondureño mientras se le hacía un nudo en la garganta y tomaba aire para continuar con su historia.
“La delincuencia fue la que me obligo a huir del país. No hay trabajo, no hay nada, solo busco un sueño americano y una mejor vida para mi familia”, indicó Ángel con las manos juntas mientras cerraba los ojos y murmuraba una oración mirando al cielo.
“Una vez me deportaron porque no traía papeles, y ahorita no tengo porque me robaron todo, pero quiero regresarme a mi pueblo por mi identificación para poder irme allá (Estados Unidos)”, expresó.
Aunque suena fácil, el camino hacia Honduras es largo, negro y sin piedad. Ángel sabe a dónde va, aunque no está cierto si regresará con bien para ver a su familia nuevamente.
De los nueve mil inmigrantes que venían en la caravana, por lo menos un 15 por ciento se quedaron en Nuevo León; varios fueron deportados, algunos lograron cruzar a Estados Unidos y de otros ya no se supo nada.
“Esta segunda vez me vine en la caravana y no cobraban, uno solo seguía a la gente”, comentó mientras bebía de su botella de agua y se acomodaba una bufanda de cuadros azules para mitigar el poco frío de las sombras. Tiene un gorro azulado, cobijas y una mochila para guardar la comida y ropa que había juntado.
La madre de Ángel se quedó en la capital Tegucigalpa preocupada porque tres de sus cuatro hijos se treparon a “la bestia” en busca de una mejor vida; el menor de 19 años, sin estudios como los demás, se quedó a trabajar de carpintero porque no podían económicamente.
Aunque los tres mayores se vinieron a México, no tienen manera de comunicarse con su familia, y Angel tiene, por lo menos, dos meses de no saber de su madre.
En la actualidad en los cruceros de Nuevo León hay inmigrantes y regiomontanos que se hacen pasar por centroamericanos, lo cual perjudica a quienes piden ayuda porque la necesitan.
Ángel denunció que en el mismo cruce hay “venezolanos” (que, de acuerdo a redes sociales, son de Escobedo); y otros que solo buscan asaltar y lastimar a las personas.
“Yo pienso que está mal que hagan eso, luego piensan que uno es falso migrante”, señaló.
Robo, delincuencia y violaciones es lo que se vive en “la bestia”, pues en el trayecto se suben encapuchados o civiles, incluso hay quienes se hacen de la vista gorda, y hay otros que solo “se tapan los oídos y los ojos.
“Es triste papi”, mencionó Ángel con los ojos inundados de lágrimas, sin caer por las mejillas, pues no quería mostrar debilidad.
Ya lleva varias horas pidiendo la ayuda a los automovilistas y aún tiene fuerza para no quebrarse y continuar juntando dinero para la cena.
En Honduras Ángel ganaba tres dólares por una jornada diaria de 11 horas, es decir, 57.36 pesos mexicanos, y no cenaba para que su familia pudiera tener “un taquito”.
Trabajaba como carpintero y albañil, y aún así podía sobrevivir diariamente con un lonche y una botella de agua durante 15 minutos en su descanso, contó.
“Lo veo muy difícil. Ya tenemos aquí varios meses”, se refirió a México como segunda opción en caso de no lograr pasar a Estados Unidos.
Mencionó que en su paso por México los integrantes de las caravanas han sigo atacados con expresiones racistas y clasistas, pero ha habido excepciones en la gente.
“Sí nos dicen cosas, pero otros mexicanos nos han ayudado, nos han arropado y nos han alimentado papi”, agregó.
“Vamos a rentar un cuartito en lo que nos vamos a la frontera”, dijo mientras guardaba una lonchera con tacos, una docena de tamales de pollo, ropa y papel higiénico que recibió de regalo.
Ángel regresó al cruce donde continuó pidiendo ayuda. Le dieran o no se despedía de la gente con un “amor y paz, nos vemos. Dios los bendiga”.
Antes que anochezca se retirará del lugar y caminará por varias horas hasta llegar al Puente Atirantado junto al Río Santa Catarina; de cena habrá tamales y tacos junto a su familia.
Y mañana volverá al mismo lugar para zigzaguear entre los automóviles… estirando la mano para recibir una ayuda.