Superar el cáncer no es cosa fácil porque va la vida de por medio. Moisés Rodríguez es una prueba de que con determinación y perseverancia se puede lograr.
Este joven oriundo de Ocampo, Coahuila y editor del periódico Vanguardia, en Saltillo, cuenta a Hora Cero cómo pudo vencer el cáncer.
Lejos de obtener desiluciones, rupturas familiares o depresión, la enfermedad trajo consigo una renovación en su matrimonio, una reconciliación en su familia, muestras de amistad inolvidables y una nueva visión de la vida.
SE ENTERA DE LA ENFERMEDAD
Son las 3 de la tarde, en Saltillo, Coahuila. El ambiente es fresco y árido, como el clásico panorama invernal en la tierra del Sarape.
Sentado en la banca de un parque en la colonia Chapultepec, se encuentra Moisés Rodríguez, un hombre de 42 años.
Su mirada es profunda y su semblante resplandeciente. Soba su cabeza con el escaso cabello que hay en ella, respira hondo y comienza a recordar el día que le diagnosticaron una terrible enfermedad: el cáncer.
“Era noviembre de 2008”, comienza.
“Me desperté una mañana sintiéndome mareado y sin poderme levantar de la cama”, recuerda.
Ante una posible recaída de laberintitis, enfermedad que había tenido tiempo atrás, compró un desinflamatorio que no ayudó en nada y decidió ir al IMSS.
“Me hicieron estudios de orina y sangre para encontrar el porqué de los mareos, ya que no era la laberintitis que yo había pensado”, dice.
“Cuando los doctores vieron los estudios, notaron ciertos indicadores de que algo andaba mal y comenzamos un tratamiento”, agrega.
Comenzó a tomar pastillas y le volvían a hacer estudios para verificar si había mejoría, pero no fue así.
“Me pidieron que me hiciera una ecografía y tuve que hacerla por fuera del IMSS porque ya estaban en cierre de año y su presupuesto ya no cubría ese tipo de estudios”, comenta Moisés.
En la ecografía había salido una tumoración a lo cual su médico familiar tuvo que enviarlo con un especialista en medicina interna para realizarle otros estudios y corroborar el tumor.
“La tumoración salió detrás del estómago”, dice.
“Me enviaron a hacerme un tac y después una biopsia para tomarme muestras y me enviaron con ellas a la clínica 25 en Monterrey”, agrega.
Aún con la expectativa de que no fuera nada grave, ya que a él no le habían dicho la gravedad de su caso, llegó a la clínica 25 con el hematólogo Severiano Baltazar, quien sería el encargado de darle la mala noticia.
“A finales de enero, y después de varios estudios, el doctor me diagnosticó Linfoma No Hodgkin de células B, agresivo y de mal pronóstico”, dice Moisés.
Ante tal panorama el doctor decidió iniciar un tratamiento en el cuerpo de Moisés mientras le enviaba a realizar otros estudios más especializados y de mayor duración.
“Ya no podía esperar porque tenía muy avanzada la enfermedad, así es que me internó inmediatamente donde me sometieron a tres días de quimioterapia”, comenta.
“Recuerdo que sustrajeron células madre de mi médula, las encapsularon por si en un futuro las llegaba a necesitar y comenzamos con el tratamiento”, agrega.
Y así, con un negro diagnóstico y la incertidumbre que causa el enterarte de una enfermedad así, Moisés tuvo que iniciar su tratamiento.
“Cada 28 días tenía que ir a Monterrey a la clínica 25”, dice.
“Me veía el doctor, me pasaba a quimioterapia, comenzaba la sesión que duraba entre siete y ocho horas donde comenzaba a pasar el medicamento por mi cuerpo y al término regresaba a Saltillo y a los 28 días se repetía”, continúa.
“Me sometieron a uno de los mejores tratamientos de quimioterapia que hay en el mundo”, agrega.
Por seis meses este joven de 39 años, en ese entonces, comenzó una lucha por derrotar el linfoma que por azares de la vida, le había tocado uno de los más agresivos y podía acabar con su vida de un día para otro.
TIEMPO DE ADVERSIDAD
“Para enfermarte y para sanar cuenta mucho los hábitos que tengas de vida”, dice Moisés Rodríguez mientras se acomoda en la banca de metal que está en el parque.
“Yo hacía ejercicio y nunca he sido excedido en beber y no fumaba”, agrega.
Pero reconoce que sí cometió un error que es el que mucha gente comete, trabajar en exceso.
“Eso es lo que me enfermó”, comenta.
“Tener jornadas de trabajo muy largas, los descansos muy cortos. Además de las presiones en la casa”, agrega.
Para Moisés, darse cuenta que aunque el ejercicio era parte escencial en su vida, el trabajo y el sedentarismo lo llevaron a enfermarse.
“No hay una causa específica para determinar la razón por la que te enfermas de linfoma, pero tiene que ver que no comas bien, que no descanses, que no te cheques bien las infecciones que a uno le dan o que te automediques”, dice.
A raíz de su tratamiento, la forma de vida tuvo que cambiar drásticamente.
Se incapacitó en el trabajo; su esposa Catalina Morales, que vivía en Ocampo, Coahuila, por su trabajo, tuvo que estar viniendo a Saltillo cada mes para acompañarlo a las quimioterapias; sus hijos, Jared y Katya, tuvieron que sufrir, además de la enfermedad de su padre, también la ausencia de su madre.
Catalina tuvo que recurrir a la buena voluntad de sus compañeros de trabajo quienes se compadecieron de ella y la cubrieron durante todo el tratamiento de Moisés.
“La rutina de ella era venir a Saltillo un día antes de la quimioterapia, me llevaba a Monterrey y terminando el tratamiento me regresaba a Saltillo y ella tomaba el autobús a Ocampo”, recuerda Moisés
“Eran viajes muy cansados y perdía uno o dos días de clases, pero siempre la cubrían sus compañeros”, agrega.
La mayor muestra de apoyo por parte de sus compañeros fue cuando la cubrieron todo el mes que estuvo internado por el trasplante que le hicieron a Moisés.
“Contrataron, con el sueldo de ellos, una suplente para que la cubriera todos los días que no iba a estar”, dice Moy.
“Ellos le ayudaron mucho aun sin conocerme y eso nunca lo olvidaré”, agrega.
LO MEJOR DEL CáNCER
“No hay nada que te apegue más a la vida que estés cerca de morirte. Hace que la valores más y que valores cosas que antes no tomabas en cuenta”, dice Moisés, mientras en su rostro se dibuja una sonrisa.
Tuvo que vivir con las secuelas de las quimioterapias que su cuerpo recibía.
“Los días más duros que tuve siempre eran los primeros cuatro o cinco después del tratamiento. Era mucha debilidad, mareos y extremo cansancio”, recuerda.
Pero siempre contó con su mejor amigo.
“El mejor compañero que puede tener uno es un libro porque siempre está a un lado tuyo, lo abres y está donde te quedaste y siempre tiene una respuesta para ti”, agrega.
Amante de los libros desde el bachillerato, Moisés vivió su tratamiento entre libros. Ya fuera internado o cuando estaba conectado al medicamento por ocho horas, nunca dejó de leer.
“Siempre he tenido ese gusto y ahora en esta enfermedad fue muy reconfortante, incluso, cuando estuve aislado, me desinfectaron varios libros y me los dieron para seguir leyendo”, dice.
Al igual que en la novela de Shakespeare, “La Tempestad”, la adversidad le dio extraños compañeros de cama.
“Tuve compañero de cuarto muy particulares que se me quedaron muy grabados”, recuerda Moy.
“Y cada mes que iba a mi tratamiento eran diferentes personas y diferentes historias”, agrega.
Además de los compañeros de cama, Moisés y su familia recibieron muchas muestras de cariño. De su trabajo recibió inumerables muestras de apoyo de mucha gente.
“Definitivamente recibí mucha ayuda, incluso, de personas que no imaginaba”, dice.
La familia directa de Moisés se unió.
“Tengo dos hermanos más chicos que yo”, comenta.
“Recuerdo que nunca habíamos sido expresivos, hasta el momento de mi enfermedad”, dice mientras hace una pausa. Sus ojos se cristalizan y apenas se entiende lo que agrega.
“Mi hermano me dio un beso y eso es algo que nunca habíamos hecho”, recuerda.
“Nunca olvidaré ese momento porque estaban por subirme a la ambulancia, mi hermano se acercó, me dio un beso y me dijo: ‘Estamos contigo’”, continúa mientras las lágrimas corren por sus mejillas.
“Cerraron la puerta y nada más vi por la ventana cómo mi familia se alejaba conforme avanzaba el vehículo”, agrega.
“Nos ayudó bastante para acercarnos como familia”, dice.
Otro de los detalles que recuerda Moisés fue que su matrimonio, que en el pasado se tambaleaba en la cuerda floja de los problemas y el fracaso, se vino a fortalecer.
“Si algo tengo que agradecerle al cáncer es que vino a unir a mi familia y a restaurar mi matrimonio. Estamos mucho mejor ahora que antes de que me enfermara”, dice.
VENCIENDO LA ENFERMEDAD
Era mediados de agosto de 2008 cuando el tratamiento de seis meses llegaba a su fin.
Sin embargo, en los estudios que le mandaron hacer aparecía un residuo, es decir, la tumoración pero más pequeña.
“Me pusieron en total seis sesiones de quimioterapia de rescate. Al término de ellas volvieron a hacerme otro tac y seguía apareciendo el residuo”, recuerda Moy.
Este nuevo tratamiento duró hasta diciembre.
Como no desaparecía el residuo y para poder aplicarle el trasplante de células madre el paciente tiene que estar en remisión completa (completamente limpio de la enfermedad), lo enviaron con el radiólogo para que estudiara su caso.
“Como el radiólogo vio que mi cuerpo era fuerte para las quimioterapias me aplicaron 27 radiaciones diarias”, recuerda.
“Al término de estas me volvieron a hacer otro tac y seguía apareciendo el mismo residuo”, agrega.
La situación se volvía más complicada porque la tumoración seguía apareciendo y las posibilidades se agotaban.
“Me acuerdo que estabamos en su consultorio y le marcó al jefe de oncología de la clínica 25 y le platicó todo mi caso por teléfono, intercambiaron opiniones y después de colgar me dijo: Voy a hacer la lucha con este otro tratamiento porque no quiero enviarte al trasplante en remisión parcial”, recuerda Moy.
Por si fuera poco, durante sus visitas al médico, conoció un sinnúmero de historias de personas que habían recaído.
“Yo conocí muchos casos de gente que no duraban ni los dos meses, después de haber salido bien del trasplante”, dice.
“Yo me decía: ‘yo ni siquiera estoy en remisión completa’. Ellos que ya estuvieron limpios recayeron y yo que estoy en remisión parcial… no tenía muchas esperanzas”, agrega.
Así, con la esperanza en decadencia, el radiólogo le aplicó otra quimioterapia con una combinación extraña de medicamentos, sin éxito alguno.
“Como la tumoración seguía, dejé de ir al tratamiento”, dice Moy.
“Pensé en volver a trabajar y comenzar a arreglar un patrimonio para mi familia porque me estaba haciendo a la idea de que eventualmente me iba a morir”, dice.
Comenzó a acondicionar la casa que adquirió hasta que la pensión se le venció y para renovarla tenía que volver con el médico especialista.
“Me mandaron a hacer otros estudios y cuando revisaron los resultados se dieron cuenta que la tumoración no había crecido desde el primer tac hasta este último (diciembre 2009)”, dice.
Volvieron a hacerle una biopsia y fue cuando se dieron cuenta que ya no era una tumoración cancerígena, sólo era tejido acumulado.
“Eso significaba que el tratamiento sí había funcionado y que ya estaba en remisión completa”, dice.
“Me programaron para el trasplante en abril de 2010”, recuerda.
“Estuve internado un mes completamente. Después de ese mes vine a Saltillo donde estuve aislado dos meses más y solamente salía cuando iba a consulta a Monterrey”, agrega.
Fue así cuando al día 100 de su trasplante, en junio de 2010, el especialista lo declaró alta temporal.
“Tengo que estar en revisión cada seis meses por los próximos cinco años. Si aparezco limpio al cabo de ese tiempo los médicos podrán decir que ya estoy curado”, dice Moisés.
Hoy a sus 42 años y después de tres de dura lucha puede disfrutar nuevamente de la vida.
“Yo lo que quiero es ser un buen esposo, ser un buen padre para mis hijos y seguir adelante, vivir normal”, dice.
Aunque tiene una dieta especial y el compromiso de checarse cada seis meses por los próximos cinco años, Moisés ve día con día cómo su salud y semblante va mejorando.
“En marzo espero hacer mi primer chequeo, pero siento que mi cuerpo se vuelve a llenar de vitalidad y ganas de seguir viviendo por mucho para disfrutar a mis hijos, a mi esposa y a mi familia”, concluye.