El tema de México y el desempleo ha sido un problema toral en la vida del país.
Es además uno de los grandes tópicos en la vida política nacional.
Sin embargo, el creciente desempleo es una manifestación de una urgente reforma laboral integral entre todos los actores que la competen: política, fiscal, empresarial, educación y sociedad.
Así lo expresó Fanny Arellanes, delegada federal de la Secretaría del Trabajo.
“La reforma laboral que se está promoviendo y que urge que los diputados se pongan de acuerdo antes de que vengan las elecciones y vuelvan a empantanarla, precisamente lo que busca es ser integral”, dice.
En la feria del empleo celebrada en el municipio de Monterrey el pasado 18 de enero el fenómeno se repitió una vez más.
De todos los municipios que convergen a la capital del estado neoleonés se dieron cita en la planta baja del palacio municipal, cerca de 10 mil personas, que conservan la esperanza de conseguir un empleo estable que les permita mejorar su calidad de vida y hacer realidad los sueños y esperanzas que se niegan a morir.
Cuatro historias de desempleo y superación se hilvanan de este evento que lejos de formar parte del currículum de la Secretaría de Desarrollo Económico, es darle al pueblo la oportunidad de tener contacto con las empresas que ofrecen la posibilidad de conseguir uno de tantos sueños, un trabajo.
ENFRENTANDO LA ADVERSIDAD
Para muchas personas, el formar una familia lo es todo y en el caso de Esmeralda Esmeralda no fue la excepción.
Esta joven de 30 años se casó en el 2006 con Javier Morán, de 29 y en ese entonces la vida era una caja de ilusiones.
El formar la familia Morán Esmeralda fue un sueño hecho realidad.
Ella profesionista y él, con la preparatoria terminada, decidieron unir sus vidas en matrimonio.
“Yo estudié Relaciones Internacionales y mi esposo sólo terminó la preparatoria”, dice Esmeralda.
Cuando se conocieron, Esmeralda trabajaba de auxiliar de compras en la distribuidora de alimentos Martínez y Javier fungía como almacenista en una empresa que distribuye productos de belleza.
Con la estabilidad económica que te da un trabajo, el cual ambos tenían, y el amor que se profesaban, vieron asegurado ese promisorio futuro.
Se casaron y fueron a vivir a casa de los padres de Javier, en la colonia Sierra Ventana, mientras su economía mejoraba para poder rentar una casa.
Sin embargo, la vida no sería como se la imaginaron.
Al cabo de dos años la empresa donde laboraba Javier se vio afectada por la crisis de 2008 y tuvo que hacer un reajuste donde salió despedido.
En cuanto a Esmeralda, la distribuidora de alimentos cerró. De un día para otro ambos se habían quedado sin trabajo.
Y todo se complicaba aún más porque en su vientre venía su ansiado hijo, Leonardo Daniel.
“Planificamos a Danielito”, dice Esmeralda.
Javier, su esposo, ante la situación a la que se enfrentaban consiguió un trabajo de almacenista en otra empresa, lo cual los tranquilizó por un momento.
Pero Esmeralda, con su embarazo, estaba imposibilitada a trabajar.
“Tuve un embarazo de alto riesgo”, dice la joven madre mientras carga a su hijo.
“Así es que decidimos que yo no trabajaría para no perder a Danielito y mi esposo sería el que laboraría”, agrega.
Cuando por fin nace Leonardo, la felicidad reinó en la familia Morán Esmeralda. Pero fue pasajera porque Javier una vez más perdía su trabajo.
“Al cabo de un mes de nacido danielito, la empresa donde trabajaba mi esposo sufrió un reajuste y él salió despedido”, comenta Esmeralda.
“Imagínate”, hace una pausa para recostar a su hijo en la carreola, “Javier llegó a su trabajo sin saber que ese era su último día”, continúa.
“No le avisaron hasta que se presentó a trabajar y le dieron la mala noticia”, agrega.
Una vez más, Javier y su familia quedaban en el aire.
“Es una preocupación horrible”, dice Esmeralda.
“Es que cuando eres padre te angustias porque de pronto ya no tienes cómo sostener a tu hijo, así es que mi esposo se sentía muy mal”, agrega.
Con la frustración a cuestas, Javier salió en busca de otro empleo. Los sueños tendrían que esperar una vez más y los padres del joven seguirían ofreciéndoles su hospitalidad hasta que todo se mejorara.
A los pocos días comenzó a trabajar en otra empresa, sólo que esta vez era por contrato.
“Se desarrollaba como almacenista, porque él siempre ha hecho eso”, comenta Esmeralda.
Cuando apenas comenzaban a retomar el vuelo, el contrato de Javier se venció y ya no se lo renovaron.
“El 14 de enero se quedó sin trabajo otra vez porque ya no quisieron renovarle su contrato”, comenta la angustiada esposa.
Hoy se encuentran aún sin trabajo, pero la esperanza de progresar sigue latente.
“La esperanza es la última que muere”, dice Esmeralda.
“Ahora que mi hijo ya cumplió su año yo también estoy buscando un trabajo administrativo que me permita obtener dinero y cuidar a mi bebé”, agrega.
Con las ilusiones puestas en sus sueños, esta joven familia regiomontana está decidida a mejorar a pesar de las adversidades.
“Claro que tenemos aspiraciones”, dice Esmeralda con un tono soñador.
“Una casa propia, una buena calidad de vida y un ambiente de tranquilidad a pesar de la ciudad en la que vivimos”, agrega.
Para esta mujer de 30 años, aunque las cosas no han sido miel sobre hojuelas, ha aprendido a disfrutar la vida ante la adversidad.
“He sido bendecida desde que me casé, mi embarazo y mi maternidad”, comenta mientras en su rostro se dibuja una sonrisa.
“Tengo un esposo maravilloso que a la vez es un excelente padre y aun con los tumbos que la vida nos ha dado, seguimos con la esperanza de darle a nuestro hijo un mejor futuro”, concluye.
LA EDAD, MI MAYOR PROBLEMA
José Manuel Cervantes Zúñiga es un señor de 57 años que se une a la interminable lista de desempleados que el único requisito que no pueden cumplir es la juventud que se pide para que una empresa los emplee.
Aunque comenzó a contribuir a la sociedad a la edad de 16 años, hoy ya no puede presumir de la velocidad y presteza de su juventud, pero si de su experiencia y calidad en su trabajo.
Creció entre los metales. Pailero, cortador, trazador, armador y soldador fueron sus conocimientos que a lo largo de 40 años han estado con él.
Sin embargo, pareciera que esa experiencia no ha sido lo suficientemente convincente para las empresas porque todo se remite a que está por llegar a los 60 años.
Razón por la cual, desde el verano pasado, carece de un trabajo estable.
Sentado en las gradas del palacio municipal, el hombre de pelo cano y rostro curtido por los años, porta en sus manos una pluma y varias solicitudes de empleo a llenar, con la esperanza de que alguna empresa lo contrate.
Levanta su vista y dice “Estudié hasta la secundaria, pero aunque no tuve estudios, aprendí el oficio de pailero, cortador, trazador y armador”.
Fue así como en la adolescencia marcaría el rumbo de su vida, siempre entre metales y soldadura.
La vida lo llevó a conocer a su hoy esposa, María Ninfa Espinoza, con quien lleva casado 36 años y con la cual engendraron a José Manuel, Jaime Alonso, Alejandro Ismael y Brenda Judith.
“Tengo la dicha de ver casados a dos de mis cuatro hijos”, dice don José.
“Ya soy abuelo de dos niñas y un niño y ellos me hacen muy feliz”, agrega.
La misma felicidad con la que ha desempeñado su papel laboral que le ha permitido darle estudios a sus hijos.
“Los cuatro estudiaron una carrera técnica”, comenta.
Por muchos años vivió la estabilidad de un empleo. Aunque siempre trabajando con contratistas, su experiencia y juventud lo antecedía.
Fue así como pudo tener un trabajo fijo por más de cinco años.
“Trabajé por cinco años en la empresa Maquinaria Industrial Reformar hasta que cerró por la crisis de 2008 y desde entonces no he tenido un trabajo estable”, dice don José.
La crisis no solo le trajo desempleo, también tuvo que confrontarse a la realidad de que ya tenía 55 años y que era poco probable conseguir otro trabajo fijo.
“He andado de acá para allá”, continúa.
“Eso sí, sin dejar de trabajar porque tengo que mantener a mi esposa y dos hijos que aún viven conmigo”, agrega.
La situación se recrudeció cuando el hijo mayor, que aun vive con sus padres, se quedó sin trabajo y no ha podido conseguir.
“El es técnico en bombas de gasolina, pero se le acabó el contrato en la empresa a la que trabajaba y ya no le mandaron llamar y ahorita ahí está desempleado como yo”, dice don José.
El casi hexagenario conduce una motocicleta para ahorrar dinero en transporte, sin embargo, la escasez lo ha llevado caminar desde su casa en la colonia Valle de Santa Lucía hasta las empresas donde dedsafortunadamente no ha conseguido trabajo.
“Pues es que he ido a muchos lugares, a veces hasta a pie, pero en todos me dicen que la edad es el problema”, comenta mientras soba sus manos ásperas por el rudo trabajo que ha realizado por años.
Aun y cuando la vida lo ha confrontado a su mayor temor, la vejez, este abuelo no se desanima porque dice que “la esperanza muere al último”.
Esa misma esperanza que lo ha llevado a no desistir de su sueño de juventud.
“El tener un tallercito de puertas y ventanas propio, eso me haría muy feliz”, dice don José.
“Viviría a ‘todas margaritas’ mi senectud”, agrega.
Y como ese sueño, está también el de tener un carrito para sacar a pasear a su familia.
“Gracias a Dios que el municipio me da una despensa mensual”, recuerda don José.
“Eso nos ha ayudado a sobrevivir cuando el dinerito no alcanza”, agrega.
Con su mirada llena de esperanza, vuelve su vista a la solicitud y reinicia el llenado.
Secodisa es la empresa a la que va dirigida la carta de empleo, al igual que su deseo de pertenecer a este negocio que parece ser el único en la feria del empleo que no tiene problemas con la edad.
Antes de levantarse de las gradas, termina diciendo: “Es dificil ser viejo porque los problemas se acrecientan, ya no se tiene la misma fuerza que antes y ya no nos quieren dar trabajo”, comenta.
“Ojalá pueda conseguir trabajo y este me ayude a cumplir mi sueño antes de morir”, concluye.
SU DISCAPACIDAD NO LOS LIMITA
El mundo de las personas que sufren una discapacidad auditiva puede ser tan duro como sencillo de acuerdo a la aceptación de la sociedad.
Para Alejandro Hernández, su mundo ha sido dificil.
“Es muy dificil ver el mundo porque mi capacidad me limita”, dice.
“Eso me ha llevado a no socializar mucho, casi no salgo a divertirme por temor a que me descriminen”, agrega.
Soltero y con 32 años a cuestas, este joven aprendió, no sólo a leer los labios, sino a hablar a base de muchos esfuerzos y tratamientos para combatir su sordera.
Alejandro ha logrado vencer, en parte, su discapacidad y ahora domina los dos lenguajes.
Sin embargo, lograr comunicarse ha sido muy complicado.
“Mi mamá se esforzó mucho para que yo aprendiera a hablar”, dice Alejandro.
“Llevo un aparato auditivo después de varias operaciones que me han hecho y así es como puedo escuchar a las personas, ademas de leer labios”, agrega.
Alejandro es técnico en computación fiscal contable, estudios que con mucho esfuerzo su madre Graciela Herrera, de 54 años, le pudo costear.
“Admiro mucho a mi madre porque no se desanimó en darme escuela”, comenta.
Para Alex, como le dicen de cariño, enfrentarse al mundo laboral ha resultado todo un desafío porque la gente lo rechaza por su discapacidad.
Ese mismo rechazo que se ha visto reflejado en conseguir trabajos temporales o por contrato.
“La gente me considera ‘tonto’ por mi discapacidad auditiva”, dice medio molesto Alejandro.
“Pero no se dan cuenta de que mi cerebro funciona bien y soy tan capaz como cualquier persona ‘normal’, o hasta más”, agrega.
Mayor de cuatro hermanos y con una discapacidad que soportar, la vida no podía ser peor.
Pero a la edad de 12 años sufrió la separación de sus padres y vio cómo su discapacidad podría ser un problema.
“Mi mamá tuvo que sacarnos adelante a mis hermanos y a mí”, dice Alejandro.
“Por eso, para que mamá no tuviera tantos problemas conmigo, decidí aprender a hablar y a comunicarme con sonidos”, hace una pausa en su gutural voz y continúa.
“La admiro mucho (a su mamá), porque ella me animó a salir adelante con su ejemplo”, agrega.
Aun con su carrera técnica, Alejandro ha tenido que soportar el suplicio de trabajos temporales, quedando una y otra vez a la deriva.
“Siento que mi discapacidad me ha limitado a conseguir un trabajo fijo”, comenta.
“No entiendo cómo la gente no puede evaluar mis capacidades antes de anteponer mis limitaciones’, agrega.
Esas mismas limitaciones las ha sufrido Héctor Barrera, de 32 años y originario de Acapulco.
“Yo me vine a trabajar a Monterrey porque tenía una tía que veníamos a visitar y me gustó la ciudad”, platica con señas, mientras Alejandro traduce.
“Ya tengo siete años aquí y me he demostrado que puedo salir adelante”, agrega.
Soltero e independiente, pues desde que llegó ha rentado y se ha mantenido solo, este joven costeño sólo puede leer los labios y se comunica con señas.
Para Héctor, su discapacidad también lo ha orillado a tener trabajos temporales.
“El trabajo más largo que he tenido fue en el hotel Suites, como camarista”, dice.
“Pero me acaban de correr porque no le caía bien a la dueña” agrega.
Y no sólo ha sufrido el despido laboral, también ha tenido que enfrentearse a la cruda realidad del desamor.
“Si he tenido novias, tanto sordomudas como ‘normales’, pero en todas he sufrido”, dice.
“Si es sordomuda, se vuelven muy celosas, y si son ‘normales’, me engañan pensando que porque no oigo soy tonto”, agrega.
Y así, luchando contra viento y marea, este joven acapulqueño se aferra a la esperanza de forjarse un mejor futuro en el que su discapacidad, al igual que la de Alejandro y cientos de personas que la padecen, no sea la atenuante de discriminación social como hasta hoy siguen padeciendo.