Vicente Leñero dice ya sentirse un poco “cansadón” y no muy bien de salud como para seguir viajando de homenaje en homenaje o invitado a ser juez en obras de teatro así como conferencista.
“Ya estoy viejo y quiero que se tome en cuenta que la edad pesa”, puntualiza con cierto aire de resignación aunque no de derrotismo, al recordar que el 9 de junio cumplió 79 años.
Por eso prefiere tomar el café con el amigo que le aprecia en una hora prudente, siempre y cuando sea antes de que anochezca y en un sitio cerca de su casa en la ciudad de México, donde está muy al pendiente de él, su fiel Estela y sus hijas.
Cuando le digo que hay personajes en México que, como él, deben ser honrados, a la par que por su edad o trayectoria también por su fecunda obra cultural, le pido su opinión sobre Roberto Gómez Bolaños a raíz de los festejos de que fue objeto en Televisa hace unos meses.
Leñero no tiene empacho en aceptar que “hay un fondo sociológico en El Chavo del 8 que, no sé por qué, algunos intelectuales se resisten a tomar en cuenta”.
Con su clásico sentido del humor, Leñero hace juegos de palabras que quiere envolver en el oropel de la seriedad a fin de que se entienda que el creador de esa serie televisiva ha tenido éxito más allá de los años en que fue concebida, porque no solamente entretiene sino que da en el centro de nuestra idiosincracia con una gracia infantil que hace reflexionar a los adultos.
Pero don Vicente no quiere tocar más el tema y se enfoca a subrayar su ilusión de ofrecer a los lectores su próximo libro de cuentos que está afinando con mucha paciencia, para que en enero de 2013 sea presentado por la casa editorial y de inmediato aparezca en los estantes.
“Es en lo que estoy invirtiendo mi tiempo, porque no ando bien de salud y, como le repito, me siento un poco cansadón, por eso ya no acudo con frecuencia a la revista Proceso y sólo voy de cuando en cuando a atender problemas administrativos orgánicos, pues ni falta hago en el terreno editorial”, afirma con un toque de humildad muy suya.
Dramaturgo por vocación, llegó a la literatura de la mano de Juan José Arreola en los talleres que impartía en la década de 1960, para acometer con solvencia el oficio de guionista cinematográfico. Y aunque no desea ser encapsulado en el oficio periodístico, indudablemente ha sabido dejar huella de su sentido y pálpito de la noticia en las revistas en que ha trabajado, como Claudia y Proceso, reseñando sucesos relevantes y elevando la crónica a un sitio distinguido.
Nacido en Guadalajara el 9 de junio de 1933, desde pequeño sus padres lo llevaron a vivir a la capital mexicana: él, un hombre extrovertido y amante del teatro, y ella una mujer de principios de siglo que jamás ocultó su ferviente catolicismo y su admiración por León Toral y la Madre Conchita, involucrados en el asesinato de Álvaro Obregón en julio de 1928.
Estudió primaria y secundaria durante la década de los 40 en el Colegio Cristóbal Colón, de los lasallistas, donde era alumno también, un año atrás de Vicente, el que alcanzaría la presidencia de México en el sexenio 1982-88, Miguel de la Madrid Hurtado, llegando a ser ambos colaboradores de planta en “La Fragua”, el periodiquito preparatoriano que dirigía Carlos Chanfón.
De su contacto con gente de teatro y de la actuación le viene también de niño el gusto por el foro para títeres de alambre, secundado por su hermano Luis, lo cual les hacía gozar con aquel viejo cajón de madera bajo la atención de su padre, quien enseñaba a los chavales la improvisación en el escenario, de ahí que no sea extraño el éxito de “Los albañiles” que pronto consagró a Vicente en el mundo del teatro, pues fue premiado en 1963 con el galardón Biblioteca Breve Sex Barral.
Estudió ingeniería, pero igualmente hizo el curso de periodismo de la Escuela Carlos Septién García y de ahí en adelante no ha soltado la pluma de su mano ni la máquina de escribir sometida a una fecunda inspiración y estilo. De ahí que su libro “Los periodistas” ha sido considerado el punto de partida en México de la suma de ficción y realidad al relatar el golpe dado por el presidente Luis Echeverría al periódico Excélsior, con la expulsión de su entonces director, Julio Scherer García, lo que hizo que se fueran a fundar en noviembre de 1976 la revista Proceso.
Amigo de José Agustín, no dejan de evocar sus años en el taller de Juan José Arreola y sus pasos en la revista Claudia en 1965, y por eso aceptaron el homenaje que ambos recibieron, el 21 de septiembre de 2011, al ser condecorados con la Medalla Bellas Artes.
“Es el último acto público en el que me he visto obligado a asistir”, reconoce Leñero. “Y todo por el significado que le dieron los organizadores”.
El polifacético hombre de la cultura en México, miembro número 28 de la Academia Mexicana de la Lengua a partir del 12 de mayo también de 2011, sostiene que su pasión por las letras sigue intacta, pero -repite y repite- “ya me siento un poco cansadón”, y no quiere aceptar más invitaciones a viajar por asuntos de trabajo u homenajes.