por Moisés Gómez
La vida de Fernando Osorio Álvarez puede catalogarse en el rubro de los casos ejemplares. A sus 34 años ya había dejado huella entre las personas que lo rodeaban por su gran compañerismo y ayuda al prójimo.
Desde pequeño fue un niño que supo dar. Creció sin conocer la palabra ‘no’ como respuesta y siempre estuvo presente en el momento que se le necesitaba.
Pero la vida de este joven arquitecto egresado del ITESM, que ejercía su profesión en RG y Asociados Constructores S.A. de C.V. se vio truncada el pasado 28 de octubre por la confusión de elementos del Ejército Mexicano en el municipio de García, Nuevo León.
Cuatro impactos de bala extinguieron la luz de Fernando y con él sus sueños y la alegría de la familia Osorio Álvarez. Ahora sus padres exigen que los responsables reconozcan que se equivocaron y termine una guerra que se ha vuelto interminable, costosa y cansada en Nuevo León y todo México.
UN GRAN SER HUMANO
“Siempre estuvo dispuesto a apoyar a quien fuera. No sabía decirle ‘no’ a nadie, no sabía guardar rencor. Como pocos hijos, puedo decir”, comenta Susana Álvarez, su madre.
La señora de pelo cano y mirada melancólica se reclina en el asiento de la funeraria donde velan a su hijo. Hace una pausa, respira profundo y dice.
“Me duele mucho su ausencia. Pero lo siento conmigo y me tranquiliza saber que ya está en el cielo”.
Era el segundo de cuatro hermanos. Con David, Alejandro y Alberto conformaban los hijos de la familia Osorio Álvarez.
Doña Susana, ya más tranquila, se incorpora en su asiento para platicar sobre Fernando y sus hermanos.
“Como sucede entre hermanos, las disputas eran constantes”, dice mientras sonríe como recordando el pasado.
“Cuando era chico se peleaba mucho con David, su hermano mayor, con el que se lleva cuatro años. Le picaba mucho la cresta y se desesperaba mucho porque era más chico; se defendía golpeando la puerta o rompiéndole los cuadernos a su hermano, era su forma de desquitarse porque no podía pegarle a su hermano mayor”, dice su mamá.
“Sin embargo”, agrega doña Susana, “con Alejandro hizo una mancuerna muy bonita”, eran los dos chicos que vivían en la casa porque el mayor y el más chico ya no vivían con nosotros.
Siempre detallista, rápidamente conquistó el corazón de los que lo conocían. Para su madre siempre estuvo disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.
“Tuvo detalles grandes, de acuerdo a su edad. El que ahorita se me viene a la mente es una ocasión que estaba en Montemorelos y como a las 5 de la tarde se me ponchó una llanta y no tenía refacción. Fer estaba en García trabajando y yo sabía que contaba con él. Le marqué y dejó de hacer su trabajo y fue por mí hasta donde me encontraba y llevó grúa para mover el vehículo. Él siempre estaba cuando lo necesitaba”, comenta doña Susana, quien evoca con tristeza los recuerdos de su hijo.
Fer, Fernandito, mijito, eran las palabras de cariño de sus padres hacia él. Para ellos, la vida de su hijo era ejemplar.
“Era un ejemplo de hijo. Siempre se condujo por caminos rectos. Siempre procuraba ayudar a sus compañeros. Son de las personas que se podía quitar la camisa para entregarsela a un amigo. Cuando veía que a alguna persona le faltaba algo de recursos sacaba de su bolsa para ayudarles. Ese era mi hijo”, comenta don Osvaldo.
Fernando, dice su padre, desarrolló un espíritu altruista “dentro de sus limitadas posibilidades y repartía amor por todos lados. Las personas que lo conocieron nos han expresado de una manera mucho muy bonita lo excepcional que era”, dice.
“Era un acompañante de su mami y mío. Cualquier cosa que yo le pidiera de inmediato me la solucionaba”, agrega.
Creativo y caritativo, sus sueños lo llevaron por el sendero de la arquitectura. El Tecnológio de Monterrey le abrió sus puertas para prepararlo en el camino que sería su profesión durante ocho años que pudo ejercerla. Y, aunque pudo conseguir una beca, no quiso.
“No la pidió. Gracias a Dios había posibilidades de pagar y no quisimos quitar una posible beca a otras personas. Estuvimos pagando todo completo”, comenta su progenitor.
Como instrumentos de trabajo, su creatividad y su laptop, que se convirtieron también en su hobbie.
“A Fer le gustaba mucho la computadora. Siempre andaba cargándola, donde tenía todo lo de su trabajo y todo lo que el quería. Era su pasatiempo favorito, además de salir con sus amigos y amigas”, dice don Osvaldo, con sus ojos cristalizados por el dolor.
SE FUE UN PILAR DE LA FAMILIA
“Él era un pilar muy fuerte en nuestro hogar. Todos estábamos a su alrededor, sus hermanos, su papá, sus primos, el que fuera de la familia”, dice doña Susana mientras por sus mejillas las lágrimas ruedan.
“Puedo sentir un poquito como si estuviera viuda, o huérfana porque ya no tengo a mi hijo, porque en cualquier momento él estaba ahí conmigo y con todos nosotros”, agrega.
Y es que en un abrir y cerrar de ojos, la vida de Fernando era arrancada.
“A mí me habló un amigo y me dijo, ‘Osvaldo, siento mucho lo que te voy a decir pero hubo un accidente… se equivocaron… unos militares le dispararon a tu hijo’. En ese momento no supe qué hacer. Yo todavía pensé, Dios quiera que esté vivo, pero no, luego me enteré de que ya me lo habían asesinado”, dice aún conmocionado don Osvaldo.
Para él, la muerte de su hijo es un asesinato y desea que los responsables reconozcan su error.
“Pero yo quisiera que estas personas recapacitaran y dijeran ‘me equivoqué’. Yo creo que eso es lo más honesto que debieran hacer y preparar más a estos elementos del Ejército, que yo no tengo nada contra ellos”, comenta el padre de Fer.
Y así como se fue Fernando, así se quedaron los sueños de un joven que su único deseo era engrandecer a su país aportando su granito de arena.
“Próximamente iba a formar su empresa. Los planes que él tenía era que en unos seis meses más formaría su propia constructora. Pero ya no más, los sueños de mi hijo fueron arrebatados injustamente”, dice don Osvaldo.
“Todavía no sé cómo será caminar por la casa”, comenta doña Susana con su rostro desencajado. “Todavía no aterrizo. Va a ser muy difícil. No sé qué voy a hacer. Dios me va a ayudar, lo sé”, agrega.
Fernando Osorio Álvarez dejó de existir el 28 de octubre y con él la alegría de una familia que, al igual que muchas de las que habitan en Monterrey y su área metropolitana, se han esforzado por vivir bien, sin causarle daño a nadie.
Para ellos, es menester que se haga un alto a la violencia.
“Yo creo que todos nos debemos de poner en oración. No es posible que se estén matando unos contra otros. Todos somos hermanos”, dice don Osvaldo.
“Tenemos que orar mucho. Unir nuestras familias y pedirle mucho a Dios. Primero por esas personas que nos están haciendo daño. Que toque sus corazones, para que sientan un poquito en carne propia el dolor que nos están provocando a los que sufrimos una pérdida de un hijo”, comenta doña Susana.
“También pedirle a Dios sabiduría para nuestros gobernantes para que no sean cómplices y para que tomen decisiones acertadas, que denunciemos, que no queden muertes ni inmunes ni enlodadas injustamente”, concluye.
HABLA UN AMIGO
Para el pastor Arturo Macías Toledo, amigo de Fernando, su muerte ha dejado un vacío en todas las personas que lo conocieron.
“Tuve el gran privilegio de hacerme llamar amigo de Fernando Osorio. Mi primer contacto con él fue corriendo el año de 1990, si mi memoria no me falla, cursando el segundo año de secundaria en el Colegio Regiomontano Contry”, dice Macías Toledo.
“En el grupo de amigos él siempre fungía como el Pepe Grillo de la raza. Cuando querías un buen consejo él te lo daba y aunque algunas veces no se lo pidieras él de todas formas te lo daba, si tenías problemas sabías a quién recurrir. Fernando Osorio era la persona adecuada, él tenía el don de anticiparse a los problemas y advertirte de ellos y batallaba ver cuando uno de nosotros concientemente iba hacia ellos”.