
Las pancartas con las fotos de los desaparecidos son como gritos silenciosos contra la desesperanza. Y Javier Sicilia es el hombro donde los familiares de las vícitimas descansan su dolor.
La Caravana del Consuelo es la Caravana de la Catarsis, del Desahogo. Es la oportunidad de pararse frente a un micrófono y darle voz pública a ese lamento que lleva meses o años rumiándose en privado:
“Mi hijo fue asesinado por militares”, exclama don Otilio Cantú, a cuyo hijo un grupo de militares le “sembró” un arma luego de abatirlo a balazos en Monterrey, cuando lo confundieron con pistoleros.
Luego, una joven tímida muestra nuevamente el otro lado de la moneda: “mi esposo es militar, siempre hizo las cosas bien y ayudaba a la gente y ahora está desaparecido”.
Las voces de algunos de los visitantes que al inicio coreaban “¡fuera los militares de las calles!”, pero se estrellaron en el azoro de los habitantes de una ciudad donde la mayor confianza está depositada en las Fuerzas Armadas.
Las historias son similares, solamente cambian los protagonistas. Desde Cuernavaca hasta Ciudad Juárez, los testimonios son los de la barbarie: asesinados, secuestrados, desaparecidos, encarcelados. Es el martes 7 de junio y los marchantes llegan al norte del país, iniciando en Saltillo y Monterrey.
Cuando la Caravana del Consuelo llegó a la segunda ciudad la historia confirmó su calidad cíclica. En la plaza de Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, familiares de víctimas recientes estuvieron hombro a hombro con veteranos luchadores sociales como la hermana Consuelo Morales, de Cadhac, y doña Rosario Ibarra de Piedra, de Eureka.
Al menos aquí se abrió una luz de esperanza cuando las autoridades se comprometieron a entregar, en un lapso de 30 días, avances de las investigaciones de algunos de los casos que les presentaron.
No es un triunfo, reconoció Emilio Álvarez Icaza, ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México y brazo derecho de Sicilia, “pero a como están las cosas, es un logro importante”.
LOS CONVOYES DE LA GUERRA
Al arribo de la Caravana del Consuelo se registraron ejecuciones, granadazos y personas colgadas de puentes peatonales. Es decir, las noticias que se han vuelto cotidianas en esta entidad con más de 700 muertos por la violencia en los primeros cinco meses de 2011.
Por eso, el líder de este movimiento, Javier Sicilia, estimó que en el norte del país “los agravios son más duros y la gente tiene más miedo de manifestarse”. Ese fue su balance luego de tomarle el pulso a Saltillo y a Monterrey en su camino rumbo a Ciudad Juárez.
Cuantitativamente, el arribo de la Caravana a estas desérticas latitudes norteñas fue decepcionante: En Saltillo, la capital de Coahuila, apenas fueron unas 500 personas -contando a la misma comitiva- las que arroparon a la caravana, y en Monterrey no más de 800 acudieron a la cita en el segundo estado más violento del país, sólo superada por Chihuahua.
Sin embargo, es innegable que el paso de esta variopinta amalgama de organismos -cohesionada por los familiares de víctimas de la violencia- va removiendo conciencias, causando polémica y acaparando espacios en los medios informativos y en las charlas sociales.
A Javier Sicilia unos delincuentes le asesinaron a su hijo, en Cuernavaca, y desde entonces inició una cruzada para detener la violencia a la que se sumaron cientos y luego miles de simpatizantes. “No más sangre” y “Estamos hasta la madre” son dos de los principales gritos de batalla.
Este movimiento, cuyo epicentro es el poeta de inconfundible look a la Indiana Jones, es el recipiente de una esperanza que ya no cree en autoridades, de un hartazgo que se alimenta con las muertes diarias y de un dolor que no cesa porque un asesinato se encuentra impune o -peor- el ser querido desapareció.
El destino final es Ciudad Juárez, para firmar un pacto ciudadano, y Monterrey fue una de las ciudades que visitó en su periplo el grupo que se trasladó en una decena de autobuses y otro tanto de autos particulares.
Sicilia y su comitiva llegaron a Saltillo, donde los recibió el Obispo Raúl Vera López, reputado defensor de los derechos humanos, quien les dio la terrible noticia: unas horas antes, en un centro de rehabilitación de Torreón, sicarios abrieron fuego contra los jóvenes que buscaban dejar las drogas. El saldo final fue de 13 muertos.
Los peregrinos llegaron al colegio La Salle. Sicilia anda en campaña: reparte saludos, ofrece palmadas en la espalda, prodiga abrazos. Y también llora con los testimonios más estremecedores, para desahogarse un poco de esa enorme carga que se ha echado a los hombros.
El retraso obliga a modificar la agenda de Monterrey. El mitin en la Explanada de los Héroes y la caminata hasta Colegio Civil se cancela, la orden es llegar directamente a la plaza, donde la gente espera impaciente con carteles, pancartas, mantas, calcamonías, veladoras.
Entre simpatizantes y periodistas, cada arribo se vuelve un caos para los encargados de la seguridad y el orden, quienes actúan con más entusiasmo que eficacia porque no son profesionales y porque el poeta quiere estar en contacto con la gente, escucharla, recibir en propia mano los papelitos y tarjetas que tienen teléfonos, direcciones, datos.
Y ahí va, Javier Sicilia, con las bolsas de su chaleco de fotógrafo llenas de papelitos, cargadas de esperanzas. Y él es el guardián de esos clamores, el rostro de la sociedad civil que no se siente representada ni en las autoridades ni en la clase política.
Son las 21:20 y el orden en el templete es el mismo: los testimonios, algún poema, una canción y más testimonios. En estas tierras azotadas por la sequía que alcanzaron los 40 grados de temperatura, la humedad viene de las lágrimas que se contagian y alcanzan -otra vez- al mismo Javier.
Entre el cansancio y la aflicción, el rostro del escritor refleja el trajín de la jornada. La barba de varios días, el sombrero inseparable y los cigarros, uno tras otro, atestiguan esa vorágine de kilómetros, encuentros y palabras.
Los casos se desgrananan como un rosario de profundas afrentas: “El Vaquero Galáctico” y Gustavo Castañeda, de Monterrey; Julio López, de Acapulco; el esposo y los hijos de Gloria Aguilera que trabajaban como agentes de Tránsito en Monterrey; los niños desaparecidos del instituto Caifac; Mario Tovar, quien era policía en San Nicolás y José Lara, uniformado de Santa Catarina; Andrés González, de Puebla… la lista de desaparecidos agobia y aún falta la de los muertos, la de los encarcelados.
Gloria Aguilera Hernández, esposa y madre de tres agentes de Tránsito de Monterrey, pone el dedo en una llaga: “vivimos en una sociedad insensible donde criminalizan a las víctimas y dicen ‘algo habrán hecho para estar desaparecidos’, pero quiero que sepan que aquí tienen una madre que los busca, porque lo peor que podemos hacer es no hacer nada”.
El coro que desde el fondo gritaba consignas contra policías y militares calla. En su lugar se levanta otro más reconfortante: “no están solos-no están solos”. En los alrededores, los policías federales, ministeriales y municipales que cuidan el mitin fingen que no escuchan.
A las 23:40 Sicilia demanda el cumplimiento de los acuerdos ciudadamos que se firmarán posteriormente en Ciudad Juárez. Se despide con un “gracias Monterrey por el amor que nace del dolor” y pide un minuto de silencio “por los dolores que cargamos”.
Los peregrinos marchan por la avenida Juárez, en pleno corazón de Monterrey, y se dirigen a las oficinas de la Procuraduría de Justicia. Son como todos los jóvenes de todos los movimientos populares: desenfadados, alegres, van cantando y bailando por la paz, contra la guerra, por el amor, contra el odio. La actividad termina en la madrugada del miércoles, al salir de la procuraduría con una cita para el mes siguiente.
Siete horas después, ya con el sol de las 9 de la mañana, los autobuses se retiran de la escuela del municipio de Santa Catarina donde pernoctaron. Una breve rueda de prensa y Sicilia se marcha rumbo a Torreón y luego a Ciudad Juárez.
A la misma hora que el poeta y su comitiva se despedían, en el centro de Monterrey un grupo de pistoleros colgó de las manos a dos personas de un puente vehicular y, desde abajo, los rafaguearon con rifles de alto poder.
Iniciaron así una nueva modalidad del crimen organizado para realizar sus asesinatos. La bautizaron como “piñatear”.