Roberto Cuéllar es un ejemplo de vida. Tras haberse jubilado de su empleo a los 60 años de edad, decidió ponerse a estudiar y ahora ya va por su segundo título universitario, en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL).
Después de haber trabajado 36 años en una empresa arreglando coches, Roberto Cuéllar recibió unas “vacaciones permanentes” (como él las llama), cuando su jefe le notificó que el día de su jubilación había llegado. Con el suficiente tiempo libre para hacer lo que quisiera, decidió inscribirse a la universidad para estudiar leyes. Actualmente tiene 65 años y va por su segunda carrera profesional.
Roberto vive en el municipio de San Nicolás, es padre de familia, abuelo y estudiante de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Se nombra a sí mismo el “abuelito que va a la escuela”, pero dice sentirse más joven.
“Hace cuatro semestres que entré a la facultad, yo tenía 63 años y mis compañeros tenían 17 o 18 años aproximadamente. La edad fue un impedimento que por un momento me hizo dudar de regresar a la escuela, pero vencí el miedo y aquí estoy”, dijo.
El estudiante disfruta tomar clases rodeado de jóvenes que lo contagian de energía y buena vibra.
“Mis compañeros me han dicho que soy más activo que un abuelito común, incluso me comparan con sus abuelos, pero concluyen con que no se parecen nada a mí porque yo, a diferencia de ellos, aun voy a la escuela.
“Sé que algunos de ellos hicieron su carrera en tiempo y forma, por eso ya no tienen que estudiar y otros tal vez pensaron que ya no tenían edad para estar en un aula”, aseveró.
Al haberse dedicado gran parte de su vida al oficio que su padre le enseñó, Roberto dio un giro de 180 grados a su vida, dejó a un lado llaves, cables de corriente y el gato hidráulico, para sustituirlos por la Constitución Mexicana, pantalón de vestir y una corbata.
“En la década de los sesentas mi papá tenía un taller mecánico de donde sacaba el ingreso para mantener la familia. A partir de los 10 años me llevaba con él para aprender del oficio, varios días a la semana saliendo de la primaria trabajaba en el negocio familiar, y al graduarme de la secundaria decidí estudiar mecánica”, recordó el nicolaíta.
A los 17 años se inscribió en el Tecnológico de Monterrey en la carrera “Técnico en Medios”.
Terminando el bachillerato, Roberto dejó el negocio de su padre y fue contratado en una empresa, donde ejerció hasta los 60 años.
“Realmente en ningún momento de mi juventud pensé en ir a la universidad, me conformé con mi carrera técnica. Después me casé, tuve a mis tres hijos y me dediqué a trabajar para mantenerlos.
“Al paso del tiempo me interesé mucho en las leyes, considero que es una profesión sumamente importante para la sociedad, porque asegura la justicia y el orden”, dijo.
Guiado por las ansias de aprender, el ahora licenciado en derecho comenzó a leer libros que hablaban sobre la abogacía, y se enamoró tanto de la profesión que decidió emprender la aventura como estudiante.
“Tenía el tiempo y el dinero necesario para hacer lo que quisiera. El apoyo de mi familia lo tuve desde el primer momento. Cuando le di la noticia a mis hijos y a mi esposa, la tomaron muy bien, me dijeron que cerrara todos los círculos que llegara a abrir en mi vida. Esas eran palabras que les había repetido desde que eran unos niños y ellos ahora me las decían a mí”, comentó.
En el 2011 Roberto se integró a la Universidad Interamericana del Norte en la carrera de Leyes.
“El sistema de estudios fue de 9 tetramestres, en los cuales me sentí muy a gusto. No me considero el más inteligente, pero como soy muy aplicado, procuré cumplir con mis tareas, repasar libros y estudiar para los exámenes. Al final obtuve un promedio de 96”, apuntó.
Gracias a su desempeño académico, Roberto, a excepción de la mayoría de sus compañeros de generación, no tuvo que presentar examen profesional ni realizar una tesis.
“Entregué mi papelería en tiempo y forma. Me sentía muy emocionado porque por fin tendría la cédula profesional por la que me había esforzado día y noche. Jamás pretendí ser mejor ni más que mis compañeros, más bien me demostré a mí mismo que podía lograrlo”, comentó.
El deseo de adentrarse en el mundo de la psicología nació poco antes de graduarse de la carrera, cuando realizaba su servicio social en un juzgado, donde ejercía como meritorio.
“Estuve casi un año colaborando ahí y me gustó mucho el ambiente. Conocí los casos que se llevaban en la rama de lo familiar y vi que intervenía la psicología en el perfil de estudio de las personas, tanto en demandas de paternidad como en divorcios. Así que por mi parte comencé a leer libros de psicología hasta que llegó el día en que hice el intento de entrar a la UANL. Investigué las fechas del examen de selección de la Facultad de Psicología y apliqué para la prueba. Sabía que no había nada que perder y lo intenté, no me quería quedar con las ganas”, contó.
Después de casi un mes, el día de los resultados había llegado, Roberto entró a la plataforma de la UANL y confirmó que había obtenido un lugar en la escuela de psicología de la máxima casa de estudios.
“Desde el primer día me he sentido como en casa. Paso gran parte del día en la escuela, es como mi segunda casa”, apuntó.
Roberto aseguró estar muy agradecido con su esposa Leticia, quien lo ha acompañado durante casi 40 años, en los buenos y malos momentos.
“Vamos a cumplir 40 años de casados. Ella ha sido un gran apoyo para mí, me alienta para salir adelante y me ha dicho que está muy orgullosa de mi logro.
“Mi esposa quiere colgar mi título en la sala de la casa, pero yo prefiero tenerlo en un cajón, no quiero ser presumido porque al final es solo un papel. Mi familia y yo sabemos que me esforcé para obtenerlo, eso es lo que importa”, dijo.
El abuelo de 65 años confesó que no ha sido fácil el camino y que está en desventaja con sus compañeros, pues ellos aprenden más rápido y saben usar las tecnologías.
“Para empezar tuve que superar la desventaja de mi edad, afortunadamente he tenido mucha aceptación y respeto por parte de los muchachos. Pero me siento desactualizado de la tecnología, el reto más complicado fue aprenderle a la computadora, bajar archivos y hacer presentaciones para mis clases”, aseveró.
Lo que más le gusta al nicolaíta es trabajar en equipo y participar en proyectos que sus maestros encargan para acreditar el semestre.
“Aquí se trabaja mucho en equipo, mis compañeros son muy competitivos y a la vez unidos. Me dedico al cien por ciento a la escuela, ya que el horario que me tocó no me permite trabajar; me hubiera gustado seguir en el juzgado, pero no se me acomodaron las horas”, dijo.
El licenciado en leyes desea acreditar sus materias con buen promedio, así como lo hizo en la Universidad Interamericana del Norte.
“No quiero ser el último de la clase, quiero que me vaya bien, así que en las tardes estudio, leo y repaso mis tareas.
“Quiero concluir mi carrera y ponerme a trabajar, ayudar a la gente que necesite de un psicológico o un abogado y ahí estaré yo.
“Me gusta aprender del comportamiento de las personas, del porqué actúan de tal y cual manera. Y, por último, quiero estar lúcido y muy activo”, mencionó.
Roberto desea que sus nietos algún día se enorgullezcan de sus logros.
“Tengo cuatro nietos pequeños, aún no están conscientes de lo que hago y de que voy a la escuela, pero espero que cuando crezcan puedan sentirse orgulloso y ser un ejemplo de superación para ellos”, puntualizó.
Por último, “el abuelito que va a la escuela” tiene un mensaje que dar a aquellos que desean seguir estudiando: “Los invito a que se animen a seguir con sus sueños. Haber tomado la decisión de estudiar y salir adelante es la prueba de que sí se puede, y de que la edad no es un impedimento.
“Tal vez en algún momento voy a topar y llegar a mi meta, pero aún no es el momento, todavía me falta camino por recorrer, y hasta ese día no voy a dejar de luchar y hacer lo que me gusta”, concluyó.