Para apoyar a don José María Betancourt se pueden realizar depósitos a su número de tarjeta Banorte: 4915 6683 1466 3741 o acudiendo a su lugar de trabajo en Banorte, ubicado en Colón y Héroes del 47 en el centro de Monterrey, de lunes a viernes entre 9:00 de la mañana y 1:30 de la tarde.
¿A qué equivalen 20 pesos en Monterrey?
Para la mayoría no alcanza ni para un antojo, pero para otros representa el sustento diario. Un ejemplo de ello es don José María Betancourt, de 76 años, quien labora cuidando autos en la sucursal Banorte de Colón y Héroes del 47, en el centro de Monterrey.
Bautizado en las redes sociales como #20PesosEsMuchoDinero, en alusión a la expresión que hizo cuando un visitante de la institución bancaria le entregó como propina dicha cantidad, el septuagenario es uno de los miles de regiomontanos que enfrentan la adversidad económica solo y con trabajo, aunque el panorama sea cada vez más oscuro.
Cada día don José se levanta a las 7:30 de la mañana, desayuna café con galletas y sale de su casa, ubicada en la esquina de las calles Profesor Gante y Julio A. Roca, en uno de los barrios más bravos de Monterrey: Fomerrey 10.
Su caminar es lento y batalla para escuchar; aun así, el originario de Saltillo, Coahuila, espera paciente el primer camión de ruta urbana que lo acerque a su destino laboral.
Llegar a su trabajo y regresar a casa no es una tarea sencilla. A diario don José toma cuatro camiones en los que invierte casi dos horas de trayecto y que equivalen a un gasto de 24 pesos, casi un tercio de las ganancias que obtiene en un buen día o más de lo que puede sacar en una mala jornada.
Y es que los ingresos de este hombre van desde los 150 pesos en las quincenas, hasta 15 pesos en días de poca actividad bancaria.
Sin embargo, ni la edad que ya le arrebató los dientes, ni el hambre, le han borrado su peculiar sonrisa que comparte con los clientes del banco.
Siempre porta su particular traje caqui, que forma parte de sus únicos cuatro cambios de ropa.
Lo acompaña también su franela roja, con la que guía a los clientes del Banorte, que puede recompensarlo con unos cuantos pesos, o castigarlo con la indiferencia.
“Hay veces en que nada más saco 10 pesos y con eso me regreso”, dijo don José, que no conoce de lujos, mucho menos de comidas costosas. Con lo que gana apenas y le alcanza para alimentarse dos veces al día y tres en el mejor de los escenarios.
“Si me quedo más tarde en el banco, ya cuando llego a la casa ya no alcanzo para comer”, dijo.
Las comidas enlatadas, que para otros sería la última opción, para él son un manjar que deleita en cada probada.
Sardina y frijoles son la dieta del vecino del poniente de Monterrey, quien en ocasiones se da “el lujo” de comprar una torta de jamón con queso al exterior de la Arena Coliseo.
Aunque está pensionado por Fundidora, en donde trabajó por casi trece años hasta su cierre en 1986, lo que recibe mensualmente lo utiliza para pagar renta, servicios de agua, luz y gas, y ahorrar un poco.
“El dinerito que me dan al mes me lo gasto en eso, y también ahorro por cualquier cosa que pueda pasar”, mencionó el coahuilense.
Conocido como el “viene viene” del lugar, el septuagenario llegó al sitio años atrás, cuando se adhirió al Sindicato de Trabajadores al Servicio de los Usuarios de Autos (SITUA) de la CTM, al cual mensualmente tiene que pagar 30 pesos para que le permitan laborar.
“Es poquito, una vez al mes tengo que pagarles 30 pesos. Tengo que ir a pagar a las oficinas de la CTM, ahí en Treviño y Colegio Civil”, mencionó don José.
Ya sea bajo las inclemencias del sol, del frío o de la lluvia, está al pie del cañón de lunes a viernes en el oficio que le da para comer, vestir, dormir y reír, ya que las anécdotas son parte de su rutina diaria.
A pesar de las carencias, el septuagenario no se queja; por el contrario, agradece cada día el poder levantarse, ir a trabajar y regresar a casa.
Contrario a lo que podría pensarse, su visión de la vida es positiva aunque la enfrente solo, pues asegura que tiene pocos amigos y la relación con su familia no es estrecha.
ENTRE EL DETERIORO
Y LA MÚSICA
Cada día, cuando el reloj marca la 1:30 de la tarde, es hora de que José termine su jornada laboral.
De uno de los pequeños árboles de ornato que se encuentran en el lugar, el septuagenario desamarra una bolsa negra, que resguarda sus pocas pertenencias, y se encamina a tomar un camión urbano con destino a Fomerrey 10.
Ya con unas cuentas monedas en la bolsa, el hombre camina con dirección a Colón casi esquina con Félix. U. Gómez, a la espera de su ruta.
Si tiene suerte, la primera unidad a la que le haga la parada se detendrá; si no, tardará hasta 20 minutos para que un chofer tenga “la gentileza” de detenerse, a pesar de ser parada oficial.
Con irreconocibles fuerzas sube al camión y se sienta a observar el paisaje urbano en silencio.
Su mirada apunta al frente, siempre hacia el frente, pendiente de que su destino no sea truncado por la inseguridad o el desinterés del chofer.
Cuando el camión llega a avenida Bernardo Reyes es momento de bajarse y de esperar por una nueva unidad -la ruta 206-, que puede demorar otros 15 ó 20 minutos.
Ahí, don José aprovecha para contar sus pesos, quiere saber si la comida y cena serán frijoles, o si podrá “chiflarse” comprando sardina.
Luego de unos minutos, el chofer de la ruta 206 levanta al septuagenario y un nuevo trayecto lo arrulla.
De Bernardo Reyes a su hogar tomará cerca de 50 minutos, pero aunque el cansancio puede llegar, ni siquiera cabecea, sabe que en casa le espera mucho más trabajo.
Y es que lo que el hombre llama hogar, y por el cual paga 500 pesos mensuales, es una construcción de cuatro cuartos vieja que está a punto de colapsar.
Al abrir la puerta principal, en lo que debería de ser una sala, don José apenas y cuenta con un sillón maltratado y lleno de polvo.
Muchas de las cosas que se ubican ahí ni siquiera son de su propiedad, sino del dueño de la casa: su hermano.
Las paredes están llenas de humedad y los techos completamente maltrechos.
Es como si se tratara de una obra negra que se tuvo que habilitar como hogar.
Los pocos muebles de la morada están bañados en polvo y el deterioro es evidente.
Desde hace nueve meses, cuando el cuidador de coches llegó a residir a ese lugar, todas las tardes han sido dedicadas a restaurar su domicilio.
“Tengo mucho que hacer en la casita. Ahorita llego y me pongo a arreglarla porque se van a dar cuenta de que está muy acabada, le hacen falta muchas cosas”, dijo.
Con creatividad, esfuerzo y ahorros, don José ha podido convertir el espacio es un área más habitable.
Con unos cuantos bloques y madera forjó unos muros en los centros de los cuartos, para que fungieran como soportes del techo, que está a punto de derrumbarse.
“Sí tengo miedo de que se caigan, pero no puedo irme a otro lado. Aquí me cobran lo que puedo pagar”, exclamó el anciano.
Y es que, a pesar de las apremiantes necesidades, sabe que hay pocas opciones para mudarse.
La sala, la cocina y el comedor, que en realidad no son más que cuartos casi vacíos, requieren con urgencia la intervención de albañiles, pero los limitados recursos del hombre no le han permitido financiar los arreglos.
Al fondo de la morada, luego de pasar un pequeño patio, se ubica su recámara, un cuarto desolado que apenas y tiene una parrilla para cocinar con los tanques de gas ahí mismo.
Una televisión que no funciona apenas adorna ese espacio, que carece de ventilación y asemeja la sensación de estar en un sauna.
Para ingresar, el hombre invierte más de un minuto abriendo candados y deshaciendo nudos que le sirven como protección, pues no se ha salvado de la delincuencia que impera en la zona.
Por irónico que parezca, el cuidador de autos ha sido víctima de los amantes de lo ajeno, quienes le robaron las pocas pertenencias que tenía, incluyendo una guitarra.
Y es que don José ameniza su vida con una de sus mayores pasiones: tocar la guitarra.
Es así que cuando termina sus labores del hogar, se dirige a su cuarto, saca de su ropero una nueva guitarra que logró adquirir y se sienta en su cama, que no es más que un tabla sostenida por palos de madera y cubierta por mantas de campañas electorales.
Ya acomodado, comienza a tocar e interpretar canciones de antaño, de esas que le llegan al corazón y casi le sacan hasta las lágrimas.
“Te traigo serenata, amor de mi vida/ Te traigo a tu ventana canciones bonitas/ y al darte estas notas suspiros del alma/ y las penas amargas se alejan de mi”, se escucha con sentimiento en voz de quien dedica su melodía a todos los que se han sumado a la causa de apoyarlo.
Y es que, luego de darse a conocer su caso, decenas de personas han levantado la mano para apoyarlo con dinero o con artículos para el hogar.
VIDA LIGADA A AUTOS
La vida de don José siempre ha estado ligada a los autos, desde su llegada a Nuevo León en 1952.
De niño, el mayor de cuatro hermanos trabajó junto a su padre en la pizca de candelilla en la Sierra de Paila, Coahuila.
Cuando el trabajo escaseó en el vecino estado, el ahora septuagenario llegó a Monterrey, en la década de los cincuenta, para ganar dinero lavando carros en el antiguo cine Reforma.
Sin estudios y siendo apenas un niño de 12 años, su vida giró siempre en torno a los autos.
Sus empleos fueron de lavacoches, despachador de gasolina, mecánico y chofer.
“En la sierra no podíamos estudiar, y llegando a Monterrey fue difícil estudiar porque toda la gente que se vino para acá vino a trabajar.
“Ya aquí anduve trabajando en una gasolinera, luego anduve lavando carros, luego en una vulcanizadora y eso.
“También trabajé con una empresa de caminos. Yo fui el primer camionero que bajó el material para la carretera San Roque, que en ese entonces no había carretera. Yo fui el primer camionero que bajó la tierra para eso”, recordó.
En los años setenta ingresó a Fundidora, durante el auge de la emblemática acerera regiomontana.
Ahí aprendió de todo, ya que a pesar de no contar con estudios siempre fue una persona proactiva, hasta que la compañía cerró.
“Siempre saqué el jale, y estuve ahí hasta que cerró en el 86”, aseveró don José.
SOLO ANTE EL MUNDO
De complexión delgada y mirada cansada, los ojos de don José resguardan con hermetismo su historia familiar.
No le gusta mucho hablar de su exesposa e hijos, con quienes tiene poca comunicación.
Lo poco que se atreve a confesar es que su mujer lo dejó antes de 1986, a consecuencia de las constantes peleas entre ambos.
Cuando recién se separaron, sus cinco hijos estuvieron a su cargo, pero al ser la mayoría mujeres, decidieron regresar con su madre.
Desde entonces la comunicación con ellos ha sido poca, al igual que las visitas.
“Mis hijos estuvieron conmigo primero, pero ya después se fueron con ella porque eran casi puras mujeres”, dijo don José.
Y aunque todos sus hijos viven esparcidos por la mancha urbana de Monterrey, el apoyo que les pide es nulo, pues reconoce que ellos también tienen problemas económicos, por lo que prefiere subsistir por su cuenta.
CAMPAÑA A FAVOR
Con el hashtag #20PesosEsMuchoDinero, decenas de ciudadanos se han solidarizado con la causa de don José.
Desde ayuda monetaria hasta ventiladores para que refresque sus noches han sido entregados al hombre de 76 años.
Con agradecimiento total, el septuagenario ha mencionado que utilizará los recursos para seguir arreglando su casa, con el fin de invitar a uno de sus hermanos a vivir con él.