A más de 31 años de su primera visita a Monterrey, el Papa Juan Pablo II regresó el pasado 24 de noviembre a La Sultana del Norte, la ciudad que le abrió los brazos desde aquel 31 de enero de 1979, cuando a pesar del crudo invierno, Su Santidad saludó y bendijo desde el puente San Luisito a miles de fieles católicos que se congregaron en el cauce seco del río Santa Catarina para apreciarlo.
Ahora, a tan sólo escasos metros de esa estructura que hoy llaman Puente del Papa, Karol Wojtyla regresó para hospedarse por tres días en el santuario de su madre espiritual: la Basílica de Guadalupe, que fue el escenario ideal para el reencuentro entre el beato polaco y los feligreses regiomontanos, que lo admiraron una vez más, pero ahora como reliquias.
Y es que en una urna de cristal, la réplica de cera del también llamado Papa Viajero, su vestimenta y una ampolleta que contiene su sangre llegaron procedentes de Saltillo, en un recorrido que pretende mantener vivo el recuerdo del antiguo pontífice, así como su mensaje de paz.
Entre un tumulto de gente, que mantiene vivo el recuerdo del antiguo líder de la iglesia católica, la sangre del Papa Peregrino llegó a la Basílica de Guadalupe, custodiado por un fuerte dispositivo de seguridad y la alegría de los feligreses.
“Juan Pablo II, te quiere todo el mundo”, “se ve, se siente, el Papa está presente”, se escuchaba dentro y fuera del templo sagrado, mientras las reliquias eran colocadas sobre el altar.
El número de fieles era elevado, sólo equiparable al de las multitudes que lo vieron en vida.
Fue cerca de las 10:45 horas cuando el Padre Gerardo Charles, coordinador de la visita, entregó oficialmente la urna de cristal al Cardenal de Monterrey, Francisco Flores Ortega, quien ofreció una misa en honor al del beato Juan Pablo II.
“La iglesia de Monterrey se emociona enormemente por la tercera visita del Papa beato Juan Pablo II. Esta su tercera visita es en sus reliquias, especialmente en un poco de su sangre, la sangre que le dio vida y que lo sostuvo en el servicio a Dios y a la iglesia”, dijo en la homilía el Cardenal, con lo que arrancó aplausos de los fieles.
Y en efecto, esta visita no tenía agenda, no había encuentros con mandatarios, ni recorridos, sólo el tiempo para compartir entre el Santo Padre y su pueblo, que como en vida, no le importó esperar por horas con tal de tenerlo cerca.
“Esta su tercera visita en sus reliquias no tiene la prisa de sus anteriores visitas por la enorme tarea que tenía sobre sus hombros, esta su tercera visita ya no tiene los límites del tiempo, ni del espacio. Él estará con nosotros tres días, pero él podrá permanecer con nosotros todos lo días porque él está en Dios y Dios está en todos”, dijo en misa el Cardenal.
Aún no terminaba la homilía en su honor y ya más de 5 mil peregrinos esperaban impacientes en las bancas, pasillos, escalones y afueras de la basílica, ansiosos de pasar unos segundos por el frente de la urna.
Al tener las reliquias a unos cuantos centímetros el llanto y las sonrisas fueron dos expresiones opuestas que se unificaron en un mismo sentimiento, felicidad.
Personas iban y venían, besaban la urna, se hincaban, se persignaban y colocaban imágenes con el afán de que fueran bendecidas.
Era niños, jóvenes y adultos, en sillas de ruedas, en muletas o a pie, solos o en familia, todos circularon por los pasillos del templo y fueron parte de los más de 100 mil creyentes que se amotinaron para ver las reliquias del Papa en su primer día en Monterrey.
Pero los dos días restantes no fueron diferente, la fiebre de Juan Pablo II se prolongó hasta el sábado 26 de noviembre, fecha en la que le dijo adiós a Monterrey para continuar su peregrinación por la zona norte del país.
Juan Pablo II se despidió de los regiomontanos, dejando un dulce sabor de boca entre los feligreses, que vieron en las reliquias del beato una oportunidad para pedir por la paz de una ciudad que atraviesa momentos difíciles.
KILÓMETROS DE ESPERANZA
Hace un año, Concepción Rosas se fracturó la rodilla y fue intervenida quirúrgicamente en un hospital de su natal Orizaba, Veracruz. Tras la cirugía, los doctores le pidieron reposo para que la fractura sanara.
El descanso llegó, pero no así su recuperación. Desde aquella intervención clínica la rodilla de Concepción no fue la misma, los dolores no han dejado de presentarse y ahora son cada vez más frecuentes, aún cuando ha regresado a chequeos.
“Desde que me operaron de la rodilla no quedé bien, me la fracturé. El brazo me duele también mucho. Yo creo que es por la edad, no sé”, mencionó doña Concepción.
La medicina no le ha dado los resultados que esperaba, por tal motivo, su única posibilidad de mejoría la depositó en la fe.
La visita de las reliquias de Juan Pablo II llegó en el momento más indicado para esta mujer, quien tras enterarse que estarían en Monterrey, rápidamente tomó la decisión de viajar a la ciudad, a pesar de no tener las condiciones de salud necesarias.
Eran más de mil kilómetros lo que separaban a doña Concepción Rosas de la Basílica de Guadalupe, pero eso no le importó, su necesidad de ver las reliquias del Papa Peregrino eran más fuertes.
Un día antes de que la urna de cristal llegara a Monterrey, esta mujer tomó un autobús que la condujo hasta la capital regia, en un viaje que se prolongó por más de 12 horas.
Cada segundo, minuto y hora de espera, eran también un lapso de rezos y peticiones. Durante todo su trayecto doña Concepción sólo tenía en mente una plegaria: pedir por su salud.
Sola, pero acompañada de muchas esperanzas arribó al templo de la virgen, en donde su rostro no pudo disimular la nostalgia que le provocó ver la réplica de Juan Pablo II.
“Quiero tocarlo”, dijo con voz cortada, mientras caminaba por los pasillos de la basílica.
Tras una larga espera, doña Concepción finalmente logró aproximarse a la urna de cristal y frente ella sus ojos se cerraron. Una pequeña oración y una profunda plegaria se desprendieron de su mente y corazón.
Sólo fueron unos instantes, pero los suficientes para hacerle su petición de darle salud.
“Le tengo mucha fe a Juan Pablo II, desde que era Papa. Es muy lindo y él me va a ayudar a que me alivie”, mencionó.
Existe una frase que dice “la fe mueve montañas” y doña Concepción Rosas es un ejemplo claro de esto, pues no le importó hacer un viaje de más de 12 horas y mil kilómetros de distancia por sólo apreciar las reliquias de Juan Pablo II y hacerle una petición de salud.
MILAGRO
CONCEDIDO
Oprimida por la multitud, una mujer se abre paso por los pasillos de la Basílica de Guadalupe, se trata de Rosario Rosa García, una vecina de la colonia Independencia que tiene un afán especial por llegar a la urna que contiene las reliquias del Santo Padre, Juan Pablo II.
No va sola, junto a ella va su madre de 101 años, doña Natalia Rosa García. Transportada en una silla de ruedas y cubierta por un grueso cobertor que la protege del frío, ella es el motivo por el cual están ante las reliquias del beato polaco.
Tan sólo unas horas antes de que la sangre del extinto Papa arribara a Monterrey, doña Natalia fue dada de alta del hospital, contra todo pronóstico anunciado.
El 9 de noviembre, la centenaria mujer cayó enferma de neumonía, misma que la llevó hasta el hospital y la postró en una camilla por 14 días. Los pronósticos de los médicos no eran para nada alentadores, podía decirse que su vida pendía de un milagro, y eso fue precisamente lo que su hija Rosario pidió.
Durante las dos semanas que doña Natalia estuvo internada, Rosa García se dedicó a rezar y pedir por la salud de su madre. Juan Pablo II y la Virgen de Guadalupe fueron los nombres a los cuales fueron elevadas las plegarias.
“Me la pasé pidiéndole a Juan Pablo, a Diosito, a la Virgen de Guadalupe, que me la sacara adelante porque estaba mucho muy grave”, indicó Rosario con la voz cortada.
Los días fueron angustiantes y de noches largas, pero nunca de desesperanza, a pesar de la adversidad Natalia sabía que el milagro llegaría tarde que temprano.
Y así fue, un día antes de que las reliquias del Santo Padre llegaran a La Ciudad de las Montañas, los médicos le dieron la noticia más anhelada: su madre había tenido una gran mejoría y fue dada de alta.
La emoción la inundó y el llanto no pudo ser evitado, tan pronto fue informada supo que se trataba de un “milagro”, un favor que tenía que ser agradecido.
Es por eso, que el 24 de noviembre, Rosario llegó junto a doña Natalia a la Basílica de Guadalupe con el objetivo de agradecerle a Su Santidad la oportunidad de no separarlas por ahora.
“Vine a dar gracias por mi madre que la tuve internada y salió ayer de neumonía. Estuvo mucho muy grave. Ayer ya la saqué del hospital y ahorita estoy muy agradecida. Por eso ahorita que tuve oportunidad vine a agradecer” dijo entre lágrimas Rosario.
Las filas eran largas, pero finalmente llegó su oportunidad. Estar frente a las reliquias del Papa fue un momento especial que humedeció los ojos de Rosario. “Gracias” fue lo único que pudo decir.
“Juan Pablo II es lo más importante en mi vida. Le he pedido mucho por la salud de mi mamá y me lo ha concedido”, mencionó Rosario.
A pesar de que horas antes su destino pintaba diferente, doña Natalia está tranquila y alegre, estar frente las reliquias del Papa polaco le ha dado las fuerzas necesarias para seguir luchando.
“Me sentí muy bien al ver las reliquias de Juan Pablo II, mi mamá me dijo que estaba muy contenta, que ya quería venir, que no le hacía que estuviera enferma y por eso la traje. Veo a mi mamá diferente, muy bien y vine a darle las gracias a Juan Pablo por eso”, dijo la hija.
En el pasado, Juan Pablo II representó para estas dos mujeres un ser bondadoso y solidario. Hoy, a seis años de su muerte, el beato se adjudicó en sus vidas un nuevo adjetivo: milagroso. v