
La democracia es el sistema menos malo que conocen los seres humanos para gobernarse. En palabras del inglés Wiston Churchill, este sistema no será perfecto pero desde Pericles y otros antiguos griegos le ha dado al pueblo la posibilidad, en teoría, de ser el que manda. En la práctica se contrapone a la monarquía, a la dictadura y a la tiranía o el despotismo y al pensamiento único. Su sustento es la pluralidad y la libertad absoluta.
Así es que si queremos que México viva en democracia, ¿de qué nos quejamos ahora que a Nuevo León lo puede liderar una mujer que no cumple el perfil que algunos organismos sociales reclaman? Que no es lo que un Estado tan progresista merece, de acuerdo. Pero si en la democracia mandan las mayorías, ¿por qué esta vez las mayorías podrían cometer un mayúsculo error?
Eso es lo que lleva al deterioro de la democracia: la simulación e hipocresía, cuando se finge darle su lugar al pueblo pero en realidad sólo se le utiliza para otros fines perversos. Así proceden los que manipulan a su antojo a las masas ingenuas y evitan que las mayorías logren la meta de la educación para no ser cuestionados ni criticados en su proceder, de tal manera que se valen de los pobres en su afán por ser reconocidos como buenos gobernantes.
Inclusive no hay que asustarse si, más adelante, la democracia nos presenta a Vivian Cepeda y a todo el harem de Ernesto Chavana como posibilidad y alternativa en las urnas, con el apoyo de Multimedios Estrellas de Oro.
He ahí uno de los peores defectos de la democracia: basar una elección en la popularidad o en lo que los mercadólogos políticos llaman “carisma”. En ser aceptado debido a una evidente proyección sociopolítica a la que contribuye la exposición a los medios masivos, principalmente la televisión y ahora las redes sociales. En lograr un buen número de votos en las urnas mediante la apariencia física, la sonrisa seductora, la demagogia con las masas y el verbo apantallante aunque a veces sea cantinflesco.
Semejante defecto de la democracia maneja como producto de venta a los candidatos y enfrenta la popularidad a la eficiencia, eliminando de facto a auténticos líderes o a sabios administradores que son los que necesita la sociedad en general. Y los hace a un lado por la sencilla razón de que no son populares; no pasan el filtro de la simpatía ante las masas. No los conoce la mayoría de los votantes y son un riesgo en las elecciones porque los medios no se ocupan de ellos.
Por eso se cuelan a los cargos de representación popular verdaderos bufones, parásitos y buenos para nada. Por eso tenemos como legisladores a muchos que no saben legislar pues sólo saben levantar el dedo o seguir “la línea” para aprobar o desechar iniciativas, y llegan como administradores municipales muchos que no saben administrar así como a gobernantes en general que no saben gobernar ni se saben rodear de gente valiosa para ello porque su meta es la popularidad y no la eficiencia.
Sin embargo, eso es la democracia donde los “grillos” dicen que, igual en el amor, todo se vale con tal de ganarle al contrincante. Por tanto: ¿de qué nos quejamos si una mujer que no es del gusto de todos está en las boletas como aspirante a gobernar Nuevo León? ¿Está en su derecho, o no? ¿Es parte de la libertad y el juego amplio al que se someten todos los partidos políticos, o no?
Otro aspecto negativo de la democracia es lo que se denomina el “voto duro” y la dádiva descarada que facilita el acarreo. Por eso da tristeza constatar que las masas ingenuas no razonan ni un ápice al elegir alguna opción política porque se dejan arrastrar por el fanatismo y la tradición de unos colores o una siglas, así les pongan enfrente como candidato (a) a un verdadero pelafustán. No investigan su origen, su propósito ni la camarilla que lo rodeará. Simplemente le dan su aprobación a ciegas al sufragar.
Y más tristeza da ver cómo la democracia es utilizada por grupos económicamente poderosos y por caciques para el clientelismo y el voto corporativo, mediante el cual se ejecutan el acarreo en los mítines y manifestaciones callejeras así como los fraudes en las urnas, pues se ha comprobado que mucha gente asiste bajo la promesa de un lonche, una prenda o dinero en efectivo y ni siquiera sabe a quién o por qué aplaude y, en esas condiciones, es usada como carne de cañón cuando se presenta algún conflicto o riña electoral.
De ahí que un partido político o su abanderada podrán ser objeto de la mayor vergüenza del momento y ser sometidos a escrutinio por grupos intelectuales imparciales que subrayan sus mayúsculos errores o su corrupción, y, sin embargo, obtiene el triunfo en los comicios. Por eso muchos candidatos sin argumentos ni preparación hacen de las suyas “por su carisma” o por el acarreo y el voto duro o corporativo, aunque ellos no valgan un cacahuate como administradores.
Para colmo, tenemos que en la democracia impera el amiguismo para el reparto de los cargos públicos y las mafias del poder que a veces se perpetúan mediante acuerdos o presiones que condicionan a veces la actuación de quien fue electo por el pueblo para que gobierne el pueblo, según la definición etimológica de la democracia.
Sin embargo, este sigue siendo el sistema menos malo para gobernarnos. Nos guste o no nos guste, pues ha pasado la prueba de los siglos y no ha sido desplazado por otro que haya dejado mejores beneficios a una sociedad. Así es que si tanto defendemos la democracia, ¿de qué nos quejamos si llega a gobernar Nuevo León alguien que no es lo que los más cultos e intelectuales prefieren?… Ya ni llorar es bueno.