
Con 76 años a cuestas, don Carlos Puente Gómez decidió dejar su casa en la colonia Sierra Ventana de Monterrey y mudarse… debajo del puente Revolución.
Desde hace tres meses, el originario de San Luis Potosí construyó su vivienda con materiales de desecho: cajas de cartón se erigen como las paredes, una tela blanca funciona como puerta y tablas cubiertas con cartón se convirtieron en su cama.
Lo único sólido de su morada es el techo, formado por el concreto del paso elevado, que inicia en la avenida Eugenio Garza Sada, a la altura de la colonia Brisas del Valle.
A diferencia de los indigentes que sólo duermen bajo de los puentes de la zona metropolitana de Monterrey, don Carlos ya “edificó” su hogar, el cual incluso adornó con imágenes religiosas, pues se considera un ferviente creyente católico, y otros objetos que recolecta en su oficio como pepenador.
El septuagenario tiene como vecinos los miles de autos que diariamente circulan por Garza Sada y arterias cercanas como Revolución y bulevar Acapulco. El ruido de los vehículos no cesa a ninguna hora, pero Puentes Gómez ya se acostumbró.
“Antes sí me molestaba el ruido de los carros, pero ya no, ya me impuse a estar aquí. Ya me aclimaté”, dijo.
Cada día, don Carlos se levanta a las 5:00 de la mañana para recolectar botes de aluminio en la colonia Brisas del Valle. En un buen día, asegura, pueda juntar hasta un kilo, que equivalen a 15 pesos.
Casi cuatro horas después de iniciar su recorrido por los basureros, vuelve a su antigua casa de Sierra Ventana para visitar a su esposa e hijos, quienes no están de acuerdo en que se haya mudado debajo de un puente.
Y es que Puente Gómez no vive en condiciones de indigencia por necesidad sino por convicción.
El septuagenario menciona que en su casa se sentía encerrado: su esposa e hijos ya no le permitían salir a pepenar, lo que le molestaba.
“A mí no me gusta estar encerrado. A mí me gusta hacerle la lucha.
“Yo necesito salirme. Mientras que pueda, yo quiero moverme. Y a mi familia eso no le gusta. Han venido a pedirme que me regrese, pero no, yo estoy bien aquí. A ellos no les gusta que ande en la calle, pero si me quedo en la casa ‘me tullo’, me tengo que mover”, expresó.
Aunado a las limitaciones, don Carlos asegura que le agrada la soledad por lo que prefirió convertirse en un “ermitaño urbano”.
Tras visitar a su familia, el vecino del sur de Monterrey regresa a su nueva casa cerca del mediodía, en donde la lectura ameniza las horas junto a los amigos o curiosos que se acercan a platicar con él.
En la vivienda improvisada no hay servicios: la luz sólo la tiene en las noches cuando las lámparas que iluminan el puente se encienden, para hacer sus necesidades fisiológicas usa el baño público de una gasolinera cercana y para bañarse recurre a su antigua casa.
La solidaridad de vecinos o desconocidos también ha sido su gran aliada: con frecuencia personas llevan un poco de comida al septuagenario, quien agradece cada muestra de apoyo con un “Dios se los multiplique”.
“Yo me salgo a pepenar y los vecinos me dan comida, me dan ropa, me dan zapatos. Los vecinos me echan la mano. Hace rato vino uno y me dio ‘un taquito’ que ahí tengo”, comentó don Carlos.
A pesar de las inclemencias del tiempo, el septuagenario asevera que se siente a gusto en su nuevo hogar. Ni siquiera las bajas temperaturas que semanas atrás se registraron en Nuevo León fueron motivo para que abandonara su morada de cartón.
“No me puedo quejar. Nunca he tenido frío. Soplan los carros, pero el ‘techito’ tapa muy bien”, indicó.
Cuando la noche cae en la ciudad, el vecino del sur sólo cierra su cortina y se acuesta a dormir. Hasta el momento ha corrido con suerte, pues nadie lo ha molestado.
Asegura que nunca falta la gente inoportuna que lo busca para platicar, pero hasta ahora no ha sufrido ningún incidente.
En parte, gracias a que cerca del lugar se encuentra una estación de la policía municipal.
“Aquí me conocen los policías y me ven bien, me cuidan”, expuso el entrevistado.
Tres meses atrás, mientras leía en el parque Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana Escuadrón 201, don Carlos se percató que bajo el puente Revolución podría construir un refugio que días después se convirtió en una realidad.
“A mí me gusta mucho leer. Entonces, un día yo estaba leyendo en una banca de la plaza y me quedé pensando en que ya no me podía ir para la casa porque está peligroso y me podían dar un golpe.
“En eso, volteé para acá (bajo el puente) y dije: ‘ahí me puedo meter’, y desde entonces me vine para acá”, expresó.
Hoy, menciona que permanecerá ahí hasta que las autoridades lo desalojen. Está consciente de que algún día tendrá que volver a su casa de Sierra Ventana, mientras tanto seguirá disfrutando de su segundo hogar.
“Esta es mi casa, pero algún día que me digan que ya no puedo estar aquí me iría para allá (para Sierra Ventana).
“Ya no buscaría otro puente si me quitan de aquí, ya me regresaría a mi casa, pero yo estoy muy a gusto aquí, hasta que me dejen yo estoy feliz aquí”, puntualizó.