
Por la calle Lajitas, en la colonia Nuevo Almaguer, municipio de Guadalupe, aún se respira tristeza, dolor e indignación, porque a decir de los vecinos les hace falta la alegría de Ángel Isaí González García, el joven de 14 años que fue asesinado por un balazo a bordo de un camión urbano de la Ruta 2, el 12 de abril pasado.
Desde hace poco más de tres meses, la calle Lajitas es otra. Luce sola, abundan los recuerdos de “Yiza”, como le decían de cariño sus amigos, sus vecinos y la gente que lo llegó a conocer en vida.
Cierto, por las noches esa tristeza se transforma en festividad, la música se escucha por doquier “y es que a Ángel también le gustaba el bullicio, el baile, andar con sus amigos, con sus amigas”, relata una vecina.
Pero para Verónica García, madre del menor asesinado, su corazón siempre estará de luto.
Entrevistarla no fue tarea fácil, unos decían que vivía en la calle Lajita donde se le buscó un par de veces en diferentes horarios, sin resultado alguno; había quien decía que habitaba en casa de su madre, y otros tantos aseguraban que ya no regresaba a la colonia para no revivir viejas heridas.
La entrevista con Verónica García se dio en su lugar de trabajo, donde se desempeña en el área de mantenimiento.
Se le aborda. Ella, renuente, de inmediato pide respeto para su dolor.
“Me arrebataron a mi hijo, me quitaron mi hijo, ¿qué más le puedo decir?… respeten mi dolor; es una herida que aún no cierra, que está aquí….”, dice y levanta su mano izquierda para tocarse el corazón.
“Hay cosas que se deben quedar tal y como están; ya no abrir esas heridas”.
> ¿A tres meses de la muerte de su hijo, realmente ha recibido ayuda económica de las autoridades?, se le cuestiona. Su mirada se pierde, no quiere comprometerse con su respuesta.
“¿Para qué quiere saber?, yo lo único que quiero es paz, paz para mi corazón, paz para mi sufrir. Lucho todos los días por dejar eso atrás. ¿Qué ayuda económica me puede regresar a mi hijo?, ¿qué ayuda económica puede parar este dolor que llevo dentro? ¡Dígame usted, por favor!”.
Lucha por no llorar “porque estoy en horas de trabajo y no quiero llorar, pero me es muy difícil hablar de mi hijo en pasado. Era un lindo niño, muy buen hijo, muy buen muchacho, siempre lo traigo en mi mente, en mi corazón”.
> Entonces, esa ayuda económica que las autoridades de Guadalupe prometieron ¿no ha llegado?
“De mi trabajo yo he recibido todo el apoyo incondicional de mi jefe, de mis compañeros que se han portado muy bien conmigo, de ellos he recibido apoyo.
“Siguen las pláticas con el propietario de la Ruta 2 quien dijo que lo esperemos unos días, es todo lo que puedo decir”.
“QUE DIOS LOS PERDONE”
Vero, como le dicen de cariño en su trabajo, dice que por las noches le pide a Dios paz y tranquilidad.
“Me quebraron una familia, me destruyeron como madre, me arrancaron a mi hijo de mi casa, de esa casa donde era muy querido”.
> ¿Qué les diría al o a los responsables de la muerte de Ángel?
Se contraen sus facciones, hay ira e impotencia en su mirada, exhala y escoge perfectamente las palabras que va a emitir.
“Antes me enojaba, pedía justicia, pedía tantas cosas, ahora no, ahora eso se lo dejo a Dios. Que Dios los perdone, ya no tengo ni por qué acordarme de ellos, de hecho, no sé nada ni quiero saber”.
> ¿Cómo ha sido su vida en estos tres meses sin Ángel?
“Mal, muy mal, ya quisiera que nadie me preguntara nada, que nadie me recuerde eso. Es muy duro, joven, muy duro enfrentar día a día este dolor, tener que abrir día a día una herida que se niega a cerrar; a veces no puedo, quiero paz, es todo lo que pido, paz para mi dolor”.
> ¿Un mensaje para las autoridades?
“Que quienes hicieron eso a mi hijo, me destruyeron como madre… que este dolor que llevo en mi corazón no habrá ayuda económica que lo sane. Extraño a mi Ángel… lo extraño mucho y ante eso nada se puede hacer, nada”.
Se despide y se aleja con un andar pesado, cansado, adentro de las oficinas donde hace la limpieza reclaman su presencia.
“Me voy, tengo que seguir trabajando, porque desde ese día a la fecha, el trabajo ha hecho más llevadero este dolor. Cuando trabajo me olvido de todo, lo dejo, tengo que seguir trabajando, de aquí comemos mi familia y yo”.
El Ángel de la colonia
Si Ángel Isaí viviera se sentiría orgulloso de ver cómo sus vecinos lo recuerdan. No hay quien no se acuerde de él de una manera generosa.
Y es que a decir de los vecinos, Ángel era un joven que le daba vida a la colonia Nuevo Almaguer. Por las tardes, los ladridos de algunos perros son el único sonido que prepondera en la calle, siendo que cuando él estaba en vida, la música de un estéreo dominaba el ambiente.
Entrar a la casa de la familia González García, es entrar a un santuario donde todo evoca a ese joven cuya única ilusión era sacar adelante a su madre, por quien tenía total veneración, pero unas balas en su cuerpo dieron fin a esa ilusión, a ese sueño.
LA ALEGRIA SE FUE
“Todo aquí es tristeza, desde que lo mataron, aquí ya no hay alegría”, reveló Mónica Alejandra, cuñada de Ángel. “A él nunca se le vio triste, al contrario, siempre andaba alegre, él ponía alegría a esta casa, a esta casa que ya no es la misma sin él”.
Mónica añadió que desde la muerte de Ángel, nadie se ha acercado a ofrecerles ayuda, siendo que en su momento, todo mundo lanzó promesas para que a la familia no se le hiciera pesada la ausencia el joven.
“Aquí nadie se ha parado, ni han traído aunque sea un peso de ayuda; se han olvidado de ellos, sobre todo de la mamá de Ángel, mi suegra”.
Busca con su mirada algún recuerdo que avive la presencia del chico y encuentra a su paso un sinnúmero de fotos de él, de su alegría tatuada en cada espacio de esa casa que alguna vez fue un hogar feliz”.
“Yo no sé, oiga, pero yo creo que las autoridades sí deberían de ayudar a mi suegra. Ella sacó adelante todo lo de su hijo, ella solita, sin apoyo de nadie”.
Hablar de Ángel Isaías es hablar, sin duda alguna, de un ser muy querido, no sólo por su familia, sino por todos aquellos que lo conocieron en vida.
“Pregunte y verá, aquí todos lo querían y ahora todos lo extrañan”.
La mirada de Mónica recorre cada espacio de su casa.
“Mire, ahí se sentaba a escuchar su música”, apunta hacia un sillón perfectamente decorado con osos de peluche y con uno que otro juguete de Ángel.
“Siempre fue un niño muy agradable, muy respetuoso, muy dado a querer. Mi suegra lo quería mucho, bueno, todos aquí”.
En la estufa se cocina una pierna de pollo, una pierna de pollo que es la que servirá como comida-cena para la familia.
“Sí, esa pierna la hago en taquitos, desmenuzo el pollo y nos rinde muy bien”, señala Mónica.
AMIGOS “VIAJARÁN”
CON ÁNGEL
“Era muy presto y acomedido para los mandados. Aquí todos lo querían porque siempre andaba feliz; él no conocía la tristeza, no conocía malos modales”, comentó Brisa, una chica de 16 años y quien era su mejor amiga.
“Ya no hay aquella alegría que se veía en esa carita feliz, ya no se oye el ruido de su música”, dice Brisa y rompe en llanto, tiene que buscar en su blusa un pedazo de tela para secar sus lágrimas.
“Aquí lo recordamos con mucho cariño pero también con mucho coraje de cómo pasaron las cosas”, agrega la joven.
“Él (Ángel) cursaba la secundaria; le gustaba mucho estudiar y quería sacar adelante a su mamá. También le gustaba soñar, soñaba mucho”, dice y un llanto discreto rompe la conversación. Brisa se apresura a decir: “Con One Direction Ángel se ponía feliz, se ponía a soñar y decía que un día sería famoso, pero no cantando, sino bailando. Le gustaba bailar, mucho”.
Brisa accede a que se le tome un par de fotos, pero su llanto le impide ver la cámara. “Lo extraño mucho, yo sí lo extraño, platicábamos mucho por las noches, era muy bueno para platicar, para contar sus sueños… soñaba mucho, y eso me gustaba”.
Recuerda que el próximo 9 de agosto habrá un viaje al cual Ángel estaba ansioso por ir.
“Habíamos planeado ir a los pozos de Santa Clara; él tenía mucha ilusión en ir y de hecho, su lugar en el camión irá vacío, como si él fuera con nosotros”, dice Brisa.
le gustaba mucho convivir con sus amistades
El hermano mayor de Ángel es más frío en su forma de ver las cosas. En su mirada hay dolor por la muerte, pero en sus palabras hay tintes de coraje, de desesperación y de una agónica angustia que desnuda en cada frase que arroja.
“Yo me cansaba de decirle que no saliera, que las cosas no eran como antes, que afuera había mucho peligro, pero él no me hacía caso. Quería divertirse con sus amigos, con sus amigas, y era muy querido por ellos”.
Jorge mira con recelo cuando se le pregunta si extraña a su hermano. Busca con la mirada una respuesta, sus ojos se hacen aún más pequeños; tarda en responder, desvía una vez más la mirada, no quiere que su vulnerabilidad quede al descubierto de un desconocido.
“Lo echo mucho de menos…”, confiesa a media voz. “Me hubiera hecho caso, pero como él decía: ‘soy joven, me quiero divertir’, y mira ahora… ya no está aquí”.
Jorge no tiene prisa por terminar la entrevista, al contrario, quiere que el mundo sepa que su hermano era un ser humano bueno, querido y amado por todos.
“Él no andaba mal, ni mucho menos en malas compañías, lo único malo es que no conocía de peligros y todo se le hacía fácil”·
Saca de entre sus bolsillos su celular, “aquí debo de traer fotos de él, de Ángel y de mi mamá con él”, pero los nervios lo traicionan y se queda en silencio, viendo el teléfono, señal de que el dolor de recordar a Ángel lo estaba destrozando por dentro.
ESPERAN AYUDA
Han pasado tres largos meses para la familia González García y los recuerdos están ahí. Cada rincón de la casa grita la ausencia de Ángel, quien apenas cursaba la secundaria.
En su momento el alcalde de Guadalupe, César Garza Villarreal, dijo que apoyaría en todo a la familia del estudiante de secundaria para hacer un poco menos dolorosa la situación, promesa que quizá se ha cumplido… a medias.
“La mamá de Ángel no va a querer decir nada, pero todos somos testigos de que la ayuda no ha llegado… si no, mire usted en qué condiciones viven”, denunció María Castro, allegada a la familia.
“No tengo palabras para describir cómo era Ángel…”, afirma y hace una pausa. El llanto y la rabia apenas puede controlaras: “Yo digo, el cuerpo de Ángel no tiene precio, recibir dinero sería como si lo hubieran vendido y no es así, que ayuden en otras formas, en la casa, con sustento alimenticio. Esta familia gastó mucho en el funeral”.
Castro destaca que Ángel merecía otra suerte en la vida.
“Aún le lloro, y le lloro mucho porque era un niño muy hermoso en todos los sentidos. Si me pidiera que lo describiera, no podría, no podría…”