La devastación en el municipio de Anáhuac, derivada de la apertura de las compuertas de la presa Venustiano Carranza -que dejó a 10 mil damnificados y daños de miles de millones de pesos- tiene un responsable: la Comisión Nacional del Agua (CNA).
Así lo estiman productores, campesinos y ex trabajadores de la paraestatal encargada del manejo de las presas y ubican con nombre y apellido a los funcionarios que, aseguran, incurrieron en negligencia e irresponsabilidad.
Los señalados son Pedro Garza Treviño, gerente regional de la CNA adscrito a la Cuenca del Río Bravo, que comprende Nuevo León, Coahuila, Chihuahua y Tamaulipas, así como Carlos Antonio Torres, jefe de Distrito de Riego 04 y responsable directo de la operación de la Venustiano Carranza, también conocida como Don Martín.
Una demanda civil por daños y perjuicios se está cocinando contra la paraestatal. El monto preliminar -a una semana de la inundación que afectó el casco municipal y varios ejidos- es de 100 millones de pesos solamente en el sector agropecuario.
Falta contabilizar los daños causados a los transportistas por el cierre de la autopista a Nuevo Laredo, de los habitantes que perdieron casas y mobiliario y de los comercios que sufrieron por los días que permanecieron incomunicados. Además, se pretende sumar también a los afectados en Coahuila y Tamaulipas y presentar una demanda común, explicó José Manuel Pérez Guel.
El presidente de la Asociación de Regantes del Distrito 04 se encuentra inmerso en el recuento de las pérdidas. Él mismo sufrió la inundación de su oficina, bodega y vehículos con un daño estimado en 500 mil pesos y, como el resto de los afectados, demanda que los responsables paguen los daños.
“Hubo negligencia y falta de previsión porque cuando se informó que ya se había llenado la presa, ésta seguía almacenando”, explica Pérez Guel y agrega que el viernes 2 de julio se encontraba al 75 por ciento de su capacidad y el máximo permitido en época de huracanes es de 80 por ciento.
Y en lugar de abrir ese día las compuertas, la CNA lo hizo hasta el lunes 5 de julio, cuando la presa estaba al 120 por ciento de su capacidad, liberando 3 mil 300 metros cúbicos por segundo.
Además de la tardía decisión, hubo fallas operativas que evidenciaron el deficiente mantenimiento de la obra hidráulica inaugurada en 1930.
Eso lo asegura el presidente de la Asociación de Regantes, Pérez Guel, quien encabezará la demanda, pero lo corrobora el mismo responsable de la operación de la presa Venustiano Carranza, Carlos Antonio Torres.
“Estamos haciendo un análisis y haberlo anticipado (la apertura de compuertas) no hubiera sido de mucha ayuda, salvo que el análisis arroje otra información de todos modos hubiéramos desfogado lo mismo”, estimó Torres, bajo el argumento de que el huracán presentó extraordinarios volúmenes de agua y rebasó la capacidad de los afluentes que nutren a la presa, cuya capacidad es de mil 322 millones de metros cúbicos.
Los responsables de advertir a Torres del nivel que alcanzarán los huracanes son sus mismos compañeros de la CNA de Sabinas, Coahuila, y el método de medición es tan pintoresco que parece una broma.
“A la misma CNA le corresponde la medición, a la estación de Sabinas y se hace a las 7:00 horas de cada día, cuando una persona va a observar un poste con marcas y así se da cuenta del nivel del agua.
“En caso de huracanes se realiza cada hora pero aquí la medición quedó rebasada porque el agua rebasó el poste y quedó aislado. Por eso estamos buscando establecer estaciones telemétricas para hacer las lecturas por satélite”, dijo Torres.
‘HUBO PELIGRO DE QUE
LA PRESA REVENTARA’
Aunado a los errores en la lectura de Sabinas, Coahuila, los errores en el mantenimiento del equipo que opera la Venustiano Carranza fueron evidentes y así lo acepta el jefe de Distrito de Riego 04 de la CNA.
“Los problemas técnicos se refieren a que el sistema de compuertas trabaja mediante dos grúas viajeras llamadas malacates que sirven para abrir las compuertas y trabajan con electricidad. Sin electricidad, el personal de la CNA tuvo que abrir de forma manual 23 de las 26 compuertas, lo cual retrasó significativamente -por lo menos 20 horas- la liberación del agua que seguía acumulándose peligrosamente en el embalse.
“Sí estuvo latente el peligro de que cediera la presa, pues aquí no sabíamos la magnitud de la avenida de agua porque no teníamos el dato (de Sabinas) y fueron dos avenidas continuas con 24 horas de separación”, comentó Torres.
Por ello fue que los soldados, policías y elementos de Protección Civil recibieron la voz de alarma y la consigna de desalojar a los pobladores del casco municipal (unos 18 mil habitantes) y ejidos cercanos al río Salado, como Nuevo Camarón, Nuevo Rodríguez y Nuevo Anáhuac, entre otros.
Con la premura, los habitantes de la zona urbana alcanzaron a salvar lo que cabía en sus autos, los cuales enfilaron a la vecina ciudad de Nuevo Laredo, mientras que muchos otros decidieron pernoctar en la carretera por temor a anahuac anahuac anahuac anahuac que sus casas fueran robadas.
En contraparte, en el campo la gente únicamente salvó lo que pudo llevar en las manos y ni siquiera pudieron poner a salvo animales, maquinaria, implementos, semilla o forraje.
Cuando el agua llegó, en las primeras horas de la noche del martes, arrasó con todo. El río Salado rebasó 500 metros cada una de sus riberas y destruyó los jacales hechos de adobe y los tejabanes de madera y lámina, inundó corrales, campos de labranza, vehículos y llegó hasta el techo de las casas, echando a perder todo en su interior.
Las labores de rescate se sucedieron de inmediato: helicópteros de Protección Civil de Nuevo León y diversas corporaciones, así como de empresas privadas, iban y venían rescatando a gente que se quedó en los lugares más insospechados: techos, árboles, postes, lomas. Algunos por mala suerte, otros por necedad.
Martín Castillo, Subdirector Operativo de Protección Civil del estado, recuerda que las jornadas fueron agotadoras pero lograron su máximo objetivo: saldo blanco, pues a pesar de las malas condiciones meteorológicas, del número de víctimas y de lo vasto del terreno inundado, no se registró una sola muerte.
“En la madrugada del lunes inició todo, cuando el alcalde solicitó nuestro apoyo. Realizamos una evacuación preventiva, había bastante incertidumbre por que la entrada de agua a la presa era mayor que las descargas. Hubo temor de que se rompiera el dique o la cortina o que se desbordara”, explicó Castillo.
La titánica labor de poner a salvo a por lo menos 18 mil personas fue realizada por 18 elementos de Protección Civil y 9 unidades, con el apoyo de policías y otros cuerpos de socorro municipales y estatales.
TODO BAJO EL AGUA
El agua mantuvo incomunicada la cabecera municipal durante tres días, mientras bajaba su nivel. Hubo desabasto de todo, las carreteras permanecieron bloqueadas por el líquido, entre ellas las que llevan a la frontera de Nuevo Laredo, provocando pérdidas aún sin cuantificar en el ramo de transporte, comercio e industria.
La ciudad fue emergiendo poco a poco, como un barco sacado a flote. Pero el barco estaba en ruinas: casas con daños estructurales, mobiliario completamente empapado y hedor por todas partes.
El agua también echó a perder vehículos y dejó la tierra cubierta con una capa de lodo chicloso. La gente poco a poco fue volviendo a sus hogares para ver que el metro y medio que alcanzó el río fue suficiente para echarles a perder todas sus pertenencias.
Y en el campo la situación fue peor, pues ahí las casas de adobe y madera no resistieron el embate de la corriente y se fueron con ella. También la maquinaria, herramienta y mobiliario quedó listo para la basura.
Sin embargo, la pérdida mayor en esta zona es el suelo, pues quedó inservible para la siembra, y los animales muertos, cuyo hedor invade los alrededores de los ejidos más afectados, como Nuevo Camarón y Nuevo Rodríguez.
En el casco, el alcalde Julián Garza García estima en 10 mil en número de afectados pero aún no hay cifras del perjuicio económico. En el campo, el conteo preliminar es de 100 millones de pesos.
Lo afectado comprende 7 mil cabezas de ganado ovino, bovino y caprino, 30 bodegas, 40 tractores, 200 kilómetros de caminos rurales. Por estar cerrado el paso por tierra, el conteo de casas destruidas y enseres dañados aún no se realizaba al cierre de esta edición.
Los casos de campesinos que se quedaron sólo con lo que tenían puesto se multiplican. Juan ramón Pérez, de Nuevo Camarón, perdió 140 cabritos que se agusanan en el corral que fue su tumba bajo un sol de 38 grados.
“Pues vinieron a sacarnos el lunes en la noche y que no nos lleváramos nada, por eso no pude sacar mis animalitos y mire, se me murieron todos”, cuenta el hombre mientras aguanta la respiración, pues el olor a carne putrefacta es intenso y penetrante.
Aurora Alvarado lo dice sin tapujos “aquí hay un responsable y es la CNA, no es posible que mi patrimonio de 35 años se haya acabado en unas cuantas horas”, exclama a punto de las lágrimas mientras está rodeada de sus muebles y muestra una enorme televisión que quedó convertida en chatarra.
Juan Ortegón, del ejido Nuevo Anáhuac, tiene otra solicitud: agua y alimentos para unas 30 personas cuyo vehículo quedó atrapado por el camino lodoso y deberán esperar al menos un día para volver a transitar.
Además de los problemas extraordinarios que causó el agua, los damnificados deben lidiar con los otros conflictos, los de todos los días. Como Laura Esther Martínez, quien en medio de tanto caos debe salir adelante por ella, por su hija parapléjica y por sus tres nietos.
El panorama es, por decir lo menos, desolador: a corto plazo se necesita más agua y alimentos. A mediano plazo se debe atacar el problema sanitario generado por los animales muertos y los objetos que estuvieron bajo el agua y son foco de infección.
Y a largo plazo, el reto es monumental: reactivar la economía en una región devastada con mayoría de jornaleros, campesinos y pequeños productores, quienes simplemente no tienen idea de dónde conseguirán trabajo.
Tal es el caso de don José Francisco Véliz, del ejido Nuevo Rodríguez. Descansando en el albergue montado por los efectivos del Ejército Mexicano, el anciano cuenta que su tejabán se lo llevó el agua y perdió poco porque era poco lo que tenía.
“Lo que no sé es qué voy a hacer cuando salga de aquí, porque allá pues ya no tengo casa y trabajo no va a haber para los jornaleros, la tierra quedó toda mojada y nadie tiene dinero para empezar la siembra”, dijo el septuagenario.
La pregunta es un tanto obvia pero don José la responde: “¿qué voy a hacer? pues quedarme acá (en el casco municipal) y a pedir limosna”.