
Pequeño y acogedor es el entorno que día a día rodea a Verónica Sandoval Arredondo. Plantas que han crecido dentro de botes viejos adornan la entrada de este hogar en la colonia Tierra Propia en Guadalupe. Mientras su madre, María Esther Arredondo, se sienta para platicar, la “niña” de 37 años de edad no deja de sonreír desde su cama.
La condición infantil de Vero es causada por la meningitis, enfermedad que la aqueja desde el año de edad; su madre recuerda que una temperatura, diarrea y vómito se le complicaron después de 15 días de estar internada en el Hospital Infantil, a donde la llevó para ser atendida.
“Yo tenía seguro social, pero se me hacía mejor porque ahí atienden a puros niños. Ella estaba muy chiquita, cabía en una caja de zapatos y el doctor me decía que con sólo llorar se deshidrataba”, recuerda la señora que se convirtió en madre a los 16 años de edad.
“Cuando uno está chico está bien zonzo (sic) y no sabe ni qué”, agrega la hoy mujer de 54 años de edad. “Son errores que uno comete cuando está chica y pues me arrepiento porque mi hija no estaría así”, dice sin evitar que la voz se le quiebre.
Vero nació a los siete meses de gestación y es la primogénita de cinco hijos que tuvo doña Esther, dos de ellos fallecieron cuando recién llegaron al mundo; en tanto, sus otras dos hijas, de 28 y 32 años de edad, ya cuentan con su propia familia.
Mientas se limpia sus pies descalzos con las piernas, doña Esther comenta que desde joven ha trabajado como empleada doméstica, luego de dejar la escuela en la que sólo curso los primeros tres grados de primaria. Actualmente, su esposo, de 70 años de edad, y ella traen a casa el sustento con la recolección de botes de aluminio.
“A las 6:45 ó 7 de la mañana nos salimos a caminar, regreso a las 9:30 ó 10 para almorzar y a las 11 salimos otra vez, ya a las 2 de la tarde regresamos a comer y a apachurrar los botes que se juntan.
“Eso es los lunes, miércoles y viernes, el sábado me voy al mercado, la gente ya me conoce y me da una ropita y yo todo agarro, ya los jueves voy a sacarle un cinquito (sic) a esas garritas. A veces de los botes sacamos unos 100 pesos, pero hoy no nos fue bien mal, apenas 50 sacó mi señor”, dijo sin perder la sonrisa.
A pesar de su discapacidad, Verónica se mantiene atenta a la plática y se contagia de la energía de su madre, con pequeñas frases como “sí cierto” o risitas, confirma el esfuerzo que su progenitora hace día a día para sacarla adelante.
Sin importarle su modesto hogar, la mujer se considera rica, y es que dice que además de salud cuenta con un pequeño comedor y otros muebles que su señor a base de esfuerzo ha podido conseguir. Este es el segundo matrimonio de doña Esther, por lo que reconoce que al principio fue difícil que su nueva pareja aceptara a su hija.
“Mi señor de primero se le hacía pesado, no se relacionaba bien con ella, por que me decía: ‘ya nos vamos a salir, ve déjasela a tu mamá’, y pues no, es mía, es mi obligación, es la cruz que Dios me dio y yo la debo de cargar.
“Y yo le decía, pues si tú me quisiste a mí, pues me vas a aceptar con mi hija, porque yo le dije cuando nos conocimos, pero los hombres por quedar bien con uno al principio todo aceptan, y después ya no quieren, pero ya se acostumbró, ya tiene muchos años y ya se acostumbró”, señala mientras Vero grita “es mi padrino”, apelativo con el que cariñosamente se refiere al nuevo compañero de vida de su madre.
Acostada en la cama que le donó el diputado Arturo Benavides, la pequeña niña de 37 años de edad ve pasar el día, su madre admite que a veces llora o grita mucho, por lo que en ocasiones le tiene que dar pastillas para que descanse por las noches. Gracias a los pañales que le dona el Gobierno del Estado desde hace ocho años, ya no tiene las llagas que le causaban la ropa y las bolsas de plástico que cumplían con esta función.
Al no tener fuerzas en las piernas, el cargarla para tomar el baño es todo un reto, incluso una vez la mujer no pudo con los 50 kilos de su hija y cayó. “Ya no sirve la silla de ruedas, ya se desoldó, porque ya con esa, la pongo y la subo, pero esa silla nos duró unos siete años”, dijo.
Aunque señala que es muy cariñosa, reconoce de repente también es corajuda. Anteriormente recuerda que lo complicado era cuando le daban convulsiones, mismas que ya han quedado atrás.
“Estoy constantemente en oración pidiéndole por ella, lo que más pido es amor hacia ella y paciencia, por que si no me voy a desesperar y me voy a volver loca.
“Yo lo que le pido a Dios es que se la lleve primero a ella y después me lleve a mí, porque si me voy yo primero luego quién me la va a ver a ella, porque mis hijas tienen sus familias”, mencionó sin evitar que las lágrimas escurrieran por sus mejillas.
Sin soltar una bolsa plateada de su mano, acompañada de una sincera sonrisa, Vero enfrenta su día a día; mientras que doña Esther, su madre, atenta se encuentra al pie de la cama, lista para darle cualquier cosa que llegue a ocupar mientras le alcance la vida.