El Estadio Universitario fue anunciado en diciembre de 1959 pero se inauguró en mayo de 1967, con un juego internacional.
Agonizaba la década de 1950 en una ciudad beisbolera por excelencia. Los Sultanes de Monterrey eran los amos y señores del llamado “rey de los deportes”. Si acaso, le hacían competencia el espectáculo de las corridas de toros y las carreras de ciclismo, por tener aquí a dos figuras internacionales: Juventino “Borra’o” Cepeda, y Julio Cepeda, campeón en Guadalajara en 1951 y en varias justas olímpicas.
El capitán de empresa Jesús Zambrano Urteaga, un gran aficionado del mundo taurino, se daba el lujo en esa década de traer a la Monumental Monterrey (inaugurada en 1937) a los españoles Manuel Benítez “El Cordobés” y Juan García Mondeño, así como al rejoneador mexicano Gastón Santos, entre otros. Y como sello del éxito beisbolero, en 1957 y 1958 el mánager César L. Faz había puesto en el mapa mundial a la urbe regiomontana al acapar la atención con la hazaña de los “pequeños gigantes” en Williamsport, especialmente por el juego perfecto de Ángel Macías en la primera excursión por tierras norteamericanas.
Así es que con ese telón de fondo, con el béisbol como “rey de los deportes”, de cualquier modo el arquitecto Joaquín A. Mora, nombrado por el gobernador Raúl Rangel Frías rector de la Universidad de Nuevo León (de 1958 a 1961), propuso el viernes 3 de abril de 1959 al Consejo Universitario el proyecto para la construcción de un estadio que fomentara la cultura física entre el estudiantado, con un cupo para 50 mil espectadores originalmente. Pero el despertar de ese sueño ocurrió muchos años después.
Llevaba una década de haber sido fundado el Patronato Universitario en 1950, y esta iniciativa fue lanzada a unos meses de que los Jabatos de la Segunda División fueran administrados por Fomento Deportivo Universitario en diciembre de 1959, pero también en medio de la penuria de la Máxima Casa de Estudios, cuando a veces no había dinero ni siquiera para pagar a tiempo los raquíticos sueldos, porque todos los recursos económicos se canalizaban entonces a la nueva Ciudad Universitaria y a la Torre de Rectoría.
El presidente Miguel Alemán Valdés le había prometido al entonces rector de la UNL, Raúl Rangel Frías (1949-1955) en noviembre de 1951 ceder cien hectáreas del campo militar número uno, desde el arroyo del Topo Chico hacia el sur, para que se fundara la Ciudad Universitaria, pero condicionó el decreto de octubre de 1952 a que el estado de Nuevo León construyera la nueva casa del Ejército, de modo que, al ser imposible tal intercambio, debieron pasar cinco años hasta que Rangel Frías, ya como gobernador del estado, insistiera ante el nuevo primer mandatario de la nación, don Adolfo Ruiz Cortines, para que firmara el decreto definitivo sin ninguna condición en febrero de 1957, lo que despertó el entusiasmo de los nuevoleoneses, quienes pronto fueron testigos de los primeros edificios de la Facultad de Leyes y de Ingeniería Mecánica, cuya inauguración ocurrió en 1958.
Por tanto, esa idea del rector Mora cuando estaba en construcción la Facultad de Ingeniería Civil, el 3 de abril de 1959, sonaba a utopía, ya que el cálculo presupuestal del estadio se fijaba en 9 millones de pesos, “lo cual hace necesario procurar el concurso de personas e instituciones que cooperen a la realización de la obra”, se expresaba en el proyecto respectivo, siguiendo el ejemplo de 1952 del Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad de México, cuando todavía no aparecía en el horizonte el Estadio Azteca, que se empezó en 1962 y se inauguró en 1966.
Días después, el 19 de abril, el gobernador del estado, Raúl Rangel Frías, aprobó los trabajos de construcción del estadio, designando al arquitecto Ignacio Suárez como encargado de realizar los planos y proyectos, pero quedando todo bajo el cuidado del gerente de las Oficinas Técnicas de la Ciudad Universitaria, el ingeniero Ernesto Marroquín Toba, quien debió cambiar la ubicación de la obra, pues se había convenido inicialmente edificarlo en los terrenos limítrofes al arroyo Topo Chico, a fin de aprovechar la hondonada formada en ese lugar, donde finalmente quedó la alberca olímpica.
El 24 de octubre, Marroquín Toba presentó al gobernador Rangel Frías y al Patronato Universitario, presidido por don Manuel L. Barragán, así como a un grupo de empresarios la maqueta del Estadio Olímpico Universitario, destacando su ubicación en las seis hectáreas excedentes para que quedara en el área sur de Ciudad Universitaria, y habló entonces de un cupo para 70 mil espectadores, en tanto se integró ahí mismo el Patronato Proestadio, en el que figuró como tesorero don Ramón Cárdenas Coronado. La inauguración se planeó para dentro de un año.
De inmediato comenzó la venta de abonos para palcos y zona preferente, con el fin de recaudar los 9 millones de pesos, concediendo el derecho a los adquirientes de asistir a toda clase de eventos durante 50 años a partir de la inauguración del inmueble. Pero la campaña no dio resultados. Aun así, el gobernador Rangel Frías anunció el 15 de mayo de 1960 el inicio en julio de ese año de nuevas obras en Ciudad Universitaria, entre ellas la Torre de Rectoría y las facultades de Arquitectura y de Comercio, e inclusive el Estadio Olímpico Universitario, pero ahora a un costo de once millones de pesos, según se publicó el 11 de julio en el periódico Vida Universitaria, con la mira puesta en terminarlo otra vez en un año.
PRIMER ZAPAPICAZO
El 25 de julio de ese 1960 todo parecía una esplendente realidad cuando el gobernador Rangel Frías dio el primer zapapicazo en los terrenos que verían nacer el estadio, mientras que el rector Joaquín A. Mora hizo lo mismo en el espacio donde se empezaría a levantar la Torre de Rectoría y don Manuel L. Barragán en donde se alzaría el edificio de Arquitectura. Pero, ante las críticas y cuestionamientos, el Arq. Marroquín Toba señaló que el estadio sería solamente para futbol a fin de que la gente estuviera más cerca de la cancha, pues el anillo olímpico implicaría que las gradas quedaran más lejos del escenario deportivo, aunque como quiera prometió que no sería ajeno a algunas competencias atléticas.
Beisbolera por excelencia, la plaza de Monterrey ya había vivido el intento de un equipo de futbol soccer en 1945 al fundarse y desaparecer en ese mismo año el equipo de los Rayados, que regresaron de la mano del doctor Carlos Canseco en 1952 para subir a la máxima categoría en 1956, aunque cayeron inmediatamente, hasta que en la temporada 1959-1960 consolidaron su permanencia en Primera División. Y justamente en esa misma década nació el Club de Futbol Nuevo León en 1957, con jugadores de los llanos y de las ligas amateurs de la región, recibiendo este equipo esmeralda la anuencia del doctor Canseco, presidente del Monterrey, para participar en 1958 por primera vez en la División de Ascenso, dirigido por el español Manolo Pando y apoyado económicamente por José Fidalgo, José Calderón Ayala, Antonio’ O Farril, así como Carlos y Miguel Villarreal.
Después de un inicio brillante en la Segunda División, vino la debacle al perder Nuevo León por 4-2 el primer clásico ante los Rayados en el Estadio Tecnológico el 5 de octubre de 1958, y llamados ya entonces Jabatos, volvieron a caer ante el rival de la misma ciudad el 8 de febrero de 1959 por 2-0 también en el Tec. Otras derrotas sufridas por los verdes ante los Rayados de Monterrey fueron por 5-1 y 5-2, y aunque luego empataron 2-2 el clásico de ida de la temporada 1959-1960, los estragos financieros hicieron mella en su administración, al grado de que el 19 de diciembre de 1959 el Patronato Universitario presidido por don Manuel L. Barragán se hizo cargo del Club Nuevo León a través de Fomento Deportivo Universitario, adoptando el nombre de Tigres que utilizaba el equipo de futbol americano desde 1945.
Una vez aceptada la franquicia oficialmente el 7 de marzo de 1960 por la rama de la Segunda División, se presentó la hora del primer clásico del primer equipo de la historia con el nombre de Tigres de la Universidad contra los Rayados de Monterrey el 13 de marzo en el Tec, con triunfo de los anfitriones por 2-0, los cuales lograron subir a Primera División al golear 3-0 al Orizaba en la última jornada.
Al mismo tiempo que en la temporada 1960-1961 se hablaba de los Tigres, dirigidos por Manolo Pando y luego por “Chojos” López, y la pérdida de 200 mil pesos por malos resultados deportivos, en contraste se elogiaba al equipo de la Universidad de Nuevo León que conquistó el Campeonato Estatal Juvenil en 1960. Y, al dar el primer zapapicazo el gobernador Rangel Frías para levantar el Estadio Universitario, no se dejaba de pensar en que había sido prometido para septiembre-octubre de 1961, porque los felinos jugaban en el Tec, donde, para colmo de su infortunio, volvieron a perder otro clásico ante Monterrey por 4-1, el 18 de enero de 1962.
Finalmente, al visitar las obras en Ciudad Universitaria a partir del 10 de enero de 1961, el gobernador Rangel Frías vio la terminación de la base del estadio y el inicio de los 14 túneles, a la vez que en abril la gente leía anuncios en El Norte y El Porvenir para la adquisición de los abonos, pero en agosto don Raúl informó que, siendo prioridad la Torre de Rectoría, el inmueble deportivo no se terminaría en la fecha prometida y lo concluiría su sucesor el Lic. Eduardo Livas Villarreal, debido a serios problemas económicos, mismos que padecía también el equipo de futbol de los Tigres, que antes de iniciar la temporada 1962-1963 tenía enormes deudas, las cuales subían y subían a la vez que las faltas de pago a los jugadores eran constantes.
Entretanto, al rendir protesta el nuevo gobernador Livas Villarreal en octubre de 1961, el estado absorbió la deuda de la UNL que ascendía a 6 millones 248 mil 561 pesos y nombró rector al escritor y periodista don José Alvarado; este encomendó la conclusión del estadio al Ing. Domingo Treviño, jefe de la Sección Técnica de la Ciudad Universitaria, pero realizando diversas modificaciones para abaratar su costo y tratar de inaugurarlo en 1962, cuando ya se llevaban invertidos 6 millones 800 mil pesos y tenía un avance del 70 por ciento. Otra vez no resultó el plan, y mientras que en septiembre de 1962 la Universidad cedió el club a un grupo de industriales encabezados por Alejandro Belden, el coso universitario vivió su primer evento preinuagural el 23 de diciembre, consistente en una corrida de toros del Club de Leones Monterrey, con el fin de recaudar fondos para la construcción de su casino.
Al desaparecer en septiembre del ‘62 el primer equipo de Tigres del futbol profesional, Sergio Salinas fue el nuevo presidente de Jabatos y el entrenador el peruano Augusto Arrasco, mientras que hubo cambio de rector en la Universidad al ser destituido don José Alvarado, designándose interinamente al Lic. Alfonso Rangel Guerra en febrero de 1963 y el estadio volvió a utilizarse en varios eventos, como el 14 de junio cuando de nueva cuenta el Club de Leones ofreció el espectáculo charro de Antonio Aguilar, y el Patronato Universitario efectuó dos magnos eventos de la Siembra Cultural: el 4 de agosto para colaboradores y el 31 del mismo mes para llevar a cabo el sorteo. Pero los recursos fueron a parar a las obras de otros edificios de la UNL a pesar de que la opinión pública exigía la terminación del que llegaría a llamarse, muchos años después, “El volcán”.
PATRONATO A LA VISTA
Después de una novillada en marzo del ‘64 a favor de los invidentes de Monterrey, y luego ya con el Lic. Eduardo L. Suárez como secretario general en funciones de rector desde octubre del ‘64, se efectuó un festival taurino en diciembre de ese año en el estadio, que requería 9 millones de pesos para su terminación, hasta que el Patronato Universitario se hizo cargo del proyecto en enero de 1965 después de recibir un pormenorizado informe del Comité Proestadio, y en marzo, mediante rigurosa convocatoria, asignó la obra a la firma Concretos, S. A. del ingeniero Juvencio Gutiérrez, con la promesa de concluirlo en noviembre para que lo inaugurara el presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, durante una gira de trabajo por la entidad.
El futbol soccer seguía dando de qué hablar, especialmente al ganar los Jabatos el ascenso al máximo circuito en 1965, de modo que el 12 de mayo de dicho año, al ser investido rector el Lic. Eduardo A. Elizondo y ver que ni aún designándose al ingeniero Raúl Sada Rangel y al arquitecto Ramón Lamadrid, por la experiencia de este último en la construcción del Condominio Acero en 1959, se podía cumplir el plan, dejó todo en manos de don Manuel L. Barragán. Por tanto, en 1966 el Patronato Universitario no quiso esperar más y entregó a la Universidad un millón 800 mil pesos, comprometiéndose a hacer llegar a sus arcas lo recaudado en los siguientes sorteos de la Siembra Cultural e inaugurar la obra, pues ya mostraba grandes avances.
Al estar terminado el campo de juego, con su césped inglés fresco traído desde Georgia, Estados Unidos, el 22 de mayo de 1966, a las 11:00 horas, vivió su primer compromiso deportivo al desarrollarse aquí la final de la Liga Interestatal del Noreste de Futbol, con una asistencia de 10 mil aficionados, y el Patronato Universitario lo anunció como una preinauguración, con transmisión directa por el canal 3 de TV y XEH Radio, resultando triunfador el cuadro representativo de la UNL, cuyo goleador Jorge “Coquis” Morales anotó el primer tanto, al minuto 5, en un partido oficial en el Estadio Universitario sobre los albinegros del club de la colonia Independencia. El árbitro local Juan Quintanilla tuvo también una buena actuación.
Y ya con la inyección de recursos y de ánimo del Patronato Universitario, el gobernador Lic. Eduardo Livas Villarreal fijó marzo de 1967 como la fecha de entrega formal del inmueble, el cual fue aprovechado en octubre de 1966 para celebrar ahí, en lugar del tradicional estadio “Chico” Rivera, la temporada grande del futbol americano con miras a seguir recaudando fondos y dejar en forma el nuevo coso universitario.
Así es que el Estadio Universitario fue sede del primer clásico entre Tigres y Borregos el 5 de noviembre de 1966, ante 12 mil asistentes, ganando los locales por 18 a 12, pero con cierta nostalgia por la despedida del entrenador felino, Gaspar Mass Martínez, y no sería sino hasta noviembre 26 cuando se transmitiría desde aquí por televisión (Canal 6) el primer partido de futbol americano contra los Cheyenes del Politécnico Nacional, con narración de Fernando Von Rossum y comentarios de Carlos de Zamacona y Mario Aguirre.
PARTIDO INAUGURAL
Cumplida por fin la palabra del Patronato Universitario, siendo rector interino de la UNL de febrero a octubre de 1967 el Ing. Nicolás Treviño Navarro, se rindió tributo a los nombres de sus integrantes al pasar a la historia por su empeño y recaudación de fondos. Ellos fueron: don Manuel L. Barragán y don Rogelio Cantú Gómez; don Tomás Zertuche, don Luis Elizondo, don Jesús Barrera, don Joel Rocha, don Ramón Cárdenas Coronado, don Manuel Santos, don Federico Gómez, don Francisco Vela González, don Roberto J. García y don Abiel Treviño. Y así, en marzo de dicho año se llevó a cabo aquí, como evento de preinauguración -ahora sí oficial-, el Primer Campeonato Nacional Estudiantil, a la vez que en ese mes se recibió la visita del presidente de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), y aunque Nuevo León no fue subsede del Mundial México 1970, el ilustre visitante no se guardó los elogios para el moderno estadio, y durante el banquete que se le ofreció en el Casino Monterrey ponderó los alcances de esta magna obra deportiva.
Y llegó la fecha esperada del martes 30 de mayo de 1967. Después de casi nueve años de luchar contracorriente, el entonces subtesorero, Roberto Méndez Cáceres, tuvo a su cargo la contratación del Atlético de Madrid, por lo cual fue grande la expectativa que despertó el juego inaugural, a las 20:30 horas, entre el cuadro español y los Rayados de Monterrey, poniendo fin a las críticas desde que se habló en diciembre de 1959 del proyecto de un inmueble así, con un costo final fue de 23 millones de pesos, de los cuales cubrió más de las dos terceras partes el Patronato, cuyo presidente don Manuel L. Barragán fue el único orador de la noche, después de que el gobernador Eduardo Livas Villarreal develó una placa y declaró formalmente inaugurado el estadio lanzando al aire una paloma como símbolo de esperanza, en medio de un espectáculo de luces multicolores.
Los 40 mil espectadores que aprovecharon la apertura de las puertas desde las 15:00 horas presenciaron un juego preliminar entre el campeón del Primer Torneo Nacional Estudiantil celebrado en marzo, el Tec de Monterrey, y un equipo representativo de la UNL que ganó el visitante por 2-1. Pero el platillo fuerte lo saboreó a placer la gente después del saque inicial, y aunque el empate a un gol no era lo que se esperaba, el partido estuvo muy movido y el espectáculo en la cancha valió la pena, además de ver cómo el brasileño Mariano Ubiracy -que llegó del Veracruz a reforzar al Monterrey- pasó a la historia al registrar la primera anotación en el partido inaugural, mientras que por los madrileños igualó el defensor Urtiaga.
La transmisión por TV de este inolvidable juego corrió a cargo de Roberto Hernández Jr. y Mario Fernández, justamente como premonición de lo que representaría después este medio, al autorizarse a la Universidad el Club Tigres de Segunda División, cuyo presidente fue el Dr. Carlos Canseco y tesorero Ramón Cárdenas Coronado, para que jugara en su estadio, pues tanto los Jabatos como los Rayados tenían contrato exclusivo con el Tec de Monterrey. Y así fue como el jueves 13 de julio de 1967, a las órdenes del entrenador Augusto Arrasco, el nuevo estadio vio el debut de los verdaderos Tigres que ganaron al Orizaba por 2-0, correspondiendo a José de Jesús Morales “El Triquis” anotar el primer gol en un partido profesional ya oficial, al minuto 35.
La Universidad, con estadio propio y equipo propio, vino a escribir páginas emotivas del deporte que se ha vuelto el más popular del mundo, empezando por los emotivos clásicos contra los Jabatos cuando estos descendieron en 1969 a la Segunda División, y el tórrido encuentro final de la temporada 1973-1974 contra la Universidad de Guadalajara que en mayo le permitió llegar a los auriazules a la Primera División y conseguir que esta plaza llegara a tener “la mejor afición de México” y pasar sobre el llamado “rey de los deportes”, especialmente por los encendidos choques contra los Rayados de Monterrey, cuyo presidente Alberto Santos cambió la sede de sus partidos del Tec de Monterrey precisamente al estadio de CU en esa década.
“Lo que son las cosas” -dice ahora Roberto Méndez Cáceres, por muchos años impulsor de las fuerzas básicas de Tigres-, “mucha gente juzgaba locos a quienes querían hacer un estadio tan grande para la Universidad (el tercero en tamaño en todo México, después del Azteca inaugurado en 1966, y el Jalisco en Guadalajara), y alegaban que no había equipos profesionales que pudieran llenarlo entonces. Pero qué visión tuvieron los promotores de este proyecto, especialmente don Manuel L. Barragán, porque estamos viendo que hoy el estadio, a 50 años de su inauguración, le queda chico a tan enorme afición de los Tigres, la llamada ‘incomparable’”.
Los comentarios hirientes de aquellos años se fundaban en las pobres entradas conseguidas por los Rayados y los Jabatos al Estadio Tecnológico, pues apenas compraban boletos para cada partido unos diez mil aficionados. Y en cambio en estas fechas la popularidad del futbol soccer aquí y la explosión demográfica de Nuevo León han hecho que el crecimiento en número de los seguidores de los Tigres clamen por una ampliación del estadio para obtener un cupo de 90 mil personas, acorde con las circunstancias, e inclusive se piensa que ya urge uno nuevo, como lo consiguió hace poco el equipo rival de la ciudad con el apoyo de una gran institución bancaria.