
Desde hace ocho décadas una familia ha sabido sortear el enloquecido crecimiento del Barrio Antiguo de Monterrey y ha mantenido funcionando el negocio inició en 1938. Esta es su historia.
Por Fernanda Alvarado
Corría el año de 1938 en el Barrio Antiguo de Monterrey; para ese entonces las calles carecían de centros nocturnos y en la colonia aun habitaban familias, era una época en la que se podía dormir con las ventanas abiertas y se respiraba un aire de tranquilidad absoluto.
La mayoría de las personas que vivían en el sector se dedicaban al comercio, así se ganaban la vida de manera honrada.
La Miscelánea Tovar es un ejemplo de esfuerzo de una familia neolonesa. Es un estanquillo ubicado entre las calles Francisco Mina y Mariano Matamoros, en el centro de Monterrey, que fue fundado por Basilia Salazar, una madre de familia que estaba pasando por una precaria situación económica y decidió invertir hasta el último centavo que había en su bolsillo en un negocio que años más tarde pudo heredar a sus hijos y nietos.
Desde hace ocho décadas los Salazar Tovar han mantenido la tienda a flote, a pesar de que con los años se han establecido otro tipo de comercios a su alrededor.
En este lugar se venden productos de limpieza, dulces, refrescos, pan, comida casera, cigarros, papas fritas, café, entre otras cosas.
Hoy en día la tienda es atendida por los nietos de Basilia: María Elena Tovar de 54 años y Gerardo Tovar de 52 años, quienes desde las seis de la mañana abren las puertas del negocio para comenzar a recibir a los clientes que buscan algo para desayunar.
En la esquina de una calle empedrada con una fachada de color rojo y blanco, entre una puerta pequeña de madera, los sueños de estos hermanos se hacen realidad.
Justo a unos pasos de la entrada se encuentra el mostrador y detrás está María Elena. Sus clientes de años la llaman “la güera”, mujer alegre de ojos azules, cabello canoso y voz suave. Por otro lado está Gerardo, a quien sus amigos llaman “el gordo”, hombre gentil de complexión robusta, cejas abundantes y ojos negros.
Su padre se llamaba Gerardo Tovar, hijo de Basilia, un hombre trabajador y estricto, de estatura mediana y cabello negro, quien se encargaba de la tienda anteriormente. Él se casó con María Elena Salazar y tuvieron cinco hijos.
Para ganarse el pan de cada día, “la güera”, “el gordo”, y sus demás hermanos tenían que ayudar en el negocio familiar: acomodaban mercancía, atendían a los clientes e iban al mercado a surtir.
“La güera”, quien es la mayor de los hermanos, supo desde niña que ganarse la vida no era fácil, que se necesitaba hacer sacrificios para poder obtener el permiso de salir a jugar con sus amigos.
“El gordo” corría con la misma suerte, después de trabajar y haber hecho la tarea podía tomar algunos dulces del estante como gratificación a su trabajo.
Al pasar de los años, sólo “la güera” y “gordo” quisieron hacerse cargo del negocio, sus demás hermanos consiguieron empleo, formaron sus familias y se deslindaron de cualquier responsabilidad de la tienda.
En la década de los ochenta, esta mujer de ojos azules decidió que además de atender el negocio familiar estudiaría una carrera universitaria, y optó por inscribirse en la Facultad de Derecho de una escuela particular de Monterrey. Ahí estudió a escondidas de sus padres durante un año, al mismo tiempo que atendía la miscelánea.
Durante su estancia en la universidad tuvo que visitar algunos penales, juzgados, morgues y otros lugares a los que su padre catalogaba como “no aptos para señoritas”. Un mal día, “la güera”, persuadida por un cargo de conciencia, decidió abandonar el sueño de convertirse en abogada y se encargó por completo de sus deberes en casa.
Posteriormente se casó y tuvo dos hijas, Pamela y Andrea, pero se divorció de su pareja y volvió a casa con su hermano.
En el 2006, la Miscelánea Tovar amplió sus servicios y los hermanos incursionaron en la industria culinaria. “La güera” preparaba los platillos y “el gordo” administraba el lugar.
Con apenas con diez mesas y un buen sazón, el restaurante Tovar complacía el paladar de oficinistas y trabajadores de la zona, quienes gustosos acudían hasta tres veces por semana.
Pese a que todo iba viento en popa en los negocios familiares, un acontecimiento inesperado habría de cambiar sus vidas por completo. Ese mismo año, María Elena Salazar, madre de “la güera” y “el gordo”, falleció en un hospital particular de Monterrey por causas naturales.
Su esposo, que se encontraba internado en un hospital tras haber sido sometido a una colotomía (intervención quirúrgica del colon), acudió con permiso de su doctor a darle el último adiós a quien había sido su esposa por más de 40 años.
Debido a la dificultad que representaba cuidar a su padre enfermo, atender la tienda de abarrotes y administrar el restaurante, los hermanos Tovar se vieron obligados a cerrar éste último, ya que era el que les consumía más tiempo.
Gerardo falleció tres años más tarde y está sepultado junto a su mujer en el panteón Los Ángeles, en Apodaca.
Los hermanos se describen como personas de fe que a pesar de habitar en una zona en la que los robos a mano armada, asaltos y vandalismo son comunes, pueden confiar que Dios los librará de cualquier mal.
Durante el sexenio de Felipe Calderón, la onda de inseguridad que vivió el Barrio Antiguo dejó una huella imborrable para estos dos comerciantes. Una tarde del mes de octubre, “el gordo” se encontraba acomodando los estantes de su tienda mientras un cliente de aproximadamente 30 años desayunaba un pan dulce con café. Este joven que vestía pantalón de vestir y camisa blanca se percató de que encima del mostrador había un celular y al otro lado la caja del dinero. Cuando se llegó el momento de retirarse, el hombre que describen como alto, delgado, moreno y de cabello oscuro sacó un cuchillo, tomó el celular e hirió a “el gordo” en la mano izquierda, clavándole el filoso cuchillo.
El ladrón huyó de forma arrebatada y minutos más tarde llegó un vecino que ayudó a “el gordo”, llevándolo a un hospital en dónde recibió ocho puntadas.
“La güera” recuerda que llamó al teléfono robado, cuando el ladrón le contestó comenzó a insultarlo, pero posteriormente lo perdonó por lo que le había hecho a su hermano, le dijo que no había rencor en su corazón y que esperaba que ya no dañara a más personas con sus actos de violencia.
Debido a esta mala experiencia, el estanquillo se cierra a las 21:00 horas sin excepción alguna y se abre a las seis de la mañana para aquellos que necesiten de un café para empezar el día.
“El gordo” atiende el estanquillo a partir de las 13:00 horas para que su hermana pueda ir a su segundo empleo como asistente en una empresa de Guadalupe, Nuevo León.
Ambos hermanos se levantan a las cinco de la mañana para trabajar y luchan incansablemente para ganarse el pan de cada día, tal y como su padre les enseñó desde niños.
Manuel es un cliente que va a desayunar a su estanquillo desde hace más de 30 años y los describe como amigos de confianza, honrados y luchadores. Este hombre de edad madura asiste cada miércoles a comer la famosa pechuga rellena, receta secreta de “la güera” y cada mañana compra un café antes de iniciar sus labores en el hotel para el que trabaja.
Los Tovar, a pesar de no tener estudios han administrado exitosamente la herencia familiar. Su futuro es incierto, las nuevas tiendas comerciales, los restaurantes y antros del Barrio Antiguo los hacen ver como pasados de moda, pero a pesar de esto seguirán uniendo fuerzas para satisfacer a sus clientes.