El Reto 03 fue una de las primeras muestras a los lectores de Hora Cero de que en esta empresa se piensa en grande. Ha sido uno de los proyectos más exitosos que se han realizado, gracias a la cantidad de personas quienes, durante 64 días, siguieron la ruta de dos reporteros por América Latina a través de nuestro portal de Internet.
La idea de recorrer América Latina “a mochilazo” para realizar periodismo en las condiciones más adversas nació como una casualidad, casi como una broma.
Una tarde del año 2003 y tras un cierre de edición, la plática de sobremesa en un restaurant de comida china de la cuidad de McAllen se centró en lo que íbamos a hacer en la próxima edición de Hora Cero. Tenía que ser algo especial.
La primera gota en la lluvia de ideas fue un viaje en bote por todo el río Bravo, misma que fue desechada casi de inmediato por los problemas logísticos que representaba. De ahí se pensó en la crónica de un recorrido “de frontera a frontera”, o sea, de Tamaulipas a Chiapas.
Sin embargo, ese viaje ya se había realizado y reseñado junto con los llamados “transmigrantes”, comerciantes de autos y artículos de segunda mano originarios de Centroamérica, quienes atraviesan el territorio nacional de regreso a sus países de origen en camiones cargados de mercancías.
Para entonces ya estábamos pensando en grande. Fue entonces que surgió la idea de viajar desde Reynosa hasta “donde tope al sur”. Tras una rápida consulta al mapa nos dimos cuenta que Ushuaia, en la isla de Tierra del Fuego, en territorio argentino, era la ciudad más austral del continente. Ya teníamos nuestro destino.
Buscando hacer las cosas más interesantes, decidimos que el viaje sería “de raid”, con mochila al hombro y apenas un presupuesto de 50 dólares diarios para gastos básicos.
Dónde comer, asearnos y dormir era temas que se iban a resolver sobre la marcha. Dentro de nosotros confiábamos en la buena voluntad de quienes conoceríamos en el viaje. No estábamos equivocados.
En ese entonces, la moda en el ciberespacio eran los blogs (las redes sociales eran apenas un sueño en la mente de un puñado de emprendedores), por lo que decidimos que nuestro “diario de viaje” se escribiría todos los días desde un portal de Blogger que abrimos, y se leería en nuestra naciente página de Internet.
Con el apoyo de un grupo de amigos/patrocinadores conseguimos ropa, tiendas de campaña, sacos para dormir, una cámara digital y las mochilas que durante 64 días fueron nuestras compañeras. Cada una de ellas, que recorrieron en continente de nuestras espaldas, pesaban nada más 25 kilos.
En Matamoros subimos a un viejo camión urbano color violeta, que fue el primer transporte en el que iniciamos una aventura periodística nunca antes vista en el noreste de la República Mexicana y que nos llevó por 16 países de América Latina.
En el trayecto conocimos lugares y personas inolvidables.
Apenas caminamos unos pasos fuera de México y conocimos lo que es la bondad desinteresada, cuando un viejo jubilado guatemalteco no sólo se ofreció a llevarnos a la capital de su país, sino que nos ofreció hospedaje gratuito en su casa durante los dos días que ahí estuvimos.
Pasamos por La Hachadura, en la frontera entre El Salvador y Guatemala, que bien podría ser la más siniestra línea divisoria entre dos naciones.
Ahí seguramente rompimos el récord de la mayor cantidad de popusas (empanadas salvadoreñas) consumidas en el menor tiempo, gracias a los “maras”, quienes vigilaban cada uno de nuestros movimientos.
En Honduras y Nicaragua conocimos lo que es la pobreza extrema y entendimos, décadas antes de la caravana migrante, por qué la gente huye de estas regiones tan olvidadas de Dios.
Sólo aquí hemos visto cómo una anciana recorre las mesas de los merenderos del mercado local recogiendo las sobras de los platos de los comensales, para guardarlas en una pequeña bolsa de plástico que se convierte en un mísero itacate.
En nuestras mentes quedaron grabados los zopilotes que merodeaban debajo de los puentes que comunican a la capital de Honduras. Los tristes jacales donde familias enteras ven pasar el tiempo, el miedo en los ojos de un pasajero del transporte público esperando el momento que alguien va a sacar una pistola o un cuchillo para llevarse las pocas Lempiras (la moneda caracha) que llevan en la bolsa del pantalón.
¿Cómo olvidar el cuarto lleno de cucarachas en un hotelucho de la capital de Costa Rica? ¿O la reseña de cómo Panamá estaba comenzando a acostumbrarse a vivir sin el control de Estados Unidos?
Gracias a este viaje conocimos en Colombia lo que ahora es una realidad en México: el fenómeno de los desplazados, los desaparecidos y el Ejército en calles, haciendo las funciones de la policía.
Nos maravillamos cuando en la frontera con Ecuador, en el ombligo del mundo, nos encontramos de frente con los poderosos Andes.
Sin embargo, estos gigantes de piedra se nos presentaron de una manera que no lo esperábamos: eran verdes, llenos de vida. Su cara nevada la veríamos kilómetros más adelante.
En Perú fuimos arropados por el cariño y los cuidados de una mujer que vivirá en nuestros corazones: la tía Tere, madre de un médico que ha hecho su vida en la frontera de Tamaulipas.
Gracias a ella tuvimos un descanso de las penurias y volvimos a conocer las delicias de una cama mullida, un desayuno caliente y ropa limpia.
En Chile conocimos a un pueblo cálido, culto y muy solidario, que estaba aprendiendo a vivir sin el miedo de los regímenes militares.
La literatura estaba en todos lados. Cualquier taxista recitaba a Mistral, había bustos de Neruda en las plazas públicas y las máquinas expendedoras eran de libros y no de gaseosas y fritangas.
La frontera entre Chile y Argentina la atravesamos con frío que calaba hasta los huesos, a 3 mil 200 metros sobre el nivel del mar. El túnel del Cristo Redentor, que pasa por las entradas de los poderosos Andes, permitió a Gerardo conocer por primera vez en su vida la nieve.
De ahí seguía una larga marcha a Buenos Aires, la capital de Argentina, la ciudad de la furia, la más europea de las ciudades de América.
Nuestra cita con los bonaerenses tenía que esperar un poco más, teníamos prisa por llegar a nuestro destino final.
Mientras más kilómetros avanzábamos hacia el sur, menores eran las cifras que el termómetro registraba. En Río Gallegos, provincia de la Patagonia argentina, supimos lo que se siente estar a menos 23 grados centígrados y nos sorprendimos cuando comprobamos que sí es posible ver una playa congelada.
Ahí tomamos un ferry que nos transportó a la isla de Tierra del Fuego, con sus glaciares y blancos escenarios.
Tras semanas de viaje finalmente estábamos en el parque nacional Bahía Lapataia, en Usuahia, Argentina, la ciudad más austral del continente. El Reto estaba cumplido, habíamos llegado a nuestra meta.
Día con día, los lectores de nuestro portal de Internet supieron de nuestras desventuras y alegrías, de lo complicado que es reportear en un país extraño y lo solidario que puede ser el gremio periodístico, sin importar de qué nacionalidad se trate.
No fue sino por este proyecto que conocimos personas extraordinarias, quienes realizaron un cambio en sus sociedades y cuyas historias quedaron plasmadas en las ediciones impresas de Hora Cero.
A 15 años de distancia, los momentos vividos en esta aventura periodística siguen marcados en nuestras memorias.
Erick, Gerardo, Hugo, Heriberto, Sayed, César, Rafa y muchos otros que participamos en ese proyecto podemos decir, sin temor a equivocarnos, que este periplo cambió nuestras vidas.
Fue y es, definitivamente, un viaje inolvidable.