El dolor de tener un hijo condenado a muerte ha traído a María Medina Torres y Juana Cárdenas Ramírez un regalo inesperado: un sincera amistad que les permite soportar su tragedia y las penurias de viajar más de mil 300 kilómetros por la autopista número 59 del estado de Texas, con tal de pasar un par de horas con sus vástagos. Este reportaje fue publicado originalmente en Junio de 2004. Años después, los hijos de estas mujeres fueron ejecutados por el gobierno texano.
El amor de una madre no conoce de distancias, sacrificios o esperanzas muertas. Una madre –y más cuando se trata de sus hijos- es capaz de hacer lo que sea.
María Medina Torres y Juana Cárdenas Ramírez son prueba viviente de este amor. Desde hace años viajan más de mil 300 kilómetros –a veces hasta en dos ocasiones por mes- para poder pasar un par de horas con sus hijos, quienes esperan la muerte encerrados en la celda de una prisión de máxima seguridad en el estado de Texas.
Estas mujeres, quienes encontraron en la amistad el apoyo que necesitan para soportar el dolor de saber que sus vástagos tienen los días contados, desafían enfermedades, cansancio e incomodidades para recorrer las 412 millas (663 kilómetros) que separan sus hogares en Edinburg, Texas, cerca de la frontera con México, de la prisión de máxima seguridad “Allan B. Polunsky”, ubicada en la pequeña población de Livingston, en la parte central del mismo estado.
Y aunque ambas mujeres superan los 60 años de edad, han sabido hurgar en su interior para encontrar el vigor necesario para no quebrarse ante la adversidad, y mantener la esperanza de que un día el gobernador de Texas, Rick Perry, escuche su clamor y perdone la vida de sus hijos.
El amor que estas madres sienten por sus hijos es lo que las motiva a desafiar enfermedades, incomodidad y distancias, para poder pasar un par de horas a su lado, sin importar que desde hace años no hayan podido abrazarlos, pues las reglas del penal impiden cualquier contacto físico entre los habitantes del “pabellón de la muerte” –como se le conoce al espacio donde se encuentran recluidos los condenados a la pena capital- y sus visitas.
Para reforzar esta política, los encuentros se desarrollan en pequeños locutorios de un metro cuadrado divididos por un vidrio reforzado, por lo que las conversaciones se desarrollan por medio de un aparato de intercomunicación parecido a un teléfono.
Esta es la historia de dos mujeres quienes al igual que otras 50 –las madres del resto de los mexicanos sentenciados a morir en prisiones de Estados Unidos- luchan diariamente con el dolor de saber que están a un paso de pasar por la mayor tristeza que un padre puede soportar: estar presente en el funeral de su hijo.
UN VIAJE EXTENUANTE
Para llegar a Livingston, una pequeña población de 5 mil 400 habitantes, es necesario recorrer la autopista número 59 que cruza el estado de Texas.
De no ser por un lago que lleva su nombre y la prisión estatal de máxima seguridad, este pequeño poblado ubicado a una hora y media de los rascacielos de Houston, donde es raro el que habla el español, apenas y figuraría en el mapa.
Recorrer las 412 millas que dividen a Edinburg de Livingston requiere de entre ocho y ocho horas y media de camino, pues los conductores no pueden transitar por la autopista número 59 a más de 70 millas (120 kilómetros por hora). Si decidieran hacerlo, seguramente serían detenidos por una de las muchas patrullas blanquinegras de la policía estatal o las de los condados que hay que atravesar en la ruta.
En el caso de las madres de los condenados a muerte, su viaje es más complicado, pues deben partir a más tardar a las dos de la madrugada, si es que desean llegar a la cárcel antes de las 10 horas, que es cuando las dejan entrar a ver a sus hijos, en una visita que nunca dura más de 120 minutos, a menos de que sea un caso especial, que sólo puede repetirse una vez por mes.
Quien sirva de chofer para estas mujeres, las que desde hace algunos meses han forjado una amistad y procuran hacer el viaje a Livingston juntas, debe de hacerse a la idea de que la jornada no será sencilla, pues tendrá que manejar toda la noche; por ello el café, las bebidas energéticas y el chocolate se vuelven artículos de primera necesidad.
Además, está el trayecto de regreso al valle de Texas, que debe de hacerse el mismo día de la visita, pues ninguna de estas dos señoras tiene los recursos económicos para pagar un hotel donde puedan hospedarse y descansar.
De no ser por unos cuantos dólares que el Consulado de México, ya sea en McAllen o Houston, les deposita como apoyo para la transportación, estas dos madres estarían a merced de la ayuda que les puedan ofrecer el resto de sus hijos o familiares.
JUANA CÁRDENAS:
NI LA ENFERMEDAD LA DETIENE
Originaria del estado Guanajuato, Estado que abandonó hace 34 años en compañía de su esposo (hoy fallecido) y sus cinco hijos, Juana Cárdenas Ramírez es una mujer activa. Conversar con ella no deja un momento al descanso, pues siempre tiene un comentario, una broma o una anécdota que compartir.
Esta alegría sólo se nubla cuando recuerda a Rubén, el tercero de sus vástagos, quien desde hace siete años se encuentra internado en la prisión estatal de máxima seguridad “Allan B. Polunsky”, en la ciudad de Livingston, Texas, esperando la fecha en la que morirá por medio de una inyección letal. Entonces la sonrisa desaparece de su rostro, pues la inunda un sentimiento que apenas y puede describir.
“¿Cómo le podría explicar? Es una tristeza enorme que sentimos a través del tiempo. Desde que hemos estado viniendo sentimos que agonizamos con ellos. Es una tristeza que no podemos explicarla, sufrimos demasiado, no tengo palabras para describirlo”, aseguró.
Sentada en el asiento del copiloto del vehículo que la madrugada del 2 de junio la llevará por casi la mitad del territorio texano para visitar a su vástago, Cárdenas Ramírez aún recuerda con dolor el 22 de febrero de 1997, cuando su hijo Rubén, quien está próximo a cumplir 34 años, fue detenido por el departamento de policía de Edinburg para ser interrogado respecto al secuestro, violación y muerte de su prima de 16 años de edad, Mayra Laguna.
De acuerdo al reporte policiaco, la joven fue sacada de su casa por un hombre que entró por una ventana, quien después de maniatarla y amordazarla con cinta adhesiva la llevó a una zona abandonada donde la violó, mató a golpes y abandonó su cuerpo dentro de un canal de riego.
Sin ocultar la tristeza provocada por el recuerdo de esa fecha, Cárdenas Ramírez relató que el día que Rubén fue detenido, los investigadores de la policía le aseguraron que el joven, que en ese entonces contaba con 27 años de edad y trabajaba como guardia de seguridad privada, no era considerado como un sospechoso del crimen.
Sin embargo, y para sorpresa de su familia, Rubén se declaró culpable de la violación y muerte de su prima, por lo que se inició un juicio que concluyó con una condena de muerte y que nunca tuvo satisfecha a doña Juana.
“Yo sé que mi hijo no lo hizo, que lo hicieron otras malas personas que fueron a levantarlo a su trabajo y quienes lo involucraron porque no quería entrar en negocios mugrosos y lo durmieron”, indicó.
Cárdenas Ramírez justifica esta seguridad en la inocencia de su hijo no sólo con su amor de madre, sino con el hecho de que ninguno de los testigos interrogados por la policía identificaron a Rubén como el responsable de haber secuestrado a su prima, con la que llevaba una relación muy cercana.
“Rubén siempre me dice: te lo juro mami que yo no lo hice, yo quería mucho a mi prima, convivíamos tanto, la apreciaba, perdóname por lo que estás sufriendo, que me perdone mi padre”, indicó.
Para esta madre, el verdadero culpable del homicidio de Mayra Laguna es un hombre identificado como Tony Castillo, quien en compañía de otros sujetos buscó a Rubén la noche del crimen para llevarlo a una parranda donde hubo alcohol, drogas y otros excesos. De acuerdo a doña Juana, aunque fue detenido por la policía por su participación en el homicidio, Castillo logró salvarse después de que en su testimonio señaló a Rubén como el responsable del asesinato.
Incluso el caso tiene puntos tan oscuros, que después de que Rubén fuera hallado culpable, tres personas más han fallecido: el médico legista que practicó la autopsia de la adolescente asesinada, y los dos novios de las hermanas de la occisa, quienes supuestamente se encontraban involucrados en negocios ilícitos junto con Castillo.
Para la familia Cárdenas, contar con uno de sus integrantes esperando la fecha de su ejecución no es la única de sus tragedias; también ha tenido que soportar el aislamiento del resto de su parentela, quienes no perdonan los hechos.
“Mi familia se desintegró. Hemos sido muy unidos pero mi madre, mi padre, mis hermanos, todos se desaparecieron y no quieren saber de nosotros, no quieren saber nada. Nosotros para ellos hemos muerto desgraciadamente, pero para juzgar, solamente Dios”, lamentó.
Mientras viaja por la autopista 59, que en los últimos siete años ha recorrido en tantas ocasiones que ya conoce cada gasolinera, tienda de conveniencia y restaurant, doña Juana se permite soñar que un día alguien le ayudará a encontrar un buen abogado que detecte las irregularidades en el juicio de su hijo y logre reabrir el caso.
“Yo sólo pido, si Dios lo quiere, tener el dinero suficiente para pagar un buen abogado, con investigadores que se den cuenta de todo lo que se hizo mal en el juicio y puedan lograr que se haga uno nuevo”, aseguró.
De hecho, esta esperanza se ha fortalecido gracias a que un grupo de organismos internacionales que están en contra de la pena de muerte se han interesado en el caso de Rubén y han comenzado a contactarlo para conocer los detalles de su proceso.
“Espero en Dios que a través de estas organizaciones, una de Guanajuato, otra de Dallas y otra de Boston, salgamos adelante con mi hijo. No pierdo la fe, primero Dios me lo van a perdonar”, aseguró Cárdenas Ramírez.
El amor por su hijo es tan grande, que doña Juana procura viajar a Livingston por lo menos dos veces por mes, desafiando todo tipo de incomodidades. Sólo dos hechos han detenido este peregrinar quincenal: la muerte de su esposo, Erasmo Cárdenas, la mañana de un día de Año Nuevo y las continuas ocasiones en las que ha sido internada en un hospital por los ataques epilépticos que la han puesto al borde de la muerte.
Aun así, no pierde de la esperanza de que un día volverá a abrazar a su hijo, con el que no ha tenido contacto físico desde hace siete años debido a las estrictas reglas de la prisión donde éste se encuentra confinado.
MARIA MEDINA:
14 AÑOS DE DOLOR
María Medina Torres es una señora pequeñita, pero con un valor y un espíritu que llegan hasta el cielo. Habla poco, pero cuando lo hace es para decir algún pícaro comentario que la convierten en una mujer muy divertida.
Desde hace 14 años, esta madre, abuela y hasta bisabuela vive la pesadilla de saber que Héctor García Torres, el segundo de sus hijos, espera la fecha en la que será ejecutado por el gobierno de Texas, acusado del homicidio de Eduardo Ríos, quien al morir contaba con 14 años de edad y se convirtió en la víctima de un fallido asalto a una tienda de conveniencia en Linn, Texas, cerca de Edinburg.
“No me lo maten…”, ha sido el clamor que durante todos estos años Medina Torres ha lanzado a gobiernos, organismos no gubernamentales y asociaciones civiles que quieran escuchar el caso de su hijo, quien al momento del homicidio que se le achaca contaba con 28 años de edad.
Sin poder ocultar el cansancio que le provoca viajar más de mil 300 kilómetros cada quincena, tan sólo para estar un par de horas a un lado de su Héctor, Medina Torres ha encontrado en Juana Cárdenas una amiga que le permite soportar su calvario.
Por eso, cuando viajan juntas no faltan las sonrisas, pero también los abrazos y la toma de las manos como muestra de solidaridad y apoyo cuando les llega la tristeza de saber que sus hijos van a vivir hasta que el gobierno de Texas lo decida.
Aunque han sido casi tres lustros de calvario, donde sus hijas, nietos, bisnietos y yernos han sido un apoyo invaluable, Medina Torres no pierde la esperanza de que un día un juez escuchará lo que considera la verdad de los hechos, y es que Héctor es inocente del crimen, pues el verdadero responsable del crimen es Eduardo Morales, otro de los detenidos por el asalto y quien encontró un trato con la fiscalía para librarse de la pena capital.
“Usaron mal las evidencias, otras personas le pusieron a él (Héctor) evidencias de algo que no hizo. Dicen que Héctor andaba de short y camiseta sin mangas, pero eso no es cierto, él nunca andaba vestido así; dicen que traía un tatuaje de la Virgen de Guadalupe en la espalda y eso es mentira; dijeron que era ilegal en los Estados Unidos, pero tampoco es cierto, Héctor tiene arreglados sus papeles”, reveló.
Incluso recientemente una organización de origen italiano cuyo nombre Medina Torres no puede recordar, mostró su interés por el caso de Héctor y ha comenzado a hurgar dentro del expediente para encontrar inconsistencias que permitan reabrir el caso 14 años después de sucedido.
“Me dicen que es la esperanza es lo último que muere y yo tengo mucha esperanza, mucha fe de que las pruebas van a llegar a donde deben”, aseguró Medina Torres.
Para esta madre, el calvario de viajar toda la noche por una autopista texana, soportando las inclemencias del tiempo, las molestias de una rodilla recién operada y un corazón que próximamente tendrá que ser intervenido quirúrgicamente, es un sacrificio que vale la pena toda vez que puede ver a su hijo, aunque sea detrás de un grueso cristal.
“Sí vale la pena, para ver a mi hijo todo vale la pena, podría hablar por teléfono con él, pero no le gusta porque tiene que pedir permiso y luego nomás le dan 10 minutos, por eso vengo a verlo, porque quiero estar a su lado lo más que pueda”, aseguró.
El hecho de ser una de las más veteranas madres de un mexicano condenado a muerte le ha brindado a Medina Torres un reconocimiento en el resto de estas mujeres, quienes con excepción de doña María y doña Juana, no mantienen una relación de amistad.
“Yo he conocido a todas las señoras, las mamás de los muchachos. Conocí a los Aldape, a los Fierro, a las mamás de los muchachos de Laredo, nos hemos conocido porque andamos en lo mismo, a veces nos hemos juntado, como la vez que la familia Fierro nos juntó en Monterrey para buscar una ayuda para nuestros hijos, pero luego ya no pasó nada”, expresó.
Y aunque la fuerza de su espíritu y el apoyo de su amiga le ha permitido sobrellevar el dolor de los últimos años, con su hijo esperando la fecha en la que morirá por inyección letal, hay momentos en la ruta por la autopista texana en la que Medina Torres se quiebra y se sincera: “Yo daría todo lo que tengo por la vida de mi hijo, si me pidieran mi vida, seguro se las daría”.
Los años de dolor han convertido a esta mujer en una roca, aun así, se permite a sí misma soñar, por eso lanza un clamor al gobierno del llamado “Estado de la estrella solitaria”.
“Si pudiera pedir algo es que le perdonen la vida a mi hijo. Si quieren que lo dejen de por vida en la cárcel, pero que no lo maten. A mí me gustaría que no lo mataran, que no me lo maten”, aseguró.
Y así, soñando, estas dos mujeres seguirán recorriendo la autopista 59 del estado de Texas, soportando cansancio, penurias y enfermedades con tal de pasar unos momentos a un lado de sus hijos, quienes están juzgados, sentenciados y condenados por la ley de los hombres, pero siempre serán inocentes a los ojos y el corazón de sus madres.