Azucena le prometió a su hijo Ángel que estaría a su lado cuando debutara en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas. Gracias a un grupo de personas desinteresadas y de buen corazón, el milagro fue posible y esta mujer viajó más de 3 mil kilómetros para poder darle a su pequeño el más grande y emotivo abrazo de sus vidas.
Ni siquiera cuando el camión inició su marcha de más de 3 mil kilómetros hacia Williamsport, Pennsylvania, una calurosa noche de agosto en Guadalupe, Nuevo León, Azucena perdió la esperanza.
Esta mujer de tez morena y un permanente gesto de paz en su rostro, es la mamá de Ángel Castillo, catcher y bujía del equipo de la liga Epitacio “La Mala” Torres, quienes representaron a México en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas.
Ambos han estado juntos durante todo el camino que los ha llevado a la capital del beisbol pequeño del mundo.
Su amor de madre hizo que su hijo nunca abandonara su sueño de jugar pelota, algo que con el tiempo les ha dado grandes satisfacciones.
Y es que Ángel es tan bueno, que varias ligas se lo han “peleado” para que milite en sus equipos. Hay quienes hasta llegaron a ofrecerle a la familia una casa en un buen sector de Guadalupe, libre del pago de renta, para que el joven pudiera cumplir con la regla de residencia exigida por el Programa de Ligas Pequeñas.
Sin embargo, la familia no escuchó el “canto de las sirenas” y decidió quedarse donde Ángel quiso jugar: en “La Mala” Torres.
Hubo veces en que el camino no fue sencillo. “Las Panteras” de Guadalupe tuvieron que sortear muchísimos obstáculos antes de convertirse en el mejor equipo de México en la categoría Pequeña de 10 a 12 años.
Primero no contaban con jugadores suficientes para completar la novena, y convencer a algunos chicos a que abandonaran el futbol por jugar pelota caliente fue una labor complicada.
Cuando finalmente pudieron reunir los elementos requeridos, iniciaron un camino que siempre recorrieron a la orilla del precipicio.
Por ejemplo, hubo un partido donde, para no ser eliminados, necesitaban ganarle al seleccionado de Cuauhtémoc por una diferencia de 10 carreras. Nadie fuera -y hasta dentro- de la liga les daba muchas esperanzas.
Pero algo tienen estos muchachos que cada vez que alguien les dice que no van a poder, que su generación no es tan buena, que se van a quedar cortos, sacan la casta y sorprenden a más de dos.
Ángel es un ingrediente fundamental de este espíritu. Muy pocos gritan, alientan y sienten con una intensidad total cada partido como lo hace el joven catcher y lanzador de “La Mala” Torres.
Por eso cuando el equipo derrotó a la poderosa Liga Matamoros A.C. en la final del Campeonato Nacional desarrollado en Sabinas, Coahuila, lo que les concedió el derecho de representar a México en el torneo internacional, pocos lo celebraron tanto como Ángel y su familia.
Viajar a Williamsport era la culminación de años de esfuerzos, de intensos entrenamientos bajo el inclemente sol de verano de Guadalupe, Nuevo, León.
Fue entonces que la realidad los golpeó sin misericordia. Para viajar a Estados Unidos la familia necesitaba tramitar su pasaporte y visa ante el gobierno norteamericano, algo que no es barato.
En el caso de Ángel no había problema. El Programa de Ligas Pequeñas le dio su aval y apoyo económico para que junto a los demás jugadores obtuvieran el permiso para hacer el viaje… el caso de sus familias es otra cosa.
Muchas personas e instituciones de gobierno se acercaron con los papás de “La Mala” para ayudarlos en sus necesidades. Sin embargo, hasta esta generosidad tiene sus límites y cuando llegó el momento de decidir quiénes subirían al camión, se dieron cuenta de que sólo el esposo y las dos hijas de Azucena podían hacerlo.
Además de la estrechez de su situación económica, la visa no le llegaría a esta mujer sino unos días después de que el contingente de padres de familia iniciara su viaje en camión a Pennsylvania.
Aun así, ella nunca perdió las esperanzas. A diario elevaba sus plegarias a otra madre morena como ella: la Virgen de Guadalupe, pidiéndole que le cumpliera el milagro de llevarla junto a su hijo.
Seguramente alguien en la tierra escuchó esas oraciones pues, a unos días del debut de Ángel en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas frente a Canadá, un grupo de personas atendieron el llamado de Hora Cero y el Canal 28 para conseguir un milagro: llevar a Azucena a Williamsport a tiempo para ver a su hijo jugar.
Una a una, estas personas hurgaron en sus bolsillos y corazón para aportar una parte de los más de 30 mil pesos necesarios para que esta madre pudiera recorrer 3 mil kilómetros en menos de 24 horas.
La travesía no fue sencilla. Levantarse a las tres de la mañana para llegar a tiempo al aeropuerto de Monterrey, desde donde saldría un avión a Chicago, de ahí transbordar hacia Filadelfia para continuar cuatro horas por carretera, con destino a Williamsport.
Azucena nunca había viajado en avión y su nerviosismo era evidente, pero no por la experiencia, sino por la forma en la que debió engañar a su esposo, hijos y amigos para asegurar que su llegada fuera una sorpresa.
Incluso dejó de contestar el teléfono, pues se quedó sin historias de cómo estaba buscando la forma de llegar a Williamsport para cumplirle a su hijo la promesa de que estaría junto a él en su debut.
Una templada tarde de agosto, cuando faltaban 24 horas para que Ángel saltara al campo de Los Voluntarios en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas, Azucena salía del aeropuerto internacional de Filadelfia. La sonrisa en su rostro lo decía todo.
Ahí la esperaba un vehículo que sin más preámbulos la llevó al EconoLodge Inn & Suites de Shamokin Dam, que se había convertido en la sede de los papás de “La Mala” Torres.
En el hotel solo una persona sabía que Azucena estaba en camino: Iván Sauceda, coordinador del equipo y papá de uno de los lanzadores, quienes desde el inicio de esta aventura fungió como un feliz cómplice para asegurarse de que nadie en la delegación mexicana sabía lo que estaba por suceder.
Cuando el auto se aparcó en el estacionamiento del hotel, el corazón de Azucena latía con fuerza. Una llamada a Iván confirmó que el esposo y las hijas estaban descansando en la habitación 246, completamente ignorantes de lo que estaba por suceder.
En esos momentos, como buenos regiomontanos, los papás asaban carne, sólo por el gusto de celebrar que estaban en la capital del beisbol pequeño en el mundo.
Cuando Azucena cruzó el umbral del hotel, todos ahogaron un grito, no podían creer lo que veían, pero el júbilo no podía estallar pues se estaba a unos segundos de la primera parte de la feliz sorpresa.
Con paso rápido pero seguro, casi queriendo correr, Azucena subió las escaleras y recorrió el pasillo hacia la habitación 246, escoltada por los niños de la delegación. Un tímido golpe en la puerta fue suficiente para que su esposo abriera y, con los ojos más grandes que había puesto en su vida, se diera cuenta de que frente a él se encontraba la madre de sus hijos.
Los gritos y aplausos de júbilo estallaron cuando Azucena y su marido se fundieron en un abrazo seguido de un amoroso beso. Sin poder contener el llanto, las hijas se unieron a la celebración y rodearon con sus brazos a su madre, quien gracias a la ayuda de un grupo de personas desinteresadas pudo cumplir su promesa.
Tras el reencuentro con su familia directa vino el abrazo de sus otros familiares, los del corazón.
Una a una, las mamás de “La Mala” se acercaron para abrazar a Azucena, aún incrédulas de que la tenían ahí, frente a ellas.
Lágrimas, palabras de felicidad, abrazos y besos fueron la tónica durante las horas siguientes. El pollo y la carne que se cocinaban en los asadores del grupo no pudo tener un mejor sazonado.
SE CUMPLE EL MILAGRO
Faltaba el reencuentro más memorable, mismo que se vivió el viernes 16 de agosto, unas horas antes del debut de Ángel en la Serie Mundial.
La idea era que el chico vería a su mamá unos minutos antes del encuentro frente a Canadá. Sin embargo, los planes cambiaron cuando los organizadores del torneo permitieron que los jugadores pasearan por el Complejo de la Serie Mundial acompañados de sus padres.
Un sutil engaño del equipo de reporteros de Hora Cero y Canal 28, haciendo creer al pequeño jugador que lo iban a entrevistar en vivo, dio el tiempo suficiente para que Azucena pudiera acercarse a su vástago.
Cuando ya quedaban apenas unos metros entre ambos, los reporteros instruyeron a Ángel para que a la cuenta de tres volteara. Cuando lo hizo, se topó de frente con su mamá, quien ya lloraba de emoción.
De un salto, el catcher se lanzó a los brazos de su progenitora y se fundieron en un largo, larguísimo abrazo que provocó las lágrimas de propios y extraños.
Pasaron dos, cuatro, cinco minutos y madre e hijo no se separaban, mientras que el resto de la delegación mexicana seguía aplaudiendo y celebrando el milagro.
Intrigados por el ruido, varias personas se acercaron para saber qué estaba sucediendo. Al enterarse, una mujer no pudo evitar externar su emoción y dijo: “Qué bonito… ¡ya quiero abrazarlos!”.
Llegó el momento de despedirse. Ángel debía iniciar su participación en un torneo donde fue reconocido como uno de los mejores jugadores del equipo mexicano.
Un compañero confío a unos reporteros que antes de la llegada de Azucena, el catcher estaba visiblemente enojado, respondía mal a las indicaciones de sus coaches y a veces se le veía indiferente.
Todo cambió con ese abrazo del 16 de agosto, cuando tuvo a su familia completa y obtuvo la motivación que necesitaba para brillar en el campo de los sueños.
Es cierto, durante dos semanas los muchachos de “La Mala” Torres vieron cumplidas sus fantasías beisboleras: acudieron no a uno, sino a dos juegos de Ligas Mayores; conocieron a sus ídolos en el campo, les regalaron bates, guantes, gorras y uniformes de primer nivel y gozaron de la fama de ser los campeones de su país.
Sin embargo, para Ángel nada de esto se compara con el haber tenido a su mamá a su lado, quien nunca perdió las esperanzas de poder cumplir su promesa de estar con su hijo viviendo sus sueños de beisbol.
Gracias a todas las personas de buen corazón que contribuyeron a que esta historia de amor de una madre y su hijo tuviera el desenlace soñado y un principio inigualable.