Con la ilusión de reunir a su familia, José Alberto Hernández Requena salió de su natal Cadereyta, Nuevo León, acompañado por sus dos hijos, José Alberto, de 10 años, y Jesús Alejandro, de siete. Su idea era trabajar en Estados Unidos.
Sin embargo, esta historia no tuvo un final feliz, pues como no tenían visa, José Alberto y sus hijos intentaron cruzar el río Bravo nadando y murieron ahogados.
José Alberto –testigo y único sobreviviente de la tragedia– fue rescatado por agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, quienes lo entregaron a autoridades del Consulado de México en la ciudad de McAllen, Texas.
La historia de José Alberto se suma a la de miles de menores migrantes que arriesgan su vida al cruzar ilegalmente a Estados Unidos buscando reencontrarse con sus padres, quienes ya viven y laboran en este país.
Si para los adultos aventurarse a cruzar la frontera de “mojado” representa sortear muchos peligros, para un menor de edad los problemas se duplican, ya que la mayoría de las ocasiones son dejados al cuidado de desconocidos, quienes al verse descubiertos por la Patrulla Fronteriza deciden abandonarlos.
Incluso hay ocasiones en que estos niños ni siquiera llegan a su destino, pues caen víctimas de la explotación laboral, prostitución infantil el incluso son secuestrados.
CIFRA EN AUMENTO
Cada año alrededor de dos mil niños migrantes son repatriados por las autoridades fronterizas de Estados Unidos hacia Reynosa, informó Eleuterio Valdez, coordinador del Centro de Atención a Menores, Migrantes y Repatriados del Sistema DIF local.
El funcionario detalló que durante los meses de verano el refugio ubicado en la colonia Fernández Gómez recibe un promedio mensual de 150 menores, cuyas edades fluctúan entre los 8 y 17 años de edad, aunque en ocasiones llegan niños más pequeños.
Valdez aseguró que ha aumentado el número de menores atendidos, pues de 110 que se tenían registrados en el mes de julio del año 2008, la cifra se elevó a 145 en un año.
Estadísticas más recientes muestran que en agosto se recibieron 176 menores y tan sólo en la primera semana de septiembre ya son 51 pequeños que se han albergado en este lugar.
De esta forma, desde el inicio del año se han atendido a mil menores migrantes y se espera que la cifra aumente los últimos meses del año.
El funcionario municipal indicó que la mayoría de los niños son de Guanajuato –principal generador de menores migrantes– Veracruz y San Luis Potosí, así como el Distrito Federal.
Valdez se mostró preocupado por el evidente incremento de menores de edad que se arriesgan a cruzar el río Bravo.
“La cuestión económica y la falta de empleo son los motivos que los menores nos comentan. Algunos también llegan con la idea de reunirse con sus padres y estudiar en Estados Unidos, por eso tratan de cruzar ilegalmente, pero con toda la tecnología y el aumento de personal que la Patrulla Fronteriza tiene en el Valle de Texas, los detectan muy fácilmente y no pueden llegar a Estados Unidos.
La Patrulla Fronteriza los canaliza al Consulado Mexicano, este a su vez los envía con el Instituto Nacional de Migración, quienes después de tomar su registro los envían a esta casa del Sistema DIF.
“Para cuando el menor llega, nosotros ya tenemos localizada a su familia y por lo general no duran mucho antes de que los venga a recoger el padre, la madre o algún otro familiar”, detalló.
Valdez explicó el proceso para entregar a su familia a un menor migrante repatriado depende de su lugar de origen y los medios que cuenten para localizarlos, pues se dan casos en lo que no se puede encontrar a alguno de sus familiares.
El funcionario expresó que la mayoría de los menores de edad que atienden intentan llegar a Estados Unidos para reunirse con sus padres, que ya se encuentran trabajando en ese país.
“Muchos de los niños y jóvenes menores de edad que tenemos aquí vienen alentados por sus padres en el sentido que les autorizan que algún familiar les cubra el gasto del ‘patero’; otras veces el mismo padre los trae hasta la frontera y cruzan con ellos. De todos los que llegan a estas instalaciones, por lo menos el 80 por ciento tienen el permiso de sus padres o tutores y están en contacto con sus familiares en Estados Unidos.
“Sin embargo, a últimas fechas nos ha crecido el número de menores que vienen por su cuenta y sin permiso de los padres, que se salen de su casa y cuando los busca su familia resulta que están aquí porque fueron deportados”, precisó.
Valdez apuntó que a lo largo de su carrera ha visto los peligros a los que se exponen los menores de edad que cruzan ilegalmente a Estados Unidos.
“El peligro que enfrenta un menor migrante es muy grande. En esta semana tuvimos un menor que cruzando el río Bravo fue mordido por una víbora de cascabel y fue abandonado por la persona que lo estaba guiando; al momento de ser interceptado por la Patrulla Fronteriza el niño pierde el conocimiento y es como las autoridades dan cuenta de su lesión por lo que lo trasladaron a un hospital y aunque se recuperó estuvo a punto de morir”, relató el funcionario.
Por ello, además de recibir a los menores repatriados, las autoridades del DIF les brindan pláticas de orientación para disuadirlos de un nuevo intento de cruzar ilegalmente a Estados Unidos.
“Cada mes albergamos unos 150 niños y la gran mayoría cruza por esta frontera, pero tenemos casos de niños que cruzan por otra ciudad. Aquí tenemos capacidad para atender bien a 15 menores, llegan se asean, comen y después los entrevistamos para saber por cual ciudad cruzaron y asegurarnos que hayan tenido un trato digno por parte de las autoridades americanas”.
Abundó que además de asegurarse que los menores migrantes tengan un trato digno, el albergue también recibe a niños centroamericanos que son interceptados antes de cruzar a Estados Unidos.
En estos casos si el niño es menor de 13 años es enviado a su lugar de origen vía aérea acompañado de un agente de migración.
En los últimos meses se ha registrado un repunte de menores migrantes centroamericanos que dijeron ser ciudadanos mexicanos y fueron deportados a esta frontera. En algunos casos las autoridades del albergue envían a los niños a Estados Unidos para que sean las autoridades de este país quien los traslade a su lugar de origen.
MIGRANTE DESDE LOS SIETE
Desde hace casi dos décadas emigrar a Estados Unidos al cumplir la mayoría de edad se convirtió en una tradición en la familia de Juan Castro, uno de los jóvenes que permanece en el Centro de Atención al Menor Migrante.
Sin embargo, el pequeño no quiso esperar hasta “ser grande” y a los siete años se unió con un vecino que al cumplir 18 ya estaba listo para irse al norte.
Sin permiso de su madre –que se había ido “al otro lado” desde que él estaba chico– ni de sus abuelos maternos, emprendió el viaje y cruzó el río Bravo.
Como al protagonista de la película mexicana “La misma luna”, la suerte acompañó a Juan, quien se encontró con un grupo de conocidos de su familia quienes lo acogieron. A diferencia del filme, Juan no tuvo un final feliz, pues nunca logró encontrar a su madre, por lo que se quedó en el Valle de Texas a trabajar, pues no quiso estudiar.
“Me fui como a los siete años y medio, anduve como 10 años allá en el Valle y en el norte. Mi mamá y toda mi familia estaba allá, así que me aventuré y acompañé a un amigo que tenía 18 años que me dijo que él me llevaba.
Me fui y anduve en el norte trabajando. Esta última vez vine para el Valle donde me agarraron. Yo no quise estudiar, nada más trabajé de carpintero o poniendo pisos y pegando teja, desde que llegué me puse a trabajar, primero cortando yarda y luego en varios lugares ayudando a mis amigos, así aprendí varios oficios”, relató.
El joven que ahora cuenta con 17 años, fue detenido en la ciudad de Edinburg, Texas, cuando se encontraba caminando solo en la noche.
“La policía me encontró caminando a las once de la noche y me recogió, me tuvieron como dos días y luego me mandaron para acá, me trataron bien”, dijo el joven que luego de 10 años en territorio americano fue deportado.
Mientras espera que sus familiares lo recojan, el joven que en pocos años cumplirá la mayoría de edad, se entretiene tejiendo pulseras y rosarios en el taller del albergue.
Luego de 10 años de haberse ido de su país, lo único que este joven desea es regresar a los Estados Unidos donde ya sabe cómo ganarse la vida.
“Yo me quiero regresar a Estados Unidos, me gustó trabajar allá, se leer y escribir más o menos en inglés, no estudié pero aprendí algo, hago rosarios, todo lo que son tejidos los sé hacer, quiero echarle ganas para ir al otro lado”, platicó.
Pero en esta ocasión la suerte ya no está de su lado. Desde el año pasado observaba como las deportaciones de ilegales se incrementaban hasta que le tocó a él, y ahora reconoce que no es tan fácil cruzar el río Bravo como hace diez años.
“Cuando yo crucé no había mucho problema con Migración, ni había tantos policías al otro lado del río, pero ahora ya está todo más duro. El primero de agosto cumplo 18 años y no sé qué voy a hacer aquí”, finalizó.
A TRABAJAR
Guadalupe no lo pensó dos veces cuando una señora del poblado donde vivía le ofreció trabajo en su bodega del Valle de Texas. Aunque sólo la ha visto una vez en su vida, confío en su oferta que incluía el pago del “patero”, casa y comida.
Sin el permiso de sus padres, salió de su comunidad cercana a San Luis Potosí, pues a fin de cuentas no era la primera de su casa que se habría ido al “otro lado”.
Al llegar a Reynosa el “patero” la pasó por el río Bravo improvisando una lancha con la cámara de una llanta, pues la joven no sabe nadar, sin embargo, durante el trayecto la chica casi se hundió en el río y aunque logró llegar a tierra de Estados Unidos, una patrulla de la Patrulla Fronteriza ya la estaba esperando.
La tímida joven de 16 años narró su experiencia mientras esperaba que sus familiares la recogieran del albergue para menores migrantes donde llevaba ya dos días. Apenada, dice que lo único que quiere es regresar a su tierra natal y promete no volver a intentar cruzar Estados Unidos de manera ilegal, pues le tiene miedo al río Bravo.
Así como Regina Guadalupe muchos menores son llevados al territorio norteamericano para trabajar principalmente en labores domésticas, como campesinos o cuidando ranchos.
Sin embargo, la realidad es muy dura para estos niños, pues los que alcanzan a llegar a su destino se encuentran con la desagradable sorpresa que el costo del “patero” lo tienen que pagar con su salario.
En una situación similar se encontró Ana Laura, quien a sus 14 años de edad, se considera una mujer con todas las aptitudes para trabajar. Entrevistada en el albergue de Menores Migrantes –donde permanece luego de ser rescatada junto con otros migrantes de un domicilio en Reynosa donde los mantenían encerrados–, la adolescente de complexión delgada y facciones finas expresa que ella siempre quiso ir a trabajar al “otro lado”.
No abunda en detalles sobre su historia, sólo da a conocer que es originaria de Querétaro, al igual que otras dos personas que vinieron con ella. No habla de sus padres o su familia y pareciera que su historia comienza desde que se bajó del autobús en la Central de Autobuses de la ciudad, ocho días antes de ser entrevistada.
“Queríamos cruzar al otro lado pero llegamos muy tarde, como a las diez de la noche. El señor que nos iba a pasar no llegó a la central y se nos acercaron otros señores que nos preguntaron si íbamos para el otro lado, les dijimos que no pero ellos insistieron mucho, hasta que nos dijeron que si no íbamos con ellos, nos iba a pasar algo por el camino”, relató.
Ana Laura y sus dos acompañantes –de quienes no ofrece datos precisos– acompañaron a los hombres los llevaron a un domicilio.
“Nos llevaron a su casa y al otro día nos dieron de comer. Unos días después se fue el señor que venía con nosotros y nos quedamos el otro muchacho y yo. Al señor le pidieron 5 mil pesos por los 3 y aparte nos quitaron 2 mil pesos a cada quien”, dijo.
La adolescente guarda silencio cuando se le pregunta la procedencia del dinero y sólo atina a decir que lo traían desde Querétaro, de donde salieron alentados por promesas de trabajo que les hizo una persona en el Valle de Texas.
“Una señora en McAllen nos dijo que fuéramos a trabajar con ella, uno de sus amigos nos encontró, me dijo que tenía trabajo para mi limpiando casas”, dijo.
TRES FRONTERAS DESPUES
Darwin Antonio de 13 años de edad no recuerda cuándo fue la última vez que vio a sus padres, pero sí sabe que fue hace mucho tiempo. Antes de entrar a la escuela, antes de aprender a caminar, simplemente siempre ha sabido por su abuela materna que sus papás están trabajando en Carolina del Norte.
Para este niño el único contacto con sus padres era el teléfono, gracias una llamada que recibe cada semana para enterarse de cómo va creciendo y cómo va su educación.
Pero este año iban a cambiar las cosas pues el niño decidió andar la misma ruta de sus padres para reencontrarse con ellos, estudiar y tener un futuro diferente al que tienen los chicos de la comunidad campesina en su natal Nicaragua.
El miedo a lo desconocido fue superado por la expectación de saber que una nueva vida lo esperaba en América del Norte. Dejando a su abuela y a su país siguió al “coyote” que a cambio de 7 mil dólares lo ayudaría a cruzar las tres fronteras que lo separan de su familia.
Tras llegar a Guatemala el “coyote” lo dejó en manos de un segundo patero quien lo cruzaría a México y de ahí a Estados Unidos.
La seguridad de Darwin pendía únicamente de la promesa de sus padres que no pagarían la mitad de la cuota que les pidieron hasta que no tuvieran a su hijo sano y salvo en suelo norteamericano.
Quizá por ello su guía no lo llevó por la selva ni por tren, sino en autobús y, según cuenta el menor, lo mantuvo lejos de los “Maras” y otros peligros en el camino hasta que llegó a Tabasco, donde empezaron los contratiempos para el adolescente.
“En Villahermosa me subieron a un camión donde montan animales, yo venía escondido. Nos dejaron en un monte donde nos fue a recoger una van blanca que nos trajo hasta aquí a Reynosa”, platicó
Al llegar a esta ciudad, el adolescente fue llevado a un domicilio donde estuvo una semana en espera de que lo cruzaran al territorio americano, donde vio que había más menores.
“Había otros niños que iban para allá también pero como sus papás no tenían dinero (para cruzar la frontera) estaban esperando a que vinieran por ellos”, relató.
Una redada de las autoridades terminó con la espera de Darwin quien en compañía de los otros menores que había en la casa, fue enviado al albergue del DIF.
Sin embargo, como los demás niños eran mexicanos, sus padres sí pudieron recogerlos lo que no sucedió con Darwin, quien permanece en el albergue de Menores Migrantes en espera de ser devuelto a su país de origen.
Denotando un poco de tristeza, Darwin dijo que el último contacto que tuvo con sus padres fue en Guatemala (8 días antes de la entrevista) y no sabe si están enterados de su situación.
Y aunque la experiencia no ha sido sencilla, no descarta volver a intentar cruzar la frontera de manera ilegal.
“Tal vez más adelante… por lo pronto sólo quiero regresar a Nicaragua”, expresó.
REPATRIACIoN DE MENORES, TRaMITE MUY SOLICITADO
Cada uno de los menores de edad mexicanos que son repatriados por el gobierno de Estados Unidos por la frontera de Reynosa, reciben una asesoría de funcionarios del Consulado de México en McAllen, Texas, quienes fungen como observadores de la entrega del menor al Instituto Nacional de Migración quien, a su vez, los canaliza al Sistema DIF, informó la representante consular, Miriam Medel.
“El consulado acompaña al menor en el proceso de la repatriación, nos aseguramos que se les trate de una manera digna y generalmente es un proceso muy rápido. Al mes hacemos entre 120 y 150 repatriaciones en su mayoría de jóvenes de 15 a 17 años y no necesariamente los llevamos a los albergues en la frontera, cuando hay oportunidad los entregamos a sus familiares, como el caso del niño que sobrevivió en el intento de cruzar el río Bravo, lo entregamos a una tía que pudo llevarlo hasta México a su ciudad natal.
La cónsul, aseguró que en el 90 por ciento de los casos que se reciben son jóvenes que varían en edades de entre 15 y 17 años, aunque también reciben casos de niños más pequeños que son interceptados en su intento de cruzar ilegalmente Estados Unidos.
Para las autoridades mexicanas en Estados Unidos, el peligro al que se expone un menor al cruzar la frontera de manera ilegal es muy grande, pues diariamente reciben reportes de niños y jóvenes que no llegan a su destino y desparecen.
“La familia cuando pierde a un niño o a cualquier familiar en el intento por cruzar a Estados Unidos, lo primero que debe de hacer es dar aviso a todas las autoridades y en especial a la ventanilla municipal de la Secretaría de Relaciones Exteriores de la ciudad en que se encuentren para que ellos nos puedan dar aviso a nosotros como consulado”, recomendó Medel.
Y agregó: “A los papás de estos menores migrantes nos resta decirles que cuiden mucho a sus hijos, que no los dejen con desconocidos y que no los arriesguen cruzando ilegalmente la frontera. El caso del niño que se ahogó en el río Bravo es muy significativo, pues nos demuestra que esta travesía puede terminar de manera terrible, y la verdad no vale la pena arriesgarse de ese modo y mucho menos arriesgar la vida de los hijos”, sentenció la cónsul.