Pedro Almodóvar se atragantó con su estilo.
Los Amantes Pasajeros, su nueva extravagancia, es el regreso a la comedia pura, género que lo popularizó y que le dio nombre internacional hace 30 años.
El manchego refresca su carrera después de sacar una serie de dramas pesados como La Piel que Habito y Volver, excelentes producciones que le habían dado un sesgo formal y una variación a sus creaciones que, por lo general, involucraban personajes festivos.
Ahora, con Los Amantes, Almodóvar hace una farsa claustrofóbica, en el interior de un avión que despega de España con el propósito de aterrizar en México, y donde un grupo de pasajeros y la tripulación pasan por una serie de situaciones disparatadas, que se entremezclan con resultados intrascendentes.
La cinta es un chiste largo sobre las mariconadas de tres aeromozos que llevan el control a bordo. Todos son abiertamente gays, afeminados hasta la caricatura y cada uno con sus propias preocupaciones.
El tono de la historia es de comedia disparatada. El ambiente es caótico dentro del pretendido control que hay en el interior de la nave. Los pasajeros entran y salen de la cabina de los pilotos, interactúan con ellos, atropellando las mínimas reglas de seguridad en los cruceros aéreos. Nada de eso importa.
Hay drogas, mucho alcohol, sexo. Los pilotos irresponsablemente desatienden los controles, ventilan sus secretos mientras fingen controlar la nave. Todos fuman sin restricciones. La mayoría de los ocupantes de la nave están fuera de la historia por una licencia imposible del guionista, que se acepta porque se sabe que la trama no es para ser tomada en serio. Todo es una gran charada, hecha para provocar carcajadas con chistes físicos.
Un grupo de pasajeros se da cuenta de que el avión tiene una falla mecánica, lo que compromete el aterrizaje. En el supuesto nerviosismo que supone el riesgo de la maniobra para llegar a tierra, cada uno comienza a revelar sus intimidades, a ganar confianza con sus acompañantes y a transformarse, conforme circulan el alcohol y los estimulantes.
La acción es comandada por el genial Javier Cámara, uno de los asistentes de vuelo, que sirve como nexo entre todos. Lo acompaña Loles Dueñas en un papel de vidente castiza, un modelo de personaje que Almodóvar ya ha explotado otras veces en otras producciones; una deteriorada Cecilia Roth, visiblemente afectada por la edad, en otro papel de ex actriz porno que también recicla el director; José María Yazpik, en la gran oportunidad para internacionalizarse, se ve somnoliento en su papel de matón mexicano que tiene propósitos secretos.
Ninguno de ellos deja de hablar. Los personajes son parlanchines, de ser completos extraños se van aproximando hasta que logran intimar de diferentes maneras. En la gran escena, hay un pasaje surrealista de copulaciones simultáneas que, más que provocar el aumento de la temperatura, mueven a la risa.
La cinta es realizada con maestría. Almodóvar confirma que es un genio para el manejo de actores y de la cámara, como lo ha confirmado en Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios, Todo sobre mi Madre, Hable con Ella y Volver.
Pero el relato de Los Amantes huele a viejo. Es una exhibición creativa inferior. Parece de esas primeras películas del español, como Pepi, Luci, Bom y Otras Chicas del Montón y Laberinto de Pasiones, donde comenzaba a descubrir su estilo y sorprendió al mundo por su irreverencia, la trivialización de los tabúes y un desenfado en el manejo de las temáticas homoeróticas, el consumo de narcóticos, las relaciones prohibidas e imágenes explícitamente sexuales.
Tres décadas después, Almodóvar ya había rebasado ese lejano inicio y se había interesado en otros tópicos, con una forma de dirigir de artista consagrado.
Ahora regresa cargado de risas, en una francachela fílmica que va dirigida a sus fans incondicionales.