Juegos del Destino es una comedia parecida a muchas, pero con diálogos como ninguna.
El maestro David O. Russell trae una joya basada en las debilidades humanas y en la miseria existencial.
En un juego perverso consigue que se reúnan en una misma situación personas con un perfil muy bajo, que tratan de sobrevivir dentro de sus pequeñas vidas, enfrentándose con problemas domésticos pequeños en apariencia, pero que ocupan todo su tiempo y atención.
En ese escenario de clase media, donde todos los días se suceden iguales, hay pequeñas alteraciones que significan mucho.
Un hombre joven con trastorno bipolar regresa a casa después de su confinamiento por conducta violenta. El tipo no puede sobrevivir a la separación con su esposa, provocada por una flagrante infidelidad, y sublima su coraje con violencia física.
Bradley Cooper, que había hecho fila durante muchos años en Hollywood, finalmente pudo apropiarse de algunos estelares, principalmente en comedias. Pero nunca se le había exigido esforzarse, para romper con sus propios tonos histriónicos de mediana magnitud.
Ahora, en esta comedia, Russell le exigió que verdaderamente actuara, en un rango emocional extenso. Nunca se le había visto al galán presentarse como un paria. Y no lo hace nada mal.
Consigue Cooper demostrar que está listo para soportar cualquier protagónico. Y lo hace con este papel de hombre desesperado por encontrar una salida inexistente. Va en línea directa a la destrucción, mientras comienza a despedazar su propia familia. Está a punto de colapsarse en un limbo de locura.
Hasta que entra a su vida una joven mujer que, como en los dramas tradicionales, le cambiará la existencia.
Jennifer Lawrence interpreta a la contraparte femenina, emocionalmente cercana, pero distanciada en entendimiento. El tipo no quiere dejar de pensar en su ex, igual que la mujer, aunque ella, sin pareja, por motivos completamente opuestos.
Hay dos almas gemelas que se repelen y se atraen en un vals insano, cómico y agridulce, esperando darse una oportunidad para reconstruir sus vidas deshechas y para sobreponerse a sus propios fracasos.
Basado en la novela de Matthew Quick, David O. Russel escribe un magnífico libreto lleno de momentos que son, al mismo tiempo, escenas familiares, cómicas, cercanas al ridículo y muy dolorosas. La anécdota tiene momentos tan absurdos con diálogos cargados de excentricidades, que está a punto de salirse de control. Pero el director mantiene todo en justo equilibrio.
Cooper y Lawrence hacen que salga la magia. En una química perfecta, los dos encuentran coincidencias y se involucran en un proyecto común que es tan insólito como emocionante.
La empresa que siguen es deschavetada, como sus propias vidas. Y la manera en que la ejecutan es aún más. Quienes están a su alrededor creen que están locos cuando transforman un espantoso fracaso en la mayor de las victorias, y celebran por ello estrepitosamente, entendiendo que en sus propias vidas aún hay esperanza, y que la vida debe asumirse con una actitud completamente positiva.
Robert De Niro tiene una participación sorpresivamente grata. Finalmente detuvo la estrepitosa caída que sufría desde hace casi una década, en la que estuvo involucrado en proyectos improductivos que le generaban sólo reproches de la crítica y burlas de sus seguidores.
Ahora asume un gran reto con el papa ludópata que tiene que enfrentar a su hijo desequilibrado. De Niro hace un soberbio papel de esos que se le extrañaban. Con una determinación de padre afectado por su hijo enfermo, tiene que lidiar con sus propios problemas en los que se mete por las apuestas y hacer algo de trabajo físico para contener los empates del junior.
Juegos del Destino le da a todos sus involucrados la oportunidad de lucir su talento. Es una gran comedia que ofrecerá momentos de reflexión.
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