Ben-Hur”
En su versión 2016, enfrentó, desde su desarrollo, una durísima competencia. De entre todas las versiones que han sido llevadas a la pantalla, tenía que competir con la de 1959, la definitiva, protagonizada por Charlton Heston y dirigida por
William Wyler. Perdió, por supuesto.
La epopeya, basada en la novela de Lew Wallace, tiene ahora un tufo a suicidio cinematográfico. Fue concebida como un producto monumental, para dar al nuevo milenio una versión nueva, fresca, juvenil, de una cinta épica que habla de la inutilidad de la venganza y del valor de la redención, siempre posible. El intento es, simultáneamente, fracaso y blasfemia. La magia de la aventura en tiempos de Cristo nunca emerge.
El trabajo del director kasajo Timur Bekmambetov luce grandote, en vez de grandioso. Se aprecia en la pantalla, en el rubro de producción, cada uno de los 100 millones de dólares invertidos. Las locaciones y los vestuarios son
soberbios. La escena de la batalla en altamar es un prodigio de digitalización, con impresionantes tomas subacuáticas.
Pero la dirección, las actuaciones, la edición y la fotografía, hacen que parezca la historia una telenovela norteamericana, más que una ambiciosa producción que obtuvo, desde su anuncio, la atención del público y de la crítica especializada.
El realizador no pudo controlar la edificación de una obra monumental. Conocido por la serie de Guardianes de la Noche y Guardianes de Día, así como las palomeras Se Busca y, más recientemente, Abraham Lincoln: cazador de Vampiros, Timur compactó la ya conocida odisea del noble Judah Ben Hur, presentando únicamente las anécdotas que dieron sustancia a su vida, desde la narrativa de la obra Wyler.
El principal pecado en el que incurre toda la producción es el de la insoportable superficialidad. La historia carece de interés. Los personajes flotan todo el tiempo sobre la superficie. No hay profundidad emocional, de ninguno de los personajes. Nada parece auténtico.
Los chicos usan jeans de algodón o de piel, muy modernos, perfectamente iluminados y aseados, en el set y en los escenarios reales.
Con un casting prácticamente desconocido, la historia viaja por un laberinto de situaciones ya conocidas pero que aquí son bastante inverosímiles. La historia se ubica en Jerusalén. Judah es hermanastro de Messala, quien un día decide unirse a la legión militar de Roma, que ha sojuzgado el mundo conocido. Luego de estar en una prolongada campaña de años, regresa a casa transformado en un ser soberbio y violento. Quién sabe por qué razón reniega de su pasado, y un mal día acusa injustamente a su hermanastro de traición, y veja a su madre y hermanastra.
El valeroso noble es enviado como esclavo, donde padece terribles sufrimientos, mientras jura que regresará para vengar a los suyos. Y sólo lo conseguirá derrotando al odiado general en la carrera de cuadrigas en el circo romano.
Las comparaciones aquí no son odiosas, y sí necesarias. Es imposible dejar de establecer paralelos. En esta versión están, como estelares, Jack Huston yTobby Kebbell, como los hermanastros. Morgan Freeman aparece como el mecenas, pero no figura, porque está muy por encima de todo el casting, fuera de tono.
En la versión de los 50 aparecen Heston y Stephen Boyd, en los primeros créditos, así como otros nombres grandes Jack Hawkins, Martha Scott, Cathy O’Donell.
La competencia mortal del desenlace es incontrastable entre las dos propuestas. La primera es considerada una de las mejores escenas de acción en al historia del cine, con una coreografía perfecta. Esta nueva, carece de tensión y adrenalina. Los corceles corren veloces, los competidores perecen despedazados, pero no se percibe la rivalidad venenosa de los rivales. Más que una relectura, el pasaje es una copia mala.
El final es aborrecible, por complaciente. En el cierre del culebrón, todos se abrazan amorosos. La tragedia puede esperar para producciones más serias.
Ben Hur es un indigno remake del clásico.