Erase una vez en Monterrey… El compositor Ennio Morricone, uno de los dioses de la cinematografía del siglo XX, cumplió el sueño de toda una generación de cinéfilos mexicanos que pudieron escuchar en vivo y al compás de su batuta, melodías a las que solamente habían tenido acceso a través de la pantalla grande.
El creador de temas como El Bueno, El Malo y El Feo se presentó con su concierto Musica per Il Cinema (Música para el Cine) en el país los días 27, 29 y 31 de mayo en el Distrito Federal, Monterrey y Guadalajara, respectivamente.
En la velada que ofreció en la Arena Monterrey, ante unos 8 mil espectadores, el genio italiano de 80 años de edad provocó conmoción entre la fanaticada que acudió a verlo como quien tiene la oportunidad de ver en acción a una leyenda viviente a la que se conoce en películas.
Eran escasos los espectadores que conocían a cabalidad la obra del maestro. Muchos fueron atraídos por la curiosidad y por su fama. Algunos lo ven como un rock star de los “scores”.
Hubo aplausos y arrebatos de gozo cuando sonaron las notas de “Cascadas” de la cinta La Misión, que es una de sus bandas sonoras más conocidas.
Pero para los seguidores del compositor romano, hubo muchos otros momentos de apoteosis.
Era, esa, una velada extraña. El cine se disfruta viéndolo. Las películas venden emociones que se perciben, principalmente, por la vista y, en un segundo orden, por el oído. Hubo un tiempo en que el cine era silencioso.
Pero las bandas sonoras revolucionaron la manera de presentar películas, y para musicalizarlas, Morricone es el mejor de todos.
Ahí estaba él, esa noche en Monterrey, un veterano artista que, en muchos casos, está por encima de los títulos a los que les da brillo con sus bandas sonoras. Es tan suntuoso Morricone en su trabajo que merece atención especial y presentaciones como ésta para apreciar sus prodigios sonoros.
Para la producción de esa noche, Morricone se hizo acompañar de más de 100 cantantes que formaron el gigantesco coro México, otros 100 músicos de la Orquesta Sinfónica de Roma, y de la soprano Susana Rigacci.
No hubo escenas de películas que acompañaran los temas. Pero tampoco hubo pantallas de circuito cerrado, que se hacían necesarias para ver, por lo menos el rostro del genio y detalles de sus acompañantes. Todo fue arte, con voz e instrumentación a lo largo de 25 melodías.
El concierto inició a las 20:45 horas.
En la primera parte del show, titulada Vida y Leyenda, Morricone abrió fuerte. Sorpresivamente inició con el tema de los créditos de Los Intocables, seguido por dos de sus más bellas creaciones, de la cinta Erase una vez en América: Pobreza y El Tema de Deborah. Cerró el primer bloque con La Leyenda de 1900.
Continuó con temas de Los Novios, Vatel y H2S. Sonó siniestro con El Clan Siciliano, del clásico de policías y ladrones de 1969. A esta le siguieron: Supongamos que una Noche Cenando y Maddalena.
El bloque que presentó a continuación fue el de Sergio Leone, el director de cine con el que hizo las partituras más conocidas. Inició con el tema de los créditos de El Bueno, El Malo y El Feo. A éste le siguió El extasis del Oro, donde sobresalen los coros y la poderosa voz de Rigacci. Erase una vez en el Oeste y Un Puñado de Dinamita remataron la sección de Leone.
Tras un largo intermedio de casi media hora, Morricone compareció de nuevo. Sigiloso, sin pronunciar una sola palabra, solamente agradecía la ovación con humildes caravanas.
Cine Social fue el tema de inicio de la segunda parte. En ella incluyó movimientos de La Batalla de Argel, Investigación de un Ciudadano Libre de Sospecha, Sostiene Pereira, y La Clase Obrera va al Paraíso. Pecados de Guerra y Quemada anunciaron la parte final del concierto.
A estas siguieron las melodías del Cine Trágico, Lírico Epico. Abrió la tanda definitiva con El Desierto de los Tártaros, Ricardo III y anunció el cierre con el soundtrack de La Misión. De esta cinta la melodía más conocida es la de El Oboe de Gabriel que fue la más aclamada. Le siguieron Cataratas y el paroxismo llegó con Así en el Cielo como en la Tierra, que concluía la función.
Quienes conocen poco de la obra del italiano, se sintieron aliviados. Habían acudido al llamado de uno de los grandes de las bandas sonoras y con estos últimos temas, que se cuentan entre los más difundidos de su obra, se vieron altamente recompensados.
El público objetó el final y exigió con aplausos más. Morricone hizo un amago de despedirse, y descendió los escalones del escenario. Pero el encore es una tradición universal. Los músicos no se aprestaron a retirarse. Así que el maestro regresó y lo hizo en grande.
Estaban esperado el tema que condujo en seguida: Cinema Paradiso. Nadie se lo pidió, pero Morricone le dio oportunidad de nuevo a Regacci para que se luciera con la repetición de El Extasis del Oro, en la que otra vez incendió el coso con su excepcional entonación.
La última fue Here’s to You, de la cinta Sacco y Vanzetti, que marcó el final de la noche.
Esta vez Morricone agradeció al público, descendió del escenario y de-sapareció. La Misión en Monterrey había concluido.