
El universo donde ocurre El Hobbit, un viaje inesperado, es idéntico al de El Señor de los Anillos, con el mismo ambiente y el mismo paisaje. Pero no con la misma emoción.
Peter Jackson anticipó desde hace muchos años su intención de hacer una aventura del personaje trasvasado de su exitosa trilogía. Esperó y se alió con el genio mexicano Guillermo del Toro.
Juntos, dos de los grandes maestros del ilusionismo visual y el manejo de grandes presupuestos, unieron fuerzas y creatividad para presentar la aventura del pintoresco personaje.
Reunieron a una cantidad impresionante de talentos: Ian Holm, Ian McKellen, Martin Freeman y hasta algunos estrellas que hacen papeles de transeúntes como el mismo Eijah Wood, o Hugo Weaving y Cate Blanchett, incorporados al elenco para atraer a más fans.
Todos hicieron equipo para acompañar a Bilbo en su inesperado viaje, relatado en la novela homónima de JRR Tolkien, que sigue al equipo en su lucha por reconquistar el imperio en las entrañas de la montaña, que les fue arrebatado por un pavoroso dragón que los lanzó al exilio.
Pero hay algo perdido en la adaptación, precuela de la saga del anillo. Jackson y del Toro, que han demostrado ser buenas plumas cinematográficas, hicieron tándem y crearon un libreto muy escaso de sustancia y justificación.
Parece que los magos de la fantasía desdeñaron el intelecto del público y le entregaron una odisea basada en los suculentos efectos especiales, pero en medio de situaciones que conducen a prácticamente nada y que pudieron hacer que la historia fuera recortada en, por lo menos, una media hora, si su director no se hubiera concentrado tanto en mostrar los detalles de su esplendor generado por computadora.
El Hobbit en cuestión recibe inicialmente en su casa a sus amigos que son como los Siete Enanos de Blanca Nieves, de diferentes características pero todos muy simpáticos. En una larga escena que no aporta mayor información, el grupo acuerda partir en el famoso viaje inesperado y carga con Bilbo.
Los personajes cantan, como en una producción de Disney, y van por el bosque sorteando peligros de baja intensidad y alta espectacularidad. En medio del circo de abismos digitalmente creados y creaturas monstruosas, los personajes permanecen inalterados y sin progresar.
No queda claro hacia qué sector del público va dirigida la historia, y aunque trae algunos detalles que apuntan hacia una aventura juvenil, los adolescentes pueden encontrar desconcertante que los amigos se metan en problemas innecesariamente y después resulten ilesos. Tal vez el auditorio meta era el de lo chiquilines de edad escolar, que pueden quedar impresionados con los pequeños héroes y los seres gigantes que los acechan.
El mago Gandalf y sus protegidos, así como los aliados que encuentra en el camino, hablan y hablan sin detenerse tratando de desentrañar una historia de misticismo innecesariamente complicada que se consume sola, hasta pasar en un puente de diálogo hacia el siguiente episodio de la aventura que en emoción no consigue despegar a lo largo de sus poco más de dos horas.
El Hobbit, un viaje inesperado, es la primera parte de otras que se aproximan. La obsesión de Jackson con los pixeles puede redituarle más audiencia si consigue concentrarse más en hacer una cinta con aventura y trama coherentes, en lugar de buscar espacio para las ya grandes legiones de fans del señor de los anillos y de su arte detrás de cámaras.
Ya viene la secuela y ahora podrá conocerse más de el Gollum, una de los estrellas de la franquicia.