por LUCIANO CAMPOS
Tron: El Legado está demasiado cerca de la asombrosa magia de la animación digital y demasiado lejos del drama.
La apuesta decembrina de Disney es una genialidad creativa, un delicioso dulce visual en tercera dimensión para la generación del Facebook a la que le presenta una versión mágica del sombrío universo que existe dentro del Internet. Desafortunadamente, el show de luces es opacado por su reducidísima y poco atractiva anécdota, convertida en un pretexto para mostrar el nuevo mundo del ciber espacio que, de acuerdo a notas de producción, demoró tres años en ser desarrollado en los estudios del Ratón Miguelito.
Esta secuela de Tron (82, Lisberger), tiene el mismo padecimiento de su predecesora, atacadas las dos por un serio problema de intrascendencia narrativa, con personajes parlanchines que se involucran en situaciones que les permiten exhibir maravillas digitales, a cambio de un marcado relego del desarrollo de los personajes, y la indispensable profundidad en la trama.
Tron: El Legado se mueve en un mundo de figuras geométricas y refulgentes. El universo descubierto en los 80 permaneció estático, y ahora las formas son muy similares, pero el desarrollo de la tecnología CGI (Imágenes Creadas por Computadora) permite dar mayor color y explorar formas más detalladas, más sensoriales.
Para los jóvenes de hoy, lo que pasa en esta patria de seres virtuales contiene una oferta generosa de goces sensoriales como el rico diseño de escenarios, y el insuperable sistema THX, que transporta al espectador al epicentro de la acción.
Han pasado 27 años desde que el hacker Flynn (Jeff Bridges) entrara a la red para luchar contra un programa malvado que pretendía apoderarse del mundo exterior.
Ahora, su hijo (Garret Hedlund) decide regresar a ese lugar para rescatar a su padre que ha quedado eternamente prisionero, observando el infinito ciclo de videojuegos. La llegada del nuevo héroe supone la esperanza de escape del viejo hacker, pero también el peligro de que los videoseres salgan al exterior y conquisten al planeta.
La propuesta sugiere que los personajes de los juegos son, en esa realidad, gladiadores que luchan a muerte, con armas sofisticadas. Los juegos son circos romanos en ciudades virtuales, sobrevivientes de un extraño post Apocalipsis tecnológico donde se busca la eliminación como mayor goce colectivo. El video game, que se juega en solitario, desde adentro es un espectáculo homicida masificado y socialmente genuino.
Pero las escenas de acción están excelentemente coreografiadas y con un glorioso empaque visual, puro estilo en la arquitectura futurista, con imágenes de forma inédita.
En las dos historias el diseño de producción es idéntico. Y en las dos, también, los productores cometieron un error idéntico, al volver a seleccionar, como en la primera entrega, a un director debutante. Joseph Kosinski es un genio de los sistemas, pero carece del sentido de la dirección cinematográfica, con un ritmo somnoliento de la acción. Los personajes hablan demasiado y saturan el tiempo con explicaciones y reflexiones pretenciosamente filosóficas, buscando darle una salida lógica a lo que se debe solamente presentar en pantalla.
Hay pasajes interminables de diálogos entre padre e hijo, enmarcados por una preciosa atmósfera de realidad perfecta, pero donde no pasa nada.
Garret Hedlund (es el sobrino de Brad Pitt en Troya) como protagonista es rebasado por todos. El chico busca defenderse con voluntad, pero el peso de la película termina por aplastarlo, superado por sus coprotagonistas como Bridges, Olivia Wilde, su interés romántico, y el mismo Bruce Boxleitner, que en la primera entrega la hizo de Tron y que ahora ya está instalado en el mundo real.
El Némesis de Bridges es él mismo, mágicamente rejuvenecido mediante un truco como el usado para hacer un chaval a Brad Pitt en El Curioso Caso de Benjamin Button.
Para crear Tron: El Legado, Disney inventó tecnología y creó artilugios digitales inexistentes. Tan sólo por ello, para no desaprovechar una fortuna invertida en producción, es de esperarse que venga una tercera parte.
Ojalá la hagan con una historia mejor.