Justin Timberlake y Amanda Seyfried estelarizan El Precio del Mañana, una mirada postapocalíptica del mundo, en el que las monedas de cambio han sido suprimidas por el tiempo.
Ya no hay dinero, hay segundos, minutos horas, días, cualquier medida cronometrable, que es intercambiada por bienes y servicios. Un café, por ejemplo, cuesta cuatro minutos, los coches valen años y así, cada adquisición es intercambiada por tiempo.
La premisa es excepcional y con asomos revolucionarios de ficción. Ya lo había intentado con fortuna Richard Fleischer en Cuando el Destino nos Aclance (73, Soylent Green), con su aterradora versión del mundo futuro donde los muertos son convertidos en galletas energizantes.
Sin embargo, el maestro Andrew Niccol, que escribe y dirige esta aventura futurista, tuvo serios tropiezos en su realización, el principal y más grave de ellos fue la elección del casting.
La cinta es protagonizada por el cantante y bailarín Justin Timberlake y la estrella en ascenso Amanda Seyfried. Los dos forman una pareja de fugitivos que del odio pasan al amor, y posteriormente a una sociedad criminal muy glamorosa, pero descafeinada.
Timberlake demostró aquí que aún no está preparado para soportar un protagónico. Subactuado, naufragando en una película que le queda muy grande en producción y en sus alcances temáticos, el ídolo juvenil luce débil como el muchacho atormentado por tragedias personales relacionadas con la pobreza, que encuentra por casualidad, un camino para eludir su destino fatal.
De cualquier manera, en esta cinta el muchacho todo el tiempo participó en una apuesta perdedora. El neozelandés Niccol, quien acostumbra elaborar historias fascinantes, en esta ocasión falla en su intento por emular al Philip K. Dick y lo hace de una manera estrepitosa. Ya antes se había lucido con pequeñas joyas como Gattaca: Experimento Genético, o The Truman Show, revitalizadoras del género.
En El Precio del Mañana echa mano a una premisa muy interesante, pero no se da cuenta que el tema lo conduce a un camino sin salida. Después de mostrar una realidad inquietante, donde las personas son eternamente jóvenes, y tienen que comprar tiempo para mantenerse respirando, encuentra que no hay muchas variaciones sobre esta idea inicial, y la deriva a un poco probable sabotaje al mercado, inundándolo de tiempo robado, y después centra el interés de la película en los chicos fugitivos, convertidos en unos modernos Bonnie y Clyde, después de que ella, hija de un rico industrial es víctima del cliché del Síndrome de Estocolmo.
Después de luchar desesperadamente por conseguir tiempo para sobrevivir, los muchachos entran en una dinámica delictiva para convertirse en una especie de iniciadores de la subversión del mundo desigual en el que los pobres están condenados a morir en su juventud y los ricos a vivir para siempre.
En esta historia de dos vidas de repentinos justicieros, pasa muy poco. Niccol tiene que invertir algo del tiempo en pantalla en persecuciones en coches para distraer un poco la atención, evitar los bostezos y ocultar las inconsistencias lógicas de la trama.
Entre los personajes intrascendentes aparece el siempre interesante Cillian Murphy en su papel de cronometrador, una especie de policía que se encarga de regular que el tiempo sea obtenido de manera legal. En su rol de sabueso jeavertiano, se empeña en perseguir a la pareja y para ello está dispuesto a empeñar todos sus minutos y, con ello, su propia existencia.
El Precio del Mañana sorprenderá a los incautos. Es una cinta que se vende muy bien, por un casting atractivo y una buena propuesta novedosa. Pero la realidad la condena. v