El hombre y el niño jugaban a lanzarse trazos casuales. Cada uno en su turno debía usarlos como base para convertirlos en formas conocidas: una cara, un pajarraco, un barco o un avión… un “lo que sea”. De pronto, el hombre hizo un trazo difícil. El jugador de cinco años buscó en el papel alguna figura durante un rato. Al fin, se decidió a encimar otro rayón, como si firmara rápidamente un documento. “¿Y qué es eso?”, preguntó su tío. “Es el animal más extraño del mundo”, contestó el sobrino de Helio Flores.
También Helioflores Viveros es un animal extraño. De acuerdo con Rius, se trata de uno de los 10 mejores caricaturistas del mundo.
Dentro del género, sus ancestros fueron los caricaturistas de combate liberales que asediaban con sus litografías lo mismo a Antonio López de Santa Anna, a Maximiliano de Habsburgo o a Porfirio Díaz. Pero la caricatura de combate del siglo XIX no tendría continuidad después de la revolución que se volvería institucional. Fue hasta la década de los 60 del siglo XX, bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, que reapareció el estilo de combate en los monos de Rius, Naranjo y Helioflores.
Helioflores, hijo de profesores de primaria, nació el 8 de octubre de 1938 en Xalapa, Veracruz. En la capital del estado transcurrió su infancia y parte de su juventud.
“Me gustaba dibujar desde la primaria y leía revistas, historietas, periódicos. Guardaba y recortaba las caricaturas de Ernesto García Cabral, por ejemplo. Independientemente del mensaje de la caricatura, yo me fijaba nada más en la calidad del dibujo, deslumbrado por lo fabuloso que debía ser publicar en algún periódico”.
“Cuando comencé a publicar en el Diario de Xalapa no pensaba mucho en el contenido de la caricatura, hacía un poco palos de ciego, criticando tantito aquí, tantillo allá. En aquella época, durante la Guerra Fría, se publicaban caricaturas reaccionarias, donde los buenos eran los gringos y los malos eran los chinos y los rusos. Era difícil ver una caricatura donde Cabral, Guasp, Arias Bernal o Audiffred criticaran al presidente. Por eso, por ser diferente a la galería de caricaturistas de aquellos tiempos, me llamaba mucho la atención Rius”.
Esa admiración impulsó a Helioflores a enviarle caricaturas a Rius, quien se considera descubridor del caricaturista xalapeño. Así, haciendo equipo con Rius, Helio publicó en La Gallina, en El Mitote Ilustrado, en Por qué? y finalmente en La Garrapata.
Al concluir la carrera de arquitectura, Helio decidió irse a New York para estudiar en The School of Visual Arts, entre 1965 y 1967.
Nuevamente el género volvía a dialogar con el mundo: en el siglo XIX, Alejandro Casarín fue llevado a Francia, prisionero por participar en la resistencia armada contra los franceses. A su regreso, trajo algunas influencias europeas que refrescaron el género en México. A principios del siglo XX, Ernesto García Cabral fue becado para estudiar en Francia y al volver renovó estéticamente la escena de la sátira gráfica.
“Cuando me inicié en la caricatura, en el Diario de Xalapa hacía mis cartones y le gustaban a los lectores y caes en un espacio reducido, en un cuarto de 4 x 4 y ahí te puedes seguir, limitado a ese espacio en cuanto a ideas, técnicas, posibilidades de hacer caricatura… y te la puedes pasar muy bien, siendo un caricaturista de éxito, pero de éxito en ese espacio de 4 x 4… Pero uno ya tiene una inquietud que no sabes exactamente qué es, andas buscando algo y de repente ves otras cosas y dices: no, pues hay mucho, el espacio es ilimitado y hay mucho. No llegas a un tope”.
“Más que la escuela en New York, donde estuve inscrito y dizque estudiando y haciendo cosas muy generales, porque no había escuela de caricatura, era el ambiente exterior, las mismas publicaciones que yo me preocupaba por comprar. Eso es una escuela. En The New York Times, por ejemplo, publicaban caricaturas extranjeras. Eso me permitía ver lo que se estaba publicando en muchas partes del mundo, sobre todo desde la crítica fuerte de oposición”.
Esa búsqueda, ha llevado a Helioflores a participar en eventos y revistas internacionales. En1971 y 1988 ganó el Grand Prix del Salón Internacional de la Caricatura de Montreal, Canadá, galardón que equivale a los premios Óscar. Ha publicado sus caricaturas en la publicación española Interviú, en la revista alemana Pardon y en la agencia neoyorkina Rothco. En México, trabajó en múltiples revistas y en los periódicos Novedades, La Jornada y El Universal. En 1986 ganó el Premio Nacional de Periodismo y en 2002 el jurado ciudadano del Premio Nacional de Periodismo volvió a reconocerlo.
OFICIO
“Para mí la caricatura es un asunto de escalones. Lo más común es que el caricaturista se quede en el primer escalón… y ahí hace su cartón. Para mí el primer escalón es cuando están dos personajes hablando y uno le dice una cosa y el otro le contesta… y pueden hablar ¡de lo que sea!, cualquier tema. Para mí el chiste es seguirte al otro escalón, resolver esa misma idea pero en otro escalón, más evolucionado, o sea que ya no sean los dos personajes hablando… eso que están hablando se puede resolver con dibujo y con distinta manera de dibujar y hay otro escalón más y hay muchos escalones más, para el mismo cartón, pero la mayoría se quedan en el primer escalón. Claro, es más cómodo y es más común, porque puedes hacer cualquier cartón con 2 personajes hablando. A veces los puedes vestir de militares, de deportistas, de pordioseros, o de campesinos, o el empresario y un campesino, o el empresario y un obrero… pero no deja de ser el diálogo. Esa misma idea la puedes, pensándole más, resolver de otra manera, más sintética. Incluso puedes llegar a eliminar el texto y además hacer un dibujo atractivo y en lugar de 2 personajes, a lo mejor es un submarino y una sirena o un tanque y… en fin”.
“Lo ideal es cuando tienes el tiempo suficiente, las ganas suficientes, porque a veces no es cosa de tiempo, también de que estés con ganas o no de hacerlo. Algunas veces noto que algunos colegas ya están aburridos. Yo lo veo y digo: ‘a lo mejor me pasa lo mismo’, pero al menos me pongo en alerta. Como en el periódico no te lo van a rechazar por malo, te lo pueden rechazar por bueno o porque tocas un tema difícil, pero no por malo. Yo a veces quisiera que sucediera eso, que los rechazaran por malos, que te dijeran ‘no, hazlo mejor, ése no te lo publicamos porque estaba muy malo’ y que además ese criterio tú lo compartieras y dijeras: ‘oye, sí es cierto, estaba muy malo mi cartón’ ”.
Pero contrario a lo que podría pensarse, Helioflores se abrió camino a base de tocar puertas y confrontar otros criterios sobre lo que debería ser una buena caricatura.
“Yo hice algunos intentos para entrar al Excélsior en la época de Julio Scherer. En una ocasión yo estaba en la sala de espera, aguardando a ser recibido y en eso pasó alguien que después supe era Osvaldo Sagástegui, llevando una hojita con un dibujo al despacho de Scherer y alcancé a oír los comentarios de don Julio, que exclamaba: ‘¡maravilloso!, ¡está hermoso! ¡está hermoso, Osvaldo!, ¡está hermoso Osvaldo!’… así, lleno de elogios, salió Osvaldo, llevando su dibujo en la mano. Yo dije: ‘ah… mañana voy a ver el cartón ése, a ver qué le pareció maravilloso’. Al otro día vi el cartón y dije: ‘¡uta!, ¿eso era lo maravillo? ¿Pues de qué estamos hablando?’. Y nunca entendí, por ejemplo, por qué en la mejor época de Excélsior, Marino, por ejemplo, era uno de los caricaturistas de planta. Un caricaturista que yo digo, ¡chihuahua!, ni su dibujo, ni su posición política y además, siempre con una serie de compromisos o de arreglos con funcionarios quién sabe de qué, ¿por qué estuvo tanto tiempo ahí, en ese periódico?”.
“He conocido casos de caricaturistas que llegan al periódico, se sientan y sacan un cuaderno y ahí, en una hojita papel bond, dibujan el cartón con un plumoncito. Claro, ese cartón está horrible, pero llega a funcionar porque lo publican. Pero queda la idea de ‘ahí tú lo dibujas sobre la rodillas en 10 minutos’ y entonces qué exiges, no puedes exigir ni que te paguen bien, ni que respeten tu trabajo y bueno si no les gusta ‘pues échate otros dos al fin que te los echas rápido, para ver cuál nos conviene publicar’. Eso ayuda a esta mala relación entre caricaturista y director. Pero si respetas tu trabajo, y yo creo que actualmente habemos varios que respetamos nuestro trabajo, que además los llevamos bien presentado, con pulcritud, podemos exigir respeto para nuestro trabajo”.
Y pesar de esos cuidados, Helioflores fue víctima de la intolerancia de un funcionario de la administración de Miguel de la Madrid, Rafael Cardona, que exigió a El Universal que lo despidieran. Helioflores pasó inmediatamente a publicar en las páginas de La Jornada. Al poco tiempo fue reinstalado en El Universal.
Helioflores lo ha tenido claro desde el principio: “Todo lo demás, tus relaciones familiares, el lugar en donde trabajas, los amigos… están en función de hacer caricatura”.
Justamente esa es la disposición que refleja la casa de Helioflores en Xalapa. Una habitación en forma cónica está acondicionada para la lectura. En ella, su pareja está sentada en medio de las planas de los periódicos del día, como si un par de viajeros desplegaran mapas simultáneamente para el cotejo, en la búsqueda minuciosa de algo. Escaleras abajo por el patio, descendiendo sinuosamente la barranca sobre la que está construida la casa, hay una gran habitación, en forma de galería, iluminada con la vista a un barranco de espesa vegetación. Empleando trabes de metal y piso de madera, Helio dispuso un nivel del estudio para colocar mesas e instrumentos de trabajo: recortes de papel, plumas e incluso una pequeña computadora de escritorio, cargada únicamente con un programa explorador de internet.
En la otra parte del estudio destaca la amplitud. Al fondo, un sillón cuelga del techo, mirando hacia la lejanía de la barranca. A un lado, lo acompaña una cafetera.
“Yo no tengo hijos, pero digamos que joven, cuando empezaba a hacer mis cartones y no sabes en dónde vas a tener chamba y dónde no vas a tener y las situaciones a las que te vas a enfrentar… pensaba que tener hijos era un compromiso aparte, que te limitaba o te maniataba un poquito. La mayoría de los caricaturistas piensan al revés: ‘no… voy a cambiar mi manera de ser porque ya no soy yo solo, ya tengo que pensar en mí’, ‘no, es que mi chavo está en la secundaria y el otro está en la prepa y va a pasar a profesional y tienen que estudiar … y cómo le hago si me peleo con el director del periódico o si hago cartones así me van a correr’… y entonces van agarrando el caminito cómodo para no poner en riesgo esa situación”.
“En mi caso es algo que se ha asumido voluntariamente, que ha sido por deseo propio, no una cosa de decir ‘¡úchale, qué desdichado soy!’. Vivir a todo dar te funciona como a uno le gusta”.