Durante su imperio, los romanos inventaron el concepto, los ingleses lo perfeccionaron en 1768 y hoy, el circo es el espectáculo familiar por excelencia.
La vida circense es una de las fantasías infantiles más recurrentes ¿quién no ha soñado ser domador, mago o trapecista para triunfar en la pista y cosechar los aplausos del público?
La tradición sigue tan viva como al principio y prueba de ello son los cientos de familias que viven no tanto del circo sino para el circo, como la familia Canto, del circo Dumachel Atayde.
El afamado Circo Atayde Hermanos, de donde surge el Dumachel Atayde, dio su primera función en 1888, convirtiéndose en el decano en México y símbolo de calidad en toda América y Europa.
“Nuestro circo nace con la tradición del Atayde, es de la misma familia y garantía de un espectáculo de primer nivel”, explica Andrés Canto, gerente del circo asentado en el lecho del río Santa Catarina.
El encargado de la empresa familiar se crió entre la carpa y los viajes y fue uno de los artistas destacados del elenco, hasta que decidió sacarle jugo a sus dotes de administrador y convertirse en el gerente del Dumachel Atayde.
Los herederos de aquellos legendarios saltimbanquis hoy siguen inculcando en sus hijos el amor al espectáculo, como lo demuestra el pequeño Samy, quien a sus 3 años ya tiene muy claro que desea seguir la profesión de su abuelo, sus padres y sus hermanos.
El pequeño apenas sabe hablar pero ya saluda como todo un artista y practica contorsiones que para sue dad son todo un logro.
“Mis hijos están siguiendo la tradición y eso me llena mucho de orgullo porque somos familia de circo, como mi abuelo y como mi padre.
“Tengo dos hijas y tres hijos y todos están involucrados en la empresa. Las niñas son las mayores y forman parte del espectáculo de trapecistas sin red”, comentó Cayetano Canto, domador y trapecista.
QUE BONITA FAMILIA
No solamente el espectáculo es familiar en el sentido de que es apto para todo el público; la empresa misma está conformada casi en su totalidad por una amplio y talentoso grupo de parientes.
Los Canto empezaron en el Atayde y después decidieron seguir su propio camino pero bajo la tradición del gran circo de México.
Al principio la mayoría era de Yucatán, tierra que los vio partir a diferentes ciudades del país y del extranjero.
“Nosotros venimos de Yucatán pero recorremos todo el país y a veces se unen artistas de otros circos o gente de aquí se va con otra compañía. Hay mucha libertad y sobre todo son los solteros los que van de un lado a otro; el resto, los que tenemos familia, nos mantenemos unidos con el Dumachel”, dijo Eloy Canto, quien se encarga de entrenar a las trapecistas.
El fornido hombre explica que son dos hijas y tres sobrinas las que reciben las instrucciones de cómo desenvolverse en las alturas, y esta condición de familiares les da mayor confianza.
La tradición se transmite de padres a hijos, pero también hay quienes, sin tener antecedentes artísticos, decidieron unirse a la tropa y vivir la aventura de recorrer el mundo.
Alfor es un pulsador y equilibrista colombiano que se unió al circo hace yam ás de 15 años y se enamoró de la vida en las carpas y de nuestro país.
“Pues yo una vez llegué el circo y vi cómo vivían, me gustó y pedí trabajo. De eso hace más de 15 años y aquí estoy, muy feliz con mi familia.
“Tengo el número del equilibrista y del pulsador y ahora estoy entrenando a mi hijo para que vaya desarrollando su propio talento”, dijo el hombre de acento cantarino.
Y si no hay límite de nacionalidad, tampoco existe el de la edad, pues desde niños, los hijos de los artistas participan en rutinas sencillas que poco a poco van volviéndose más sofisticadas.
Karen Canto es una de las trapecistas y aerolistas que recibe entrenamiento de su tío. También es hija de Andrés, el gerente del Dumachel Atayde.
“Yo empecé desde los seis años de edad. Como aquí crecí y me eduqué para mí lo más natural fue empezar a trabajar en el circo, viajar con mi familia y vivir la vida de los artistas”.
Apenas cuenta con 20 años de edad pero su cuerpo denota las horas de entrenamiento, mientras que su carácter habla de una madurez propia de quienes conocen de responsabilidades laborales.
“Una vez quise ver qué se sentía vivir normal, en un lugar establecido y mis papás me dejaron con una tía mientras estudiaba el segundo año de secundaria, pero no habían pasado ni seis meses cuando ya me quería salir para irme al circo, así que nomás terminé el año y regresé”, cuenta divertida Karen.
Pero no todo es la pista, las luces y los aplausos. El día a día para estas familias cobra una dimensión diferente porque son errantes, el futuro siempre es una sorpresa y nunca saben en qué ciudad o país celebrarán el próximo nacimiento, bautizo, boda o cumpleaños.
“Lo más difícil para nosotros en el circo es que no tenemos un itinerario fijo. En un año podemos recorrer todo el país, desde Tijuana hasta Yucatán, y nunca sabemos cuánto tiempo vamos a estar en cada ciudad ni cómo nos va a ir”, cuenta Eloy Canto, el trapecista.
Las actividades que nosotros sentimos tan rutinarias como ver salir el sol, entre la gente del circo cobran especial significado porque hasta para estudiar o enamorarse deben realizar un esfuerzo extra.
“Sí es difícil encontrar pareja en el circo, porque aquí casi todos somos familiares, entonces tenems que esperar a que lleguen otros artistas o a conocer alguien en las ciudades donde trabajamos.
“Yo conocí a mi novio en Yucatán, en una función. Empezó a visitarme, le pidió permiso a mis papás de ir a verme y así comenzamos.
“Ahora él sabe que si quiere algo serio conmigo, va a tener que unirse al circo porque yo no lo quiero dejar. Por lo pronto vino desde Yucatán a verme aquí a Monterrey”, cuenta Karen.
También hay quienes no son artistas pero son parte esencial del circo, como José Hernández, el maestro encargado de dar las clases de primero a sexto año en un aula rodante que es la escuela primaria.
“Yo estoy dentro del programa de educación de la SEP y los dos años de servicio social nos toca ir con el circo a todas partes para mantener la educación de los niños.
“Se encariña uno con esta vida y causa mucha admiración ver cómo viven los artistas, hay muchas dificultades pero también muchas satisfacciones”, dijo Hernández mientras daba clase a los inquietos pequeños.
Ya ni hablar de la labor de criar a una familia. La tarea se vuelve complicada no solamente por que en un año la compañía puede recorrer todo el país de frontera a frontera y los hijos nace en diferentes estados, sino porque además se debe lidiar con la idea del peligro que ronda a los seres queridos.
“Pues es muy difícil saber que toda la familia de uno se está arriesgando todos los días, que -Dios no lo quiera- ocurra un accidente, porque su trabajo es muy arriesgado.
“Mis hijas son aerolistas, mi esposo es el domador entonces imagínese, muchas veces no sabe uno de qué humor puedan estar los animales y ya le han dado varios sustos pero por suerte ha salido con bien”, explicó Marisol Pérez, madre del pequeño Samy y esposa de Cayetano, el trapecista y domador.
Con todo, la joven mujer explica que cuando tenga nietos también le gustaría que se dedicaran al circo.
Sin embargo, el amor al espectáculo es más fuerte que cualquier contratiempo; el aplauso compensa todas las dificultades y finalmente, estos hombres y mujeres hacen lo que más les gusta: vivir plenamente lo que muchos solamente imaginamos en nuestras más añejas fantasías. v