
Cometer un homicidio, cuando apenas tenía 21 años, llevó a Adrián a pasar gran parte de su juventud tras las rejas en el Penal del Topo Chico.
Una pelea entre pandillas, por rencillas que le colmaron la paciencia, hicieron que durante los golpes, él sacará un arma y le disparara o otro joven.
“Cuando iba a matar al vato… antes de dispararle, me quedé pensando que me iba a cambiar la vida por completo si lo mataba, pero le di. Cuando acordé, ya estaba muerto”, expresó Adrián.
Adrián huyó, se escondió pero su propia familia le sugirió que se entregara para evitar otras situaciones y para que la sentencia no fuera tan larga.
“Cuando me llevaron a la judicial, pensé en cuántos años iban a ser. En ese momento, así como la abuelita del ‘Titanic’ que olía la pintura fresca, yo olía las celdas sucias”, mencionó.
Ese fue su primer día de encierro, agregó. “Y luego, ya me llevaron al Topo Chico, donde cada día, cada semana que pasaba, al principio, me impactó”, comentó Adrián.
“Pero poco a poco lo dimensioné diferente porque ahí estaban un tío y algunos primos. De cierta manera el tener adentro conocidos y haberme mentalizado desde el principio, me ayudó a ver las cosas de otra manera”, dijo.
Reconoció que había perdido su libertad pero no del todo porque al interior de la cárcel encontraría “amigos y a su nueva familia”. “No sé si de la delincuencia, pero eran en sí, los más cercanos”, señaló.
“Sí, me encerraron. Tenía mi propia jaula y pos ya no vería nada de lo de afuera pero empecé una nueva aventura. Comencé a conocer los espacios, los celadores, horarios de actividades y un nuevo modo de vida”, detalló.
Durante los primeros días de estar preso, las investigaciones seguían su curso. Recuerda que la primera sentencia que le dictaron fue de 20 años, pero conforme salieron los resultados de las pesquisas y se hicieron algunas apelaciones, al final le dieron 15 años de cárcel.
“Cuando me dijeron, sentí feo, pero luego pensé que si iba a estar ahí, no podía enfrascarme en eso y habría que vivir como me tocara. No me iba a amargar la existencia”, declaró.
NO LA PASÓ TAN MAL…
“Me tengo que relajar”, expresó Adrián. Eso pensó cuando supo los años que pasaría en prisión, y con esa actitud, aceptó su realidad alejado del exterior.
“Me la llevé tranquilo. Despertaba como a las 11, me bañaba, me arreglaba, desayunaba y me iba a jugar un rato básquet hasta poco después de mediodía y luego me iba a dar otro baño”, describió.
Posteriormente, se trasladaba al comedor, para ingerir alimentos y recalcó que la comida era igual a la que se come en casa. “Los miércoles era de mole con arroz”, comentó.
“La gente en general piensa que uno la pasa mal y puede ser, no digo que no pero depende también de los tiempos y de uno. Sé que ahora las cosas han cambiado mucho por el control de los grupos”, reconoció.
Claro, añadió, “conocí sicarios, violadores, asaltantes pero era algo inevitable. Aunque pareciera que por ser chavillo sería fácil dejarme malear por los demás, no me dejé, traía otra onda”, mencionó.
Luego de la comida, aprovechaba para separar su lugar en la sala de cine que se tenía en el interior del Centro Penitenciario. Iba a comprar su boleto para asegurarlo.
“Me gustaba mucho ver películas. Fueron como 200 y hasta hice mi repertorio; anotaba el nombre de la cinta y actores porque de tantas, llegó un momento que las veía hasta dos veces o más”, señaló.
Comentó que si tenía dinero, iba al cine, pues su madre o familiares a veces le mandaban unos pesos para que los utilizara en lo necesario, durante su estancia en el penal.
EL APOYO DE OTROS FUE FUNDAMENTAL
“Mi mentalidad tuvo mucho que ver pero no por eso dejo de agradecer a mi madre que siempre estuvo ahí, a mi tío y a una persona que me echo mucho la mano”, dijo Adrián.
Aunque el resto de sus familiares tenían relación con él, pocas veces fueron a verlo. Mencionó que eran unidos a su manera y casi no se demostraban cariño, “eran muy reservados”.
“Desde que caí, el que me orientó mucho fue mi tío. Me pidió que no agarrará droga, ni ayudara a venderla ni muchos menos; yo iba a salir, no a quedarme”, expresó el joven.
Pero no fue el único que le tendió la mano a Adrián. Durante su permanencia en el Centro de Rehabilitación Social, alguien más le sugirió que trabajara duro y tuviera comportamiento adecuado para reducir la sentencia.
“Tomé talleres y terapias de desarrollo humano e hice cosas de provecho que me permitieron sentirme mejor. Mi visión de estar encerrado cambió y aprendí muchas cosas”, mencionó.
Entre los aprendizajes, Adrián manejó situaciones de violencia, riñas entre sus compañeros de celda, entre otras cosas pero también reafirmó que si se mantenía al margen de esos casos, podría salir antes de lo acordado.
“Era difícil no dejarse influenciar pero logré hacerlo. La verdad ahí se pelean por motivos muy arraigados, por robo de cosas personales, la intolerancia pero traté de no meterme en problemas”, aseguró.
10 AÑOS DE ENCIERRO
Y así fue… Pasaron los años pero su buen comportamiento, así como la inclusión en actividades productivas dentro del penal, contribuyeron a que, luego de la liberación de una hoja del arma con la que disparó, le redujeran a 10 años de prisión.
“Lo del arma me salvó, y en total, pasé nueve años 11 meses adentro. Fueron suficientes y aunque no me fue tan mal, ya no me gustaría volver a caer”, dijo.
En ese retroceso mental de lo que ahí vivió, señaló que fue en el 2006 cuando salió en libertad. Incluso, mencionó, “no te das cuenta cuando sales, de pronto te dicen ya te vas, y ya”.
“Más o menos sabía que saldría en cierto tiempo pero fue todo normal, muy rápido. De pronto un día, me llegó la boleta de liberación, recuerdo que me la entregaron a las nueve y media”, comentó.
Toda la banda le festejó su libertad y por tradición, le pidieron se llevara su almohada. “Si la dejaba era porque seguramente iba a regresar y hasta la fecha no he caído”, dijo Adrián.
UN SUSPIRO
DE LIBERTAD
“Salí tranquilo, sólo suspiré y me sentí como cualquier otro día, así cómo llegué a cumplir mi sentencia, salí. Tampoco grité, ni me volví loco, ni nada, sólo viví el momento”, mencionó.
Sin embargo, algo que si lo mantuvo preocupado, fue las posibles represalias que los familiares del chavo al que mató. “Sabía que me podían hacer algo”, dijo.
Por ello, tras abandonar el reclusorio, Adrián se fue a casa de un primo por unos días, debido al temor que tuvo, pero al poco tiempo se desesperó.
“Quería mi propio espacio y no me la podía pasar huyendo de la realidad. No tenía necesidad de pasarla incómodo en casa de mi familiar y me fui a casa con mamá”, comentó.
Por otro lado, sabía que tenía que trabajar. Empezó a trabajar de albañil, en la pintura e instalación de tabla roca, para obtener ingresos y retomar su vida.
“Poco a poco compré muebles y arreglé la planta alta de la casa para vivir ahí, recuperé a mis amigos e hice otros y poco a poco fui agarrando la onda”, expresó Adrián.
Desde luego, no dejó a un lado la vida social, iba a fiestas y disfrutaba, como hasta ahora, ponerse briago sin necesidad de meterse en broncas o hacer tonterías.
DE NUEVO A LA REALIDAD
Haber matado a alguien, reconoció Adrián, “fue una estupidez pero ya lo había hecho, no puedo cambiar las cosas, y pagué por ello, pero tampoco tienen por qué estigmatizar a uno”.
Recuperar su libertad fue un paso, pero integrarse de nuevo a la sociedad e incorporarse a la vida laboral, le resultó complejo en un principio por su expediente delictivo y aspecto físico.
“Hay personas que ven como mal, además piensas que los voy a robar, me señalan por cómo me visto, expreso o por lo que hice pero soy de barrio, la regué y aprendí mi lección”, dijo.
Orgulloso por ser de la colonia Canteras, mostró sus manos. En cada dedo lleva tatuada cada letra del nombre de su barrio hasta formar la palabra completa.
“No me avergüenzo por ser quien soy, ni de dónde soy. Estar preso me sirvió, me quedo con haber estado ahí, porque muchas personas se han ido…, y hoy, gracias a Dios estoy aquí para tratar de ser otro”, expresó.
Y vaya que de pronto, pareció que la suerte no estaba de su lado. Una madrugada de 2010, luego de andar de fiesta, mientras subía hacia la risca de la Independencia, las balas se cruzaron en su camino.
“Yo anda en automático- borracho- y me fui pa’ allá a ver a mi chava, pero me perdí entre tanta escalera y callejón. Tomé el teléfono para marcar a mi suegra y de pronto me agarraron unos y me dieron”, explicó.
Al paso de un tiempo, despertó y se encontraba en una ambulancia, recordó. “Dije, ¿qué pasó?, pues no sentía la quijada y parte del brazo… me dieron unos tiros con una cuerno de chivo”, detalló.
“Gracias a Dios no morí y seguramente me dieron porque pensaron que era de los otros que andaba buscando pleito. Yo ni en cuenta con cosas de esas porque ni me drogaba ni vendía ni nada”, señaló.
“Claro”, comentó Adrián, “tomo, me pongo briago pero a la droga no le hago, siempre he sido centrado en eso”. Por fortuna sobrevivió a esos sucesos y hoy vive para contarlo.
Desde entonces, las cicatrices de las heridas siguen en su cuerpo, sólo que las ha cubierto con una serie de tatuajes que ha pintado sobre su torso y brazos.
UNA LUZ EN
EL CAMINO
Aunque esas situaciones le habían impedido a Adrián tener una estabilidad social y laboral, no dejó de luchar para salir adelante con actitud positiva.
Pero hace siete años, una luz en el camino le cambió la vida. Conoció a Consuelo y Gabriel, directora y colaborador- respectivamente- de Salas para la Paz, quienes le han mostrado una forma distinta de valerse por sí mismo.
“Doy clases de básquet, apoyo en otras actividades que se hacen dentro de los diversos programas, dirigimos a grupos y muchas cosas. Todo es por ayudar a otros”, explicó.
Pero más allá de mantenerse ocupado en Salas para la Paz y la remuneración que pudiera tener, le da gusto ser un testimonio de lo que significa caer preso, cometer delitos y andar en malos pasos.
“Sé que el sistema de los jóvenes delincuentes es difícil de cambiar, pero con el simple hecho que me vean trabajando, saliendo adelante, es una muestra de que sí se puede vivir diferente”, comentó Adrián.
Desde luego, dijo, por parte del organismo con el que colabora y donde ha encontrado una forma distinta de ver la vida, le realizan pruebas antidoping para asegurarse que está bien.
“Es difícil no caer en las drogas, robos y yo qué sé, pero no hay necesidad. Como dice Tote, un rapero, ‘no necesitas droga para volar’ y yo sé que es cierto”, manifestó.
Aunque es complejo, agregó, “la gente debe entender que no porque uno sea rapel, ande tumbao, no se le debe poner etiqueta de malo, hay quienes no lo somos”.
El tiempo ha transcurrido. Poco a poco ha dado forma a su vida. A sus 38 años Adrián ha experimentado cosas positivas y negativas, pero ahora se queda con lo bueno.
“Tengo mi chava y un morrio- hijo-, trabajo, salimos de fiesta, ayudo a mi mamá, vengo aquí con la banda a Salas para la Paz y disfruto lo que hago porque todos los días es un nuevo comienzo”, concluyó.
DAN PAZ A RECLUSOS
Y SUS FAMILIARES
Con el objetivo de brindar apoyo a las personas más cercanas de quienes están presos en los penales de Nuevo León y ofrecer oportunidades de reinserción a los internos que estén por salir en libertad, surgió Salas para la Paz.
El proyecto planeado por Consuelo Buñuelos, fundadora de Promoción de Paz, quien desde hace años se atrevió a desarrollar programas al interior de los centros penitenciarios, se hizo realidad desde noviembre del año pasado.
En el plan de trabajo está destinado para que los familiares del recluso se superen personalmente a través de desarrollo humano y fortalezcan su autoestima, pero también para que estén listos para recibir de nuevo a su esposo, padre, tío, interno, explicó la fundadora del proyecto.
“Queremos fortalecer a las familias para que tengan herramientas que le permitan darle acompañamiento a quien va saliendo de la cárcel y para que este último se capacite para reintegrase a la sociedad y al mundo laboral”, detalló.
En el primer aspecto, Buñuelos explicó que meses antes de que el interno recupere su libertad, se atiende primero a las familias con talleres de preparación y semanas antes del gran día, se trabaja con los reclusos.
“En lo que va de noviembre a la fecha, hemos atendido a 40 internos con cursos de construcción de paz, aceptación y reestructuración personal para que los ayude a convivir mejor con la sociedad”, dijo Consuelo.
Y además, se les capacita con metodologías novedosas respecto al arte urbano, pintura, proyectos productivos para que en cuanto puedan, se incorporen y tengan fuentes de trabajo.
“Sabemos que la reincidencia es muy alta – casi del 70 por ciento- por las condiciones adversas que imperan en nuestro entorno social: no hay trabajo, hay violencia, entre otras situaciones”, señaló.
La intención es que se reintegren a la sociedad y no que se queden con nosotros para que sean las mismas familias y barrios donde los apoyen, añadió Buñuelos.
“Esta sala es un espacio de comodidad, de alineamiento y la idea es la capacitación así como el acogimiento un tiempo, pero cada quien tiene que tomar su propio camino”, reiteró.
MOVILIZARÁN LA PAZ
Cerca del Penal de Topo Chico, la primera Sala para la Paz ha tenido buenos resultados, por lo tanto, se tiene en mente llevar este tipo de centros a las penitenciarías de Cadereyta y Apodaca, adelantó Consuelo Buñuelos.
“La idea es poner otra sala en el Cereso de Apodaca, aunque el esquema sería diferente por la condición física del lugar, ya que no hay dónde rentar local, pero ahí, en el mismo terreno, lo haremos en una casa prefabricada para brindar todo tipo de apoyos”, dijo.
También instalarán otra sala en el Penal de Cadereyta porque “el fin es extendernos y fortalecer la propuesta que traemos”, aseveró la fundadora del proyecto, en compañía de uno de sus colaboradores.
Para cumplir el cometido, tal como se ha venido haciendo, señaló que se requiere de la suma de esfuerzos entre la comunidad e iniciativa privada. “Hemos recibido mucho apoyo, donativos y demás para resolver las necesidades de los reclusos y sus familias”, mencionó.
Aunado a la labor con los reclusos que pronto recuperarían su libertad, han otorgado atención a cerca de 25 mil personas por medio de diversas modalidades con las que llevan a cabo su programa de Promoción por la Paz.