Si el atentado terrorista que aconteció este 22 de marzo en el Aeropuerto de Zaventem en Bruselas, Bélgica, hubiera sucedido el pasado 16 de marzo, quizás fuera imposible para mí contar esta experiencia.
El pasado miércoles y tras un año de haber abandonado tierras mexicanas, llegué a ese aeropuerto para cumplir el protocolo de abordaje con el fin de tomar un vuelo Bruselas-México y pasar unas vacaciones en mi país.
Aquella madrugada, y a diferencia de este martes, todo transcurrió con normalidad durante el chek-in. Lo que sí me percaté al llegar a la terminal aérea fue que los elementos de la milicia belga seguían custodiando el lugar.
Desde los atentados en París, el pasado mes de noviembre, las autoridades han mantenido vigilada la capital belga, el resto de las ciudades y lugares concurridos.
El temor porque pasará algo en Bruselas o Gante – donde radico actualmente, ubicado a 45 minutos de Zaventem- u otra región seguía latente, pero jamás pensé que se volviera una realidad como la de este día.
Esta mañana desperté y al ver mi cuenta de Facebook o WhatsApp, abundaban mensajes de preocupación de amigos.
Qué pasó, me pregunté. Busqué medios informativos en línea y me entero con precisión de lo ocurrido: “atentados islámicos en el Aeropuerto de Bruselas y estación de metro, dejan 34 muertos y cientos de heridos”.
Quedé sorprendida y aunque lo primero que dije fue: por fortuna alcancé a salir de Bruselas, al mismo tiempo pensé en mi esposo, familiares y amigos que se quedaron allá.
Estar fuera de la zona de peligro no fue suficiente para mí. De inmediato llamé a Julio -mi esposo-. Me dijo que todos los de la familia estaban bien y nadie se encontraba en el lugar de los hechos.
Pero el esposo de una amiga mexicana, sí, recordé. En eso me marcó por WhatsApp y me comentó que estaba asustada por su pareja que estaba en Bruselas -donde labora-.
Afortunadamente él ya se había reportado con ella y se encontraba bien. Sólo le avisó que llegaría más tarde de lo habitual debido a que el metro y transporte público suspendió el servicio.
En mi caso, hoy puedo hablar sobre testimonios mexicanos, cercanos a mi grupo social, radicados en Bélgica que seguimos con vida.
Sin embargo, desde los atentados en la capital francesa, me uní al dolor de quienes perdieron a algún conciudadano y el temor se apoderó de la población, tras la posibilidad de que los sospechosos de los embates se encontraran en Molenbeek, Bélgica.
Desde hace cinco meses la policía patrulló y reforzó seguridad en la frontera, estadios, estaciones de tren y autobús de todo el país.
Por nuestra parte, nos hemos mantenido atentos a las indicaciones que las autoridades emiten, con tal de protegernos de cualquier acontecimiento que nos ponga en riesgo.
Si veíamos objetos o personas sospechosas en lugares públicos, no nos acercamos o esquivamos; tratamos de no viajar fuera del país y evitar sitios atiborrados, por mencionar algunas acciones.
Quizás eso no nos salve del peligro, pero en la medida de lo posible, hemos intentado resguardar nuestra seguridad.
Lo que puedo decir es que en años anteriores durante mi estancia en México, he vivido en ciudades como Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, donde la violencia arrecia pero nunca había sentido tanto miedo como ahora.
Los niveles de agresión que perpetra el Estado Islámico, así como otros grupos, rebasan los límites y pueden acabar de manera masiva con un país o ciudad.
A horas del atentado en Bruselas, tengo miedo. No sé siquiera si podré regresar, debido a la cancelación de vuelos, pero, en caso de que pueda tener un retorno positivo, desconozco cómo será mi vida y la de mi familia tras lo sucedido.
Hoy simplemente puedo decir que por fortuna no estoy allá, pero también doy gracias infinitas a Dios de que mi esposo, familiares y amigos están con bien.