
El mayor propósito para este chofer de transporte público es trabajar para su familia y no existen obstáculos como los que puede sufrir cualquier trabajador del volante.
Hace aproximadamente un año José Refugio Gómez Beltrán tuvo un padecimiento que le impidió la circulación sanguínea y a consecuencia de eso los médicos le amputaron la pierna derecha.
Se ha estado cuidando con esmero, manteniendo su tratamiento y una dieta balanceada que los médicos le recetaron, pero esto no ha sido motivo para ver pasar el tiempo a través de la ventana de su casa, porque lo suyo es salir a la calle.
“Me gusta trabajar y ser un hombre activo, jamás me voy a rendir”, dijo con firmeza este sexagenario, quien asegura siempre piensa en su familia. Para sus compañeros y las personas que lo conocen es verdaderamente sorprendente lo que día a día realiza.
Hasta ahora lleva una vida integral y plena sobre todo en la parte emocional que lo impulsa para no tener límites se pueda desarrollar como persona.
Con la pierna izquierda aprendió a controlar la unidad de manera perfecta y no tiene ninguna dificultad para poder manipular los pedales, lo cual ha causado la admiración de sus compañeros y de los propios pasajeros que lo ven como un ejemplo a seguir.
AL PIÉ DEL CAÑÓN
José Refugio es originario del estado de Querétaro, donde por primera vez vio la luz del mundo el 24 de julio de 1959. Es el cuarto de trece hermanos.
El reloj marca las 4:00 de la mañana cuando don José Refugio despierta para iniciar su jornada frente al volante de la ruta 45 sector 2, en la que diariamente pasa más de 15 horas recorriendo gran parte de la ciudad.
El sol aún no ha salido y un par de ladridos se oyen a la distancia cuando este chofer trepa a su camión en color blanco marcado con el número 13. El sonido del motor anuncia su salida de la base.
Está listo para comenzar su jornada y, confiando en el cronómetro, lleva a las personas que se dirigen a su trabajo, a la escuela o de compras.
Con las manos firmes en el volante y la mirada fija en la carretera sintoniza una estación musical y acelera la marcha del microbús para ganar el pan de cada día como lo ha hecho de manera cotidiana durante cuatro décadas que tiene desempeñando este trabajo.
“Llevo cuarenta años de chofer. Comencé en la Coca Cola allá en la ciudad de Acapulco, Guerrero, y trabajando de pesero tengo treinta y cinco años”, expresó José Refugio.
Pese a que las altas temperaturas no se marcharon con la canícula el calor penetra el parabrisas del camión y recibe con una sonrisa a los pasajeros. Las horas más pesadas son al amanecer por el vaivén de los obreros y los estudiantes.
“Los martes llego temprano a la casa, pero los demás días termino mis recorridos muy tarde pues tenemos que estar ahí al pie del cañón”, explicó al momento que detiene el volante con una mano y con la otra recibe el pasaje de las personas que acaban de subir.
Este conductor forma parte de la ‘guerra del centavo’, porque al igual que otros camioneros aceleran a 40 o 50 kilómetros por hora desplazándose por los carriles laterales con suma precaución.
Durante su recorrido hace ameno el día con la romántica melodía de Marco Antonio Solís y los Bukis; asimismo saluda con amabilidad a sus compañeros choferes que transitan por el sentido contrario.
UN ÁNGEL EN SU CAMINO
A pesar de las diferencias y las limitaciones de cada ser humano hay quienes no dejan de tener un corazón y quizás más puro que el de otras personas.
En cada ruta y cada kilómetro recorrido por José Refugio no solamente lo acompañan numerosos pasajeros, sino también su amada esposa con la que tiene más de 30 años de casado. Es ella, según comentó, el pilar de su vida y una persona que le brinda seguridad.
Apenas son las 3:00 de la mañana y a Ana Bertha Andrade no le pesa levantarse para acompañar a su marido. De hecho ella es quien revisa el nivel de diesel y el aceite del camión. También se encarga que la unidad esté limpia y que todo funcione con normalidad.
Con el paso de los años aprendió lo básico para atender las necesidades de su cónyuge y del transporte de pasajeros.
“Todos los días lo acompaño desde el inicio hasta el final del turno. Al principio no me acostumbraba, porque para mí era muy difícil, pero poco a poco fui aprendiendo para ayudarlo”, comentó Ana Bertha.
Además ambos realizan otras actividades que también les permite sostener a la familia, como vender manzanas con salsa de chamoy, tamales y barbacoa. El apoyo incondicional de sus hijos no se ha quedado atrás.
“Ellos nos ayudan, aunque les digo que no se preocupen”, agregó esta admirable esposa.
LOS AÑOS MARAVILLOSOS
Describió con mucha nostalgia que desde pequeño ha sido muy trabajador comenzando con las labores del campo, donde antes de los ocho años de edad ya tenía más de una veintena de borregos a su cuidado.
“Recuerdo que llegué a tener más de veinte animalejos y los cuidaba yo solo. También tenía un burro bronco que a cada rato me tumbaba, pero me volvía a montar y me iba a trabajar, me ponía mi sombrero grandote con el que me protegía del sol”, añadió.
Continuó narrando a la edad de 11 años se fue a vivir al puerto de Acapulco, donde algún tiempo dedicó parte de su vida a trabajar para una empresa refresquera.
Luego José Refugio se hizo hombre y llegó a la frontera para seguir haciendo lo que más le gusta, manejar un camión, sin imaginarse que un día la pérdida de una pierna, más allá de convertirse en un problema, sería un ejemplo de superación.
Y, a pesar que lleva 40 años al volante, aseguró que no piensa retirarse todavía. Llueva, truene o relampaguee siempre estará al pie del cañón para salir a delante con el apoyo de su familia.