
Este libro nace como un resultado de ser testigos privilegiados de uno de los pontificados más extensos en la historia de la Iglesia católica. A lo largo de casi 27 años, y desde distintas perspectivas, la eclesiástica y la periodística, hemos sido partícipes presenciales de la construcción de uno de los líderes más influyentes del siglo XX.
Desde el cónclave que anunció al mundo que Karol Wojtyla sería el vicario de Cristo; su peregrinar por el mundo; el atentado que casi le cuesta la vida; la enfermedad que fue mermando su salud pero no su misión; su muerte; su proceso de beatificación y ahora canonización, el nombre de Juan Pablo ll siempre ha estado presente en todos los ámbitos de nuestro quehacer cotidiano.
Es por eso que decidimos escribir esta historia a cuatro manos y con un solo narrador, testigo del invaluable legado del hombre que vivió en constante servicio hacia los demás. Sólo se planearon citas textuales cuando se consideró estrictamente necesario a fin de no perder precisión en la narración.
La canonización de Juan Pablo ll es el punto de partida para recordar a las futuras generaciones el espíritu imbatible y carismático del Papa que cambió al mundo. Aquí están nuestras voces, anécdotas y experiencias que en su conjunto buscan hacer un recuento biográfico del Papa que ahora es santo.
Aquí hablamos tanto Valentina Alazraki, la periodista, como monseñor Slawomir Oder, postulador de la causa de canonización del beato.
La santidad
de Juan Pablo II
Después de su elección, el 16 de octubre de 1978, para Karol Wojtyla iniciaría una vida bajo reflectores que no se apagarían ni siquiera después de su muerte; siguen iluminándolo en su camino, primero hacia la beatificación, luego hacia la canonización.
Desde el momento en el que, rompiendo su protocolo de siglos, apareció en la logia central de la Basílica de San Pedro para saludar a la multitud e improvisar frente a ella, a pesar de que sus colaboradores le habían advertido que sólo debía asomarse e impartir la bendición, todos entendimos que Juan Pablo ll,“a quien los cardenales habían escogido de un país lejano”, según él mismo dijera, iba a ser un papa atípico, una figura fuerte, llena de energía y con una proyección y un carisma que sin duda iban a dejar una impresión profunda en la historia.
A partir de ese día decidió ser misionero y seguir la huella de Pablo. Entendió que su parroquia tenía que ser el mundo, un mundo sin fronteras, y que le correspondía ejercer una paternidad universal. Por ello utilizó todos sus dones: su facilidad para los idiomas, su juventud, su simpatía natural, su extraordinario don de comunicador. Puso todos sus talentos al servicio de la misión.
Después del atentado del 13 de mayo de 1981, con el que se intentó callar su voz profética, Juan Pablo ll siguió siendo un hombre de acción, pero su misticismo, su entrega total a María y a la Divina Providencia, así como la aceptación de la cruz como parte fundamental de su servicio, se hicieron más evidentes.
A Juan Pablo ll le gustaba estar en medio de la gente, pero también le gustaba la soledad. Le gustaba escaparse del Vaticano e irse de pinta a las montañas para caminar con sus zapatillas de deporte, detenerse a hablar con un campesino o una familia que iba de excursión, leer el breviario contemplando las montañas, comer un bocadillo preparado por la esposa de un gendarme, dormir bajo un árbol, o recitar la Liturgia de las horas cerca de una cascada.
Todos los que se encargaron de su seguridad y que lo acompañaron a lo largo de los años en estas excursiones fuera de programa, guardan un recuerdo imborrable del lado más humano e íntimo del hombre que Juan Pablo ll nunca dejó de ser; a pesar de ser el Papa más carismático y más aclamado en la historia.
SACERDOTE, OBISPO, CARDENAL, PAPA
Cuando el papa Pablo VI murió, el 6 de agosto de 1978, al hablar con algunos amigos del cardenal Wojtyla esbozó un cuadro profético de las necesidades de la Iglesia: “Me parece que la Iglesia necesita, al igual que el mundo, un Papa muy espiritual. Esta deberá ser su primera e indispensable característica para que pueda ser un padre. Asia. África y América Latina viven situaciones problemáticas y buscarán un sucesor de Pablo VI que pueda ayudarlos, pero antes que todo, comprenderlos”.
Al cardenal Wojtyla le encantó la elección de Juan Pablo I. Manifestó: “Pienso que es el hombre ideal debido a su piedad y su humildad para escuchar al Espíritu Santo. Es el Papa que necesita la Iglesia hoy”. Treinta y tres días después, en la noche del 28 de septiembre, Juan Pablo I murió.
A las 17:15 del 16 de octubre de 1978, Juan Pablo II salió elegido del cónclave como sucesor número 264 de Pedro. Era el primer Papa no italiano, después del holandés Adriano VI elegido en 1522.
LA ORACIÓN
La oración era para Juan Pablo II una peregrinación cotidiana a la fuente de la vida misma, que para él era Jesucristo.
La oración marcaba su vida. Entraba a la capilla a las cinco, donde rezaba hasta las seis.
Sus colaboradores decían que era un hombre de “oración heroica”.
En la vida de Juan Pablo II no hubo momentos oscuros o banales, no hubo zonas sin Dios.
El amor de Juan Pablo II por Dios fue evidente a lo largo de toda su vida. En Polonia, y durante su pontificado, se le encontraba frecuentemente tendido en el piso frente al tabernáculo, orando.
Juan Pablo ll contó en una ocasión que le llegaban centenares de cartas con intenciones de oración y que él las conservaba en el reclinatorio de su capilla para tenerlas siempre presente en su conciencia, aunque no las pudiera leer todos los días. Las dejaba ahí para que Jesús las conociera. “Estas intenciones están siempre en mi corazón”, nos dijo.
EUCARISTÍA
Otra pieza del mosaico de su santidad fue seguramente su relación con la eucaristía, a la que le puso en el centro de su vida. Él fue ante todo un sacerdote que participó en el misterio de la fe y la muerte y resurrección de Cristo.
La eucaristía era para Juan Pablo ll el momento más importante de su jornada. De ella sacaba las fuerzas para su misión.
Antes y después de las celebraciones eucarísticas permanecía rezando, como forma de agradecimiento, durante más de 15 minutos.
Era asombroso asistir a esos momentos de oración porque se tenía la impresión de que él no estaba presente sino en otra dimensión. Parecía que antes de dirigirse a los hombres Juan Pablo ll hablaba con Dios. Antes de representarlo le pedía poder ser su imagen viviente entre los hombres.