
Dijo que se llamaba Dora, pero bien pudo llamarse Esther, Soledad, Claudia o Rosalba. Su mirada me llamó la atención, una mirada vacía, fría, carente de cualquier tipo de sentimientos.
“¡Hey, pssst… vamos al cuarto!”, fueron sus primeras palabras cuando pasé junto a ella, en una de esas calles desoladoras que abundan en Monterrey.
> ¿A qué tengo derecho si entro contigo al cuarto?
— “Depende de cuánto traigas en la bolsa”, contestó Dora así, sin apellidos. ¡Dora a secas!
> Pero, ¿qué puedo esperar si entro a ese cuarto?, capaz que ahí me roban.
— “No te va a pasar nada muñeco, te va a gustar. Aquí nadie roba a nadie…”.
> A ti, ¿qué te han robado?, le pregunto y me mira por primera vez a los ojos, esos ojos muertos que antes no tenían destello alguno de sentimientos.
Ahora estaban cargados de recelo, de odio, de frustración, de ira… y de vergüenza.
— “A una mujer como yo y como todas sólo se le puede robar una cosa… y de eso ya ni sé ni cuándo ni con quién fue.
“¿Entras o no? No puedo estar aquí perdiendo el tiempo. Muñeco, tiempo es dinero, si no traes, sigue tu camino”.
> ¿Te gusta tu profesión?, vuelvo a interrogarla y su mirada se fija ferozmente sobre mí. Me analiza, me recorre de pies a cabeza, cada palabra que arroja sobre mí la deletrea con algo de sorna, de burla, de llanto escondido.
— “Mi pro-fe-sión… ¡jajajaja! Esto no es una profesión, esto es un trabajo por ne-ce-si-dad, ¡óyelo bien!, por ne-ce-si-dad. ¿Vas a entrar o no?”.
> ¿Te puedo hacer un par de preguntas?
— “¿Sobre qué?, ¿sobre lo que hago o qué?”.
> Sí, ¿qué te hubiera gustado hacer en la vida?
— “Eres judicial o qué… ¡dame un cigarro!”.
Busco entre mis pertenencias y no encuentro los cigarrillos que alguna vez el maestro Silvino Jaramillo dijo en una de sus clases: “Un buen reportero siempre debe de cargar una cajetilla de cigarros”.
No traigo, le digo a Dora… su mueca fue de muy pocos amigos.
“Psss, ¡vamos al cuarto!”, le grita a un parroquiano que transita a un lado de nosotros.
> ¿Cambiarías tu vida actual por otra?
— “Por la que tú me ofrezcas, por esa la cambiaría, ¿qué me ofreces?”.
> ¿Te han ofrecido salir de esto?
— “Sí, pero cuando se les pasa la calentura ni se acuerdan”.
> ¿Dora es tu nombre real?
— “Para ti sí, y quizá para el próximo y el próximo y el próximo”.
Se desespera al ver que no hay acción, se contonea con otro posible cliente, “oye, vamos al cuarto”, le dice con voz melosa y prometedora.
“La gente ya es muy cautelosa. La gente tiene miedo de todo… y cómo no, si así está en todas partes”, le dice Dora a una “colega” suya al ver que la persona no accedió a su petición.
Saca un lápiz labial rojo sangre, se lo pasa generosamente por sus carnosos labios. Se sabe bella y deseable.
Ignora mi pregunta: ¿qué te hubiera gustado ser en la vida, Dora?
“Vamos al cuarto ¿o qué?”, la frase se la arroja ahora a un señor que la ve con ojos de deseo, con lujuria, pero que no accede a su invitación.
> ¿Cuántos hombres te rechazan por día tu oferta y cuántos sí la aceptan?
— “Si te ven aquí parado conmigo todos me van a sacar la vuelta, sí sabes cómo, ¿verdad? Si no compras, no estorbes”.
> ¿Cuánto me cobrarías por entrar a ese cuarto?
— “Depende de lo que quieras. Todo tiene un costo, hay muchos precios”.
Luego, me “escanea” con la mirada, estudia cada centímetro de mi cuerpo. Ella, muy callada y yo, aguantando la respiración.
“Tú no eres de estos rumbos”, me dice con voz apenas audible, “¿qué buscas, realmente?”.
Un poco de compañía, quizás, le contesto.
“Mmmhhh, pero tú no eres de los que andan por estos rumbos”.
> ¿Es difícil este oficio?
— “Nada en esta vida es fácil, nada. A poco lo que tú haces es fácil. Eres reportero, ¿verdad?”.
> ¿Te incomodaría si te dijera que sí?
— “No. Lo único que me incomoda es que estoy perdiendo el tiempo y dinero”.
> Si te pusieran a escoger entre esta vida y una vida en tu casa, con tu familia, con tus hijos, ¿te gustaría?
— “Si alguien me da esa familia, esos hijos, ¡claro que sí!, pero no tengo nada de eso sólo esto, esto es lo que tengo… ´pssst, oye, vamos al cuarto´”, se oye desesperada.
“No he hecho gran cosa hoy y necesito una lana si no, pues no, cómo”.
> ¿Con qué sueñas en la vida?
— “Con amanecer en una casa bonita, con alguna mascota y con un hombre que me quiera y me proteja, con eso sueño no nada más yo, todas ellas”, apunta con su mano derecha a sus compañeras de oficio.
> “¿Te da curiosidad mi trabajo?”, ahora es ella quien hace las preguntas.
— “No, respeto. Un respeto profundo”, le contesto mientras busco un billete en mi cartera.
“No, no lo hagas, no me des nada, realmente fue ‘chido’ platicar contigo, a veces una se cansa de todo esto, y a veces es bueno que se nos trate como persona, así como tú lo hiciste. Ojalá te sirva mi historia porque lo que es a mí, me aburre. ‘Pssst, ¡vamos al cuarto!’”.
Un cliente se le acerca, la convence, la toma de la cintura y se alejan. Ella me grita a lo lejos: “Y cuando quieras platicar, vete a una plaza ¡no aquí!”.