
Cursaba la preparatoria, siempre entre clases, al mirar por la ventana se decía a sí mismo “qué bonita ha de ser la libertad”, no le gustaba la escuela y a pesar de una suspensión, se graduó.
Nunca imaginó que lo que era un pasatiempo o una actividad para mantenerse ocupado, lo llevarían a hacerse un músico y menos, lo convertiría en un oficio.
Debido a esa suspensión en la preparatoria, fue que Francisco Javier González Martínez buscó una actividad en la cual invertir su tiempo, una escuela de música y a partir de ahí, el saxofón sería su más fiel acompañante.
Sin antecedentes musicales ni muchos conocimientos en el rubro, comenzó a tomar clases ofrecidas en la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Nuevo León, sin saber ni planear que años más tarde regresaría para tramitar su certificación.
“Empecé a estudiar administración de empresas y hubo un momento que se empalmaron las clases de sax con mis estudios profesionales y le di prioridad a la administración, aunque sentí que me iba a ser más difícil tomar costos que ver clase del solfeo”, comentó entre risas.
Y aunque no era un alumno a quien le gustará acudir a clases, tener un horario establecido y obligaciones, decidió terminar la profesión de administración de empresas, pero tres años más tarde, en 1983, consiguió una certificación en la Facultad de Música.
Sin dedicarse por completo a la música, empezó a hacer carrera laboral en Vitro, donde trabajó por más de 15 años.
Pero su instinto musical se hizo presente y le removió emociones gracias a las interpretaciones melódicas con las que deleitaba a su público.
A causa de esos sentimientos, decidió tomarse un año sabático, lejos de la presión laboral, pero siguiendo su pasión por la música.
Ese año sabático se convirtió en tiempo indefinido, ya que asegura sentirse estable y gustoso de ofrecer “conciertos” a los peatones.
“Después de una especie de rendija por tener una ocupación, vine a hacer una profesión de la música y después se hizo un oficio, de verás que todo se dio de forma circunstancial, yo no planeé nada de esto”, dijo.
Laborando en Vitro se le presentó la oportunidad de hacer una maestría en el extranjero (Estados Unidos), pero sin importar el lugar, siempre terminaba en las calles, hoteles o restaurantes, ofreciendo un espectáculo musical.
“Había tratado de hacer otras cosas y terminaba tocando, ahorita sólo me dedico a disfrutarlo, la música me abrió muchas puertas, platicas con todo tipo de personas, empresarios o quien sea.
“La música te abre un campo diferente, debes tener una cultura integral, te enseña una disciplina, te obliga a ser contante, te vas normando y a mi edad fue muy importante normar el carácter”, aseveró.
No es una actividad rentable
A los 55 años de edad que tiene Francisco, comenta que aunque la música ya no es una actividad muy rentable, las piezas melódicas con las que se deleita son de los principales motores con lo que se mantiene firme interpretando con su saxofón.
“El cambio de la administración a la música sí lo sentí mucho, sobre todo en la rentabilidad, porque es más rentable la administración que lo que estoy haciendo yo, pero mí día a día es un concierto que doy”, comentó.
Disfrutar de una mañana gélida, ver los atardeceres, hasta que cae el anochecer, son los detalles que al músico lo llenan y lo hacen sentir vivo y gozoso, además menciona que esos factores educan la sensibilidad del ser humano.
Por otro lado, para Francisco, la única diferencia de tocar para un público establecido en un escenario y en estar situado en Morelos o uno de los distintos lugares donde se ubica, son las expectativas.
Ya que él disfruta amenizar el paso de los transeúntes, marcando fijamente como única diferencia las expectativas y la preparación.
“Uno sabe que si te presentas en el Bellas Artes, no vas a ir a tocar ‘La Cucaracha’ que es un clásico, eso exige un poco más.
“Te preparas mentalmente de forma distinta, porque la gente espera algo de ti, mientras que esto es en un paseo, tengo la libertad de tocar desde un clásico hasta algo más popular”, expresó.
Asegura que a la edad que tiene es una actividad en la que lo puede hacer sin imponerse horarios fijos, pero sí siendo constante y tratando de mejorar cada día en lo que hace, “yo sólo ocupo en esto el 10 por ciento de mi tiempo”, mencionó.
Cada día, por lo general en la tarde, Francisco Javier González sale de su casa y sin importar las inclemencias del clima, se traslada (por lo general caminando) a algún lugar de Monterrey.
Un día en Plaza Morelos, otros en algunas estaciones del Metro en los municipios de Guadalupe, San Nicolás o Escobedo. Donde esté la gente para evitar colocarse siempre en el mismo sitio.
“Si estuviera trabajando, es algo que no podría hacer, procuro que sea en la tarde, porque Monterrey es un área industrial, aquí la gente es más de atardeceres y está educada para fines de semana, así que ese es el tiempo en el que trato de tocar”.
Aunque los fines de semana le pueda surgir un evento de bodas o quinceañeras, si lo tiene libre, acude a alguna vía concurrida.
“A veces también me piden para una serenata, para un restaurante que se va a inaugurar, es como todo, más de fin de semana, eso es un reflejo de que haces las cosas bien”, expresó.
Las únicas condiciones con las que trabaja el saxofonista es hacer las cosas bien, hacer algo hermoso.
Pues asegura que ningún músico va a llamar la atención, sino a crear una sinergia donde cada uno trate de hacer algo mejor para alimentar el espíritu.
Y es que a pesar de las distintas ubicaciones, la poca rentabilidad y remuneración económica que recibe, se siente dichoso y agradecido por el reconocimiento que le dan los transeúntes, lo hacen sentirse realizado.
“Cuando haces esto de manera profesional por 40 años, puedes estar en riesgo profesional de hacerte autómata, te gana la técnica y te fastidia.
“Pero cuando vengo aquí y veo a la gente que me admira o me reconoce, es muy diferente. Además toco para miles y para todo nivel socioeconómico”, afirmó.
Un gusto compartido
Su esposa comparte su pasión, ella interpreta melodías con la flauta y en ocasiones, en tiempo compartido ensayan algunos temas juntos.
Pues para Francisco la preparación diaria es de suma importancia y aunque si aprendes algo bien jamás lo olvidas, es necesaria una mejoría constante.
Asegura que para lograrse en el ámbito el primer paso es imitar, y luego se crea el estilo, por lo que reconoce que para lograr lo que ha hecho, imitó a grandes artistas como: Mozart y Beethoven en el género clásico,
Mientras que de lo temas populares le gusta “Solamente una vez” de Agustín Lara y “Alma Mía” de María Grever.
“Para mí es muy corta la vida, para llegar a los niveles, donde uno debería en la música, pero lo importante es que te permita ser”, enfatizó.
Actualmente, además de ensayar con el saxofón, está aprendiendo a tocar el acordeón y el piano.
Pero sin importar sus actividades diarias, cada mañana se levanta temprano, se prepara su café y alista el material musical que tocará en uno de sus “conciertos”.
Su estilo de vida es sencillo, comenta que no necesita más que su sax, para vivir, pues eso le da libertad para hacer lo que le gusta.
“Yo vivo en una colonia pobre en materia pero rica en espíritu, en la que me permite hacer lo que me gusta, no uso celular, vendí mi carro, quitando todo eso, vives una vida simple y con menos problemas de orden material”, dijo.
Y debido a los constantes aumentos, menciona que a la economía nunca se le gana, por lo que trata constantemente en no invertir en cosas a las que llama superfluas.
Como parte esencial, comenta que debemos enseñarnos a utilizar las piernas, aprender a ser saludable, a no estar todo el día “pegados” a las nuevas tecnologías y principalmente, a disfrutar de los detalles de la vida.
“Qué bonita es la libertad, pero hay que cuidarla y eso sólo se consigue haciendo las cosas bien.
“Y aunque yo no planeé esto, me ayuda de alguna forma a ser mejor y hacer mejor lo que hago”, señaló.