A sus 16 años, Jorge Jonathan Espericueta Escamilla se ha convertido en lo que todo futbolista mexicano adolescente sueña: ser campeón del mundo.
Nacido en el municipio de Escobedo, Nuevo León, en 1994, este chico de piel morena y mirada traviesa, ha cautivado el corazón de todos los mexicanos por su fina manera de jugar al balón pié.
Desde sus inicios, en las ligas llaneras de Escobedo y San Nicolás, este joven ya aspiraba a llegar lejos. Sus esfuerzos se vieron coronados al igual que otros cinco regiomontanos que formaron parte de la histórica escuadra azteca sub-17.
SU INFANCIA
Con su copa de Balón de Plata en la mano, el joven volante de contención de la selección mexicana campeona del mundial de futbol sub-17 camina rumbo a la firma de autógrafos en la escuela secundaria “Jesús M. montemayor” de la colonia Independencia mientras recuerda sus inicios.
“Siempre me ha gustado jugar (futbol)”, comenta “Espiri”. “Desde los cuatro años me gustó el balón y ya no lo solté”, agrega.
Entre el color ocre de las canchas llaneras de Escobedo, la historia de un campeón comenzaba a escribirse.
“Cache”, como le dicen de cariño en su casa, es el segundo de cuatro hermanos y su meta siempre ha sido ser como Ronaldinho o Walter Gaitán. Hoy, se ha convertido en un ejemplo y orgullo para su familia.
Desde pequeño, las piernas de “Espiri”, como lo bautizaron en el llano por su gran velocidad y parecido con su apellido, ya mostraban la finura y el talento de un gran futbolista.
“Era muy bueno con el balón”, dice su padre Jorge Alberto Espericueta.
“Lo sigue siendo”, agrega.
Jorge Alberto y su esposa Juany Escamilla, vieron el potencial en su hijo y decidieron inscribirlo en un equipo de futbol.
“Lo inscribimos en Los Pumas, un equipo de aquí del barrio”, recuerda su papá. “Realmente quería pertenecer a un equipo”.
Con su primer equipo llegaría a conocer las mieles del triunfo cuando a la edad de los 9 años conseguiría su primer campeonato.
“Recuerdo que le ganamos a los Rayaditos, en el Cedeco”, recuerda Jonathan.
Su talento lo llevaría a encontrarse cara a cara con el club de sus sueños, Los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
“Lo invitaron a participar en las fuerzas básicas de los Tigres cuando todavía tenía nueve años”, comenta su padre Jorge Alberto Espiricueta.
Aun y cuando el club admitía a muchachos de 12 años, el nivel de juego y madurez en la cancha lo llevó a ser considerado.
“Le decían que no, que porque estaba muy delgado y chiquito, que lo iban a quebrar, a lastimar, porque ahí se empezaba a los 12 años; pero hizo una prueba, era muy hábil y se quedó, jugaba mejor que los de 12”, recordó su padre Alberto Espericueta.
Su capacidad lo pondría en el escaparate de importantes visores quienes de inmediato le vieron cualidades futbolísticas dignas de representar a México.
“Fue una emoción muy grande cuando nos dijeron (a mi familia y a mí) que formaría parte de la selección mexicana”, recuerda “Espiri”.
Con el prestigiado director técnico, campeón mundial en el 2005 con la sub-17, Jesús “Chucho” Ramírez, como entrenador, este joven escobedense pronto se ganó un lugar en la selección sub-15.
“Yo tenía 13 años”, recuerda Jonathan.
“‘Chucho’ vino a observarnos jugar y me invitó a formar parte de la selección (sub-15), junto con mi primo Jair Zacarías”, agrega.
Fue así, a la edad de 13 años, que aprendería a desprenderse de sus padres y comenzar a practicar futbol de una manera intensa.
“Fue difícil separarme de mis papás porque ellos siempre me acompañaban a todos lados, pero tenía que hacerlo”, comenta Jonathan.
Selección azteca
Para Raúl Potro Gutiérrez, la mejor posición a desempeñar por el volante creativo de Tigres era el ser de contención.
“Vas a ser volante de contención, me dijo ‘El Potro’ ”, recuerda “Espiri”.
Y como todo un profesional acató la orden.
“Era la decisión de mi entrenador y a mí no me da miedo porque se que puedo desempeñar cualquier posición”, comenta Jonathan.
Los campos de tierra ahora eran de pasto, los tachones jajados por el uso eran cambiados por zapatillas de marca y las camisolas percudidas por el sudor eran suplidos por el jersey nacional.
“Fue emocionante cuando me dieron mi uniforme”, dice.
“Recuerdo que no pude ni dormir de la emoción de ser seleccionado nacional”, agrega.
Con la emoción en su pecho, recuerda que se despidió de sus compañeros de juego, sus amigos de la cuadra y sus padres que con tanto ahínco habían cuidado de su carrera.
“Mis amigos me desearon mucha suerte” comenta Jonathan. “Mi familia me acompañó hasta el transporte de la selección donde nos llevaría al mundial” agrega.
Para su padre, quien ha dedicado parte de su vida en atender una taquería en Escobedo, ver a su hijo siendo parte de la selección lo llenó de orgullo.
“Increíble, fue un día de mucha felicidad porque todos nuestros esfuerzos se veían recompen sados”, dice Jorge Alberto.
Y en ese tenor, la vida de Jonathan se perfilaba a lo que hasta ese momento él apenas concebía como un sueño, ser campeón del mundo.
“Claro que sí, yo soñaba con ser campeón como la Sub-17 del 2005”, recuerda. “Raúl se encargó de recordarnos cuál era nuestro objetivo”.
CAMPEón del mundo
y balón de plata
Y el Coloso de Santa Úrsula explotó en algarabía y gozo.
La selección mexicana sub-17 alzaba por segunda vez la copa del mundo —la primera conseguida en el 2005 en Perú en manos del estonces director Técnico Jesús ‘Chucho’ Ramírez—.
Los 21 futbolistas con su entrenador Raúl “Potro” Gutiérrez se convertieron, el pasado 10 de julio, en los “Niños Héroes” del momento. Seis de ellos de sangre regiomontana y con un gran amor por la camiseta.
De estos seis sólo Carlos Jaír Zacarías, primo de Jorge Espericueta y elemento del Tri Sub-17 no pudo jugar debido a que sufrió en abril fractura de tibia y peroné, por la cual quedó fuera del Mundial, mas no del equipo.
En su regreso al estado, la afición los esperaba como se merecía.
Pancartas de apoyo a los niños campeones y vivas para los héroes de México. Había valido la pena todo el esfuerzo.
“Me siento muy orgulloso de mi hijo”, dice Jorge Alberto, padre de “Espiri”.
Su madre, Juany Escamilla, recuerda todos los sacrificios que como familia realizaron.
“Todos nos sacrifiamos, nosotros en llevarlo a los juegos y él en cuidarse”, dijo.
“Casi no iba a fiestas, no toma ni fuma y es muy disciplinado con lo que hace”, agrega.
El acreedor al balón de plata por su increíble actuación en la justa mundialista y su inolvidable gol olímpico que lo catapultó como uno de los favoritos a convertirse en la nueva leyenda del balonpié mexicano, se siente agradecido con sus padres
“Me siento muy feliz por lo que han hecho conmigo. Ellos me han apoyado en todo incondicionalmente”, dice.
Y mientras continúa la polémica de que si debutará proximamente en la primera división del futbol mexicano, el campeón del mundo Sub-17 confía en que su calidad futbolística dentro de la cancha lo antecede.
“Yo confío que próximamente esté debutando en la primera división. Siento que no falta mucho para lograr ese sueño que tengo”, dice sonriendo.
“Mi papá siempre ha comprado los abonos para los juegos, desde que era pequeño —y ahora con mayor razón—porque espera con ansias el día que salga a la cancha del Universitario portando el uniforme de los Tigres en la primera división del futbol mexicano”, concluye la entrevista mientras comienza a llenarse de reporteros de los medios locales y cientos de aficionados en espera de un autógrafo.